Defensa sagrada
Cada año a finales de septiembre el pueblo iraní celebra un aniversario más de su triunfo en la guerra impuesta por el gobierno iraquí en 1980. Tras el triunfo de la Revolución Islámica de Irán en febrero de 1979, incrementaron las discrepancias políticas entre Irán e Irak dando lugar a un conflicto sangriento.
El motivo del comienzo de este conflicto fue una combinación de dos factores, regional e internacional, puesto que en el mundo de aquel entonces dividido entre bloques de Occidente y Oriente cualquier revolución con naturaleza religiosa, y más aún islámica, iba en contra de los intereses del sistema hegemónico y, por tanto, no se permitía la aparición de un polo independiente cuyo germen fue fecundado con el triunfo de la Revolución Islámica en Irán.
Israel y los países árabes reaccionarios en la región de Oriente Medio también estaban preocupados por el triunfo de la Revolución Islámica y su influencia en los musulmanes en esa zona. Todo ello motivó que el entonces presidente iraquí Sadam Husein, dando rienda suelta a su enemistad contra Irán, rompiera ante las cámaras de televisión el pacto firmado con el exrey de Irán en 1975 sobre las controversias fronterizas y comenzando su agresión contra el país persa el 22 de septiembre de 1980.
El ejército iraquí inició en esa fecha su incursión militar a lo largo y ancho de las fronteras comunes bombardeando en las primeras horas 19 puntos neurálgicos en el interior de Irán, incluyendo los aeropuertos de ese país. La agresión iraquí ocurrió cuando apenas transcurrían 18 meses del triunfo de la Revolución Islámica, el nuevo gobierno revolucionario aún no había tomado el pleno control del país y tenía que enfrentarse con muchos intentos de separatismo en los distintos rincones de Irán. El ejército iraní, que suponía ser defensor de las fronteras del país, estaba desmoronado a causa del derrocamiento del régimen anterior y distaba mucho de adaptarse con la nueva situación revolucionaria.
La invasión del ejército iraquí al revolucionario país de Irán estaba basada en la suposición de que el ejército iraní carecía de suficiente poderío después de la Revolución Islámica. Aunque cierta esta hipótesis, el enemigo no había tenido en cuenta la gran energía acumulada y la extraordinaria vocación de la Revolución Islámica en la movilización del pueblo para resolver distintos problemas, entre ellos, la situación bélica en el país. Así pues, aparecieron paulatinamente talentos ocultos en la revolución, naciendo una nueva fuerza armada (el Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica) que no solo llenó el vacío producido por el desmoronamiento del ejército imperial, sino que se convirtió en un factor determinante en el desarrollo del conflicto bélico.
El Occidente, con una conducta hipócrita, intentaba tanto presionar a Irán, reforzando el poderío bélico de Irak, como mantener abiertas las vías para un posible regreso del país persa al campo occidental. A la par, la superpotencia del Este intentaba aprovecharse del conflicto entre Irán e Irak. Así, la ex Unión Soviética procedió a fortalecer las Fuerzas Armadas y especialmente la Fuerza Aérea de Irak, poniendo a su disposición aviones de combate MIG-25.
Mientras tanto, estaban en curso las conversaciones sobre la Resolución 598 del Consejo de Seguridad de la ONU. Esa resolución, aunque reconocía en parte los derechos del gobierno iraní, no condenaba a Irak como iniciador de la guerra. A principios de 1988, los misiles iraquíes alcanzaron por primera vez la capital iraní, la ciudad más poblada del país. Al mismo tiempo el ejército iraquí bombardeó con armas químicas la ciudad kurda de Halabche, ubicada en el territorio de Kurdistán iraquí, tomada por las fuerzas iraníes días antes, matando a más de 5.000 almas inocentes, la mayoría niños y mujeres.
Ante semejante atrocidad, el gobierno iraní aceptó la Resolución 598, por lo que fue declarado oficialmente el cese al fuego el 20 de agosto de 1988. A pesar de que fue el gobierno de Irak el iniciador de la guerra en 1980, la ONU, en un silencio vergonzoso, no hacía ninguna referencia a esa realidad y solo confirmó la agresión iraquí contra Irán cuando el gobierno de ese país invadió a su vecino Kuwait en 1990.
Así, tras ocho años de valiente defensa por los combatientes iraníes, el enemigo no solo no pudo ocupar ni un palmo del territorio de Irán, sino asumió su derrota con plena impotencia, lo que demostró la grandeza y autoridad de la República Islámica de Irán.
Morteza Tafreshi es embajador de la República Islámica de Irán.