La guitarra con su Manuel
Manuel es primero Manuelito. Este chiquito con sus rulos nace inevitablemente enganchado a la guitarra. Claro, nieto del músico Andrés Chazarreta, pero sobre todo hijo de la gran concertista Ana Chazarreta, ya puede hablar de una carrera artística a sus siete años. En la Zamba para Anita está el Papirri recordando a su mamá que lo dejó “tan wawita, abrazado a su guitarra”, una de las canciones más sentidas, la canción para el “angelito de colores alegrándole la infancia”. Anita llena de flores las nostalgias de Manuel. La nostalgia de su mano tibia en la almohada del pequeño. “¿Será que esta mi pluma tan mundana alcanza?” pregunta el niño. Tu pluma alcanzó para contar el gran milagro de ese amor, Manuel. Pero no solo eso. Tu pluma y los acordes maternales alcanzaron para más. Cada canción alcanzó.
Alcanzó “para sacudirse las penas, como arvejas de la falda”. Muchos sabemos, desde entonces cómo “planchar el corazón con chichita bien helada”. Y antes, en el año 80, ya había alcanzado para hacer frente a las traiciones desgarradoras del corazón. “Hasta ahora no entiendo, hasta ahurita no engrano, por qué agujero de tu alma se fue chorreando mi amor”. Grave fue cantar ésta. Por suerte seguiste componiendo. Solo así pudimos olvidar a los olvidables gracias a los vientos del olvido: “En las mañanas tengo que aspirar polvos del olvido, la única manera es para vivir, estornudo tu amor, achís, para que ni yo ni tú te acuerdes de mí”. Por suerte seguiste cantando y andando. Solo así pude (pudimos tantos) recobrar la esperanza, la ilusión, para levantar la bandera arco iris del amor que renace: “Estoy camote de vos, pucha que me haces feliz, es tu presencia que me hace vivir, estoy camote hasta el fin. Parece que no me crees, mi bien, te lo digo en japonés”. Wataschi camote des.
Alcanzó cada canción para enamorarse, todavía más, de La Paz. “La Paz, mi ciudad, eres llok’alla lavando autos, eres matraca con su moreno, eres mi pena con su alegría, eres la coca de los obreros, eres la casa que nunca tuve, eres la cuna de libertarios”. Personajes paceños saltan de una historia a otra, como Maribel que se casó con ese sordo del alma, el exminero que escucha en su estéreo si juega Etcheverry, la Margarita sentada en la oreja de la cabeza de Zepita, aspirando tíner. Y en las faldas de ese mismo Illimani, jopo de la ciudad, sube y baja las calles el pepino sin traje, el que busca pega, con chamarra de cuero, en la Yungas. Desde que le cantaste a la Alasita, Papirri, otra cosa es salir el 24 de enero a dibujar los sueños, entre pastel con api y el choclo con queso. Otra cosa.
Alcanzó para bailar. “Por apretarme a tu cinturita ya dices que soy papá”. Bailar con alegría paceña, bailar con alegría de pueblo, bailar con sangre aymara reinando en los carnavales. Para esta A, el Pepino pandillero fue la canción oficial del baño tibio, desde que nació, de mi paceñísimo Julián. La guitarra te alcanzó para patinar con tanta gracia entre ritmos y hacernos bailar la morenada/nada, la Saya del Chocolatín, la kullawada Alaracamente, o la cumbia Chutis.
También alcanzó la chacota, y hasta sobró, para rimar y reír. “Qué tal, metal; normal, Pascual; ya sé, José; qué te pasa, calabaza; salud, mamut; okey, Mickey”. Se abrió entre tus dedos para no cerrarse never in the life el libro de las metafísicas populares. Todos tienen sus favoritas. No hacen más que multiplicarse, como los panes del milagro: “Bien preocupado estoy pero qué me importa/ andá clausurá la inaugurashón/ si sale osbcuro, clarito va a ser/ese médico es bien paciente/tu celular suena apagado/se pintan casas a domicilio/no te olvides de hacerme recuerdo/ bien inteligente es este cojudo.”
Pucha, Papirri, para todo alcanzó. Sin embargo falta que sigas componiendo. Tu canto aún está incompleto. Así que nada de cansarse, che. La lucha es el descanso. Ni las enfermedades, ni los odios, ni la distancia que hoy te separa de tu Chuquiago Marka, pueden quitarte impulso, como cuentas estas semanas en la columna de LA RAZÓN, tu casa. Nos quedan quichicientos capítulos por vivir, por sufrir, por amar; las batallas hacen cola, pero la hacen también las victorias y las alegrías. ¿Quién le va a poner letra y música al futuro si te cansas? Nos alegraremos, Papirri. Chicos, vamos al concierto del Manuelito hoy en el Teatro Municipal y le haremos sentir que lo queremos, que lo admiramos. Bien “este” se está poniendo con su edad, con su “no sé cuándo nos veremos” (yaaaaa), con su “serán estos jóvenes y niños quienes interpretarán mis canciones en mi ausencia” (yaaaaaa). Na que ver. A seguir creando, cuate, a seguir cantando, que lo mejor está por llegar, Manuel.
Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista