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Tinguipaya un municipio en acción

En Potosí ha mejorado la educación, la salud y la economía

/ 27 de octubre de 2013 / 04:00

En lo alto de un valle delimitado por cerros rojizos está la comunidad de Tuisuri, al norte de Potosí. En la parte más elevada del pueblo hay un edificio de una sola planta con un muro bajo de piedra del que entran y salen varias personas: hombres maduros de piel curtida, mujeres con una o varias wawas, señoras con muchos años en el rostro. Al entrar, a mano derecha, hay una puerta que, indica el letrero, es el “consultorio médico occidental”; en frente, otro cartel señala: “consultorio médico tradicional”. En el primero, sentada tras la mesa del centro de la sala, está Zulma Pinaya Chambi, una orureña que lleva ya una década al frente de la posta sanitaria y que, entre risas, dice que se siente más de este lugar que de aquel donde nació. A su alrededor hay dos estanterías, una mesa más pequeña, una camilla, una báscula y una silla al otro lado de su escritorio, para el paciente de turno. Ella y su ayudante, un joven enfermero que acaba de llegar de una comunidad cercana al cerro Malmiza, a varios kilómetros de aquí, son el personal sanitario de este centro de primer nivel que debe atender a unos 2.000 lugareños. Aunque no están solos: ellos se encargan de la salud impartida en las universidades pero, en la pieza del otro lado, trabajan los médicos tradicionales. Ocho, en total. Y cada uno con una especialidad.

En la sala de enfrente, con sombrero de ala negro adornado con una pequeña pluma verde y vestido con una camisa que asoma bajo un poncho rojo, aparece Julián Urioca. Tiene sobre la mesa un montón de hojas de coca que remueve constantemente. Él se encarga de leer cuál es la dolencia del paciente: “Si tiene algo paramédico, lo curo yo; si no, lo mando a la doctora”, explica. Aquí se pueden tratar dolencias como la pérdida del ajayu o haber sufrido el ataque del lik’ichiri, conocido en otros lugares como khari khari: ese ser que provoca el sueño en sus víctimas para robarles la grasa. “Sabes que te ha atacado porque tienes como botones blancos sobre la piel”, traduce otro yatiri las palabras en quechua de Gregoria Ayarachi, experta en este tipo de problemas.

Permitir a los comunarios elegir entre el sistema tradicional de salud y el “occidental” ha traído un importante logro en la zona, destaca la doctora Zulma: cada vez son más las embarazadas que acuden a hacerse los controles prenatales y a dar a luz a la posta sanitaria. Eso ha reducido la tasa de mortalidad tanto de madres como de recién nacidos, asegura. Ha tenido mucho que ver el que las pacientes puedan optar entre tener a sus hijos en la típica camilla de parto, o en la forma a la que están acostumbradas: colocándose sobre un colchón y, agarrándose a una estructura de madera, parir al bebé de pie. La sala de partos tiene el material necesario para ambos.

“Antes, se atendía en casa. Con la capacitación (…) nos han enseñado cómo atender el parto”, dice la médica, haciendo referencia también a las parteras tradicionales que asisten a las embarazadas en el centro sanitario.

Cuando dijeron a las lugareñas que podían escoger el método con el que se sintieran más cómodas y que, además, estaban permitidas las k’oas u ofrendas, el uso de incienso, la preparación de mates y el manteo (mecer a la parturienta con una manta para corregir la postura de la niña o del niño para el alumbramiento), las mujeres se animaron a acercarse a la posta.

El acceso de mujeres al servicio de salud se ha incrementado en 48% desde 1998 hasta hoy, según Pasocap (Pastoral Social Cáritas Potosí). Durante 14 años esta institución ha ejecutado el programa de desarrollo territorial de Malmiza, financiado por la ONG española Ayuda en Acción. La salud, junto con la educación y el fortalecimiento de las economías locales, han sido los ejes de esta cooperación que comenzó en 1998 y que acaba de dar por terminado su trabajo en la zona. La colaboración económica se ha obtenido gracias al apadrinamiento a niños del municipio de Tinguipaya, donde se ha llevado adelante el programa. A través de dotaciones monetarias, cada “padre” (una persona de España) ha patrocinado a un menor, aunque realmente el dinero se ha empleado en diferentes obras destinadas a mejorar la vida de toda las comunidades en las que viven los ahijados. En total, 22.578 personas se han beneficiado con diferentes infraestructuras y capacitaciones por un valor de $us 3.230.648 (la población total del municipio es, según el último censo, de 27.200 personas).

En Anckara, Nuestra Señora de Belén, Jahuacaya, Ckellu Cancha, Caimuma y Cienegoma, además de en Tuisuri, se ha fortalecido la atención sanitaria en los puestos de salud municipales. Pero, además, junto con el gobierno local, se ha mejorado el equipamiento de los 18 centros que hay en Tinguipaya. Así, el acceso y la atención en salud han aumentado. Casi el 100% de la población tiene cobertura, mientras que 13 años atrás sólo el 60%  accedía al servicio.
Camillas, tubos de oxígeno, radiocomunicación, hornos de esterilización, material quirúrgico menor son algunos de los implementos que han recibido las comunidades. En Jahuacaya, cuenta Katherine Argote, de Ayuda en Acción, los pacientes del dentista tenían que sujetar el barreño mientras el especialista les sacaba una muela. Ahora, cuentan con una silla odontológica equipada.

A diez minutos en vehículo desde Tuisuri, en dirección a Potosí, está Utacalla. Por el camino de tierra con un gran cañón al fondo, se ven pequeños embalses y tierras aradas de las que asoman tallos verdes. La construcción de estanques y represas, y la creación de sistemas de canalización, también han sido parte del proyecto de desarrollo. Antes, aseguran los lugareños, si no llovía no regaban, con el riesgo de quedarse sin cosecha. Y Potosí se caracteriza por tener un clima frío y árido. Por ello no extraña que fuera el departamento con mayor número de emigrantes del país, de acuerdo con datos del censo de 2001. Se ha construido tres represas, más de 50 estanques de entre 20 y 60 metros cúbicos de capacidad, pequeños reservorios y más de siete kilómetros de canales.

