Buscando a la clase media
Los grupos que supuestamente pertenecen a la clase media en el país son muy heterogéneos.
Se habla mucho del crecimiento de los estratos de ingresos medios, pero asumiendo simplificaciones que no contribuyen a entender mejor el impacto de este fenómeno en la vida nacional. No obstante, los medios y la capacidad de estos grupos para satisfacer sus necesidades básicas son bastante diversos, así como sus aspiraciones e identidades sociopolíticas.
La idea de que Bolivia es hoy una sociedad de “clases medias” se ha vuelto un lugar común en la discusión política. A partir de esa conclusión se construyen suposiciones y esperanzas desmedidas sobre su impacto en las futuras justas electorales. Por lo general, cada uno le atribuye a ese grupo características que, muchas veces, tienen que ver con prejuicios o con generalizaciones que simplifican la cuestión.
La verdad es que conocemos poco a esos segmentos y menos aún sobre las razones de su crecimiento y sus posibles incidencias en el desenvolvimiento del país. Estudios recientes muestran que estos grupos son muy heterogéneos, no solo en términos del nivel de ingresos que tienen, sino sobre todo en sus prácticas socioculturales, sus expectativas y su adhesión a ciertas identidades políticas, étnicas o culturales. Es muy difícil hablar, entonces, de un bloque de “clases medias” único, en el cual todos sus miembros se comportarían y votarían de forma parecida.
En términos de ingresos, por ejemplo, no todos los segmentos con ingresos medios tendrían resueltas sus condiciones de vida básicas. Un porcentaje importante apenas habría superado el nivel de ingresos que los califica como pobres, seguirían siendo muy vulnerables y con consumos concentrados en la mejora de su alimentación y en pequeñas inversiones en la educación y salud de sus hijos.
Otros, en cambio, habrían consolidado más su situación económica, incrementando no solo el consumo de bienes domésticos básicos, sino también bienes y servicios suntuarios, como restaurantes o viajes, o en educación y servicios de salud privados. Por otra parte, las identidades y expectativas de estas personas estarían determinadas no solo por sus niveles de ingresos, sino también por su etnia, su trabajo o incluso la historia de sus familias.
Pese a estas diferencias, la mayoría coincide en que es posible mejorar las condiciones de vida en el país, aunque esto sea aún difícil y exija sacrificios; asimismo, serían más exigentes sobre la calidad de los servicios públicos que les brinda el Estado.
Hay, pues, una combinación extraña de expectativas de progreso y sentimientos de haber logrado progresos en estos años, pero también de malestar frente a una institucionalidad estatal que no los entiende y no los acompaña suficientemente.