¿ProSur o ProNorte?
Los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos se han convertido en un arma de doble filo
La reciente amenaza de Trump de subir los aranceles a las importaciones provenientes desde México si no aplica medidas duras para controlar la llegada de migrantes en 45 días, marca un nuevo hito muy peligroso de las relaciones de Estados Unidos con América Latina. De hecho, nos trae a la memoria la doctrina del Gran Garrote que el presidente Roosevelt aplicó a principios del siglo pasado para negociar con sus “adversarios externos”, mostrando siempre la posibilidad de una actuación violenta como modo de presión, inclusive sin descartar la intervención armada.
La doctrina del Gran Garrote, junto a la llamada Doctrina Monroe (de “América para los Estadounidenses”), marcó el nacimiento de la dominación imperialista en América Latina. Más de un siglo después, se ha desenterrado este garrote, con la estrategia de la seguridad nacional aplicada por Trump al campo de las guerras comercial, tecnológica y antimigración, bajo la consigna de “seguridad económica es igual a seguridad nacional”.
Para tal efecto, Trump se valió de la Ley de Comercio Exterior de 1974. Pero para poder aplicar medidas arancelarias y no arancelarias de manera unilateral y discrecionalmente, en especial a China, así como también a la Unión Europea e incluso a sus socios comerciales (Canadá y México), retornó a la vieja doctrina de la seguridad nacional de la Guerra Fría. Ya no con una cortina de hierro, sino con una cortina digital a las empresas tecnológicas de China, acusándolas de querer dañar la seguridad nacional o cibernética de EEUU.
El Presidente de EEUU ha utilizado la política arancelaria con motivos religiosos, para forzar la liberación de un pastor preso en Turquía; y ahora, por motivos vinculados con la migración de las personas procedentes de América Central. Los países al sur de Río Bravo deberían meditar cuidadosamente las implicaciones que tienen sus cándidas relaciones con EEUU. Pasada la euforia de salir en la foto con el presidente Trump y juntar banderitas, como el Mandatario de Chile, o camisetas de fútbol, como el de Brasil, deberían darse cuenta que la triste realidad es otra.
Los acuerdos de libre comercio se han convertido en un arma de doble filo. Si bien los países firmantes gozan de las ventajas monetarias de acceder al gigantesco mercado estadounidense, muchas veces están sujetos a obligaciones draconianas. En el caso de México, inicialmente fue el endurecimiento de las reglas de origen (75% de origen norteamericano), y después normas laborales. Y más grave aún, el nuevo tratado (T-MEC) incorpora una cláusula que establece que los integrantes deben informar a los otros miembros sobre sus intenciones de suscribir un tratado de libre comercio con algún país que no opere bajo condiciones de libre mercado; es decir, con nombre y apellido: China y Rusia. Es obvio que cuando informen sus intenciones, Trump se va a molestar y va amenazar con aplicar aranceles.
En el caso de ProSur, está clara la idea de agradar a Estados Unidos dividiendo la Unasur, con el objetivo “no ideológico” de insertar a la región “de forma eficiente en la cuarta revolución industrial y la sociedad del conocimiento y la información”. Sin embargo, van a tener que tomar decisiones ideológicas si se inserta con China o EEUU. La amenaza de Trump a los países que entren en la iniciativa de la Nueva Franja y la Ruta de la Seda permite preguntarnos ¿si los miembros de Prosur podrán firmar soberanamente acuerdos con China? o ¿si podrán elegir libremente la tecnología 5G a Huawei?, y por último, ¿si aceptarán ser un tercer país seguro si Trump se los pide a cambio de aranceles? Como dice Nouriel Roubini, parece que no hemos entendido las consecuencias globales de una guerra fría, sino estadounidense. No se pierda el próximo capítulo de: “Sin acuerdos no hay paraíso y con acuerdos, tampoco”. (22/06/2019)