Voces

Monday 7 Oct 2024 | Actualizado a 04:31 AM

Un tribunal disparatado

/ 16 de diciembre de 2023 / 06:37

Desde noviembre de 2017, tenemos atragantado el nombre del Tribunal Constitucional del Estado Plurinacional de Bolivia. La institución encargada de velar porque nuestra ley de leyes deba ser cumplida a rajatabla, sumió al país en una crisis política con consecuencias trágicas de persecuciones, encarcelamientos indebidos y masacres que terminaron con la vida de 38 personas.  

Es de un insoportable contrasentido que los magistrados que deben encargarse de resguardar sin concesiones nuestra Constitución —enfrentando presiones de todos los tamaños—, son más bien los que la han perforado de la manera más irresponsable e impune, a sabiendas del sacrificio y el dolor que le ha significado al pueblo boliviano luchar para que fuera puesta en vigencia en febrero de 2009.

El 28 de noviembre de 2017, el Tribunal Constitucional determinó, dizque respaldándose en el Pacto de San José, que la reelección indefinida es un derecho humano. A partir de tan desatinada e inconsistente decisión que le otorgaba carta blanca a Evo Morales para repostularse a las presidenciales de 2019, contradiciendo el referéndum producido el 21 de febrero de 2016 en el que la mayoría votante le había dicho no a esa pretensión, se desató una crisis político institucional que derivó en el golpe de Estado perpetrado entre el 10 y el 12 de noviembre de 2019.

Cuatro años después de la descabellada decisión asumida por el Tribunal Constitucional (agosto de 2021), la Corte Interamericana de Derechos Humanos dictaminó que “La reelección presidencial indefinida no constituye un derecho autónomo protegido por la Convención Americana sobre Derechos Humanos ni por el corpus iuris del derecho internacional de los derechos humanos, sobre la opinión consultiva presentada por el Gobierno de Colombia, en octubre de 2019, bajo el título de la figura de la reelección presidencial indefinida en el contexto del Sistema Interamericano de Derechos Humanos”.

Dos años después, no contento con el desmadre nacional que generó desde 2017, el mismo Tribunal Constitucional no tuvo mejor ocurrencia que lavarse las manos acerca de la asunción de Jeanine Áñez a la presidencia del Estado: “El magistrado, Petronilo Flores, afirmó que el comunicado del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), que avaló la sucesión presidencial de Jeanine Áñez, el pasado 12 de noviembre, no tiene valor legal y no es vinculante./ Es un comunicado que no tiene ninguna relevancia jurídica. El Código Procesal Constitucional solamente reconoce como vinculantes las sentencias constitucionales plurinacionales, las declaraciones constitucionales y los autos constitucionales” (febrero de 2020).

Es el Tribunal Constitucional, también en este caso con su catastrófica decisión, el que ha alentado una narrativa acerca de que la sucesión de Áñez fue constitucional y ha dado lugar a la instalación de un falso debate que contrapone fraude (electoral) versus golpe, y que pone en evidencia ese precepto filosófico que dice que cada quien construye su propia verdad en tiempos de fake news y conspiraciones a través de redes sociodigitales, con prescindencia de los hechos objetivos, y en este caso, del mismísimo ordenamiento jurídico boliviano sobre la sucesión presidencial.

Mientras la Justicia en Bolivia hace aguas por todas partes, con feminicidas, narcotraficantes y lavanderos de dineros de procedencia ilegal liberados por jueces y juezas todos los días, el Tribunal Constitucional ha decidido culminar con broche de oro sus seis años de desastrosa gestión, decidiendo prorrogarse en sus funciones con el argumento de evitar un vacío institucional que sería producto de la no realización de elecciones judiciales durante este 2023 que concluye.

Debido a la presentación de por lo menos tres amparos en los últimos nueve meses que impugnaban la ley de convocatoria a los comicios para elegir autoridades judiciales, el tribunal ha demorado en demasía los tiempos para resolver esos recursos y así llegamos, a 15 días de la conclusión del año, que fue imposible cumplir con el calendario electoral, lo que daría lugar a que desde el 2 de enero del próximo año, el país continúe con autoridades judiciales ejerciendo sus mandatos más allá del período estipulado por ley.

