Tal vez, solo tal vez, un país dividido cuya respuesta a un virus se tornó en una guerra tribal pueda aprovechar este momento para bajar las armas y declarar una tregua. El Presidente tiene COVID. ¿Ahora qué? No obstante lo avanzado de su edad, el presidente Biden goza de una protección importante al ser un adulto vacunado, con doble refuerzo y acceso a tratamientos disponibles como el de Paxlovid. Si hemos llegado al punto en que un presidente que da positivo solo provoca que encojamos los hombros, es la señal más clara hasta ahora de que, de manera prudente o no, hemos pasado página.

La subvariante BA.5 del coronavirus ha sido especialmente habilidosa para infectar y reinfectar. Para el líder del mundo libre, tal vez ésta sea una forma de mostrar que es hora de seguir adelante. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, sugirió que mientras Biden se aísla todo seguirá como de costumbre. Desde el punto de vista histórico, por supuesto, esas declaraciones no siempre resisten al escrutinio. Los informes en tiempo real sobre el estado de salud de Donald Trump cuando dio positivo por coronavirus en octubre de 2020 subestimaron bastante lo enfermo que estaba. En los días previos a que las vacunas estuvieran disponibles, una persona de 74 años que tomaba estatinas ya estaba en alto riesgo. Desde entonces, nos hemos enterado de que la oxigenación sanguínea de cuando Trump estaba enfermo bajó a los 80, que le dieron esteroides potentes y que tuvieron que ponerle oxígeno, incluso cuando el médico de la Casa Blanca, Sean Conley, insistió en que el Presidente estaba “muy bien”, sus asistentes se esforzaron por conseguirle tratamientos aún experimentales.

El gobierno de Trump no fue el primero en ocultar la condición del presidente; eso es más la regla que la excepción. Woodrow Wilson sufrió un derrame cerebral que lo dejó parcialmente paralizado y, según algunos informes, con menor capacidad para gobernar por sí mismo; Dwight Eisenhower tuvo un infarto y un derrame cerebral mientras estaba en el cargo; John F. Kennedy tenía la enfermedad de Addison. La transparencia en asuntos relacionados con la salud de los jefes de Estado casi nunca es usual. Hay razones comprensibles, entre ellas: orgullo, privacidad y seguridad nacional. Como del estado mental y físico de un presidente los mercados se alteran, y, potencialmente, también los ejércitos.

Pero ahora el COVID presenta un desafío distinto. Si Biden llegara a presentar síntomas graves y debilitantes, la Casa Blanca tendrá una obligación importante de darlo a conocer. Pero si, como es estadísticamente más probable, resiste la infección con pocas alteraciones a su rutina, entonces el Presidente será como la mayoría de los estadounidenses que han tenido el virus al menos una vez. Prometiendo “una abundancia de transparencia”, la Casa Blanca indicó que dará actualizaciones diarias sobre el progreso del Presidente.

Si todo va bien, esta será una no noticia… y esa es la noticia.

Tal vez podamos tomarla como una invitación para superar los impulsos partidistas que perduran todavía, celebrar los triunfos de la ciencia y el giro de la trama pandémica: que esta amenaza que se ha cernido sobre el planeta durante dos años ahora se está convirtiendo en otra cosa. Sigue siendo un flagelo, pero uno contra el que tenemos armas y escudos, lo que nos da libertad para comenzar la reconstrucción de todo lo que derribaron los últimos dos años de distracción y destrucción.

Nancy Gibbs es columnista de The New York Times.