No te quiero perder
“No vivimos en un reino de violencia, sino en un reino de información que se hace pasar por libertad”. Así de alto está el volumen de la reflexión, desde el prólogo, del texto No cosas de Byung-Chul Han. Este filósofo coreano mira nuestros tecnológicos cotidianos desde una posición muy crítica del proceso de digitalización que desmaterializa y descorporeíza el mundo. Es el paso de los recuerdos al almacenamiento de grandes cantidades de datos. Sin embargo, estamos ante una enorme cantidad de información que puede, silenciosamente, falsear los acontecimientos, como una substancia que logra deformar la realidad de carne y hueso, es decir, la esfera de las cosas que ocupan una forma duradera, las cosas que componen el entorno estable donde vivimos. Éstas son el sostén del mundo en el que vivimos y que, sin prisa pero sin pausa, están siendo sustituidas por el orden digital. Es el pasaje de la era de las cosas a la era de las no-cosas.
“Ya no habitamos la tierra y el cielo sino Google Earth y la nube”, lanza este filósofo para ilustrar que nada es sólido o tangible. Y en efecto, desde hace ya un tiempo bicicleteamos entre nuestro entorno real y ese planeta paralelo que administramos desde un teléfono, tableta u otro chiche. Sin ser filósofos, nos hemos dado cuenta de la irrupción de estas pantallas en gran parte de la dimensión de nuestras vidas: facilitándonos llegar a una dirección desconocida con sus mapas o padeciendo una cena con nuestros cercanos/alejados prendidos del teléfono y ausentes de lo que sucede en la mesa del des/encuentro. El cambio es para bien y para mal: es la comodidad de solucionar problemas mandando documentos por WhatsApp en cuestión de segundos al mismo tiempo de tener que masticar la frustración de una reunión con colegas colgados a sus teléfonos que, como acto de enorme bondad, regalan su mirada un par de segundos a quien se dirige al grupo. Cal y arena.
Nos guste o no, este tiempo de la información trae consecuencias sobre lo que estaba instalado como base de convivencia. Para Byung-Chul Han, los impulsos de la información viven del estímulo que es la sorpresa, no de las unidades estables. “Carecen de la firmeza del ser”. Así, nuestra obsesión no es tanto las cosas como son la información y los datos. Es lo que más producimos y consumimos. Llegó el tiempo de la infomanía y de los infómanos. Y reparamos poco en la paradoja: la infoesfera nos regala libertad y al mismo tiempo nos somete a una vigilancia y control crecientes. Seres humanos bajo el control de los algoritmos; no nos queda más que adaptarnos a estas decisiones que ni siquiera podemos entender.
En este bosque al que entramos sin grandes precauciones, la información, tan abundante y veloz o simultánea, puede convertirse en información no informativa sino deformativa. La información circula sin ton ni son y en este caos, las fake news pueden ser más efectivas que los hechos porque lo que importa es el efecto a corto plazo y, así, la eficacia sustituye la verdad. Esta última lleva las de perder en la medida en que necesita de mucho tiempo; de hecho, todo lo que estabiliza requiere de tiempo. Y de tiempos largos nadie quiere saber. La sed de información inmediata y abundante nos hace, como dice este intelectual, ciegos y precipitados. Y, como concluye, corremos detrás de la información sin alcanzar un saber, tomamos nota de todo sin obtener un conocimiento, nos comunicamos sin participar de una comunidad, viajamos a todas partes sin adquirir una experiencia, almacenamos grandes cantidades de datos sin construir recuerdos que conservar, acumulamos amigos y seguidores, sustituimos afectos por likes, encontrándonos cada vez menos con el otro. Uno de los síntomas: no entramos en contacto directo con el otro, preferimos escribir mensajes; preferimos poner caritas en lugar de palabras. El smartphone es la burbuja que nos blinda del otro y la comunicación sin la dimensión física debilita una parte esencial de la comunidad. La ausencia de la mirada taladra la empatía, la confianza original.
Así las cosas y las no-cosas, la ecuación por resolver desde nuestro cotidiano colado a estos aparatos es gestionar con inteligencia (no artificial) para que el mundo real no se transforme drásticamente en solo imagen; para que el mejor amigo de nuestras manos no se convierta en un vigilante/informante de casi toda nuestra actividad hasta controlarnos y programarnos. Solo resolviendo esta ecuación podremos cantar el mejor himno al celular, No te quiero perder, del Papirri: Eres mi luz, mi alegría, mi fiel compañía, no puedo sin ti. Y todavía más: mi celular/ no sé qué haría sin tu existir/mi celular/ la vida se resume en tu latir/ como te llevo tan cerca/si desapareces me muero sin más/eres joven y constante/veloz y brillante/ mi buen celular. Ay laray lay lay la la ra lai la…
Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.