Con este panorama ha quedado abierto el debate acerca de los términos en que la Asamblea Legislativa debe intervenir para encontrar un camino de solución que no pase por transgresiones a la Constitución.

El Tribunal Constitucional no actúa oportunamente y menos informa. Pareciera que los magistrados y magistradas que lo conforman habitaran un bunker inexpugnable, que ni a juicios de responsabilidades les temen porque saben que las consecuencias no los llevarán a la cárcel. Debemos empeñarnos en que los próximos candidatos a ocupar sillas de tan alta responsabilidad sean capaces de revertir esta vergüenza institucional que sufre el país y pone en riesgo, otra vez,  al mismísimo sistema democrático.

*Julio Peñaloza es periodista

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De Mafalda a Claudia Sheinbaum

/ 5 de octubre de 2024 / 07:10

Una niña a la que no le gusta la sopa y se resiste a tomarla a pesar de todas las maneras en que su madre trata de convencerla de sus bondades nutritivas, nos enseñó desde relaciones humanas hasta geopolítica a partir del día en que el inmenso Joaquín Salvador Lavado Tejón (Quino) decidiera reconducir el camino de su Mafalda, originalmente creada para una campaña publicitaria de electrodomésticos y luego posicionada para siempre como la voz de la conciencia y el espíritu crítico desde las nimiedades del barrio hasta las grandes tragedias de la guerra y la desolación.

Mafalda es la mujer que desde su lúcida e informada infancia les enseñó a nuestros hijas e hijos a tomarse la vida y sus alrededores con espíritu crítico, lo más lejos posible de la frivolidad y a miles de kilómetros de la adopción de la mediocridad como forma de estar en el mundo. Acaba de cumplir 60 años y resulta un deber y una ritualidad a tomarse en serio leerla y releerla a través de sus conversaciones y reflexiones en voz alta, compartiendo y ventilando sus diferencias con Manolito, el descorazonado amasador de fortuna, hijo del dueño del almacén; Susanita, la conservadora que cree que la vida pasa por casarse, tener hijos y jugar a la felicidad de comer perdices; Felipe, el perfecto mejor amigo dientes de conejo y Libertad, la más pequeña de todas, con el nombre simbólicamente empequeñecido en tantísimas latitudes autoritarias, represivas, racistas y exterminadoras: la Libertad en este mundo es muy chiquita.

Mafalda es una niña. Mafalda es una mujer. Mafalda es un mujerón que nos ilumina con su agudeza, pero fundamentalmente es el personaje femenino que habla a través de un hombre que la dibuja y le pone palabras a sus viñetas con la idea de que la mujer vale por su inteligencia, su autonomía, su independencia laboral, su iniciativa que es profundamente más aguda y multidireccional que la iniciativa masculina. Mafalda, en buenas cuentas, se ha instalado en el imaginario para decirnos, en muchas historietas sin decirlo, que el mundo sería bastante mejor, o probablemente algo menos cruel si estuviera gobernado por ellas en primer lugar y en segunda línea por hombres que las respaldan, las acompañan y tratan de fortalecerlas emocionalmente y no más por los patriarcas de la subestimación y la crueldad, por los machos gobernados por sus apetitos perversos y degradantes, producto del ejercicio del poder político y la invencibilidad económica.

Mafalda, a seis décadas de su nacimiento, es una de las mujeres más influyentes en la historia contemporánea de América Latina y que ha trascendido hacia mundos en los que a fuerza de inventiva y popularidad se ha hecho políglota. Sin Mafalda, muy probablemente, no habríamos tenido posibilidades tan amplias de conversar con las nuestras y nuestros, acerca de la Guerra Fría, la inutilidad de la ONU, la banalidad de pensarse mujer en función de con quién se casa una, o la frialdad que exige la acumulación en la compra venta del mini mercado tan capitalista y exacerbador de ese consumismo que ha construido legiones de idiotas dispuestos a comprar incluso cosas inservibles: Gastar es tan importante como tomar agua. Mafalda nos ha hecho pensar a fondo sobre asuntos que, de tan cotidianos, no sabemos detenernos para conocer el tamaño de su importancia.