“Tinguipaya es bastante abrupta”, dice el coordinador del proyecto de Pasocap, Osvaldo Enríquez. “Casi no hay planicies para cultivar y la lluvia erosiona la tierra”. Por ello, se ha aplanado el suelo y hecho terrazas agrícolas. Gracias al aprovechamiento de los campos y de los (escasos) recursos hídricos, los agricultores han diversificado la producción y, a pesar de cultivar a 3.800 msnm con temperaturas extremas (porque en esta época, durante las horas de sol, hace más bien calor), producen dos cosechas al año. Cebolla, lechuga, repollo, zanahoria, remolacha… crecen en el lugar. Y, también, la tradicional haba.

“Harto de verdad hemos cambiado”, dice Reina Marka en las instalaciones de la Asociación de Productores Regantes Unión Fuerza Thapaña, en la comunidad de Taitani, un centro en el que se transforma este fruto. Es otra de las infraestructuras que se ha construido con la financiación de Ayuda en Acción, junto con centros de acopio en otros poblados. René Parada, uno de los socios, que trabaja en la asociación y también cultiva esta semilla, muestra cómo se envasan las típicas habas saladas en bolsas de 35 gramos. Además de este derivado, los 20 trabajadores que tiene la planta hacen crema precocinada de este vegetal, galletas (con harina de trigo, haba y cebada) y api de haba con sabor a leche y a chocolate.

Al principio, vendían los productos ahí mismo. Hace ya dos años que los llevan hasta las ferias de Potosí, explica Reina, quien fue presidenta de la asociación en la gestión 2011-2012, un cargo algo complicado. “Al principio no sabía qué tenía que hacer”, reconoce la mujer de 40 años y madre de cuatro hijos, que viste pollera, chamarra de buzo y sombrero. Entonces, el centro recién estaba empezando a funcionar. Lo primero que hizo fue convocar a las autoridades comunales para conocerse, pero no fue algo sencillo, pues a los hombres les costaba aceptar que la representante de todos fuera una mujer. Incluso, en su casa tenía problemas, aunque eso le cuesta reconocerlo, y es Katherine, de Ayuda en Acción, la que cuenta cómo el marido de Reina no miraba con buenos ojos que ella pasara horas fuera de casa capacitándose para hacer mejor su trabajo. Llegó al punto de renunciar al cargo durante una de las reuniones de su organización. “Pero la gente me apoyó y seguí”, relata con su tono tímido.

“Antes dábamos haba tostadita a nuestro hijos cuando iban a la escuela; ahora les damos recreo”, dice la expresidenta. Y en Taitani se ven cada vez más casas de ladrillo, en detrimento del barro y los tejados de paja. Sea mejor o peor el uso de estos materiales frente a los tradicionales, la situación refleja el aumento del poder adquisitivo de la población. De hecho, el ingreso por hectárea se ha cuadriplicado en comparación con el de hace 14 años, afirma el director de Ayuda en Acción en Bolivia, José Maguiña. Y es que, entonces, ni tan siquiera había sistema de regadío. “Si la tierra se secaba, plantábamos cebada”, explica Reina, quien produce entre 25 y 30 quintales de haba por temporada.

La casa de juegos

Tanto en Taitani como en otras poblaciones de la zona, desde la época de carnaval hasta abril, los niños no aparecen por el colegio. Primero, porque la fiesta dura una semana. Luego, porque es el momento de hacer la cosecha. Y, cuando llega el tiempo de la siembra —entre septiembre y noviembre—, tampoco van a clases: tienen que ayudar a la familia. “Habría que cambiar el calendario escolar”, propone Osvaldo, para evitar que los jóvenes no pierdan buena parte del periodo lectivo. Pero no es tan sencillo y, por eso, asegura, apenas salen profesionales de este municipio.

Los profesores son de afuera, porque ni siquiera hay una normal en el área. La más cercana está en Potosí, a 80 kilómetros de la capital municipal, Tinguipaya. Por ello, los docentes son foráneos y, para asegurar su estancia en las comunidades, el programa de desarrollo territorial ha financiado la construcción de 34 viviendas distribuidas por la Alcaldía para los maestros (con lo cual se ha logrado el 100% de permanencia de los docentes). En Utacalla se han levantado algunas de ellas, de color amarillo, junto al internado de jóvenes estudiantes de la zona. Constan de un cuarto que hace las funciones de dormitorio y sala de estar, de una cocina y baño compartido. Ariedna Ance, profesora potosina que está pasando su primer año en la comunidad dando clases a los niños del nivel inicial de la Unidad Educativa Colegio Nacional Mixto Tomás Frías Utacalla, abre la puerta de su alojamiento. El suelo es de cerámica. El adobe de las paredes lo ha puesto la comunidad, como contraparte. El colchón, el catre, la garrafa de gas y la cocina son del departamento; así se lo encontró Ariedna y así lo tendrá que devolver el día que se vaya.

Dice que el lugar es cómodo, aunque algo frío en invierno. Cuando no están dando clase, ella y los otros profesores salen a correr, juegan en la cancha contigua o preparan sus lecciones.

La escuela está al otro lado de un pequeño barranco que parte en dos la comunidad. Tiene menos de 1.000 alumnos, como la mayoría de las de la zona. La de Utacalla, como la de Taitani, Tinguipaya y Jahuacaya, tiene una pujllana wasi o casa del juego, a la que los alumnos de los diferentes cursos de primaria acuden dos veces por semana, con sus respectivos maestros, para aprender jugando.

Distribuidos en varias mesas hay diferentes juegos para practicar matemáticas y lenguaje. Rolando, uno de los más jóvenes de la unidad educativa, se entretiene con el “¿Dónde está?”. Ante sí hay un gran montón de fichas con dibujos de animales y objetos. Y Ariedna le pregunta: “¿Dónde está el pato?”. Él lo busca y se lo muestra a su educadora, quien comenta que el juego ha sido adaptado a este nivel educativo para que los pequeños también puedan disfrutarlo. Los niños de más edad buscan fichas para luego crear frases completas.

