Sociedades a flor de piel
Para nadie es una novedad en este tiempo que un campo de batalla privilegiado de la política se ha vuelto ese lugar en el que se pugna, en gran parte, por la emocionalidad de turno de la ciudadanía. Diversas condiciones societales han hecho que una buena generalidad de nuestra política (y nuestra democracia) se encuentre al día de hoy altamente guiada por las sensaciones que nos generan las coyunturas (o el relato predominante sobre ellas), antes que las férreas posiciones ante situaciones tremendamente complejas. En la actualidad, pareciera que nos movemos al son de las turbulencias afectivas de turno y que la esperanza e indignación de los conglomerados sociales parecen depender de los relatos y narrativas que continuamente se busca posicionar como una verdad ante determinados hechos. Esto es reflejo de una parte de la ciudadanía despolitizada y sumergida en una infodemia constante que busca encender y mantener prendidos los sentimientos y las pasiones ante hechos coyunturales antes que las posturas y las posiciones ante momentos históricos.
Buena parte de la responsabilidad de estos fenómenos tiene que ver con las dinámicas de espectacularización de la política que se intensifican mucho artificialmente en escenarios electorales/electoralizados y se desinflan igual de rápido una vez iniciadas las gestiones de gobierno, que es donde se empiezan a resquebrajar los espejismos construidos y más bien se inicia — casi sin tregua— la puesta en duda de la estabilidad y la gobernabilidad. Como un ejemplo, apenas hace unos 10 días el Gobierno chileno cumplió un mes de mandato y, en medio de ello, algunos hechos dan cuenta de una situación social rápidamente cambiante y complejizada, las encuestas de popularidad muestran importantes descréditos en algunas autoridades, existen conflictos visibilizados sobremanera (casi como si hubieran iniciado hace un mes por vez primera, como ser la delincuencia o los hechos de la Araucanía) o, directamente, muestras de rechazo al nuevo presidente que ayer zafó de un piedrazo en una visita. Pareciera que habláramos de sensaciones casi bipolares que hace muy poco constituían a sus líderes en el nuevo signo de la esperanza (hasta regional y global) y hoy los rechazan con una facilidad que, en términos democráticos, preocupa. Se trata pues de algunas de las consecuencias de tener sociedades a flor de piel, reactivas a los ánimos que se construyen desde escenarios mediáticos y digitales en esta continua batalla por los sentidos que se libra a nivel global.
Acá, en Bolivia, tras la crisis política donde el relato de recuperación de la democracia logró de alguna manera posicionarse como victorioso, se hizo rápidamente claro que los primeros 100 días de gobierno fueron muy débiles. Esto puede deberse también a cuán rápidamente la emocionalidad de una buena parte de la sociedad volteó a otras demandas y agendas, muchas de ellas realmente urgentes y que hasta ahora no encuentran cauce estando por llegar al límite de sí mismas, tal es el caso de la reforma de justicia y las continuas violaciones a los derechos y las vidas de las mujeres. Hoy, se puede decir que nuestra sociedad tiene a flor de piel la problemática de la injusticia y el feminicidio en Bolivia y, más grave aún, cuando estas sensaciones están acompañadas de desconfianza en el Estado pueden tornarse muy difíciles de gestionar. Ahora, independientemente de los escenarios locales que, sin duda, tienen varios y distintos matices, los riesgos de vivir en un continuo estado de política emocional puede llevarnos a seguir resquebrajando nuestro ya debilitado tejido social, dejándonos en continuo estado de polarización o, peor aún, sacando definitivamente de nuestro vocabulario común palabras como: horizonte, encuentro, alteridad, diálogo, acuerdo… democrático.
Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka.