Elogio de la ‘thayacha’
Ningún tiempo es mejor o peor, solo son diferentes. Las formas de vida del pasado —para algunos— eran mejor que las de ahora porque no había tanta polución de ruido, automotores, anuncios y celulares como un intermediario para comunicarse y estar en el mundo. En cambio, antes era posible jugar fútbol en la calle hasta la medianoche o ir al jardín de infantes solo, sin temor a los automotores, secuestradores o degenerados. No es cierto, el peligro siempre acecha, en este tiempo como en los pasados y por eso es bueno advertir a las nuevas generaciones que muchas cosas simples que están por desaparecer, nos alegraban la vida y hacían llevaderos los riesgos que presupone vivir en una ciudad, cualquiera sea ésta.
Me cuenta mi hermana que de niño, escapaba semidesnudo al parque cercano de la casa donde morábamos para evitar ir al peluquero, mi madre y su ayudante, junto a un policía me perseguían para atraparme. Lo que recuerdo es que una condición para someterme a la espantosa máquina jaladora de cabellos era que a la vuelta me lo compraran thayacha, esa oca congelada color abeja que vendían en un pequeño nido de paja brava. Los jalones de máquina tenebrosa eran recompensados con una buena porción rociada de miel de caña. La thayacha, elaborada con la oca isañu, es sometida a las heladas del altiplano invernal, por eso solo aparecía en esta época y podías comerla como postre o a cualquier hora del día, nunca de noche. La mayoría de los bolivianos que viven en el exterior extrañan el chuño y la variedad de ajíes y eso es lo que se hacen enviar para elaborar la jallpa wayka o llajua y chuño en la heladera. En mi caso era el isañu para, una vez cocido en abundante agua, desprenda su color morado y beberlo, luego ubicarlo en el congelador hasta el día siguiente y servirlo rociado con varios tipos de dulce, sentarse frente a la ventana o en tu terraza y saborearlo lentamente porque su propiedad glacial no te permite ingerir trozos grandes.
Siempre fue considerado un alimento afrodisiaco y su agua beneficiosa para la próstata. Cualquier exageración produce que tu presión se eleve; ahora se encuentra pulverizada en algunos mercados y tiene un sabor agradable y sirve de infusión. Es el viagra popular, conocido desde tiempos ancestrales y permitió que la población indígena originaria del Tawantinsuyu se reponga de los múltiples genocidios y sobreexplotación en la mita. Apiña mama lo designan en quechua, tropaeolum tuberosum es su nombre botánico científico. Muchos cronistas hablan de ella, Holguín la refiere como “género de raíz como oca” y ponderan su resistencia a las sequías.
Bertonio refiere que se la guardaba todo el año para su consumo, asada o cocida, y se la endulzaba como ahora, exponiéndola al sol invernal durante varios días. También, pulverizada servía para elaborar una pasta llamada tuqra para acompañar el pijchu y el akulliku con coca. Existen diferentes variedades, entre ellas ch’ekkchi, de bulbos jaspeados; q’uillu, de tubérculos amarillentos; muru, de corteza negruzca (mi favorita); okkhe, de carne azucarada; puka, de carne rojiza; yana, de cáscara negra, entre otras que desconocemos.
Es del orden de las geraniales, de flores zigomorfas, plantas herbáceas; según los botánicos, existen 80 especies, en su mayoría andinas.
Todavía los grandes restaurantes y los chefs, esos seres alados que generan inmediatamente la felicidad, no la conocen intensamente. Bolivia tiene espacios interandinos que producen una inmensa variedad que, seguramente, desconocemos hasta ahora y puede ser aprovechada para el consumo masivo interno y la exportación porque su cultivo carece de agroquímicos.
Debo subir hasta los mercados de El Alto a conseguir la thayacha q’uillu, que es la más conocida y popular y compro el muru isañu de los pequeños puestos del Cementerio General, de las vendedoras que llegan del altiplano. Como lo fueran la quinua y el amaranto o kiwicha, excluidos y segregados de las dietas, este superalimento no llegó a los restaurantes de la ciudad. Consumir este tubérculo, que tiene muchos beneficios, además de sus virtudes medicinales, su exquisito sabor que puede ser resaltado al horno, hervido, curtido o como la imaginación nos provoque; también es una manera de descolonizarnos.
Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.