En el otro lado del aula un grupo de alumnos más grandes está divirtiéndose con “Buscando su par”, un dominó de piezas dobles: cada una está compuesta por una palabra y un dibujo. Una niña sostiene en una mano una ficha en la que está escrito “quena” y en la que viene representada una flor. La acerca a la fila de piezas que hay sobre la mesa y la pone por el lado de “quena” al lado de la última ficha, que tiene dibujado este instrumento musical. “El aprendizaje es un juego, no una carga”, argumenta el director de Pasoca, el sacerdote Marco Antonio Abascal. Canicas, ábacos, dados o la minicomputadora (conocida también como Tablero de Pappy), que mediante fichas de cuatro colores ayuda a complementar la comprensión del sistema de numeración, complementan la pujllana wasi.

Ellos también son pacientes de la doctora Zulma. “Conozco a cada uno. Son buenas gentes”, dice ella. La médica se marchará pronto y vendrá otro galeno a ocupar su puesto, pero estos años han sido de mucho trabajo: ya no hay tuberculosis y el 90% de la población tiene en orden su cartilla de vacunación.  La cooperación internacional se ha ido: “Ya no somos importantes”, les dice el director de la ONG en el acto de cierre. Y un niño que declama durante el evento, termina diciendo: “Tenemos una nueva forma de vivir mejor”.

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Okinawa y San Juan: colonias japonesas en Bolivia

Los museos de ambas colonias narran la historia de la inmigración nipona a estas tierras tras la Segunda Guerra Mundial

Por Mitsuko Shimose

/ 26 de mayo de 2024 / 06:58

Este año se conmemora no solo 125 años de la primera inmigración japonesa a Bolivia en 1899, sino también 110 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países. Lamentablemente, esta primera inmigración no pudo consolidarse, puesto que de los 93 japoneses que embarcaron desde el puerto del Callao, hasta San Antonio, en el departamento de La Paz, 90 optaron por regresar al Perú. Es en 1908 que se dio el asentamiento exitoso en el oriente boliviano de un grupo de inmigrantes que llegaron desde tierras peruanas hasta Riberalta debido al auge del caucho.

Tras la Segunda Guerra Mundial hubo otra gran ola de inmigración en la que los japoneses llegaron al departamento de Santa Cruz, donde fundaron las colonias Okinawa y San Juan. Esto fue posible gracias al establecimiento de relaciones diplomáticas entre Japón y Bolivia que se erigieron 40 años antes de este masivo asentamiento.

En 1908, “el presidente boliviano Ismael Montes Gamboa y su renovado Ministerio de Relaciones Exteriores motivaron los primeros acercamientos diplomáticos con Japón, el país al que veían con mejores potencialidades en Asia”, según el archivo digital de la Embajada de Japón en Bolivia.

La Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa, el monumento dedicado a los inmigrantes japoneses y fotos de sus actividades tras su asentamiento.
La Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa, el monumento dedicado a los inmigrantes japoneses y fotos de sus actividades tras su asentamiento.

En el mismo documento se lee que “si bien el intento del presidente Montes no obtuvo resultados ese año, sí se logró un acercamiento eficaz durante su segundo mandato (1913 a 1917), que llegó hasta la suscripción de un tratado de comercio, el 13 de abril de 1914”. Este fue el primer convenio suscrito entre Bolivia y Japón, y representa el inicio de sus relaciones diplomáticas, las cuales están basadas en una “sólida y perpetua paz y amistad”.

Okinawa, exportadora de soya

A causa de la Segunda Guerra Mundial, las islas de Okinawa en Japón quedaron en ruinas y bajo el dominio de Estados Unidos. Debido a eso, los inmigrantes ya instalados en La Paz y Riberalta plantearon la instalación de la colonia Okinawa en Bolivia, logrando en 1953 el ofrecimiento de 10.000 hectáreas de tierras fiscales dentro del departamento de Santa Cruz.

“Una vez que Estados Unidos tomó posesión de las islas de Okinawa, la opción era quedarse ahí a trabajar bajo dependencia norteamericana o salir a buscar mejores condiciones, pero lamentablemente no había un lugar óptimo para emigrar. Justamente por aquella época, en Bolivia se dio la Reforma Agraria en 1952, por lo que nuestros primeros inmigrantes optaron por venir a este país”, dice Satoshi Higa, secretario general de la Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa hace aproximadamente 14 años, que relata la historia tras una visita al museo de la inmigración de la colonia.

Gracias a la Reforma Agraria en Bolivia, en 1954 llegó un grupo de más de 400 japoneses repartidos en dos grupos entre agosto y septiembre, pero lamentablemente, una epidemia segó la vida de 15 de ellos en seis meses.

“Desde su llegada, los inmigrantes fueron afectados por el calor, sequías, epidemias e inundaciones, obligando el 24 de junio de 1955 su traslado a Palometillas, para luego establecerse en lo que hoy es Okinawa 1. La colonia Okinawa se extendió con la fundación de Okinawa 2 (1958) y Okinawa 3 (1961) y obtuvo su autonomía administrativa en 2000”, se lee en la documentación diplomática.

Este año se cumplen, así, 70 años desde la primera inmigración japonesa a la colonia de Okinawa, específicamente a “Uruma, que está entre Cuatro Cañadas y Pailón”, asegura Higa, quien añade que, en la actualidad, menos del 10% de los habitantes de la colonia conforman la población japonesa y nikkei (descendientes). “Tenemos como 14.000 habitantes, de los cuales 245 familias conforman 850 personas entre japoneses y descendientes”, siendo entre ellos 250 japoneses de la primera generación que aún están vivos.

Sobre la asociación de Okinawa, Higa apunta que se estableció legalmente en 1979 y que actualmente se dedica a promover actividades culturales y deportivas, labor que realiza de forma separada de  la Cooperativa Agropecuaria Integral Colonias Okinawa (CAICO), que es una entidad con fines de lucro que agrupa a las tres colonias desde su fundación en 1971, la misma que en 2005 recibió el premio como “Máximo exportador de soya”, otorgado por la Cámara de Industria y Comercio Boliviano-Peruana de Santa Cruz.

Algunos de los instrumentos que los inmigrantes usaban en la colonia San Juan para su labor agrícola y fotos del monte virgen.
Algunos de los instrumentos que los inmigrantes usaban en la colonia San Juan para su labor agrícola y fotos del monte virgen.

San Juan, productora de arroz y huevos “Toshimichi Nishikawa programó el envío

de inmigrantes a Bolivia en agosto de 1954. Bajo este plan, en julio de 1955, ingresó a Bolivia el grupo denominado ‘Inmigrantes Nishikawa’, conformado por 88 personas quienes hacha en mano tuvieron que realizar el levantamiento de caminos y campos de cultivos dentro de una selva virgen colmada de árboles de hasta 35 metros de altura”, se lee en el informe.

“Fue un gran impacto encontrarnos con un monte donde no había ninguna senda”, cuenta Masayuki Hibino, presidente de la Asociación Boliviano-Japonesa de San Juan hace 10 años. Pero, a pesar de eso, afirma que no les quedó de otra que establecerse allí porque ya no podían retornar a Japón, pues se habían desecho de todas sus posesiones antes del viaje. “Desde aquello, ya pasaron 69 años”, recuerda con la mirada nostálgica. A pesar de ello, Hibino asegura que no volvería a vivir en  Japón, pues forjó su hogar en San Juan, y que solo viaja al país del Sol Naciente para visitar a tres de sus seis hijos que radican allí.

En 1955, pues, comenzaron a sembrar arroz  y en 1956 se suscribió el Acuerdo de Inmigración entre Japón y Bolivia. Después de eso, ingresaron alrededor de 1.620 personas, según Hibino, siendo la mayor parte de ellos eran agricultores, por lo que decidieron irse a Brasil por la riqueza que tenía ese territorio en cuanto a tierras de cultivo. Señala además que quienes se quedaron en Bolivia, continuaron con la labranza del arroz, sumando a ella la labor avícola en granjas para la crianza de pollos y la obtención de huevos.

De ese modo, en 1957 se fundó la Cooperativa Agropecuario Integral San Juan de Yapacaní (CAISY Ltda.), reconocida por la producción de huevos y arroz a nivel nacional.

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Sobre la asociación de San Juan, Hibino señala que el trabajo que se realiza es para darle un servicio a los más de 750 socios —entre los cuales, aproximadamente 130 son de la primera generación—, como por ejemplo, “trámites de carnet de identidad japonés o relacionados con el koseki (registro familiar) de sus hijos”.

Aunque los inmigrantes japoneses de la primera ola a principios del siglo XX se fueron desprendiendo poco a poco de la agricultura e incursionaron en rubros comerciales, como la artesanía, los servicios gastronómicos, los bazares o la importación de productos, según el dosier oficial, los inmigrantes a estas colonias mantuvieron la labor agrícola como actividad principal para su modo de subsistencia.

Las historias relatadas tanto en documentación de la Embajada como por Higa y Hibino dan vida a los objetos expuestos en los museos de ambas colonias. Los viajes en barco que realizaron miles de japoneses desde el otro lado del mundo y las peripecias que pasaron en todo ese transcurso para llegar a otro continente quedan plasmados en estas reliquias que no solo encarnan la memoria, sino que también la preservan.

Los recuerdos de los inmigrantes japoneses fecundaron en Bolivia, país que les ofreció no solo tierra para ser cultivada después del dominio norteamericano tras la Segunda Guerra Mundial, sino también, y sobre todo, les brindó la libertad para criar a sus hijos según sus costumbres y valores, algo que difícilmente habrían podido hacer si se hubiesen quedado en Japón. Asimismo, fue gracias a las cualidades niponas que Bolivia se enriqueció culturalmente con este sincretismo.

Texto y fotos: Mitsuko Shimose

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Utjawi Restaurante: Los sabores de hogar, en Calacoto

Actualmente ambos se encuentran a la cabeza del restaurante Utjawi, palabra que en aymara significa “hogar”

/ 26 de mayo de 2024 / 06:47

Crónicas gastronómicas

Diana Rodríguez y Camilo Heredia conforman un joven matrimonio a prueba de adversidades. No ha sido fácil salir adelante para esta pareja de esposos y padres de la pequeña Emma, sobre todo tras haber tenido exitosos negocios que no prosperaron más allá del tiempo debido, principalmente por causa de amargas influencias externas. 

Actualmente ambos se encuentran a la cabeza del restaurante Utjawi, palabra que en aymara significa “hogar”, y finalmente Diana —quien no sólo es una experimentada gastrónoma, sino que también es psicopedagoga con especialidad en niños con capacidades especiales— y Camilo —quien siempre fue un administrador nato en todas las etapas de su vida— han encontrado en este establecimiento ubicado en la zona sur de la ciudad de La Paz, un prometedor norte culinario a seguir que lleva la denominación generosamente otorgada por la señora Mariela Alarcón,  la madre de Camilo, a raíz de un emprendimiento de ropa artesanal hecha en lana que llevaba el mismo nombre.

En Utjawi podemos encontrar almuerzos de lunes a viernes por Bs 23. Estos constan de entrada, sopa, dos opciones de segundo, postre y matecito de cortesía (los sábados y domingos cuestan a Bs 26 e incluyen sopa de maní o chairo y cuatro opciones de carnes a la parrilla). Por las noches, de jueves a sábado, se ofrece variedad de pastas y pizzas. Además, todos los días se puede disfrutar de platos a la carta, que incluyen un cóctel de cortesía los fines de semana, con deliciosas propuestas como el chicharrón de paiche con yuca frita, arroz y ensalada fresca; lomo montado, con papas fritas, arroz, huevos y chorrellana; costillar de cerdo, con papas fritas, arroz y ensalada de la casa; planchita cochabambina, con chuleta de cerdo, filete de res, pollo, salchichas, huevo frito, papa frita, postre frito y chorrellana; así como los tradicionales charquekán, pique macho y ranga ranga.

Para este Día de la Madre tendrán un menú especial con una entrada consistente en cuatro bruschettas mixtas, un plato fuerte a elegir entre fideua y pasta strogonoff, copa de vino y música en vivo.

