Priorizar las restricciones
Aveces los líderes creen que todo es posible en la política, pecan de voluntarismo. Más bien, una de sus principales tareas consiste en saber manejar las restricciones, a veces fuera de su control, que les dificultarán el logro de sus objetivos. Alguna vez, la fortuna les sonreirá aligerándolas, pero lo más común será que deberán vivir con ellas, les gusten o no.
En esta coyuntura tan rara, todos los gobernantes enfrentan al menos tres grandes restricciones: la biológica-sanitaria, la falta de oferta suficiente de vacunas y los problemas financieros.
La primera, tiene que ver con la circulación del virus, que sigue sorprendiendo, desbaratando las planificaciones incluso de las administraciones más sofisticadas. Basta ver la inestabilidad que está provocando la aparición de nuevas cepas en Europa, continente que está enfrentando su tercera ola con restricciones a una sociedad cansada, o la erosión del apoyo a Bolsonaro, Piñera o Fernández en nuestro continente, provocadas por la persistencia de la enfermedad, sin que casi importen las políticas que se están aplicando en uno u otro lugar.
A esa radical incertidumbre, se agrega la ya evidente insuficiencia de la oferta global de vacunas contra el COVID-19, lo cual está ralentizando la entrega de lotes en todo el planeta y está provocando incluso conflictos entre los países que se las disputan. Es un cuello de botella que tiene solución, pero en el mediano plazo. Probablemente, en los próximos meses habrá vacunas insuficientes en el mercado, problemas de abastecimiento y muchos demandantes, no hay que confiarse.
Por si eso no fuera poco, la expansión del gasto y de la deuda pública, acompañadas de una economía que sigue funcionando a media máquina, plantean la álgida cuestión de cómo financiar sosteniblemente ese esfuerzo. Este desequilibrio tiene dos caras: la necesidad de financiar déficits públicos que tienden a crecer y por la otra contar con suficientes divisas en un momento de ralentización del comercio y de la inversión extranjera. Las opciones para obtener recursos frescos tampoco son muchas y tienen costos que se debe considerar.
Hago estos apuntes porque sigo pensando que el éxito o fracaso del gobierno del presidente Arce dependerá de su capacidad de manejar la salida de la pandemia y lograr una estabilidad/reactivación económica hasta mediados del próximo año, tareas vitales que no han cambiado un ápice pese a las ruidosas escaramuzas políticas del último mes sobre otras cuestiones. No hay que equivocarse, esas tres restricciones seguirán siendo relevantes para Bolivia y su gobierno hasta bien entrado el 2022, no habrá salida fácil ni rápida de la crisis. Mientras eso no se resuelva, la ciudadanía seguirá enfrentando grandes limitaciones, pero la paciencia y las expectativas también se agotan.
El primer antídoto contra esos riesgos es pensar y funcionar en el peor escenario sanitario, de provisión de vacunas y de falta de recursos públicos y divisas. No hay que distraerse mucho en otras cosas. Es decir, hay que planificar cómo se gestionaría una imparable tercera ola, la cual no es tan improbable considerando que la reducción del contagio se ha detenido, y/o un proceso de inmunización lento debido a los problemas de provisión de esos fármacos que ya se están viendo.
En el frente económico, se esperaría que se desplieguen estrategias realistas de endeudamiento externo, de manejo de las finanzas públicas y también gestiones diplomáticas que aporten oxígeno financiero, en el corto y mediano plazo, a las cuentas públicas y externas. El contexto internacional no es muy hostil, aunque ya aparecieron algunos nubarrones en el horizonte, gracias a la alta liquidez de los mercados financieros, las bajas tasas de interés y a las posibilidades que podrían aparecer con un inteligente posicionamiento del país en el nuevo juego geopolítico global. Pero, el tiempo apremia.
No pretendo ser ave de mal agüero, pero siento que en tiempos de una crisis casi sistémica y con una incertidumbre a la octava potencia, hay que pensar siempre lo peor, justamente, para evitarlo.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.