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Sunday 3 Nov 2024 | Actualizado a 15:05 PM

Giro a la derecha

El giro del electorado hacia la derecha está impulsando la sustitución del sistema político.

/ 20 de febrero de 2020 / 00:38

La caída de Evo Morales se debió a un cambio en la actitud política de la mayoría de la población. Un sector de la sociedad, conformado por clases medias y altas, se enfrentó fuertemente al expresidente y obtuvo la aquiescencia activa o pasiva de muchos otros sectores, constituyendo una mayoría insurreccional. Este hecho, sumado al impacto sobre las clases medias blancas de los conflictos sociales durante los días de vacío de poder, determinó un giro del electorado hacia la derecha, produciendo un movimiento pendular respecto a la naturaleza sociológica y demográfica, la orientación ideológica, las políticas y los objetivos del “proceso de cambio”; y produciendo, simultáneamente, la sustitución del sistema político.

El viejo sistema político tenía al Movimiento Al Socialismo (MAS) en una posición central y hegemónica. Lo orbitaban los partidos de la oposición que habían sobrevivido a la revolución política de 2006-2008: Unidad Nacional (UN), Movimiento Demócrata Social (MDS), Movimiento Sin Miedo (MSM), una miríada de agrupaciones regionales y los residuos de los partidos tradicionales, como el Partido Demócrata Cristiano (PDC) y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Este sistema será sustituido por otro, todavía no configurado, en el que el MAS seguirá siendo importante, pero pasará de ser la organización de la élite a ser la de la contraélite política. No habrá un partido hegemónico único, sino una hegemonía compartida entre algunos partidos de derecha y centroderecha, y varios otros partidos desaparecerán o se reducirán a su mínima expresión.

La aparición de fuerzas políticas nuevas; el inicio de un nuevo ciclo político, que también abre posibilidades nuevas a los partidos; la cultura política caudillista y las agudas diferencias ideológicas, políticas y personales, han propiciado la fragmentación partidaria en estas elecciones. Como parte de esta fragmentación, la derecha, que forma parte del nuevo bloque de poder que se formó como resultado de la caída de Morales, va al proceso electoral dividida en dos frentes. Esta división se debe a una previa ruptura dentro de la élite cruceña y, en general, dentro de la élite oriental, entre dos sectores con diferentes trayectorias, lealtades, intereses y caudillos.     

Dado su nivel de negativos, gente que no quiere votar por el otrora partido oficialista, y a los sucesos políticos recién acaecidos, es muy difícil que el MAS gane en primera o segunda vuelta. En cambio, su alta intención de voto (cerca del 30%) hace casi seguro que sea uno de los que pasen a una segunda vuelta con el principal partido de la derecha o con el principal partido de centroderecha. ¿Cuál partido “antimasista” tiene más posibilidades para pasar a la segunda vuelta junto con el MAS? Juntos y Comunidad Ciudadana (CC) tienen iguales posibilidades en este momento, según las encuestas. Juntos tiene la ventaja sobre CC de reflejar la correlación de fuerzas sociales.

Existe rechazo en el occidente del país a Creemos, de Luis Fernando Camacho, por su protagonismo en el derrocamiento de Morales y su condición de representante de Santa Cruz; y a Jeanine Áñez, de Juntos, sobre todo por candidatear siendo presidenta. Sin embargo, Áñez es una candidata con aprobación en todos los departamentos, en tanto que Camacho está prácticamente reducido a Santa Cruz.

Comunidad Ciudadana tiene la desventaja de ser centrista, una posición descendente en un momento de giro a la derecha y cambio de sistema político como el actual; excepto que, por el otro lado, esto le sirva para atraer votantes del MAS decepcionados de su anterior partido favorito, pero no al punto de apoyar que se lo reprima y con temores sobre la radicalidad con que la derecha puede desandar lo avanzado durante la gestión de Morales (“efecto péndulo”) y sobre su inclinación cruceño-centrista (cuando se trate de votantes occidentales). Sin embargo, hasta ahora CC no ha aprovechado este potencial y, al contrario, se ha sumado a la persecución del MAS, iniciándole un juicio por el fraude del 20 de octubre.

* Periodista.

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‘Poner en cintura al gentío guaraní’

Esta visión del pasado sustenta la creencia en una relación especial, directa, desgajada del tiempo, de Santa Cruz con España y, por tanto, con Europa, simbolizada por el escudo y el himno cruceños que continúan siendo hispanos.

