Voces

Tuesday 8 Oct 2024 | Actualizado a 04:10 AM

183 pedazos

/ 7 de abril de 2024 / 04:18

Esta semana hubo un encuentro para comentar los resultados de la última encuesta de “Unámonos”. Se trata de una iniciativa desprendida de la preocupación por el impacto de los conflictos y la violencia política en los bolivianos. La idea de partida es que nuestras polarizaciones crónicas están lastimando el tejido social. Es un proyecto financiado por Alemania a través de sus fundaciones Friedrich Ebert y Konrad Adenauer.

El documento en cuestión pone sobre la mesa de debate la salud de la democracia y la salud mental de la sociedad boliviana asumiendo que la polarización política es un factor compartido en gran parte de las sociedades actuales. Un denominador común que se alimenta de desigualdad, desconfianza y desinformación. La pesadilla perfecta.

Ana Lucía Velasco escribe en su introducción a este documento que hay algo inflamado, adolorido (no se puede reponer lo roto, sí se puede aliviar lo que duele, cree esta A lastimada y adolorida). Propone mirar el impacto de la polarización en la salud mental de la sociedad. Interesante, novedoso en nuestro contexto y bastante debatido por quienes fuimos invitados a comentar la encuesta. Ésta habla de “correlaciones positivas y altamente confiables entre salud mental y niveles de polarización política, agravadas además por una importante brecha entre oriente y occidente”. Lo último apunta a que, en función del lugar boliviano donde nos encontremos, la “experiencia de país” varía significativamente. ¡Vaya hipótesis de lectura!

Una de las columnas vertebrales de este estudio reposa en la idea de que la polarización boliviana no está tan basada en diferencias ideológicas como en posturas netamente políticas. O sea, “la política por la política y no las diferencias de pensamiento”. Desafiante idea que pide, a coro, doble o triple verificación.

En los resultados concretos, vale la pena subrayar un par de cifras: a un 52% de la gente le cuesta hablar con un “otro”; un 41% cree que no puede expresar libremente su descontento con los partidos políticos; entre el 2022 y el 2023, la cifra de los polarizados bajó en un punto porcentual; entre el 2022 y el 2023, la cifra de los “altamente polarizados” bajó en cinco puntos porcentuales; a finales del 2022, el 70% de la población estaba polarizada y el 2023, esta cifra bajó a 64%. Y la cereza: un 22,25% ha cortado lazos con familiares, amigos o colegas por su postura política sobre la crisis del 2019.

Es lógico que la polarización baje el volumen, no se puede estar enojado tanto tiempo, pero no por ello debemos olvidar que, como ratifica este estudio, mientras más polarizados estemos, menos motivación sentimos para trabajar por un mejor país. La polarización libera pesimismo, desaliento; la polarización perfora la comunidad. Las energías negativas transitan todavía por las venas nuestras y hoy explican que un 64,5% (nada menos) de los bolivianos tenga miedo a que la confrontación nos lleve a lamentar muertos y heridos, lo que le pone el sello indiscutible de que la agresión verbal, las violencias, las confrontaciones, las heridas de bates, de palos, de piedras o de balas, las muertes, la discriminación, la intolerancia o simplemente el racismo, siguen nutriendo los ríos de sangre que nos separan. Son ríos que no nos dejan cruzar al frente, son ríos que nos pueden llevar por delante.

El informe termina puntualizando que los bolivianos no somos tan diferentes como pensamos, sucede que no nos conocemos. También insiste en que dependiendo del departamento donde uno radica, se experimentan diferentes temperaturas de polarización. Finalmente, ratifica que sí existe una relación entre estar polarizado y presentar síntomas más o menos preocupantes en nuestra salud mental. Y sí, cómo no tomar en serio las palabras del periodista español Antonio Martínez Ron cuando describe: “La polarización política afecta a tus niveles de atención, a tu memoria y atiza tus emociones generando una espiral que nubla la razón. También puede provocar consecuencias físicas: ansiedad, trastornos del sueño y hasta taquicardias”.