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Utjawi Restaurante

  • Dirección: Calle Gabino Villanueva N° 36, entre calles 22 y 23 de Calacoto.
  • ☎ Reservas: 78810034
  • Redes e información: @utjawirestaurante (Facebook, Instagram y Tik Tok )       
  • Rango de precios: Bs 23 – 80
  • Horarios de atención: lunes a domingo, de 12.00 a 15.30. Noches: jueves a sábado de 18.00 a 22.30
  • Plato Estrella: Charquekán
  • Menú para niños:
  • Opciones vegetarianas:  Sí

Contáctenos: Fernando  recomienda, Fernandorecomienda  @fernandorecomienda        ,Correo: [email protected]

Texto: Fernando Cervantes

Fotos:  Fernando Cervantes y Utjawi Restaurante

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El videoclip angloamericano, ¿herramienta ideológica?

Jon E. Illescas plantea en su libro 'La dictadura del videoclip' los valores que promueve este formato para la cultura

Por Juan José Cabrera Rivero

/ 26 de mayo de 2024 / 06:39

La sociedad moderna presenta un conglomerado de voces simultáneas que parecen no tener un final. El contexto, la identidad, la historia, los temas políticos, económicos, sociales y culturales se desarrollan en un relato fragmentado que va junto a las constantes transformaciones de los formatos culturales, donde el sujeto tiene contacto con productos culturales o artísticos que pretenden influir en la dimensión pública y privada de cada uno de los individuos en favor de una agenda colectiva.

Por esta razón, todos los discursos que ofrecen una visión comunicativa compuesta de códigos compartidos son persuasivos. A los habitantes de la gran ciudad se les asigna el papel de espectadores, capaces de crear la ilusión de una trascendencia global. En este sentido, las formas de producción artística visual y cultural (clips de películas, canciones, libros, obras de arte, performances…) dependen de sus canales de recepción y distribución. Nuestra forma de contar la historia corre el riesgo de perder significado, dirección y voluntad artística porque refleja un contenido abiertamente positivista. La economía también sistematiza la intervención en la producción cultural, convierte posiciones ideológicas y existenciales en argumentos políticos, aborda una teoría del conocimiento basada únicamente en datos estadísticos y es fuertemente positivista.

En su libro La dictadura del videoclip, Jon E. Illescas señala que el videoclip es un producto híbrido, al combinar imagen y sonido, y que más allá de ser solo un simple producto para vender la imagen y música de un artista, tiene un fuerte contenido ideológico y una gran carga política.

En su libro, Illescas analiza cómo el videoclip puede ejercer un control social por medio de la cultura y para ello se apoya en Antonio Gramsci y su noción de hegemonía que plantea que esta se construye por medio del consenso o por medio de la fuerza. Lo que queda claro para el autor es que en estos tiempos por medio de la industria cultural se genera una influencia desde la música y sus videoclips poniendo en contexto un discurso que favorece los intereses de la clase dominante, por medio de estos discursos el consumidor consume y normaliza sin ningún sentido crítico temas como la violencia, el machismo, el egoísmo entre otros.

El videoclip hegemónico, que en su 90% es de origen anglo-estadounidense, maneja un mensaje mayoritariamente individualista donde se fomenta la competitividad y el hedonismo, todo esto para escapar de una realidad insulsa. Así, el hedonismo capitalista busca legitimar y reproducir en los videoclips de estas características una narrativa que valide en pensar que la riqueza se convierte en fenómeno de felicidad y goce, de igual manera se trata de mostrar a menos valores como la generosidad y el afecto.

Cantantes pop como Lady Gaga y Jennifer Lopez, así como músicos de rock como Pink Floyd usan el video como herramienta.
Cantantes pop como Lady Gaga y Jennifer Lopez, así como músicos de rock como Pink Floyd usan el video como herramienta.

Como se señaló antes, el individualismo está muy presente, además del de la riqueza, pues según Illescas la pobreza apenas aparece en los videoclips. La intención es que esta problemática se oculte o invisibilice para que políticamente esté fuera del debate público. «Esto es lo que consigue la élite burguesa por acción u omisión con los videos de las estrellas del pop, silencia a todos los que padecen la lógica pecuniaria del sistema y sobreamplifica a los que (se supone) la gozan. Resultado en la mente del adolescente: el capitalismo no es tan malo, hay mucha gente que triunfa y se pega la vida padre. Así que… ¿Por qué se quejarán tanto esos ruidosos izquierdistas?», señala en el libro.

Al igual que muchos de los spots publicitarios, la industria del videoclip ha legitimado otro valor: el patriarcado visual donde la figura femenina es objetivizada, es decir, que se transforma en un objeto del placer visual del hombre. Esto ha sucedido desde casi la aparición del mismo videoclip, en la era del rock casi siempre se mostraba «bailarinas ligeras de ropa, jóvenes con diminutos bikinis, provocativas modelos rozándose en ropa interior al paso de los cantantes». Décadas después, con el reguetón en auge, las mismas características se repiten: el cuerpo de la mujer se convierte nuevamente en un objeto de consumo, como una especie de fast food sexual para los hombres. Así, el videoclip adquiere un carácter de transmisor de estereotipos de género. Los estudios de Colas y Villaciervos señalan que los estereotipos son “una representación cultural que contiene ideas, prejuicios, valores, interpretaciones, normas, deberes, mandatos y prohibiciones sobre la vida de las mujeres y de los hombres”. Es por esta razón que el videoclip emplea los estereotipos por la comodidad que da y por su fácil identificación y asimilación de la sociedad.

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Según lo investigado por Jon E. Illescas, aparece el Black capitalismo, un estilo dentro del videoclip hegemónico que pretende mostrar por medio de los cantantes afroamericanos, que casi siempre procedían de los barrios marginales, en el imaginario de la población de esos sectores, la idea del éxito posible por medio de las reglas capitalistas. La idea principal de estas reglas es crear modelos despolitizados que plantean resultados o respuestas individuales y no políticas colectivas que alguna vez plantearon Martin Luther King o Malcolm X.

