Edificios, museos y monumentos
Las fiestas de agosto han salido de su pomposa rutina anual por dos eventos polémicos. Por un lado, la inauguración de una nueva infraestructura que le da dignidad a la Asamblea Legislativa Plurinacional. Por otro lado, la movilización de un grupo de jóvenes que intentaron derribar la estatua de Cristóbal Colón, logrando solo desnarigarlo y pintarle el rostro de negro.
En el caso del edificio de la Asamblea Legislativa, los asambleístas de oposición se negaron a participar en la sesión inaugural, alegando que se trata de un lujo innecesario. Según ellos, era preferible que se siga sesionando en el antiguo edificio donde solo unos pocos privilegiados contaban con oficinas y escritorios. Para los asambleístas de Comunidad Ciudadana era mejor que los diputados se sigan sentando en curules centenarios, codo a codo con el compañero, sin posibilidad alguna de guardar distancia social en pandemia. Para su mentalidad colonial, los representantes electos para legislar Bolivia no merecen tanta comodidad y respeto. ¡Habrase visto semejante atrevimiento!— comentan azorados los asambleístas de Creemos mientras vuelan a pasar el fin de semana en Santa Cruz, donde disfrutan condominios privados con playa artificial y arena traída de Bahamas.
Similar actitud generó en su momento la inauguración de la Casa Grande del Pueblo. La dictadura de Jeanine Áñez incluso llevó a la prensa boliviana a filmar la ignominia y el derroche: ¡Imagínense ustedes! ¡Un Presidente de Bolivia se atreve a tener una cama, un peine y un cepillo de dientes en el lugar donde trabaja hasta 15 horas por día!
Desde que se ha democratizado el poder y los representantes electos por el pueblo se le parecen en fisonomía, cultura y costumbres, la comodidad de las infraestructuras de gobierno no se critican por austeridad, sino por simple racismo. Es la misma lógica con la que se construye departamentos con duchas inteligentes y mesones de mármol, pero se destina cuchitriles con piso de cemento y sin ventanas para que viva “el servicio”.
Aun no se ha definido qué hacer con el antiguo edificio de la Asamblea, ahora desocupado. Dicen que se convertirá en un museo. ¿Qué tipo de museo será?, me pregunto. ¿Otro monumento a la colonialidad, otro espacio dedicado a que los próceres cuelguen sus fotografías? ¿Cuántos salones de la fama tenemos ya, plagados de hombres blancos, cultos, de levita, de corbata o de charreteras, mirándonos desde su altura en salones que nadie visita? ¿Cuándo la historia se convirtió en un montón de objetos empolvados en vitrinas? Es urgente revisar el rol que juegan los museos en momificar lo vivo, el petrificar los procesos, en solidificar las versiones y santificar una sola mirada de los hechos. Esa misma mirada que nombra calles, define héroes y erige monumentos.
Como el monumento a Colón, que donaron los residentes italianos en Bolivia y adorna el centro de la ciudad de La Paz hace casi un siglo. No se puede negar que el artefacto es bonito: mármol blanco tallado por un insigne artista, una obra de arte en pleno derecho. Me pregunto, sin embargo, qué dirían los habitantes de Israel si la comunidad alemana donara (con la mejor de las intenciones) una hermosa estatua de mármol de Hitler y la situara en una plaza céntrica de Tel Aviv. ¿La defenderían por ser una obra de arte y un patrimonio histórico? No es una comparación exagerada: El nazismo de Hitler persiguió, torturó y asesinó a seis millones de judíos. El colonialismo de Colón persiguió, torturó y asesinó a cien millones de indígenas en el continente americano.
Hay quienes proponen quitar la estatua de Colón y las de otros colonizadores que pueblan nuestras plazas para, en lugar de destruirlas, trasladarlas a museos. ¿Qué tipo de museos serán?, me pregunto.
Verónica Córdova es Cineasta.