Guerra civil
Imagen: INTERNET
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La nueva cinta del director británico Alex Garland combina la ficción distópica con su mirada sobre los conflictos bélicos
Parece indiscutible que las guerras, más aun las civiles, constituyen probablemente la muestra extrema de a dónde puede llegar la estupidez humana activada por la ambición y el deseo de hacerse del poder con el propósito de dominar, o en lo posible borrar del escenario, a los demás, especialmente a quienes no comulgan con las visiones del mundo de aquellos que se autoasumen como portadores de la verdad.
No es empero sobre el lado atroz de las guerras, tantas veces abordado, con mayor o menor puntería, en el género bélico, que el novelista y director británico Alex Garland (Londres/1970) enfoca su mirada y nos desafía a profundizar la nuestra, o sea convoca a ver y no sólo mirar aquello que nos pone por delante.
Garland es conceptuado por buena parte de la crítica como uno de los directores en actividad más atendibles, debido a su inventiva fílmica y su agudeza para describir las situaciones que aborda consideración en la cual pesaron sobre todo sus dos primeros largometrajes: Ex Machina del 2014, suerte de relectura del Frankenstein de Mary Shelley y Aniquilación, rodado el 2018, en ambos casos con una abierta intención polémica para poner sobre el tapete discutibles disrupciones en el mundo actual. Menos entusiasta fue la acogida de su tercer trabajo: Hombres, que realizó el 2022.
Sin embargo pareciera haber recobrado la fuerza creativa en Guerra civil, una curiosa mezcla entre la ciencia ficción distópica, el género de su preferencia, tanto cuando escribe como cuando rueda, y el cine bélico, más algunos apuntes, secundarios por cierto, tomados de las películas del camino.
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Decía que no es sobre la mera descripción, más o menos espectacular de los conflictos armados, como Garland enfoca su nuevo trabajo, más bien hunde el estilete en el papel de los reporteros de guerra y, al mismo tiempo el de la prensa oral, escrita, audiovisual ahora digital, así como del cine industrial de ficción, en la mutación de esos horrendos acontecimientos en espectáculos, por lo general sujetos a una esquemática confrontación entre buenos y malos, dependiendo la adscripción de tales roles al bando a nombre del cual los cronistas o cineastas asumen, por así decirlo, su vocería.
En un futuro cercano, aunque ciertos datos visuales como los automóviles, celulares y otros adminículos parecieran autorizar a inferir que ya mismo, Estados Unidos se encuentra enfrascado en una brutal contienda fratricida, en la que podrían perfectamente haber convergido hechos tan bizarros cómo el asalto trumpista al capitolio el 6 de enero de 2021, los disturbios callejeros precipitados en Los Ángeles tres décadas antes a consecuencia de la ejecución a sangre fría del ciudadano de color Rodney King por tres policías blancos absueltos de toda culpa en pocos meses por un jurado, o cualquiera de las casi diarias noticias acerca de matanzas en escuelas, centros comerciales, vías públicas, protagonizadas por desquiciados poseedores de armas de fuego gracias a las leyes que protegen la venta indiscriminada de estas. O sea, la ficción armada por Garland no deja en momento alguno de hacer eco de la realidad en su relato.
Cuatro personajes, todos ellos y ellas, cronistas, se encuentran en Nueva York cubriendo alguno de los innumerables violentos enfrentamientos, cuando les llega el rumor de la inminente toma de la Casa Blanca por los rebeldes. Abordan pues su vagoneta y emprenden el viaje hacia Washington, ansiando llegar cuanto antes a ese destino. No es que les preocupe la suerte que vaya a correr el presidente, los acicatea principalmente el ansia de arribar a tiempo para registrar el episodio. O mejor dicho: obtener la primicia, o la exclusividad, del mismo. Afán este último típico de la ya dicha inclinación de la prensa a privilegiar su propio interés competitivo por sobre cualquier consideración, moral o de otra índole.
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En el trayecto, que supone atravesar medio país en ruinas, se topan con innúmeras carnicerías y si bien sus credenciales periodísticas les garantizan en teoría la supervivencia, no dejan de enfrentar circunstancias por demás estremecedoras, sin dejar que estas les corten el apetito de novedades, cuanto más desagradables mejor.
El cuarteto protagónico está conformado por Sammy, obeso y ya maduro y, por ende, experimentado corresponsal afroamericano del New York Times que hace las veces de guía y consejero; Lee, una asimismo veterana fotorreportera con un largo
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currículum de presencia en múltiples contiendas bélicas a lo largo y ancho del mundo, de las cuales conserva impresionantes tomas fotográficas; Joel, brasileño de origen, mucho más joven que los anteriores, impulsado por un aventurerismo que daría la impresión de ser el único estímulo adecuado para proporcionarle la dosis de adrenalina que a su vez le permita encontrar algún sentido a la vida; Jessie incondicional admiradora de Lee, a quien anhela parecerse a fin de alcanzar idéntica notoriedad a la de su maestra.
En suma, cada personaje representa un arquetipo de los motivos privilegiados, de acuerdo al enfoque de Garland, por los reporteros de guerra, todos ellos distantes de la más mínima consideración ética, de algún rasgo de solidaridad con las víctimas de los sobrecogedores eventos que relatan, o, menos aún de alguna predisposición a compadecerse de esos humanos reducidos a la condición de datos informativos, números o piezas de un rompecabezas observado desde una inmutable lejanía. Resulta claro, por ejemplo, que a Lee años y años de estar inmersa en el horror le han provocado una suerte de estrés postraumático, equivalente a una coraza vacía de emociones sin la cual no podría seguir en pie, o que a su discípula Jessie el encandilamiento de la fama probable la ofusca al punto de adormecer todo otro sentimiento.
Por añadidura Garland tampoco deja de poner en cuestión, pero le toca al espectador percibirlo, el director se abstiene de proclamas explícitas, el tramposo alcance que en este contexto ha cobrado el concepto de objetividad, deliberadamente confundido con el de neutralidad, y en atención al cual la tarea periodística se reduce, supuestamente, a informar sin tomar partido por ninguna de las posiciones opuestas frente a una determinada situación, aun cuando, se sabe: la sola elección de qué noticias importan más que otras configura per se una toma de posición, o que la pertenencia de los cronistas a un determinado medio
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supondrá indefectiblemente su predisposición para alinearse con la visión política e ideológica del propietario.
Si los cuatro protagonistas, anoté,
representan determinados arquetipos, lo propio ocurre con la figura del acobardado primer mandatario, en verdad un déspota en el pleno alcance del adjetivo, que ante el avance de las facciones “enemigas” opta por una especie de clandestinidad en los corredores del palacio presidencial, sin renunciar, pese a ello, a las estridencias discursivas en tono claramente identificable como similar al utilizado por Trump, asegurando que el triunfo se halla al alcance de la mano, cuando en realidad la denominada WA, conformada por milicias de California y Texas, se encuentra a un tris de ocupar ese centro del poder y acabar con la vida de su excelencia.
Arquetipo, valga aclarar, no es sinónimo de estereotipo, según parecen creer los fabricantes de incontables bodrios del género que sea. Y justamente uno de los aciertos de Garland es conseguir que sus personajes preserven la suficiente contextura humana, emocional, como para salvaguardar la credibilidad de los mismos. El trabajo interpretativo del elenco también aporta lo suyo, y es mucho, a esa armónica concordancia entre tema y narración.
