Que la guerra no me sea indiferente…

Imagina un país surgido de las ruinas del muro de Berlín y el desmantelamiento de la Guerra Fría, donde una “revolución de colores” obliga al Presidente a renunciar y salir al exilio. Imagina que el vecino más rico y poderoso de ese país, molesto con la dirección que toma el nuevo gobierno, inicia una guerra y desencadena destrucción, destierro, masacres y hambruna. Otros países intervienen para enviar armas, financiamiento y asesores hasta convertir el conflicto interno en una proxy war, como se le llama ahora a la guerra internacional indirecta.
No estoy hablando de Ucrania, sino de Yemen. Una guerra que lleva ya siete años, pero de la que probablemente sabes casi nada. Las imágenes de sus escuelas y hospitales destruidos, de sus muertos a la intemperie, de sus bodas bombardeadas y de sus niños famélicos no se ven en todos los noticieros, ni te llegan mensajes de solidaridad con Yemen en tu muro de Facebook.
Como la de Yemen hay decenas de guerras que, a pesar de que llevan años desangrándose, nos han sido indiferentes. Si un árbol cae en el bosque y nadie está ahí para escucharlo: ¿ha caído realmente? Si una guerra ruge en algún lugar lejano y ningún medio internacional la cubre: ¿tiene alguna consecuencia? Arabia Saudita y la coalición árabe que bloquea Yemen por aire, tierra y mar, impidiendo el ingreso de alimentos y medicinas, ha provocado la peor crisis humanitaria del mundo contemporáneo, incluyendo entre sus horrores la muerte por inanición de miles de niños y ancianos. Y sin embargo, Arabia Saudita no ha sido sancionada económicamente ni expulsada de foros internacionales, sus medios de comunicación no han sido censurados y sus súbditos no son objeto de represalias: todo lo contrario. Estados Unidos y varios países de la Unión Europea les proveen de armas para que continúen bombardeando a su vecino más pobre y pequeño.
Que lo injusto no me sea indiferente…
Imagina un país que ha sido invadido y ocupado por un imperio poderoso por 20 años. En ese tiempo, lejos de llevarles libertad, democracia y prosperidad los invasores han saqueado sus riquezas minerales y petroleras, han llevado sus mercenarios para “pacificar” y a sus empresas para “reconstruir”, generando una corrupción tan inconcebible que los mismos fundamentalistas a quienes expulsaron del poder han regresado triunfantes para recuperarlo, mientras los invasores y sus aliados huían despavoridos. Estoy hablando de Afganistán, aunque es muy fácil confundirse con ocupaciones similares, como la de Irak o la de Libia, perpetradas por el mismo invasor.
Durante los 20 años de ocupación norteamericana, la economía afgana no floreció (como no florecieron la libertad ni la democracia). El país vivió de la ayuda internacional, que se ha retirado en cuanto los talibanes regresaron. Además de incautar sus reservas financieras, Estados Unidos ahora ha decidido repartir una parte importante del dinero afgano entre los familiares de las víctimas del ataque del 11 de septiembre. Mientras tanto, la crisis humanitaria entre el pueblo afgano empieza a parecerse mucho a lo que han vivido los yemeníes en los últimos años.
Pero Estados Unidos no es sujeto de sanciones ni de reprimendas. No ha sido expulsado del Consejo de Derechos Humanos: al contrario, se retiró voluntariamente después de que la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos denunciara a ese país por separar a los niños migrantes de sus padres y encerrarlos en jaulas.
La guerra es, para todos, siempre, un monstruo grande que destruye la inocencia de la gente. En Ucrania, en Irak, en Yemen, donde sea: no hay buenos y malos, no hay defensores y defendidos. Hay solamente intereses que se alimentan de la desgracia y se enriquecen de la muerte ajena.
Que el engaño no nos sea indiferente.
Verónica Córdova es cineasta.