Fernando Molina

/ 3 de noviembre de 2024 / 01:09

La construcción de la identidad cruceña se ha fijado como punto de referencia inicial la expedición conquistadora que, dirigida por Ñuflo de Chaves, partió de Asunción y, en determinado momento, por su propia dinámica, rompió con su tronco paraguayo y estableció, en la franja inmediatamente al norte del Chaco boreal, la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, dependiente de la Audiencia de Charcas. Así, estos hombres no solo son los fundadores de una ciudad, sino de una “estirpe” que se prolonga hasta nuestros días.

Esta visión del pasado sustenta la creencia en una relación especial, directa, desgajada del tiempo, de Santa Cruz con España y, por tanto, con Europa, simbolizada por el escudo y el himno cruceños que continúan siendo hispanos.

Llegados hasta aquí, nos toca preguntarnos qué papel cumplen en esta recreación del pasado los indígenas autóctonos del territorio conquistado.

Los cruceños van a responder de distintas maneras a esta cuestión, desde el darwinismo social de Nicomedes Antelo y su discípulo Gabriel René Moreno, que a fines del siglo XIX interpretaron la hecatombe de los pueblos indígenas sobre la que se erigió el dominio español en la Gobernación de Moxos como el inevitable triunfo de la raza más fuerte, hasta la oscilación de otro gran ideólogo, Hernando Sanabria, en la segunda mitad del siglo XX, entre romantizar lo sucedido (en su libro Ñuflo de Chaves, caballero andante de la selva) o reconocer que “el problema indígena del oriente boliviano” se tuvo que resolver por medio de una “guerra” (en sus obras Apiaguaiqui Tumba y La guerra de los malos pasos).

“La existencia de Santa Cruz de la Sierra no estaría asegurada, y lo que es peor, pendería sobre ella la continua amenaza de su destrucción, si no se domeñaba y ponía en cintura al gentío guaraní, morador aborigen de la comarca”, sintetizaba Sanabria en este último título (pág. 9).

Los españoles entraron a la cuenca que bautizarían como del Río de la Plata igual que una lanza penetra en la carne de una presa. En la fase inicial de la conquista, cuando aún no operaban más que grupos de cientos de guerreros europeos desprovistos del decorado imperial o del ritual cristiano que después complejizarían el sentido de los eventos, su afán y su método se revelaron sin matices. En busca de la Sierra de Plata, objetivo que dirigía sus esfuerzos, querían someter a los pueblos que encontraban a su paso; convertirlos en sirvientes que los auxiliaran en las labores domésticas, agrícolas y bélicas; “casarse” con sus mujeres a razón de decenas para cada uno, y aniquilarlos si ofrecían resistencia o incluso, en ocasiones, cuando no lo hacían.

Del autor: Hernando Sanabria y el vínculo especial con España

Un testimonio del carácter de la serie de expediciones que lograron alcanzar el oriente boliviano y comenzar el proceso de su conquista lo provee la crónica de Ulrico Schmildl “Viaje al Río de la Plata” (1567). Schmildl fue un soldado alemán involucrado en esta travesía en busca de riquezas; estuvo con Pedro de Mendoza en la primera fundación de Buenos Aires, con Juan Salazar en la de Asunción, y con Domingo Martínez de Irala en el segundo viaje trans chaqueño de los europeos, desde Asunción hasta el pie de monte andino, donde se enteró, con el resto de sus colegas, que la Sierra de Plata ya había sido “descubierta” por la gente de Francisco Pizarro. Muchas de estas peripecias las vivió junto a Ñuflo de Chaves.

Su narración, como dicen los editores contemporáneos de su libro, “no ha perdido nada de su frescura e interés”. Describe de manera ingenua pero también descarnada, sin velos, “el feroz choque de culturas que significó la conquista española”. Schmidl no es un cura apologista o un historiador cortesano, como tantos otros cronistas, sino “un soldado curtido por años de privaciones” que escribe directo y sin sofismas.  

Veamos algunos de sus informes: “Los hallamos en el antiguo lugar donde los habíamos dejado antes, entre las tres y las cuatro de la mañana, durmiendo en sus casas, sin sentir nada… y dimos muerte a los hombres, las mujeres y aun a los niños”. “También tomamos como quinientas canoas grandes y quemamos todos los pueblos que hallamos e hicimos muy gran daño”. “Y entramos en el pueblo y matamos mucha gente, hombres, mujeres y niños”. “Entonces, con el auxilio de Dios Todopoderoso, tomamos el pueblo, y vencimos y matamos muchísima gente”. “Nos batimos y exterminamos muchísimos de esos agaces. Nos mataron alrededor de quince hombres…”.