Volviendo empero a Guerra civil, lo recensionado hasta aquí podría inducir en el lector la sospecha de que la pantalla le lanzará encima un enfático discurso acerca del obligatorio compromiso de cada quien con su entorno histórico, o bien un relato cargado de sermones admonitorios. Menos mal no es así, pues tan solo pensarlo basta para inferir el bodrio que resultaría. Ello no quiere decir que durante el viaje del cuarteto estos no se topen con múltiples escenas de una estremecedora atrocidad, pero en todos los casos, comenzando por la tortura y posterior ejecución sumaria de varios prisioneros, es en los reporteros que la película mantiene focalizada su mirada, consignando la mencionada insensi- bilidad hacia las víctimas con la cual toman y dan cuenta de los hechos.
La misma actitud se reitera en el momento cuando encuentran un helicóptero derribado sobre un enorme centro comercial —pudiera entenderse la escena cómo una metafórica alusión al destino que le espera al capitalismo consumista —. A los protagonistas ni se les ocurre perder un instante para averiguar si alguno de los empleados o clientes ha sobrevivido a la catástrofe, se contentan con obtener las imágenes posibles más sensacionalistas del evento. E idéntica actitud mantienen cuando registran una masacre, el fusilamiento de un herido dispuesto a rendirse, o el llenado de una fosa común con los respectivos cadáveres.
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En todos los casos Garland opta por la contención en un tramado que se prestaba a la crispación. No hay gestos enfáticos ni diálogos chillones, por el contrario son siempre escuetos. Tal opción se advierte incluso en las secuencias más duras, donde en una suerte de laconismo visual, predominan los planos con escasa profundidad de campo —sello distintivo del estilo de Garland en toda su obra —. Dicha parquedad, notoria asimismo en el montaje, juega a contrastar con la banda sonora impregnada de los ruidos de disparos y explosiones con el propósito de evitar que el espectador escape del horror que Guerra civil está describiendo. Y es ese el modo para sostener la tensión sin necesidad de extralimitarse en el tono de un relato que mantiene siempre en foco a los dos personajes femeninos, otro rasgo reiterado en la filmografía del director. La impecable faena de Kirsten Dunst como Lee y Cailee Spaeny en el papel de Jessie es uno de los puntales mayores del inmersivo emprendimiento de Garland, sin que ello signifique una desacreditación del trabajo igualmente preciso del resto del elenco, incluyendo el de algunos secundarios que en un par de minutos se roban la atención, tal el caso de Jesse Plemons, sádico, y siempre sonriente, asesino de antagonistas.
A guisa de balance final. Al parecer el esfuerzo demandado inexorablemente por la contención acabó agobiando al director, según llevan a presumir las ridículas escenas de acción y los ingenuos retorcimientos del último cuarto de hora en un relato empañado con un final muy por debajo del nivel precedente. Tampoco Garland pudo sacarle el bulto a la manía en boga de los alargamientos superfluos, sin que los referidos traspiés desvaloricen de manera significativa Guerra civil, realización eventualmente destinada a figurar entre las más atendibles del año en curso.
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Ficha Técnica
Título Original: Civil War – Dirección: Alex Garland – Guion: Alex Garland – Fotografía: Rob Hardy – Montaje: Jake Roberts – Diseño: Caty Maxey – Arte: Mark Dillon, Jason Vigdor – Música: Geoff Barrow, Ben Salisbury – Efectos: Frederick Mac Browne, J.D. Schwalm, Brian Shevela, Iva Atanasova, Marcus Duprat, Rares Veteleanu, Sian Rhys Morgan, Richard Hogue, Chad Holmes, Lee Alan McConnell, Brendan McHale – Producción: Elisa Alvares, Gregory Goodman, Andrew Macdonald, Allon Reich, Timo Argillander, Joanne Smith, Kenneth Yu – Intérpretes: Nick Offerman, Kirsten Dunst, Wagner Moura, Jefferson White, Nelson Lee, Evan Lai, Cailee Spaeny, Stephen McKinley Henderson, Vince Pisani, Justin James Boykin, Jess Matney, Greg Hill, Edmund Donovan, Tim James, Simeon Freeman – EEUU/2024
Texto: Pedro Susz
Fotos: Internet