La foto de una mujer sosteniendo el cuerpo ensangrentado de su pequeño en medio de las bombas y la destrucción también impacta en nuestro cerebro, también hace tambalear los pilares de nuestras creencias, también dinamita nuestras ilusiones, también abre las puertas de la desesperanza y nos rompe en 183 pedazos el corazón. Son los 183 días de la pesadilla en Gaza.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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La Mafalda de 62 años

/ 6 de octubre de 2024 / 06:00

Hace una semana, la creación más célebre del humorista gráfico e historietista argentino Quino, Mafalda, cumplió 60 años. Hoy, esta niña tan crítica de las contradicciones, desigualdades y absurdos del mundo sopla una vela sin la presencia de su padre, Joaquín Salvador Lavado, y eso le debe doler en todo el cuerpo. Sin embargo, como la pequeña está hecha de papel, tinta y talento, vivirá por siempre y mediante ella vivirá quien le dio vida. Mafalda, su familia y sus amiguitos ya tienen su lugar en este pequeño planeta. Todos los personajes de esta historieta tan argentina, tan universal, se han instalado en mente y corazón porque son un abanico de identidades que cierran en un perfecto círculo. En ellos se dibuja la ecuación de la sociedad. ¿Quién no lleva adentro el bichito del chisme de Susanita o la inseguridad infundada de Felipe o la distracción de Miguelito o la tentación por la guita de Manolito o la frontalidad de Libertad o la ternura piola de Guille o las ganas de cambiar el mundo de Mafalda? Estos son los niños que nos habitan y nos permiten la juventud eterna. Será por eso que Quino prefirió dejar de dibujarlos antes que verlos crecer. Otras manos artistas los sacaron de la hoja de papel para poder palparlos o verlos en movimiento, como anunció el cineasta argentino Juan José Campanella, el ganador de un Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 2010 por El secreto de sus ojos, basada en la novela de otro argentino, Eduardo Sacheri. El mayor desafío para Campanella, que tiene también una niñez amarrada a esta tira cómica y se ha comprometido con la compleja traducción del humor gráfico al lenguaje audiovisual en estos tiempos de abandono del papel y parafernalia digital. Pareciera que se autoriza todo menos el paso del tiempo.

Sin embargo, circuló el dibujo de una Mafalda crecida del ilustrador Dan Mora: la visualizó de adulta como una activista del medio ambiente, con un micrófono en la mano y una credencial de Naciones Unidas. Admitamos que nos duele la idea de que Mafalda dejó de ser la niña que nos acompañó e inspiró. Duele pensar que creció, que tomó decisiones, que se equivocó, que no piensa necesariamente como uno. Aterra pensar que no se apuró en cambiar el mundo y que, como ella misma anticipó, el mundo terminó por cambiarla a ella y a nosotros.

A propósito de tiempos y de fechas, la tira cómica se publicó por primera vez en 1964, pero en verdad Quino la concibió el 15 de marzo de 1962. O sea, Mafaldita tiene hoy 62 años. Pensemos que sigue buscando un mundo de paz, pensemos que sigue preocupada por la salud de la tierra, pensemos que sigue persiguiendo valores democráticos, pensemos que la política no la abandonó y que la chica persiguió una carrera universitaria y su espíritu crítico la persiguió a ella. ¿Dónde estaría?

Permítanme imaginar que Mafalda ha logrado penetrar la piel de muchas niñas y después mujeres en todo este pequeño mundo. Por lo tanto, permítanme imaginar que esta semana ha florecido en la voz de la flamante presidenta Claudia Sheinbaum, como Mafalda, de 62 años. Permítanme imaginar nuevamente la imagen de esa Claudia niña ejecutando con rigurosidad su charango, consciente de la perseverancia y la disciplina como insumos indispensables para hacer música y para tomar decisiones individuales y colectivas. Solo desde estas imágenes se puede creer la generosidad de Claudia con Andrés Manuel López Obrador al declararlo el mejor presidente mexicano. Solo desde estas imágenes es creíble el gesto de lealtad con su compañero político.