Éstos van a ser siempre los números de esta “guerra” para “españolizar estas tierras”, al decir de Sanabria; es decir, unas decenas de bajas blancas contra miles de indias. “Hubo dieciséis muertos entre nuestra gente y muchos heridos, y también murieron muchos de los indios que iban con nosotros; pero nada ganaron los otros, pues murieron como tres mil de esos caníbales”. “Murieron en esta batalla como dos mil carios entre los que matamos en la batalla y las cabezas que luego trajeron los yapirus… Los carios mataron con sus flechas unos diez hombres de entre los cristianos…”, etc.

Esta historia, por supuesto, va a continuar.

*Fernando Molina es periodista y escritor

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Hernando Sanabria y el vínculo especial con España

Fernando Molina

/ 20 de octubre de 2024 / 06:00

Quizá el libro más resonante del prolífico e importante historiador cruceño Hernando Sanabria ha sido Ñuflo de Chaves, el caballero andante de la selva (1966) porque, como ya señalamos anteriormente en esta columna, en él se elaboró, con gran vuelo, el “mito del origen de Santa Cruz”.

Este mito consiste en remitir la “estirpe” de los actuales habitantes de esta región, los cruceños, al grupo de conquistadores españoles que fundaron la ciudad de Santa Cruz de la Sierra en 1561 e inventar así un vínculo singular con España, que es el que vamos a considerar en lo que sigue.   

Para funcionar, el mito requiere ennoblecer a los fundadores, lo que Sanabria realiza abundantemente, tanto destacando la condición de hijodalgo del teniente gobernador Chaves, como exaltando su nobleza de espíritu: “Es un caballero andante venido, por gracia de supremos designios, desde las pardas tierras catalanas a las selvas tremantes de misterio. Como todos los de su casta, atesora en su alma los más nobles sentimientos de la delicadeza humana, y el amor como el más depurado y cardinal de entre todos” (página 183).

Atención a la generalización “como todos los de su casta”. ¿Se refiere a todos los “caballeros andantes”?; ¿o a toda la “gente de calidad”, es decir, a los españoles de buena familia? Probablemente lo segundo, pues Sanabria describía a los acompañantes de Chaves como “una procesión de genios forasteros” que caminaban por la selva “no menos animosos ni menos dignos de nuestra admiración devota” que su jefe (p. 194). 

No hubiera necesitado hacerlo, porque era obvio, pero el escritor reconocía que “admira hasta el entusiasmo” a los españoles y que buscaba “contribuir a su alabanza con las vehementes expresiones que vierte en el relato” (p. 121). Los consideraba los “nuevos argonautas, no menos tenaces ni menos valerosos que los de la leyenda helénica” (p. 169). Solamente que “la misión del español” no era encontrar el vellocino de oro, sino “españolizar tierras indias” (p. 182).

En otro de sus libros, Breve historia de Santa Cruz (1961), Sanabria rechazaba “la versión simplista y corriente de nuestras historias convencionales”. Para él, “la llamada ‘Guerra de la Independencia’ no fue la arrebatada colisión entre españoles y americanos, en la que con depurado idealismo lucharon los unos por conseguir la libertad de su tierra, mientras con bárbara sinrazón se obstinaban los otros en mantenerla sojuzgada”. Esta imagen “no traduce con justicia y rectitud la realidad de los hechos”, afirmaba (p. 69). Sanabria pertenecía al grupo de historiadores que describen el proceso independentista como una “guerra civil” entre partes enfrentadas por razones de conveniencia antes que por sentimientos patrióticos. Por lo menos, en Santa Cruz. “Cabe advertir”, señalaba, “que en Santa Cruz de la Sierra la guerra por la independencia revistió caracteres que no son los determinados en… los textos oficiales y semioficiales”.

Un fenómeno que no solo ocurrió en esta ciudad, sino que “se presentó en varias otras comunidades en las que, sobre el autóctono, el mestizo y el moreno, predominaba el elemento blanco de origen hispánico” (págs. 70-71). Con lo que llegamos precisamente al punto. Éste es el mito del origen. Se asienta sobre la creencia de que los cruceños tienen una historia y una identidad diferentes porque han poseído siempre, y han conservado, un especial vínculo étnico-racial con España. 

