El virus en la guerra
En tiempos de guerra, la necesidad convulsiva de construir al enemigo es vital; al cual se le achaca todo lo peor, inclusive las propias incompetencias.
Ministros con barbijos y ataviados con traje de combate militar aparecen públicamente para decir que están luchando contra la pandemia, y a la vez amenazan con intervenir/encapsular los territorios donde habitan, según ellos, los peligrosos para la salud de la sociedad. Esa escenificación tiene un mensaje: estamos en guerra. Desde el pasado noviembre, cuando la democracia se resquebrajó, ellos efectivamente están en guerra. La masacre de campesinos respondió a esa lógica bélica: aniquilar al enemigo.
Las guerras son provocadas por los hombres, en tanto que las epidemias son fenómenos biológicos infectocontagiosos. Pero el Gobierno de Jeanine Áñez se sumó al unísono al discurso falso en boga: la guerra contra el coronavirus. Este discurso represivo cuaja además con contextos en los que campea el autoritarismo.
Mucha gente siente miedo, angustia, ansiedad, entre otras sensaciones negativas, por la presencia del COVID-19 en sus vidas. En términos de psicología de masas, esas sensaciones tienen un uso político. O sea, son un caldo de cultivo para la implementación de estados de excepción: militarizar sobre todo, territorios enemigos; atentar contra los derechos constitucionales; o perseguir política o jurídicamente a los enemigos, como a la alcaldesa de Vinto. Todo en nombre de la guerra contra la pandemia. Es la paranoia de la persecución al enemigo.
Así, el Gobierno transitorio se mueve en varios escenarios bélicos: la guerra virtual, de posiciones y mediática, para capturar, estigmatizar y humillar a sus “enemigos internos”. Es una vieja receta desempolvada de los manuales estadounidenses de guerra de baja intensidad, diseñada en el marco de la seguridad nacional y usada durante las dictaduras latinoamericanas para destruir al enemigo interno: el comunismo.
En tiempos de guerra, la necesidad convulsiva de construir al enemigo es vital; al cual se le achaca todo lo peor, inclusive las propias incompetencias. Y al mismo tiempo, sirve para la personificación de un enemigo colectivo que permita generar una causa nacional. Así, se siembra el miedo a través de “acciones psicológicas”, con la participación de medios de comunicación y redes sociales. Por ejemplo, policías aparecen intempestivamente en el trópico cochabambino provocando la reacción de los pobladores, acto seguido, un periódico los tilda de “agresivos”, y para acabar el guion de la trama, el ministro del área amenaza con encapsular ese territorio. Mientras tanto, el coronavirus hace estragos en otros territorios, incluso en aquellos que ellos consideran propios.
La incertidumbre es otra forma de generar ansiedad. El Gobierno mexicano informó que la cuarentena se alarga hasta fines de mayo. Mientras que el gobierno de Áñez espera hasta el último momento para informar la extensión del confinamiento domiciliario. Otra forma de sembrar angustia, otra forma de control.
El Gobierno transitorio optó por esa lógica militarista sobre el criterio sanitario. En medio de la pandemia, prefirió equipar a las fuerzas represivas, mientras faltaba equipamiento médico y, sobre todo, pruebas masivas para medir estadísticamente la presencia del COVID-19 en Bolivia. Quizás para ocultar la verdadera hecatombe sanitaria.
Esta pandemia llegó a Bolivia en medio de un Leviatán construido previamente: el ejercicio autoritario dizque para defender la sociedad. En estos días del coronavirus es una señal inequívoca que la guerra continua.
Yuri F. Tórrez es sociólogo.