“No llego sola, llegamos todas”, dijo la niña de 62 años. Y sí, con esta Claudia llegan otras mafaldas como la revolucionaria Guadalupe, la independentista Josefa, las rebeldes Margarita y Adela, la pintora Frida, la primera mujer matemática Enriqueta. La presidenta con “A”, corto y claro, criticó al neoliberalismo y volvió a dar su voto por el nuevo modelo de desarrollo mexicano. No importa tanto si posee la verdad. Importa que piensa, dice y actúa con la fuerza de sus principios. Su humanismo mexicano la empujó esta semana a repetir: “por el bien de todos, primero los pobres”. Y así, la vimos entrar al Congreso y después al Zócalo con un hermoso vestido blanco bordado de muchos colores: honestidad, amor por la naturaleza, libertad, pueblo, austeridad, igualdad sustantiva, insubordinación, política con amor, amor a secas. Con ella entraron las mafaldas indígenas, profesionales, estudiantes, artistas, migrantes, amas de casa, académicas, madres, abuelas, mexicanas y no mexicanas. “Llegamos todas”.

Claudia Benavente
es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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¿Cómo se llama la obra?

/ 22 de septiembre de 2024 / 07:13

Escena 1: José Luis Exeni, en su última columna de La Razón, lanza, como socio alejado, cuatro desafíos al nuevo presidente de la Asociación de Periodistas de La Paz (APLP). Uno: elecciones competitivas que den fin a “una suerte de pasanaku”. Dos: el desafío de la participación para que el directorio de la APLP pase la frontera de los 83 votos y gane en legitimidad. Tres: el reto de dejar de ser un “barco exclusivo de una parcela, con pensamiento único” y así salir de la caricatura que han taladrado: el mundo periodístico dividido entre los autoproclamados “independentes” y los, bautizados por ellos, “paraestatales”. Cuatro: el desafío deliberativo en medio de la crisis del periodismo; contribuir mejor en la conversación pública.

Escena 2: el programa de La Razón Piedra, Papel y Tinta invita al autor de la columna y al nuevo presidente de la APLP para dialogar sobre los cuatro desafíos. Raúl Novillo acepta y participa de un diálogo respetuoso, abierto y propositivo. Para qué…

Escena 3: El presidente saliente, Raúl Peñaranda, promotor de la caricatura “independientes versus paraestales”, corre a su teclado para coser, una a una, sus malintenciones contra el autor de la columna en cuestión. ¿Qué le dice? ¡Qué no le dice! Que hay dos argumentos fácilmente rebatibles pero que no los rebatirá. Como lo acaba de leer. Y que Exeni, cuando fue parte del Tribunal Supremo Electoral (TSE), promovió un reglamento “que ordenaba la realización de las elecciones primarias con un solo candidato por partido”. Suena rarísimo pero se puede debatir al respecto. Lo que ya no entra en debate es acusar a Exeni de no respetar la institucionalidad por plantear un cambio de estatuto en una asociación que celebra elecciones con ochenta y pico votos. Le dice que “así ha actuado en su vida”, le recuerda al socio alejado que no paga sus cuotas hace 15 años, que seguramente busca que voten los que no pagan sus aportes, que no ha participado de las asambleas o reuniones, que no apareció en las actividades organizadas bajo el reinado Peñaranda. Le reclama con tono amargo atreverse a hablar de la APLP.

Lo peor no es la bronca de que alguien externo a los ochenta y pico bien comportados tome la palabra. Lo peor es que no pierde un tic presente en sus “investigaciones” publicadas, en sus columnas y sus participaciones mediáticas. El tic que lo pinta de cuerpo entero: “hay quien dice”. Y con eso dispara sin ton ni son. Con ese tic acusa ahora a Exeni de haber coordinado el reglamento con los masistas. Perdón, solo sugiere “es muy probable”. Lo probable es que no puede demostrarlo, como tantas acusaciones que lanzó contra colegas periodistas y medios. Después, afirma que Exeni fue parte de una “maniobra para para fortalecer la candidatura de Evo Morales”. Lo acusa de dañar el prestigio del TSE, de “alentar la interferencia del Gobierno en el TSE”.

Luego se mete con la salud del columnista atrevido: “adujo estar gravemente enfermo y renunció al TSE” (…) tras sanar rápidamente (…) llegó a la Fundación Fredrich Ebert. Y remata: “Parece que en Berlín no siguen mucho las noticias de Bolivia”. Sí, ataca su actual fuente laboral. Raúl Peñaranda está para casarse con él.

Escena 4: Esta elegancia y estatura ética para debatir ideas me recordó a Diego Ayo que escribió, horas después de Peñaranda, en el mismo medio. Él también tiene adorables tics: “me tomé el trabajo de ver el programa de la señora Claudia Benavente” con “innombrables invitados”. A Diego Ayo no le gusta el tiempo que tomé la palabra en el programa, no le gustan mis invitados y menos le gusta que recuerde que La Razón nunca superó el 20 por ciento de publicidad estatal (lo que no quiere decir que siempre alcanzó ese porcentaje, claro). Me describe “deseosa” de aclarar el cierre de la versión impresa de La Razón con una “lacrimógena justificación”. Lo que despierta mi deseo es más bien comprender por qué a Ayo le interesa tanto el 20 ciento de la torta publicitaria de La Razón y lamentarse que Página Siete no haya recibido el dinero necesario para evitar su cierre impreso y digital. Se pregunta por el dinero que llegó a La Razón, se pregunta por qué “cerró” y concluye: ¿dónde está esa plata? ¿en los bolsillos de quién está?(recontraarchisic). Termina llamando a este medio “prensa gubernamental” y lo acusa de “este escenario de descomposición mediática”. Ver el programa de La Razón le costó tanto esfuerzo a Diego Ayo que, como sanación, me llamó tres o cuatro veces “señora”. Sana, sana, colita de rana…

¿Cómo se llama la obra? A ver: en pocos días, una columna y dos programas de La Razón despertaron los mejores modales en Brújula Digital. Algo incomodó. Algo no gustó. Algo dolió en el estómago. La obra se podría llamar: “Y respondieron con las uñas.”

Claudia Benavente
es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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El papel de laRazón

/ 31 de agosto de 2024 / 08:14

Esta A amante lamenta haber hecho esperar tanto a genuinos amigos de este diario, a curiosos en general e interesados en particular, por esta confirmación: sí, a partir del 1 de septiembre, de manera temporal, La Razón no circulará en su versión de papel. Había que esperar esta última edición de papel para decirlo. La razón (con minúscula pero no menos importante) es sencillamente que la crisis económica boliviana y el impacto en el flujo de divisas golpeó en el núcleo nuestro esquema logístico de importación de materia prima como papel y tinta (nada menos). Mi abuela decía que todo pasa por algo. Este obstáculo en nuestras esforzadas operaciones de papel en verdad adelantó lo que ya todos sabemos: la inevitable transformación de la estructura de los medios que llamamos tradicionales. El fenómeno es global y el guión ya es conocido y reconocido en las sociedades: el traslado de los contenidos al condominio digital es obligatorio y no tiene vacuna contra el fracaso. Como en todo traslado, primero hubo que reservar un terreno y allí plantar los cimientos de nuestra casa digital. En eso estamos hace un tiempo y este paréntesis que se acaba de abrir en el proceso más tradicional y más costoso (que es hacer funcionar la enorme rotativa) nos vuelca de frente a la caja de los desafíos. Es una cajita pequeña que se llama teléfono o es una caja mediana que se llama computadora. Allí se están desplegando los contenidos de toda índole. Allí se levantaron también las principales pistas periodísticas.

