Tiempos de insignificancia
Urge salir de la miseria valórica en la que se naturalizan la corrupción, el consumismo y el individualismo.
Lo suelo releer con relativa frecuencia, por las afinidades que tengo con su búsqueda de formas para salir del laberinto con elementos de emancipación que se contraponen al pensamiento conservador heredado. Cornelius Castoriadis apuesta por cultivar un pensamiento crítico, alterativo, situado en los tiempos que se viven y desde los que se generan sentidos de experiencia —real y virtual— vivida.
Este notable filósofo greco-galo dice que el Occidente moderno está animado por dos significaciones opuestas. Por una parte, el proyecto capitalista que ha dejado de implicar solamente a las fuerzas productivas y a la economía, para volverse un proyecto global con dominio de los elementos físicos, biológicos, psíquicos, sociales, culturales e ideológicos, clausurando así caminos de cambio porque asume que el poder es incuestionable y que está de antemano instituido. Por otra parte, el pensamiento instituyente supone un proyecto de autonomía individual y colectiva, que representa la lucha por la emancipación del ser humano como sujeto histórico-social capaz de pensar y decidir por sí mismo, así como la comprensión de las instituciones como creaciones humanas abiertas a una permanente transformación imaginando otra sociedad.
Siguiendo su pensamiento, en la sociedad contemporánea estaríamos viviendo una fase de descomposición con desvanecimiento de los valores, del conflicto social y de la política. Y esto sería así porque el sistema vigente no necesita autonomía ni criticidad, sino conformismo y la legitimación de un espíritu conspirativo y coptativo de la participación de las ciudadanías. En este ambiente, las luchas sociales, cuando ocurren, se focalizan y sectorializan; mientras que la política en su cotidianidad indiferencia impulsa estrategias y engrosa un centro compuesto de discursos que se esmeran en ser creativamente diferentes, aunque no necesariamente opuestos.
Lo que pasa es que, con el desgaste de los imaginarios sociales se suele perder la brújula, y las sociedades pasan a acomodarse a la dinámica de un conformismo disfrazado de individualismo y de repliegue a la esfera de lo privado. Así, las sociedades pierden su interés por la política, cuestionan a sus instituciones, reemplazan sin decirlo las nociones de revolución y también de progreso por el consumismo, y dejan de pensar colectivamente en su destino.
Un elemento que considera propio de nuestros tiempos, y que se corresponde con el pensamiento conservador, es el culto de lo efímero, comprobable en la duración útil de la atención de un espectador de televisión (attention span), que de 10 minutos promedio fue cayendo gradualmente a cinco, a un minuto y a 10 segundos con el spot televisivo, baluarte de la sociedad de consumo. Con el lenguaje de las redes sociales hecho de memes y emoticones el tiempo de atención se reduce aún más, y junto con los tiempos, también los mensajes se vuelven efímeros, de sobresaturación informativa, de apatía, de despolitización, de creatividad estética y de círculos cada vez más desmaterializados y desterritorializados.
Castoriadis propone reaprender a querer una sociedad en la cual la economía regrese a su lugar como medio de vida y no como fin último, afirmando que es una cuestión vital el evitar la destrucción del entorno terrestre, y que urge salir de la miseria valórica en la que se naturalizan la corrupción, el consumismo, el individualismo y el conformismo. Y para salir de ellos se debe saber cuestionarlos y subvertirlos, a sabiendas de que otro mundo es posible con la vivencia transformadora de sujetos y organizaciones. Éstos son síntomas de los tiempos de la insignificancia. Si al leerlos les han encontrado parecido con nuestra realidad, les aseguro, no es mera coincidencia.