Aquí conviene recordar, por nuestra cuenta, que el himno cruceño rima: “La España, grandiosa / Con hado benigno / Aquí plantó el signo / De la redención”; y que pone “la tierra de Ñuflo Chaves” a la “sombra” de España. Este himno fue ferozmente defendido por las fuerzas vivas de la región cuando lo criticaron algunos políticos.

La identificación del historiador Sanabria con lo español se expresa en el contenido de lo que escribe, pero llega incluso hasta su forma, a su prosa, que se parece a la de su admirado Gabriel René Moreno, solamente que estampada un siglo después de él; una prosa castiza, es decir, en este caso, españolizada, barroca (menos que la de Moreno, que era un cultor impenitente de la anástrofe o inversión del orden normal de la frase) y llena de vocablos “p. us.” (poco usado), “en desus.” (en desuso) y ant. (anticuado). La belleza de esta prosa es innegable, así como resulta evidente el deseo que simboliza.

Completan el retrato de la relación de Sanabria con lo español otras noticias, como que escribió varios textos “de tema cervantino” o que hace no mucho, el 10 de agosto de 2023, fue elogiado por La Esperanza, un periódico “católico-monárquico”, porque “mantuvo una línea de pensamiento favorable hacia el legado hispánico en las Indias”. Este curioso periódico lo halaga, basándose en las citas a su obra que aparecen en su página de Wikipedia, por criticar a Ignacio Warnes, el patriota cruceño por excelencia, aunque nacido en Buenos Aires, a causa de la división que este realizó, mientras luchaba por la Independencia, entre “patriotas” y “realistas”. Y otras cosas por el estilo.

Hasta aquí el vínculo con lo español, tal como lo concebía uno de los mayores intelectuales cruceños. Un segundo mecanismo del mito del origen es imaginar una forma de mestizaje que en ningún momento desvalorase el capital biológico aportado por el “elemento blanco de origen hispánico”. Ya hablaremos de ello.

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El ‘plus de gozar’ del proceso de cambio

El ‘goce’ en el psicoanálisis, como lo plantea Lacan, es una pulsión repetitiva que trasciende el placer y se arraiga en el cuerpo. Desde el capitalismo hasta la política boliviana, el goce se manifiesta en la búsqueda incesante de la repetición.

/ 12 de octubre de 2024 / 21:57

En el campo del psicoanálisis, el “goce” no es tanto el placer (plus) como la repetición. Es decir, la pulsión que se repite, el continuo retorno de lo reprimido, como volver a beber o fumar después de haberlo dejado por años. Hay goce en estas repeticiones, o sea placer mezclado con vaciamiento y angustia: ‘Me entrego a mi cuerpo, mi cuerpo me domina: esto me causa dolor pero lo hago de todas maneras porque también me produce placer, aunque sea un placer malvado, un placer de muerte y no de vida’.

Según Jacques Lacan, todo goce es corporal, incluso cuando la repetición parezca ser puramente emocional: volver con el “ex” violento, reproducir por enésima vez la misma pelea con la madre. Incluso estas conductas terminan en el cuerpo, encuentran una respuesta (mixta: recompensa y castigo) en él.

El goce es un tipo de satisfacción idéntico al que ofrece el consumo de cosas. La compra, el uso y la destrucción de mercancías son la repetición (diaria, semanal, etc.) predominante de nuestro tiempo, pues en él se promueve activamente. Constituye el núcleo del capitalismo expansivo en el que vivimos, que ya no practica las restricciones al consumo que necesitaba en su etapa de acumulación originaria. Antes, los seres humanos vivían en una civilización de la represión. Hace tiempo que hemos entrado en la civilización de la repetición, que produce, usa y desecha cosas ad nauseam. Las mercancías actúan como si estuvieran bajo la “maldición Gemino”, el encantamiento de la duplicación de Harry Potter.

Placer

“La civilización urbana es testigo de cómo se suceden, a ritmo acelerado, las generaciones de productos, de aparatos, de gadgets, por comparación con los cuales el hombre parece una especie particularmente estable”, ilustraba Jean Baudrillard en El sistema de los objetos.

El motor de esta producción, distribución y consumo incesantes, circulares, es la búsqueda frenética de la satisfacción, con una nota de malestar neurótico, de los cuerpos. Queremos consumir, nos remuerde consumir, insistimos en consumir y así cíclicamente.