Se dice fácil pero el cambio de ciclo no deja de ser delicado. Seremos un equipo más reducido y eso duele cuando se navegó en estos últimos años con una tripulación de primer nivel en lo profesional y de una lealtad a prueba de cualquier tormenta. Nos despedimos de algunos verdaderos hermanos con la abrigada esperanza de volver a llamar a estos colegas que hicieron de esta casa periodística un verdadero hogar para quienes trabajamos en esta montaña y un refugio cálido para una desafiante conversación pública en tiempos de crisis democrática.

Desde el 1 de septiembre doblamos la apuesta por un periódico en papel digital; por una arquitectura de producción de información e interpretación más útil para nuestras audiencias; por una energía adicional en nuestros programas de La Razón Plus: La Razón Radio, Piedra, papel y tinta, Marcas, Fútbol sin anestesia, Enfoque breve; por una presencia continua y pertinente en nuestras redes sociales; por formas a estrenarse en la difusión de nuestros contenidos exclusivos. Solo de pensar, esta A quiere que arranque septiembre y con él una primavera de ideas y de ganas de seguir floreciendo en calidad, en pluralidad, en credibilidad. Hacer periodismo es un sueño cumplido. Es un sueño al que no renunciaremos.

Las últimas líneas son las más especiales, son las más sentidas. Las últimas líneas de esta columna número 99 están reservadas para el grupo propietario que tomó el camino difícil de sostener con enorme esfuerzo este periódico que late desde la montaña sabia de Auquisamaña dando la cara con absoluta responsabilidad en tiempos adversos para los medios de comunicación, respetando la pluralidad que aquí se ejerce, o como dice el propio Carlos Gil, respetando la genética del medio.

Estas últimas líneas son también para mis compañeros de las interminables batallas por un periodismo honesto, leal con una visión de mundo que gira alrededor de la fraternidad, la justicia y la ternura. Se queden, se vayan dentro de unos días, estén en el periódico o aporten desde afuera, redacten noticias o manden una columna de opinión, nos lean con espíritu siempre crítico o vengan a nuestros estudios, columnistas o colaboradores esporádicos, dibujantes, fotógrafos, analistas, cineastas, periodistas, intelectuales, creadores, poetas, compositores, activistas de los derechos humanos, artistas… de ustedes y no de otros es este periódico. Lo dije y lo repito: La Razón no es de quien la compra sino de quienes la escriben y la dibujan cada día. A ustedes, el más sentido reconocimiento y la renovada invitación a seguir inventando amaneceres. Dar a luz amaneceres, ése es el papel de La Razón. El resto es solo La Razón de papel.

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El vuelo de Garibay

/ 11 de agosto de 2024 / 00:39

Héctor Garibay perdió el vuelo más importante: Bogotá-París.

Este orureño corrió ayer sábado desde las 02h00 (hora boliviana) en la prueba de Maratón de Los Juegos Olímpicos de París. Sus capacidades físicas son innegables y sus éxitos internacionales nos hicieron sentir que la apuesta tenía que estar en este caso tan atípico con más firmeza que en una cuestionada selección de fútbol. Sin embargo, Bolivia perdió el vuelo de retorno de París, el vuelo de la esperanza. Pensamos que éramos una diva de 90-60-90 y el espejo francés nos reflejó un 60-60-60. No escuchamos mal, puesto 60.

El tiempo previo a este resultado trajo hechos, detalles, sentires que no son menores. El fondista en cuestión apareció hace poco en nuestras pequeñas pantallas como un llanero solitario y triste. Reveló que entrena solo, que se plantea desafíos solo y ha expuesto hace poco en redes sociales que se siente triste, que se siente incómodo. Hizo referencia a la falta de entendimiento con una persona cuyo nombre no menciona. El domingo ya varios medios comentaban un extenso y poco claro texto en sus redes. Todo esto a pocos días del gran día. Lo que vino después fue todavía menos claro para un gran pedazo del país que estaba pendiente del deportista orureño que nos hizo soñar en rojo, amarillo y verde. Resulta que nuestro líder olímpico desfiló en la majestuosa inauguración de los Juegos Olímpicos pero después abordó un par de vuelos de retorno al país. ¿En serio? Dicen algunas notas periodísticas que se trató de razones ligadas a su entrenamiento. ¿En serio? También dijeron en medios que perdió su vuelo en Bogotá porque, según informó su grupo de apoyo, el atleta necesita alimentación especial y la estaban preparando en un restaurante. En esa espera de la comida no se percataron de que perdían el vuelo. ¿En serio? Se dice también que Garibay cumplió con sus horas de entrenamiento en la misma Bogotá para no perder tiempo. ¿En serio? Nuestro abanderado nacional sí sabe cómo ponernos nerviosos.