Y si de tamaños de las cosas y de los procesos histórico sociales hablamos, en este tiempo de Presidenta y ya no de Presidente, hay que escuchar más de una vez el discurso con el que Claudia Sheinbaum acaba de asumir la presidencia de México —Tomar protesta se dice por allá—, con el que percibimos que hay personas con ciertas cualidades y conocimiento, previos a la demostración de cuánto pueden hacer a partir de esas potencialidades. Sheinbaum hizo un discurso de Estadista con la experiencia que le ha otorgado gobernar su ciudad capital (jefa de Gobierno de Ciudad de México 2018 – 2023), poniendo en evidencia cuánto sabe de tamaños que no tienen que ver con mediciones masculinas, sino acerca de las necesidades y las esperanzas de quienes representa al haber votado por ella, el casi 60 por ciento del electorado.

Como una maquinaria humana que no necesita grandes pausas para saber lo que se debe hacer a continuación con el segundo piso al que sube para continuar la llamada Cuarta Transformación, la multifacética primera mandataria que recibió la posta de Andrés Manuel López Obrador, supo decirnos con claridad didáctica qué dimensiones tiene para ella el Estado mexicano, cuán importantes son los negocios para su país y fundamentalmente en qué horizonte camina el pueblo mexicano que, con sus 71 pueblos indígenas, la recibió en la Plaza del Zócalo con una bienvenida de diversidad originaria profundamente sentida traducida en la entrega de un Bastón de Mando.

“Mujeres de fuego, mujeres de nieve” como canta Silvio Rodríguez es lo que necesita el planeta no solo en calidad, sino en cantidad. Este perro mundo necesita de más Mafaldas y Claudias Sheinbaums para seguir combatiendo a los obsesivos de la miseria humana empecinados en sus obsesiones.

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Amarás a Evo por sobre todas las cosas

/ 21 de septiembre de 2024 / 07:49

Las valoraciones acerca del rendimiento del gobierno de Luis Arce son una cosa y la crisis que ha quebrado al MAS-IPSP es otra, pensarán algunos, cuando en realidad las posibilidades de conducir una gestión presidencial medianamente fluida pasan ineludiblemente por la gobernabilidad, condición indispensable con la que Evo Morales estuvo al mando del país durante casi 14 años, gozando primero de mayoría parlamentaria y al final, incluso, con dos tercios del voto de la Asamblea Legislativa Plurinacional.

A estas alturas hay que decirlo de manera clara y concisa: Evo Morales nunca creyó en el triunfo de Luis Arce en las urnas. Impuso su candidatura porque argumentaba que era el momento de la clase media y por ello había que desplazar a lo indígena originario campesino a un segundo plano en el binomio. A partir de una investigación a cargo de este periodista, la conclusión, confirmada por varias voces es que Morales calculaba que el ganador sería Carlos Mesa, que el MAS pasaría a la oposición y se dedicaría a sembrar el camino hacia las elecciones de 2025. 

Los candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia de las organizaciones sociales, información de dominio público, eran David Choquehuanca y Andrónico Rodríguez, pero como Evo odia con toda el alma al Jilata, porque entre otra cosas alguien lo inflamó contándole que es “agente de los gringos”, forcejeó hasta imponerse al Pacto de Unidad que se vio en la durísima tarea de convencer a las organizaciones y a sus bases que esta era la salida para garantizar la unidad, imprescindible requisito en la búsqueda del triunfo para las elecciones que finalmente se realizaron el 18 de octubre de 2020. En aras de no quebrar al “Instrumento”, Choquehuanca se bajó de la candidatura presidencial por decisión propia y de esa manera el temporal amainaba y se podía comenzar a encarar la campaña con “Arce Presidente” y el “vamos a salir adelante”.

Nunca Evo Morales aceptó que el MAS podía continuar su camino en la construcción de su llamado Proceso de Cambio con alternancia interna y continuidad programática. Pensó siempre —sigue pensando— que después de Evo Morales solamente existe Evo Morales, lo que nos lleva a pensar que el oriundo de Orinoca se convirtió en la entidad humana en la que se concentraba el Estado, con todo lo que eso significa en términos estalinistas de utilización del poder y de decisiones para el funcionamiento del país.

