Outsider
En el cotilleo político del último tiempo se discute bastante la posible aparición de un outsider que modifique súbitamente el escenario electoral en 2025. Algunas encuestas recientes y varias experiencias en la historia política latinoamericana alimentan esas suposiciones. Sin embargo, las condiciones y características de esa posibilidad son menos evidentes de las que se supone.
Usualmente, un outsider suele ser un o una candidata que no pertenece al elenco de dirigentes políticos tradicionales o incluso que no habría ejercido antes algún cargo electivo o gubernamental. A veces, se califica también de esa manera a personajes que durante su campaña electoral se apartan de los discursos y temáticas convencionales, o se apoyan más en estructuras o redes informales alejadas de los aparatos partidarios ya establecidos.
En Sudamérica, el Perú es evidentemente el mejor ejemplo de ese fenómeno desde la elección sorpresiva de Fujimori en 1990, un desconocido profesor universitario de origen japonés a solo meses de su consagración como presidente. Bolsonaro y Castillo también podrían ser clasificados pese a que contaban con el apoyo de pequeñas estructuras partidarias, aunque sus propuestas y figuras fueran más bien marginales antes de sus rápidos triunfos electorales.
Casi todos sustentan sus aventuras electorales en un rechazo radical a las dirigencias políticas tradicionales, aprovechando la desconfianza e insatisfacción creciente con el funcionamiento de los partidos y de varias de las instituciones clave de la democracia. Como se puede observar, el signo ideológico no es un rasgo determinante, algunos se sitúan en el terreno de la izquierda y otros en la derecha.
En Bolivia, la experiencia que mejor se adecua a ese perfil es la de Carlos Palenque y tal vez Max Fernández en los años 90 del anterior siglo, aunque ninguno de ellos llegó a la presidencia. Aunque algunos sugieren que Evo puede ser catalogado también como un outsider, su larga presencia en la vida política en su calidad de dirigente cocalero y luego como diputado y candidato presidencial dificultan que se lo califique de esa manera, aunque sus propuestas, perfil y campaña eran evidentemente rupturistas con el establishment que hegemonizaba el poder en el periodo de la democracia pactada.
Encuestas recientes indican un notable crecimiento de la insatisfacción y una erosión fuerte de la confianza en todos los dirigentes políticos del oficialismo y las oposiciones. Al mismo tiempo, un apreciable porcentaje de ciudadanos manifiestan su deseo de un “candidato nuevo” y se resisten a elegir entre el elenco de los candidatos habituales. Hay pues condiciones para la emergencia de un outsider, pero eso no es suficiente.
El deseo de la renovación es natural en cualquier sociedad, pero su traducción en votos no es automática. Importa mucho la fuerza del personaje que no tiene quizás tanto que ver con sus rasgos o experiencias propias, sino con su adecuación a los humores mayoritarios que predominan en la sociedad en esa coyuntura.
Es decir, es insuficiente ser alguien por fuera del sistema o incluso crítico severo del mismo, lo determinante es comprender los sentimientos de malestar y/o las expectativas sociales para que tanto la imagen como el discurso que se transmiten respondan y sean coherentes frente a ellos.
Desde esa perspectiva, hay una cuestión estratégica inevitable que cualquier aspirante a outsider tendría posiblemente que plantearse: ¿desde qué lugar propondrá una superación del actual escenario político? ¿desde algunos de los extremos, como Milei lo está intentando con su liberalismo radical en Argentina, o desde un centro o lugar indefinido, pero claramente diferente de las fuerzas tradicionales como supo hacerlo magistralmente Bukele rompiendo el bipartidismo histórico ARENA (derecha) y FMLN (izquierda) en El Salvador?
Por otra parte, la estrategia es solo un primer paso, queda la gran incógnita sobre la viabilidad electoral de un personaje por fuera de los partidos y fuerzas sociales tradicionales en un país territorialmente muy diverso, con culturas políticas locales bastante arraigadas y con apenas dos años hasta la elección de 2025. Aunque las redes sociales tienen hoy la capacidad de amplificar muy rápido la información, las estructuras sociales e imaginarios tradicionales siguen teniendo una gran importancia en nuestro país, no hay que subestimarlos.
Hay pues límites reales y grandes incógnitas estratégicas para un despliegue exitoso de cualquier novedad política hasta 2025, aunque es evidente, por otra parte, que hay una notable fatiga que está generando condiciones muy favorables para este tipo de experimento.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.