Esito sería por ahora. Garibay es una caja de sorpresas y el futuro es, como todo en el país, incierto. Por ahora solo es posible mirar hacia el pasado, para mirar hacia algún lado. El camino de vida que le tocó re/correr a Héctor tiene su épica particular y los medios la contaron vagamente. Héctor no es un atleta que entrena desde su tierna juventud. No nació en el Olimpo. Detrás del apellido Garibay está el apellido Flores; al lado de sus 36 años está su tamaño, un metro con 60 centímetros; delante de él, las circunstancias pusieron un volante de taxi. Lo que más se sabe de él es que el 2022 fue el tiempo de brillar en Asunción, el 2023 el logro se labró en Sevilla y se terminó de deletrear en México. Sin embargo, los éxitos del “atleta taxista” no comienzan con estas ciudades, comienzan en el país y todavía más atrás en el tiempo. Los logros de Héctor son la siembra de su familia, como en el caso de tantos de nosotros. En el caso de este “Puma Andino”, la siembra comienza en Totoral.

La altiplánica localidad de Totoral está en el municipio de Pazña de la provincia Poopó en el departamento de Oruro. 3.905 metros. ¿En serio? Sí, por allí el río Antequera se peina para desembocar en el lago Poopó. La mamá y el papá de nuestro totoraleño campeón decidieron migrar a la ciudad de Oruro para vivir mejor, seguramente. Fue cuando nuestro llanero solitario se hizo mecánico, chofer de taxi, lateral derecho en la cancha de fútbol. Tenía 15 años cuando la ciudad lo descubre. Tenía 17 años cuando otro orureño nacido en otro rincón del Altiplano, Evo Morales, ganaba las elecciones presidenciales con el 53,7 por ciento de los votos. Esa ciudad que aplana con su taxi le abre el sueño de correr y ganar. Totoral ya le había tatuado en el cuerpo la necesidad, desde los siete años, de correr 7 Km cuesta arriba desde su casa en Poopó hasta la boca de la mina El Totoral, donde debía llegar con el almuerzo para su padre, que extrajo estaño durante más de 20 años. Lo contó el periodista mexicano Raúl Vilchis y hay que agradecerle por el trabajo que no hizo un periodista boliviano. Garibay corría también para no perderse ningún capítulo de Dragon Ball, emitido por la televisión abierta antes del mediodía. La carrera como deporte llegará a su vida mucho tiempo después, casi un siglo después. Es como aprender a leer siendo adulto.

Volvamos a París. Volvamos de París. Garibay es el puesto 60. Lo más triste, no se acercó ni a su propia marca. Héctor perdió frente a Héctor. Garibay perdió el más urgente de sus vuelos. Perdió el vuelo de Garibay.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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La A sin tema

/ 28 de julio de 2024 / 02:58

Ninguna semana es tranquila. Sin embargo, eso no tiene nada que ver con la pesca de temas para esta columna quincenal. Y adivinen… Sí, esta A no encuentra un solo tema que prenda el motor al texto de este domingo. El reloj no perdona. Mi editor de Opinión, tampoco. Además, esta A y yo tampoco queremos dejar de cumplir con la tarea de expresarnos en este rincón digital y de papel. Es todo un privilegio el contar con un espacio sin censura para plantear posiciones personales. A buscar un tema, que pasan las horas…