La nuestra es una civilización, entonces, del goce.

Plus

Marx sostenía la estructura del capitalismo sobre la piedra basal del plus valor o valor sin paga del que se apropiaba el burgués. Lacan asienta la estructura del capitalismo sobre el “plus de gozar”. Ya sabemos que el goce es una pulsión que se repite. El “plus de gozar” es la pulsión de sentir esta pulsión, una pulsión al cuadrado. Es la duplicación del hechizo de la duplicación.

Los subalternos bolivianos llegaron al poder en 2006. ¿Lo hicieron para detener el proceso de modernización capitalista del país, al que ya movía el plus de gozar?; ¿o para exigir su espacio en él? Al fin y al cabo, en esto se diferenciaba la modernización boliviana de otras similares: en que no ofrecía un espacio efectivo a los subalternos locales, a los indígenas.

Pese a las protestas de “vivir bien” que inicialmente hizo el MAS, a esta altura ya ha quedado muy claro que jamás quiso reprimir la pulsión de repetición y goce de la modernización capitalista en Bolivia. Todo lo contrario, buscó ampliarla; trató de cumplir finalmente la “revolución capitalista”. En esta materia, los plebeyos calzados (inicialmente) con abarcas lograron más de lo que los burgueses bien trajeados habían conseguido previamente. El MAS impulsó más que nadie el sistema de repeticiones: hizo avanzar el productivismo a costa de la naturaleza, el consumismo a costa de la balanza de pagos y el blanqueamiento de orden personal a costa del proyecto antirracista colectivo. “Ahora es nuestro turno” de gozar; ”nos quedaremos 500 años” gozando. Este fue el leit motiv.

Evolución

Ahora bien, sabemos que el goce siempre debe terminar produciéndose en el cuerpo. ¿De qué forma, en este caso? Al principio, los cuerpos de los dirigentes del MAS eran cuerpos modelados por la disciplina de la pobreza y las privaciones, resistentes al frío, al calor, a las incomodidades extremas, sin gran experiencia en el placer sexual o de otra clase; cuerpos llenos de callos que se cubrían durante años con las mismas polleras y las mismas botas. Eran ex pongos o hijos de ex pongos que tenían en la mirada del gamonal (expansiva, autoritaria y lujuriosa) el referente de lo que debían rechazar.

Pero, ay, también, al mismo tiempo, de lo que debían imitar. Repetición, justamente.

Para Lacan, el “goce es el deseo del otro”, lo que significa –puesto que “otro” es, en traducción muy libre, la madre, el padre y la sociedad– que cada quien termina atrapado en el tipo de goce que ha determinado su propia socialización. “Paradoja señorial”: quienes eran víctimas de los señores terminaron convirtiéndose en una versión grotesca de quienes aborrecían: una suma de perversiones, gulas y codicias demasiado elementales.

Resulta, entonces, que finalmente no fueron la “reserva moral”. Igual que todos los demás, quedaron atrapados por el sistema que, en primer lugar, nunca se propusieron transformar porque estaban “apalabrados” por su ideología y urgidos por sus cuerpos carenciados a acatar por el goce.

Los verdaderos señores pueden mirar este desenlace con la debida superioridad moral. Al fin y al cabo, ha probado la solidez de su posición. El deseo de sus enemigos no ha sido otro que su propio deseo. Todo ha quedado, así, encerrado en un círculo irrompible.

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El mito del origen de Santa Cruz

Fernando Molina

/ 6 de octubre de 2024 / 06:00

En los años 30, nos cuenta Hernán Pruden en su libro De cruceños a cambas (Dum Dum Editora, 2024), el regionalismo cruceño se expresaba en dos posibles formas: el “separatismo” de Bolivia, que defendían los más radicales, y el “integracionismo” de la élite, que planteaba la firma de un nuevo contrato con Bolivia que facilitara el desarrollo de Santa Cruz. 

Ambas corrientes se diferenciaban nítidamente en su reconstrucción historiográfica del nacimiento de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, el hito original. Los integracionistas reconocían, como más apego a los documentos, que desde su fundación había formado parte de la Audiencia de Charcas; en cambio, los separatistas, algunos de ellos alentados por Paraguay en tiempo de guerra, subrayaban su relación con Asunción y la cultura guaraní.