Cuando Arce Catacora ganó las elecciones con un rotundo 55.10 por ciento, Evo seguramente quedó bien sentado en la primera silla que encontró, que por supuesto ya no era la presidencial, para intentar reaccionar ante un resultado que para él era impensado. A esas alturas, ya había inventado el Conalcam para sustituir al Pacto de Unidad y privilegiar a un entorno de ministros a los que consolidó como su círculo íntimo en su exilio en Buenos Aires, sobre todo a partir del momento en que las organizaciones le dijeron que no querían saber de ninguno de sus colaboradores, “de García Linera para abajo”, es decir, comenzando por el exvicepresidente.

“Esos exministros son más leales que ustedes”, les dijo Evo Morales a dirigentes del Pacto de Unidad con lo que quedaba sellada en términos prácticos una ruptura entre el expresidente y esas organizaciones que con el nombre de Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (IPSP) dio lugar al surgimiento del Movimiento al Socialismo (MAS). 

No es cierto que en principio Luis Arce comenzó sometiéndose a las directivas de Evo. Desde los inicios mismo de la campaña electoral se advirtieron diferencias y quedó claro que Evo era el jefe de campaña desde Buenos Aires y Arce el candidato que tenía el derecho de tomar algunas decisiones estratégicas en tanto era él quien asumía el desafío de por lo menos igualar o superar los números que había logrado Evo en anteriores elecciones. Dicho y hecho, Lucho pulverizó las previsiones de encuestas que decían que partía con una base del 20 por ciento del voto duro: Logró el 55.1, superando el 53.7 logrado por Evo en su primera elección de 2005.

En ese trayecto Evo tenía que decidir si le sumaba el acompañar al gobierno de Lucho como jefe del partido experimentado expresidente, o era mejor desmarcarse precisamente para sacarle rédito a esa ruptura y proyectar su candidatura hacia las elecciones de 2025. Las decisiones están a la vista, y a estas alturas del resquebrajamiento del MAS-IPSP, Evo pasó efectivamente a la oposición, pero no de Carlos Mesa, sino de su mismísimo exministro de Economía y Finanzas Públicas.

Así llegamos, luego de muchísimos encontrones, congresos frustrados y no reconocidos, incumplimiento con las obligaciones ante el Tribunal Supremo Electoral y una feroz campaña opositora para socavar al gobierno de Arce, que Evo está otra vez en la carretera en marcha, parece que caminando poco y viajando cómodamente en una 4 por 4 con vidrios polarizados, dice que para “salvar a Bolivia”, lo que traducido a sus expectativas y agenda significa alcanzar nuevamente la candidatura presidencial pase lo que pase, cueste lo que cueste.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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El éxito no se analiza

/ 7 de septiembre de 2024 / 07:20

Decía César Luis Menotti, entre las tantísimas cosas inteligentes que lo distinguían acerca de su capacidad para leer-escribir el fútbol, que el éxito no se analiza. Eso significaría que el éxito puede derivar en exitismo que consiste en el exceso de celebración luego de conseguido un objetivo. No analizar en el contexto de un resultado feliz lo acontecido en un campo de juego significa que se impone la hora de tirar cohetes y descorchar botellas y que no cabe otra cosa que danzar y saltar, que gritar vivas hasta secar gargantas.

Para el lenguaje empresarial, lo acontecido en el estadio de Villa Ingenio de El Alto es un Caso de Éxito, basado en el modelo aplicado por Fernando Costas, Presidente de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF) en su club, el Always Ready de La Paz, que terminó convirtiendo en equipo alteño con el propósito, finalmente conseguido, de ascenderlo a la división profesional . El pasado 20 de febrero, el llamado equipo de la banda roja le propinó una histórica goleada al Sporting Cristal del Perú (6-1) en su casa a un poco más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, por Copa Libertadores de América. El entrenador de ese equipo era Oscar Villegas, el mismo que hace cuarenta y ocho horas debutó como seleccionador en las clasificatorias o eliminatorias que conducen hacia la Copa del Mundo a jugarse en 2026 en canchas de México, Estados Unidos y Canadá.

Contradigamos por esta vez a Menotti para diseccionar los componentes que dieron lugar a ese rotundo 4-0 con el que la verde boliviana se impuso incuestionablemente a la vinotinto venezolana. En esta misma columna, hace catorce días, se dijo que Bolivia había decidido jugar en el cielo, que subir del histórico Hernando Siles de La Paz al estadio alteño era una apuesta, en primer lugar, por maximizar la ventaja que supone desempeñarse en la altura. Pues bien, este primer argumento puesto en práctica por la FBF ha funcionado a la perfección, en tanto Venezuela decidió no ser ni la sombra de lo que había expuesto en sus partidos de Copa América y de esta misma etapa mundialista que la sitúa en el cuarto lugar de la tabla de posiciones y que hasta el partido con Bolivia estaba invicta con dos triunfos y tres empates.

