Viejas y renovadas violencias
Mala noticia para nuestra capacidad de asombro colectiva, que crudamente normaliza la violencia
Verónica Rocha Fuentes
Apenas han transcurrido tres semanas desde la viralización de un escandaloso video en el que el líder espiritual del budismo, el Dalái Lama, protagonizaba un acto abusivo contra un niño que lo había visitado, este suceso reavivó la polémica en torno a las varias denuncias de este tipo que recaen sobre monjes tibetanos. Luego, este fin de semana, un amplio reportaje elaborado para el diario El País de España dio a conocer que en décadas pasadas se habían producido al menos 85 abusos a menores de edad por parte de un sacerdote español durante el periodo que él fungía como profesor en una escuela en el departamento de Cochabamba. Estos casos que, sólo son develados actualmente, realmente parecieran no significar una sorpresa para la sociedad en su conjunto ya que, lastimosamente, los casos de violencia sexual contra menores no son algo nuevo en la historia larga de las religiones, mucho menos de la católica. Mala noticia para nuestra capacidad de asombro colectiva, que crudamente normaliza la violencia como parte de nuestra historia.
Por otro lado —en inicio muy distinto— otro de los temas que viene asombrando y desafiando a propios y extraños desde su aparición a fines del año pasado, es la facilitación de acceso al mecanismo de la Inteligencia Artificial (concreta y puntualmente al ChatGPT) y los efectos que estas herramientas pueden llegar a tener en nuestra vida cotidiana, a medida que se van haciendo más accesibles. Al respecto, es curioso que las principales especulaciones respecto a su uso y funcionamiento hayan estado ligadas, primero, a la posibilidad de que la misma se constituya en una opción de reemplazo para diversas profesiones; posteriormente, se ingresó al debate en torno al rol que tendrían en los procesos desinformativos que alimentan incesantemente escenarios de polarización y desconfianza. Y, un poco después, empiezan a aparecer otros debates y ejemplos de usos y, en consecuencia, efectos de la masificación del uso de la Inteligencia Artificial (IA) en nuestras vidas, lo cual tiene incidencia —cómo no— en prácticas que de antaño tienen cabida en nuestras sociedades. Sí, concretamente: renovadas formas de violencias facilitadas por la tecnología.
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Hace menos de una semana, una usuaria de TikTok puso sobre la mesa de discusión, con su caso como víctima en particular, los alcances que podría llegar a tener el uso de imágenes sin consentimiento sumado a las posibilidades que la IA abre. Concretamente hacía referencia a la generación de un “nuevo mercado” de falsa pornografía que violenta a mujeres generando desnudos apócrifos tomando imágenes de sus propias redes sociales y, por supuesto, sin el consentimiento de ellas.
El escenario en el que se desenvuelven las viejas y renovadas violencias de tipo machista y patriarcal parecieran oscilar entre su perseverancia a través del tiempo y su reinvención, avances tecnológicos de por medio. En un país que —sabemos— con creces (no) supera el debate desinformado en torno a la Educación Integral en Sexualidad que, vistas las cosas, podría ser un ladrillo más en este muro de antídotos que permitirían a las nuevas generaciones conocer y entender todo el abanico de posibilidades de ejercicio de violencia sobre los cuerpos.
(*) Verónica Rocha Fuentes es comunicadora