En los últimos años ha surgido un público que ya se ha cansado de la publicidad convencional y pese a todos los cambios que puede tener el videoclip se trata de influir al consumo, por ello se está usando la estrategia del product placement, que básicamente es en introducir en un espacio audiovisual una determinada marca sin alterar el ritmo de la acción. Para Illescas, se ha convertido en un catálogo que insta a ir de compras, por ejemplo, el videoclip Bad Romance de Lady Gaga, que tiene nueve anuncios como videoconsola Nintendo, Laptop HP, Vodka Nemiroff, zapatos Alexander McQueen entre otros. Suele suceder que un anunciador paga la producción del videoclip para que su producto aparezca a lo largo del mismo, como sucede con la marca de automóviles Fiat en el video Papi de Jennifer López. Se debe tener en cuenta siempre que el videoclip se convierte en un espacio publicitario que va a intentar cambiar al espectador en un simple consumidor.

Otro punto que Illescas toca es que casi desde su aparición el videoclip ha sido utilizado por la clase dominante como un instrumento para legitimar muchos aspectos, como son los valores morales e ideológicos en beneficio de ellos. Por ejemplo, la canción Part of me de Katy Perry tiene una característica de propaganda militar porque a lo largo de su narrativa hace una exaltación del ejército de EE.UU. a esto el autor denomina como el Soft power (poder blando), que por medio de la industria musical se trata de establecer una hegemonía política en el sistema mundial sin la necesidad de medios de coerción que limiten la libertad de las personas. Todo esto lleva a analizar que en este mundo de la industria del videoclip, tanto cantantes, directores de cine, equipo técnico y otros cumplen el rol de forma pasiva y algunas veces se activan como elementos del poder político y económico que reproducen en el imaginario colectivo de la sociedad determinadas ideas para mantener el sistema capitalista de forma vigente.

Este análisis sobre uno de los aspectos del videoclip desde las investigaciones de Jon Illescas no debe considerarse como que toda producción musical en esta área gira en torno a una posición que se relacione con la economía política, pues hay muchos elementos que son contados en la narrativa audiovisual del videoclip, como es el hablar sobre la vida o la muerte, la fuerza del amor, el sexo, la amistad, la tristeza, la existencia y la familia, entre otros temas, pues el encasillar solamente en que es un producto ideológicos para dominar  a las masas es limitarlo de lleno. Pues si bien hay videoclips que responden un mensaje ideológico capitalista, también hay productos contestaríos que respondieron y responden al sistema vigente, como sucedió con el rock de los años 70 en Latinoamericana, una fuente de rebeldía frente a los regímenes militares de los diferentes países. A lo largo de los años hay videoclip que buscan denunciar la guerra o las consecuencias de la misma como es el caso de Born in the USA de Bruce Springsteen, o de uno de los videoclips con matiz belicoso de mayor difusión es Another Brick in the Wall de Pink Floyd, incluido en el largometraje musical The Wall de 1982.

A manera de conclusión, el videoclip busca reafirmar los modelos de comportamiento y roles sexuales, así como de diferencias de género, al mismo tiempo que el formato hace uso de dicho poder para la difusión de mensajes reivindicativos.

Texto: Juan José Cabrera Rivero

Fotos: Internet

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Ipas Bolivia presenta la primera edición de la revista «Un nuevo y urgente abordaje periodístico. Violencia sexual y sus consecuencias»

/ 26 de mayo de 2024 / 06:18

En el marco de su compromiso por fortalecer la capacidad de mujeres y jóvenes para ejercer sus Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos (DSDR), Ipas Bolivia, organización no gubernamental sin fines de lucro con más de dos décadas de trayectoria en el país, presenta la primera edición de la revista digital «Un nuevo y urgente abordaje periodístico. Violencia sexual y sus consecuencias».

Esta vpublicación, elaborada con el apoyo de la Embajada de Suecia en Bolivia, reúne una colección de artículos realizados por periodistas de todo el país que abordan temas cruciales como la violencia sexual, el embarazo adolescente y el aborto, desde un enfoque de género.

Un abordaje integral e innovador

La revista «Un nuevo y urgente abordaje periodístico. Violencia sexual y sus consecuencias» se distingue por su propuesta editorial innovadora, que va más allá del formato tradicional escrito. Con el objetivo de llegar a una audiencia más amplia y diversa, la publicación incorpora una variedad de formatos que enriquecen la experiencia de lectura y facilitan el acceso a la información.

Los artículos escritos contienen un profundo análisis. Estos son reportajes que exploran las diferentes aristas de la violencia sexual, el embarazo adolescente y el aborto, desde una perspectiva de género y derechos humanos.

Las notas radiofónicas, por su parte, se enfocan en informar a lectores y oyentes sobre cómo realizar una denuncia en casos de violación y las causales en las que las mujeres pueden acceder a una interrupción legal del embarazo (ILE).

Los formatos visuales y multimedia, en cambio, comprenden combinaciones de imagen, sonido y texto con el fin de ofrecer una experiencia más dinámica, interactiva, y con una mirada creativa y sensible de los temas abordados.

Acceso a la información en español y aimara

Conscientes de la importancia de la inclusión lingüística y cultural, la revista «Un nuevo y urgente abordaje periodístico. Violencia sexual y sus consecuencias» no incluye solo artículos en español, sino también una nota radiofónica en idioma aymara. 

De esta manera, se busca garantizar que el mensaje llegue a un mayor número de personas en todo el país, incluyendo a aquellas que pertenecen a comunidades indígenas y hablan aymara como lengua materna.

Un equipo de periodistas comprometidos

La revista «Un nuevo y urgente abordaje periodístico. Violencia sexual y sus consecuencias» ha sido posible gracias al trabajo de un grupo de periodistas talentosos y comprometidos con la defensa de los DSDR.

Entre las y los autores que contribuyen a esta valiosa publicación se encuentran: María Cossío Mercado, Jorge Salomón, Yobana Knaudt, Yercia Mañueco, Fernando Figueroa, Aleja Cuevas, Aline Quispe, Micaela Villa, Juan Cancari, Heidi La Fuente, Rebeca Mamani, Michelle Nogales, Mijail Miranda y Elton Jhons Chambi.

Cada periodista ha aportado su experiencia, conocimiento y sensibilidad para crear artículos y reportajes que no solo informan, sino que también sensibilizan, conmueven y generan reflexión sobre la problemática de la violencia sexual y sus consecuencias en la vida de las mujeres y jóvenes en Bolivia.

Una herramienta para la sensibilización y el cambio

Ipas Bolivia tiene la convicción de que la información y el periodismo de calidad son herramientas poderosas para generar cambios sociales. Con la publicación de la revista «Un nuevo y urgente abordaje periodístico. Violencia sexual y sus consecuencias», la organización busca sensibilizar a la población sobre la problemática de la violencia sexual, el embarazo adolescente y el aborto, promover el debate público informado sobre estos temas, y contribuir a la construcción de una sociedad más justa y equitativa, donde los DSDR de todas las personas sean plenamente respetados.

Ipas Bolivia invita a toda la población a leer y compartir esta importante publicación. La revista está disponible de forma gratuita en la página web de Ipas Bolivia: https://www.ipasbolivia.org.

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La memoria tiene lugares

Una visita al Museo de la Memoria de Montevideo y una charla con el Colectivo de Ex Presos/as Políticos Adolescentes

Puerta de la cárcel de Punta Carretas para presos políticos.

Por Ricardo Bajo Herreras

/ 26 de mayo de 2024 / 06:05

Vinieron a por su padre y se la llevaron a ella. Tenía quince años. Y ya era una presa política. Adolescente. No tenía novio, ni estaba en la universidad. No pensaba en su futuro, ni siquiera se imaginaba su vida como adulta. Pero estaba presa. Por hacer “política” en su escuela secundaria. Tenía quince años y estaba presa por soñar un país mejor.

Las historias de los presos políticos adolescentes no son comunes. Uno pudiera pensar, a bote pronto, en Palestina. O en la Sudáfrica del “apartheid”. En lugares del mundo, donde los chicos y chicas son obligados a crecer de repente, donde los adolescentes dejan de hacer cosas de adolescentes (como jugar, salir a la calle y pasarla bien) y de la noche a la mañana se ven haciendo cosas de mayores: marchas, huelgas. A uno le cuesta pensar que esto pasó cerca de nosotros, en un país (“modelo”) como  Uruguay.

La cita con Mario Mujica Vidart (primo del ex presidente Pepe Mujica) es en el Centro Cultural Museo de la Memoria (MUME), avenida de las Instrucciones, Montevideo. Es la vieja casa quinta que Máximo Santos comprara en 1877 a unos de los primeros pobladores de la capital uruguaya. Santos, fidedigno representante del militarismo patriarcal del siglo XIX, volvería enojado a su tumba si viera lo que hoy es su casona; abandonada, robada y destruida a finales de los 70. Hace cuatro años, en febrero de 2020, fue declarada como Sitio de Memoria Histórica de la República Oriental del Uruguay. Desde hace años, pasan cosas lindas en la vieja casona del dictador.

Portón de ingreso al Museo
Portón de ingreso al Museo

Mario Mujica no suelta el mate. Lo que primero que hace al bajar de su carro es agarrar el termo con agua caliente. Lo segundo es pasear el predio. Se detiene frente a las fotografías expuestas al aire libre. Son fotos en blanco y negro. Son imágenes fijadas en su memoria: un compañero herido llevado en volandas por dos amigos, una larga fila de detenidos contra la pared junto a tanquetas militares. Uno pudiera pensar, a bote pronto, en La Paz, en Buenos Aires, en Santiago de Chile, otra vez ensangrentada. Pero no, son fotos de Montevideo. Fotografías escondidas (y recuperadas en 2006), miles de negativos, por Aurelio González Salcedo.

En la escalinata de entrada al Museo de la Memoria hay una escultura en yeso de Rubens Fernández Constenla. Son dos personas encapuchadas, tienen los pies engrillados, se agarran entre sí por la espalda, resisten. Se llama “Nunca más la tortura”. Mientras nos dirigimos a la oficina de uno de los investigadores del Museo, atravesamos las salas de exposiciones.

Veo cacerolas y la bicicleta de Raúl “Bebe” Sendic –uno de los líderes del

Movimiento de Liberación Nacional– Tupamaros o lo que queda de ella. Es la “bici” que usó para llevar vituallas de la ciudad de Mercedes a los montes del Queguay. Pasamos junto a la puerta oxidada de madera y metal que estuvo en la cárcel para presos políticos de Punta Carretas. Del techo cuelgan los uniformes de los detenidos. Se escuchan historias inconclusas en el Archivo Oral de la Memoria.

En las paredes leo documentos vinculados a los centros ilegales de arresto, recortes de periódicos y revistas, pancartas y banderas, testimonios de la resistencia popular y del exilio, artesanías recuperadas en las excavaciones de búsqueda de desaparecidos, fotografías de la recuperación de la democracia (1989) y relatos que no tienen punto final.  Me embarga el silencio, el respeto, la admiración. 

Las salas del museo acogen también de vez en cuando obras de teatro, exposiciones de arte, talleres de cerámica (el barro como encuentro con uno y con los otros) y charlas como las de estos días sobre “la ciudad que nos duele” (sobre política de vivienda y terrorismo de Estado). La penúltima tertulia ha conectado hace unos días pasado, presente y futuro. En estas paredes hace poco las nietas de las ex presas políticas adolescentes uruguayas han compartido experiencias y sentidos, han hablado de la transmisión intergeneracional del trauma. Ellas son el futuro.

Llegamos a la oficina de uno de los investigadores que hace de anfitrión. Junto a su mesa hay un balde que recoge el agua que cae desde el tejado. Ha llovido harto la noche anterior en Montevideo. La memoria es eso, una presencia constante que gota a gota perfora el olvido y el silenciamiento.

Octavio Nadal, arqueólogo forense, investigador del museo, nos está esperando junto a Mercedes Cunha, impulsora de la Red Nacional de Sitios de la Memoria. Mario y Mercedes fueron detenidos siendo muy jóvenes, demasiado. Hoy Mario sigue militando y trabaja en los comedores populares de los barrios “carenciados” (es decir, pobres) de Montevideo. Es la misma lucha; ayer contra la dictadura, hoy contra la creciente desigualdad social.

“Los militares nos detuvieron porque entendían que éramos en aquel tiempo la cantera de las organizaciones armadas clandestinas, no nos podían acusar de nada en el presente, nos arrestaron y torturaron apenas con 14, 15, 16 años por lo que se suponía que íbamos a ser o hacer en el futuro”, dice Mario Mujica, integrante del Colectivo de Ex Presos/as Políticos Adolescentes.