La recuperación de la ventaja de jugar a cuatro miles de metros sobre el nivel del mar, por lo tanto, funcionó sin fisuras. El argentino Fernando Baptista, seleccionador de Venezuela, se mantuvo invariable, antes y después del partido, en su posición de no referirse al argumento-pretexto de la altura, exhibiendo una ética deportiva infrecuente en el mundillo futbolero caracterizado por las excusas para justificar malos resultados. Queda claro entonces: La altura juega cuando el equipo nacional sabe que hacer en la cancha haciendo valer su condición de anfitrión y en esa medida, así como Villegas supo sacarle ventaja a la ciudad y al estadio en el que jugaba cuando dirigía Always Ready, puso en evidencia su oficio, experiencia y algo que hacía muchísimo tiempo les faltaba a quienes se hacían cargo de la selección boliviana y que pasa por la actitud y el inicio de la construcción de una mística, aspectos claramente expuestos por el joven equipo por el que apostó el seleccionador.

Para completar el análisis, pensemos a continuación lo que sucede con la selección boliviana cuando queda obligada en su condición de visitante a prescindir de la ventaja de la altura. La verde debe jugar en 72 horas contra Chile en Santiago, ciudad que se encuentra al nivel del mar. Nuestra selección llega a ese partido con un abrumador antecedente: La última vez que Bolivia ganó fuera de casa fue el 18 de julio de 1993 precisamente contra Venezuela en Puerto Ordaz (7-1!!!), lo que quiere decir que su último triunfo se produjo hace 67 partidos y 31 años.

A partir de las cinco de la tarde del martes 10 de septiembre, Bolivia estará obligada solamente a pensar en el juego, en su propuesta exclusivamente futbolística frente a una selección chilena que acaba de ser pasada por encima (0-3) en Buenos Aires, por ese equipo de autor como definiera Marcelo Bielsa a la selección argentina campeona del mundo dirigida por Lionel Scaloni.

Villegas tiene clarísimo el guión de su emprendimiento. Dice que en la lista de sus prioridades figura el trabajo que demandará una década con las juveniles, pero que eso no signfica que vaya a descuidar a la selección mayor en la que finalmente, después de tanto debate reiterativo, se ha decidido apostar por una nueva generación de futbolistas que han comenzado esta nueva etapa desatando una celebración que los alteños y las alteñas se merecen. Bolivia ha sabido jugar con la altura a su favor frente a Venezuela. Ahora contra Chile debe dedicar sus esfuerzos nada más que a jugar al fútbol. Los futboleros tan proclives al exitismo, saben que esto recién comienza y que la paciencia es clave para permitir que un trabajo pensado a mediano y largo plazo pueda generar algún fruto.

Julio Peñaloza Bretel
es periodista.

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A jugar en el cielo

/ 24 de agosto de 2024 / 01:59

Si algo tiene el fútbol boliviano es materia inagotable para la discusión acerca del lugar en el que se encuentra la frontera entre realidad y ficción, y sucede que conforme transcurren los días nos queda cada vez más claro que tal frontera no existe. Por décadas Bolivia defendió su derecho a jugar en la sede histórica de sus ilusiones y de sus esporádicas patriadas con la pelota rodando en el césped del Hernando Siles.

Sucedió alguna vez que el poderoso trío sudamericano brasileño-argentino-uruguayo intentó maniobrar en el escenario multilateral de las decisiones corporativas futbolísticas (FIFA) para dejar de venir a la tortuosa La Paz, esa ciudad a la que se llega a jugar con fastidio y temor a perder la capacidad de respirar, salvo que alguno se llame Ángel Di María y corra más y mejor en el estadio miraflorino que todos los componentes de nuestra verde selección juntos.

Desde que nuestro fútbol comenzó a desandar el camino y se fue tornando cada vez más irrelevante y sin capacidad competitiva, la urgencia por intentar dejar de jugar en la altitud paceña se hizo cada vez más innecesaria. Brasil nos convirtió cuatro goles en la anterior eliminatoria y Argentina tres en esta que se juega con destino a la Copa del Mundo 2026. Nosotros: cero. Ya ni con el flecheiro Marcelo Moreno Martins se logró anotar por lo menos el gol del honor.