Hasta aquí, Pruden. Añado que, pese a esta diferencia historiográfica, todo el regionalismo cruceñista, tanto el separatista como el integracionista, tiene una concepción etnográfica común sobre el origen, la cual alimenta, hasta nuestros días, las expresiones de racismo contra los demás bolivianos. Llamo a esta concepción “el mito del origen” y podemos verla combinando dos libros cruceños clásicos:   

En Economía y sociedad en el oriente boliviano, el historiador beniano José Luis Roca afirmaba que Ñuflo de Chaves fue fundador “más que de una ciudad, de una perdurable estirpe boliviana” (pág. 36). “Estirpe” significa: “Conjunto formado por las personas (ascendientes y descendientes) pertenecientes a una misma familia, especialmente si es de origen noble”. Hay en este concepto una nota de continuidad histórica y étnico-racial, un ethos que diferencia y da valor a una comunidad respecto de otras.

Esta construcción exige, para asentarse con seguridad, de una piedra fundacional que sea tan lucida como sólida. Cumplen esta función, en el caso cruceño, Chaves y el puñado de familias conquistadoras y colonizadoras que, saliendo de Asunción, fundaron y poblaron originariamente la ciudad.

Si para darse un pasado mítico los romanos imaginaron que descendían de tronco troyano, que su línea comenzaba en el semidios Eneas y los sobrevivientes de la caída de Ilión cuya historia fundadora plasmó inmortalmente Virgilio en La Eneida, el historiador cruceño Hernando Sanabria escribió la “Eneida cruceña” bajo la forma de una biografía al modo ficticio del primer teniente gobernador del “reino de Mojos”.

Este propósito se expresa ya en el título de su obra, que no es otro que Ñuflo de Chaves, el caballero andante de la selva. “Andante” por sus sucesivas y fatigadas jornadas desde su natal Trujillo, en Extremadura —el mismo lugar de donde salieron dos Franciscos fundamentales para la gesta conquistadora: Pizarro y Orellana— hasta la isla de Santa Catalina, en la costa de lo que hoy es Brasil; luego, cruzando el río Paraná, a Asunción, que había sido fundada pocos años antes; después hacia el noroeste de esta ciudad, que a mediados del siglo XVI fue la capital de la conquista de la zona suroriental de Sudamérica, a través de pantanos, selvas y desiertos, en busca de la Sierra de Plata, uno de los pocos mitos sobre las riquezas de las Indias Occidentales que tenía asidero, ya que se plasmaría en el descubrimiento de Potosí; de nuevo a Asunción, a reponerse; de nuevo a las vastas extensiones norteñas, en guerra permanente con grupos de indígenas guaraníes-chiriguanos; desde ahí hasta Lima, para gestionar el reconocimiento virreinal del gobernador asunceno y jefe directo suyo, Domingo Martínez de Irala, y tocando las ciudades de Charcas y Potosí, para comprobar el rumor de que la Sierra de Plata ya había sido descubierta y estaba comenzando a ser explotada; de vuelta a Asunción, trayendo vituallas y nuevos colonizadores; de ahí, en el viaje que lo volvería inmortal para los bolivianos, hasta el Guapay o río Grande, donde fundaría Nueva Asunción o La Barraca, primer poblado español en el territorio que sería el oriente boliviano; nuevamente a Lima, a conseguirse el cargo de teniente gobernador; de vuelta a las riberas del Guapay, donde fundó la primera Santa Cruz de la Sierra (en homenaje a la localidad de este nombre, a 13 kilómetros de Trujillo, donde, según Sanabria, su familia tenía una propiedad); de nuevo a Asunción, de nuevo a Santa Cruz de la Sierra y, finalmente, otra vez camino a Asunción, cuando fue asesinado por un jefe indígena local.

Pero sobre todo “caballero”, ya que Sanabria lo pinta como “gente de calidad”, como en su siglo se decía de los que tenían apellidos de alcurnia o “buena cuna”, y, además, lo pinta —¡con qué trazos!— como un hombre puro, desinteresado, capaz, con don de mando, justo, leal, más orientado a cumplir “la gran causa” de la colonización hispana que a obtener riquezas personales (pese a que la muerte lo encontraría mientras viajaba en busca de oro).

Sanabria postula a Chaves y los conquistadores que lo acompañaron como los héroes cruceños por antonomasia. Fundadores, entonces, de una “estirpe” que, a diferencia de las demás identidades bolivianas, se conservaría así, vinculada a estos hombres por mecanismos de los que ya hablamos y volveremos a tratar.