Si nos dejamos guiar por el timón de las preocupaciones, no hay otra que entrar en la maraña económica que está tensionando la situación estructural boliviana y las esquinas íntimas de nuestros bolsillos. ¿Pero qué se puede decir a estas alturas de la incertidumbre? Que las absurdas guerras siguen digitando los precios internacionales, que la fragilidad económica atraviesa todos los mares y voltea casi todas las fronteras, que en nuestro territorio el gas se hizo gas y que habrá que esperar unos cuatro años para volver a cierta bonanza, que llevamos retraso con el litio, que las subvenciones a los hidrocarburos son una espiral a la que ninguno de los últimos gobiernos supo mirar de frente, que las exportaciones siguen en curva, que hay una desafortunada combinación entre dilemas y especulación de la empresa privada y los problemas existenciales estatales en la gestión de la economía, que el Gobierno podría comenzar a generar serenidad tomando la iniciativa para un básico acuerdo político que apacigüe el clima actual, que la falta de dólares afecta no solo a quienes los precisan para pagar fuera de nuestras fronteras sino a la gran parte de la población que se mueve con bolivianos porque los salarios se van achicando mes a mes, que, como dijo el columnista Armando Ortuño, no podemos culpar a la gente de buscar dólares debajo de las piedras porque es el instintivo gesto de sobrevivencia y protección en medio de este tiempo de interrogantes (a propósito, compro dólares a Bs 6,97). Mejor no, no hay grandes novedades en estos temas para los lectores de esta A que, de paso, poco conoce de economía.

Vamos a la política, el gran tema de los bolivianos. La tensión intramasista ya alcanzó el nivel de la Guerra de las Galaxias. Las declaraciones de un ala y otra dejan barriles de tinta para volver a la madre de sus crisis y describir el enojo que siembran en masistas y no masistas porque han puesto a nadar en la gran pecera de los medios tradicionales y redes sus más bajos instintos. La mezquindad política arcista, evista y del resto de las oposiciones de estos tiempos (ampliamente documentada en la serie de terror que se puede ver en cada sesión en la Asamblea Legislativa y con temporadas sin estrenarse todavía) es un tema que da para abordar en esta columna. El problema de este asunto es que está vergonzosamente enganchado al obscuro y autoprorrogado nudo judicial y plantear hipótesis de lectura sin verificables elementos puede llevarnos a especulaciones estériles. Con el factor judicial hay que tener más cuidado que con los policías o los militares. Pero de que huele mal, huele horrible. Y dicen por ahí que las susceptibilidades gubernamentales y su entusiasmo por convencer están en pleno florecimiento. Salgamos de esta florida primavera.

Eureka. ¿Por qué no trasladarse a la apoteósica inauguración de los Juegos Olímpicos en París? Será un buen ejercicio con los adjetivos: desafiante al derrumbar los muros de un estadio, absolutamente francesa porque es la Francia que sí abolió el absolutismo, divinamente provocadora con su versión de la Última Cena al punto que enervó a los doctrinarios de la religión, parisina por dónde se la mire, atrevida al sostener un pico de atención de horas, definitivamente justa al cerrar con el Himno al amor en una poderosa Céline Dion que con lo más profundo de su voz logró un merecidísimo Himno a Edith Piaf, la más parisina del planeta, sencillamente sublime inauguración que ninguna capital europea se atreverá a superar. Mejor no, tengo amigos que me dirán que habló mi debilidad por los franceses; cuando les diga que lo que más aplaudí fue esa rockera interpretación de María Antonieta con su cabeza sobre las faldas, bajo una revolucionaria decoración en rojo, me dirán que tengo vocación de Robespierre. Mejor no meterse en líos.

Dejemos esta semana sin tema, sin título que imaginar. Ya le contará esta A una de vaqueros al editor de Opinión. Un fuerte resfrío por las bajas temperaturas. Que desapareció la columna y no logro recuperarla de mi computadora. Que estoy buscando dólares. Que me encuentro perdida, como dice la metafísica popular. Algo le diré a Miguel.

 Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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