El pasado 23 de marzo, en esta misma columna pregunté si el fútbol boliviano pasaba por altura o buen juego, y hace algunas semanas ha llegado la respuesta: altura, futboleros y futboleras, altura en primer lugar, y si se puede jugar algo de fútbol, tanto mejor. Como ya casi no se puede con futbolistas de buen pie —que casi no los tenemos hace muchos años—y por lo tanto ya no se puede técnica y tácticamente, acudamos a las fuerzas del cielo como invoca Javier Milei.

Como nunca antes sucedió, tenemos un presidente de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF) con una notable capacidad de persuasión que ha logrado convencer a la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) y a la mismísima FIFA no solo de continuar jugando en las alturas andinas, sino de hacerlo ahora algunos peldaños más arriba, esto es, en los 4.000 metros sobre el nivel del mar de la aguerrida y corajuda ciudad de El Alto.

Con este nuevo panorama, la selección boliviana de fútbol recibirá en el estadio de Villa Ingenio, con las autorizaciones internacionales respectivas en regla, a la Vinotinto venezolana, que hace por lo menos dos décadas superó las goleadas recibidas de a siete por partidos de ida y vuelta en la eliminatoria de 1993, para pasar al frente y tener ahora una escuadra que ocupa el cuarto  lugar en la tabla de las eliminatorias mundialistas y que en la Copa América recientemente ganada por Argentina en canchas estadounidenses, ganó su grupo con puntuación perfecta y fue eliminada en la tanda de penales frente a Canadá en cuartos de final, mientras nosotros, cada vez más verdes, regresábamos con el rabo entre las piernas sin un solo punto habiendo recibido 10 goles y anotado apenas uno.

Venezuela llegará a jugar a El Alto sin haberse manifestado ni en lo mínimo acerca de la incomodidad que supondría rendir en las mejores condiciones con semejante altitud, mientras en los ámbitos municipales y de la FBF se hacen denodados esfuerzos por tener las butacas plásticas necesarias exigidas por la FIFA que reducirán el aforo del estadio en el que habitualmente juega de local Always Ready, para dotarlo de las condiciones de seguridad y de comodidad que son parte del protocolo FIFA, también en esta fase eliminatoria de la nueva versión de la Copa del Mundo.

Con este panorama, Bolivia ha decidido apostar por una propuesta de características más medioambientales y climáticas que futbolísticas. Enfrentará a Venezuela, pensando en que los visitantes comenzarán a perder el partido en el vestuario, de solo pensar que en el primer sprint de sus extremos podrían quedar jadeando por insuficiencia de oxígeno. Bolivia jugará con la altura antes que con la pelota. Lo que parece no haber pensado la intrépida dirigencia federativa es que como bien dice la gran Camila en casa: “El fútbol boliviano es tan alucinante que hasta cuando ganamos, perdemos”, en alusión a los triunfos por 1-0 de The Strongest y Bolívar frente a Peñarol de  Montevideo y al carioca Flamengo, con los que nuestros históricos equipos quedaron eliminados en octavos de final de la Copa Libertadores de América.

Todas las selecciones nacionales se preparan para jugar. La  selección boliviana ha decidido, de aquí en adelante, aferrarse al ventajero expediente de la altura. Todas las realidades futbolísticas competitivas del planeta se ocupan, en primer lugar, de formar deportistas, atletas, futbolistas y en lo posible personas de bien. Bolivia consolida así la excepción a la regla: total, si ganamos con la altura, no hay para qué preocuparse por jugar al fútbol.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Acabar con el prorroguismo

/ 10 de agosto de 2024 / 01:23

A Evo Morales la palabra referéndum le debe doler en el alma. Fue a partir de una súbita y hasta ahora inexplicable decisión en tiempo y forma que el expresidente encaminó al país hacia el 21 de febrero de 2016 para preguntarle acerca de su aceptación o rechazo a una nueva repostulación, luego de estar gobernando por tres períodos consecutivos. La respuesta fue terminante. Fue no. Y el mismísimo Evo se rindió ante la evidencia acerca de la decisión expresada en las urnas. Tuvieron que transcurrir 20 meses, hasta noviembre de 2017, que buscando y rebuscando argumentos jurídico electorales, se instrumentó al Tribunal Constitucional —ese mismo al que el propio Evo ahora  tacha de prorroguista y funcional a los designios del actual poder gubernamental— para inventar una disparatada habilitación invocando al Pacto de San José, arguyendo que una candidatura presidencial es un derecho humano, razón por la cual se abrían las compuertas para la consolidación del liderazgo caudillista en el ejercicio presidencial.