Fernando Molina es periodista

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Separatismo cruceño y racismo

Casi siempre, se sabe, mujeres guaraníes abusadas por blancos patricios.

Fernando Molina

/ 22 de septiembre de 2024 / 07:03

El importante libro de Hernán Pruden De cruceños a cambas (Dum Dum Editora, 2024) muestra que una vena de separatismo cruceño recorre longitudinalmente la historia boliviana. También, que este siempre se ha basado en la comprobación/postulación esencialista de una diferencia identitaria irremediable entre los cruceños y el resto de los bolivianos.

Como dijo en febrero de 1939 el convencional beniano Gonzalo Cuellar Jiménez, crítico del ultra regionalista Partido Oriental Socialista (POS), “es el racismo equivalente al separatismo”. Cuellar reaccionaba de este modo a la declaración del POS de enero de ese mismo año, firmada en Cachuela Esperanza, sede del auge gomero de principios del siglo XX. En esta declaración se prometía, nos informa Pruden, “sostener el principio de la defensa de nuestra raza”.

El del POS era extremismo, pero no aislado. La concepción de la diferencia étnico-racial o de nacimiento entre los cruceños y el resto de los bolivianos viene de muy atrás y se ha conservado hasta nuestros días, alimentando —en las crisis— los brotes separatistas. Se podría decir, sin comprometer a Pruden, que el separatismo no ha sido otra cosa que la traducción política del racismo cruceñista. (Aunque el racismo es más amplio que el separatismo y también puede politizarse como demanda de distintas formas de autogobierno dentro de Bolivia).

“Los fundamentos de la campaña separatista —escribe Pruden refiriéndose a la acción del POS a fines de los 30— fueron tanto la historia [de abandono de Santa Cruz por el centralismo paceño] como ciertas características étnicas que se atribuyeron a la población de Santa Cruz. Por un lado, los cruceños eran descritos como el producto de la fusión de españoles y guaraníes, por lo tanto mestizos, pero de un tipo distinto a los mestizos altiplánicos. En las tierras bajas habían heredado lo bueno del español y lo bueno del indígena, a diferencia de los oriundos de las tierras altas que habían recibido solo las ‘malas’ características de cada grupo” (p. 83).

Puede leer: Mestizaje y Racismo

Este “mestizaje diferencial”, señala Pruden, atribuía a los indígenas de tierras bajas una mayor capacidad de “blanquearse” que la de los demás indígenas. Añado, por mi cuenta, que dicha facultad era simétrica a la concedida por Gabriel René-Moreno a fines del siglo XIX a los blancos cruceños, que, según este famoso escritor, tenían la capacidad de licuar y hacer desaparecer los trazos de la sangre indígena “en dos generaciones” (Catálogo de los Archivos de Moxos y Chiquitos). Con lo que los vástagos podían emerger impolutos de los escarceos sexuales que habían tenido sus abuelos con guaraníes. Casi siempre, se sabe, mujeres guaraníes abusadas por blancos patricios.

Junto a esta del “mestizaje diferencial” había otra tesis, “integracionista” respecto a Bolivia pero igualmente racista, que afirmaba que los cruceños eran, directamente, españoles. Cero sangre guaraní. Esta tesis también se conserva. “Venimos de los barcos”, como dijo en un video un joven navegante de las redes sociales durante alguno de los últimos paros cívicos.  

Llamo a esta creencia “mito de la diferencia” y es uno de los tres mitos que recibe como herencia y sobre los que se construye el “cruceñismo”, la ideología de masas en Santa Cruz tras la Revolución Nacional de 1952, que es un “integracionismo” moderno. Los otros dos son el “mito del origen”, que convierte a los creadores de Santa Cruz en una suerte de “caballeros andantes de la selva” (Hernando Sanabria), una “estirpe” (José Luis Roca) de la que provienen los cruceños como los romanos venían de Eneas y los troyanos perdidos. Y el mito de la “sociedad sin dolor”, en la que los indígenas oriundos no han sido víctimas ni perdedores, y las únicas amenazas son externas, las que llegan desde las montañas y el Centro.

En las siguientes columnas analizaré cómo operan estos mitos en el surgimiento mismo del cruceñismo como ideología moderna y de masas. Lo haré de la mano de Pruden, aunque, como he dicho, sin comprometerlo.

Fernando Molina es periodista

*La Razón agradece el retorno a nuestras páginas de Fernando Molina.

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