La mayoría era estudiantes de secundaria, algunos trabajaban ya en fábricas, otros –pocos– militaban en las juventudes de agrupaciones de izquierda. A muchos de estos changos los soltaban y los volvían a detener el día que cumplían los 18 años, hubiesen hecho “algo” o no.

La batalla actual de Mercedes –militante de derechos humanos– son los Sitios de Memorias Adolescentes. Camina por toda la capital y por todo el país recopilando historias, por muy mínimas que éstas sean. O parezcan ser. Toca puertas, se reúne con funcionarios, presenta peticiones, hace asambleas.

Y vuelve junto a otros compañeros jóvenes (como Mario) a las comisarías, batallones y cuarteles donde fueron torturados, donde el tiempo se congeló. Y el corazón, también. Donde murieron asesinados amigos y familiares, como Horacio, el hermano de Mario. A las escuelas/hogares de menores donde fueron llevados después sin fecha de fin de arresto.

El primer lugar señalizado por la Comisión Honoraria de Sitios de Memoria (Adolescentes) ha sido el ex Hogar Yaguarón (también conocido como Hogar Femenino de Menores) en julio de 2022 en la calle Yaguarón de la capital. Luego han llegado nueve más por todo el Uruguay: el Hogar Femenino de Artigas, la Colonia Suárez en el departamento de Canelones, el Hogar de Menores de Cerro Largo, el Hogar Femenino de la ciudad de Maldonado, el Hogar Burgues del barrio Atahualpa y el Hogar Blanes de Montevideo, el Asilo del Buen Pastor en la calle Defensa de la capital, el Hogar de Menores de la ciudad de Tacuarembó y el Instituto de Menores “Álvarez Cortés” en el barrio montevideano de Malvín Norte. La mayoría están todavía sin “señalizar”, faltan por colocar placas que resistan a la indiferencia.

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Mario Mujica, Mercedes Cunha y Octavio Nadal muestras retratos de compañeros desaparecidos.

Cuando visitan esos colegios y hogares, los recuerdos se hacen presentes. Todos estos lugares dependían en su momento del Consejo del Niño. Eran además sitios de internación y prisión de niños, niñas y adolescentes víctimas de problemas sociales como delincuencia social, abandono, desamparo y violencia.

Mercedes habla tranquila pero con pasión. Cita al historiador judeo-estadounidense Yosef H. Yerushalmi: “todo conocimiento es anamnesis; todo verdadero aprendizaje es un resultado de un esfuerzo dialógico orientado a recordar lo que se olvidó”. Cuando Mercedes y Mario recuerdan esos espacios, la gente se sorprende. La mayoría ignora esos relatos, miran para otro lado. No quieren saber.  Algunos políticos de derecha ni siquiera estar de acuerdo con que se recuerde. Ambos son conscientes de que se olvida cuando la generación que conoce estas historias no la transmite a la siguiente.

“¿De dónde surge este desconocimiento de una de las facetas más crueles del terrorismo de Estado?”, se pregunta Mercedes Cunha. “Esto también pasó en Argentina y Chile”, añade Mario.

-¿Y por qué hablan ahora?, pregunto.

-¿Por qué estas historias de cárceles y torturas para presos políticos adolescentes se están divulgando recién? ¿Por qué el mundo no sabía?

Mario y Mercedes son sinceros: “Lo explica una ex presa, compañera, mejor que nosotros. Una que estuvo en el ex Hogar Yaguarón. Ella dice así: nosotras sentíamos que al lado de los que habían pasado por los penales, de los que habían desaparecido, de los que habían sido asesinados, lo nuestro no era nada”. 

Más de un centenar de jóvenes menores de edad fueron secuestrados, detenidos durante semanas, meses e incluso años; torturados en plena dictadura cívico militar en Uruguay. La nada son sus verdugos. Las presas/presos políticas adolescentes, como las mujeres de las organizaciones armadas, fueron invisibilizadas. Este ocultamiento estuvo más allá de las intenciones de la represión.

Hoy en el Museo de la Memoria se charla de como la represión afectó tempranamente sus vidas, de las consecuencias negativas que supuso hasta el día de hoy, de la injuria que tocó a sus familias. De necesidades y derechos de reparación. De como la memoria no caduca. Ni aquí, ni allá.

“Cada placa, cada marca, que se coloca en un Sitio de Memoria nos devuelve una parte de lo que el Estado nos robó. Nos devuelve nuestra dignidad como mujeres protagonistas de la historia. Y nos reconocemos como parte de una generación de adolescentes y jóvenes que levantó la voz contra la dictadura y luchó por devolverle la democracia al Uruguay cuando el horror nos alcanzó como una ola”, dice Mercedes.

Mario, Mercedes y Octavio agarran fotografías de compañeros desaparecidos junto al balde donde caen las gotas de agua. Todavía son 197 (cinco de ellos, adolescentes). Comparados con los números de Argentina (30.000) y los de Chile (tres mil), no parecen muchos pero Uruguay es un país chiquito, apenas 176.000 kilómetros cuadrados (un poco más que el departamento de La Paz). Es decir, (casi) 200 desaparecidos son muchos.

Solo se han podido recuperar cuatro cuerpos. La gran mayoría están en terrenos de instalaciones militares. “El negacionismo no es un capital, un patrimonio exclusivo de la derecha, también en la izquierda, por eso se ha ralentizado la búsqueda de los desaparecidos”, dice Mercedes. “La trata de personas, las desapariciones de personas están permeando a la sociedad, está pasando otra vez”, añade Mario, con un poso de tristeza.

Aprovecho para sacarles unas cuantas imágenes a los tres para esta nota. Se alistan para otra Marcha del Silencio. Como cada 20 de mayo. ¿Hasta cuándo seguirán saliendo a las calles para saber la verdad? La memoria todavía necesita que la saquen a pasear/marchar. Nos despedimos en el Portón de la vieja casona del dictador. Dos pancartas protestan contra los recortes sociales de la lntendencia de Montevideo. La lucha continúa y la memoria es un campo de batalla. La quinceañera detenida por soñar un país mejor se llamaba Nadia.

Texto y fotos: Ricardo Bajo Herreras

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