Corregido semejante despropósito constitucional a partir de la respuesta a una consulta hecha por el entonces presidente Iván Duque de Colombia, a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, se concluyó que no había tal (agosto, 2021), que de ninguna manera, bajo ningún concepto jurídico se podría aceptar que es un derecho eterno ser candidato cuantas veces le plazca a quien ostenta un gran liderazgo y cree gozar de una legitimidad ilimitada, otorgada por el pueblo soberano.

Hasta aquí la historia es archiconocida y repetida hasta el cansancio. Desde 2019, Bolivia se bambolea en la incertidumbre que genera desde y hasta dónde existe el derecho de acceder a la candidatura presidencial. El país no ha podido superar esta discusión que se ha agravado con la decisión del mismísimo tribunal que habilitó a Evo en 2017, que el Día de los Inocentes, 28 de diciembre de 2023, emitió  la sentencia constitucional 1010 en la que queda expresamente determinada la reelección “por única vez continua”. En consecuencia, Evo Morales queda inhabilitado para las presidenciales de 2025.

En un día de iluminación, alguien cercano al presidente Luis Arce se levantó una mañana para sugerirle el camino más expedito y transparente para acabar con este exasperante debate que le ha costado al Gobierno, en los últimos dos años, tener que malgastar su tiempo en una interna partidaria que prácticamente ha destrozado al MAS-IPSP. Esa ruta está marcada por la convocatoria a un nuevo referéndum en el que bolivianas y bolivianos diremos qué hacer con esta cantaleta que nos tiene complicados en un momento en el que la gestión de Arce debiera estar exclusivamente enfrascada en buscar salidas a una situación económica que se viene tornando cada vez más compleja e irresoluble, sobre todo porque la desaparición del dólar callejero y el más grande, el necesario para las transacciones importadoras y exportadoras, está complicando el funcionamiento económico productivo del país.

Caudillismo. Mesianismo. Endiosamiento. Culto a la personalidad. Todos estos son conceptos que mucho tienen que ver con el estalinismo que desfiguró la revolución rusa y la construcción de una unión de repúblicas socialistas, y que con acento latinoindocaribeño se han incorporado a este lado del mundo, atribuyéndoles facultades y poderes especiales a nuestros libertadores republicanos del siglo XIX, de los cuales llegarían las herencias de lo bolivariano para atribuirse capacidades ilimitadas de ejercer el poder, descartando de un plumazo la imprescindible alternancia de nombres en las jefaturas de Estado.

Con sentido de previsión,  lo primero que le sugirieron a Nicolás Maduro cuando se estrenaba en la presidencia de Venezuela (2013), si quería tener relativo éxito en su gestión, era deshacerse de los chavistas en tanto se presagiaba que si los mantenía en la estructura de poder, su presidencia podía sufrir fuertes embates internos. Así son los grandes caudillos: hasta después de muertos son capaces de seguir influyendo en el estilo decisional de manejar el poder. Pues bien, todo indica que con el referéndum de próxima realización, el presidente Arce podrá neutralizar el asedio evista que tantas averías le ha generado en su ejercicio gubernamental, debido a que es altamente probable que esta nueva consulta popular sirva para ajustar cuentas con el pasado y reivindicar el valor del voto del 21F pisoteado con una habilitación que terminó con sindicaciones de fraude, derrocamiento y golpe de Estado.

Las sociedades del siglo XXI quieren gobernantes que no jueguen a la tentadora activación de la idolatría, y la única forma de marcarles los límites a los caudillos que creen en la perpetuidad del tiempo en el poder es a través de las restricciones que impone la ley. En ese sentido, el modelo mexicano de seis años en el gobierno de un presidente y sanseacabó parece no exhibir márgenes de error.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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