Tipnis entre el violín y lo barroco
Ensamble Moxos da clases con las partituras jesuitas que estaban a punto de perderse.
Apesar del cansancio en su rostro, Carlos Cayuba, de 65 años, sostiene el violín y toca las notas que están anotadas en una hoja de papel que yace sobre su pequeña mesa. Las repite una y otra vez para lograr una hermosa melodía del tiempo de los jesuitas.
Perfeccionista de cepa, él estuvo presente en las clases de diez días impartidas en 2007, luego en 2009 y en la de 2015. Más allá de la distancia que separaba su vivienda —había nacido moxeño trinitario del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS) y vivido como tal— de la escuela de enseñanza del instrumento del que se había enamorado, Carlos Cayuba pasaba en bote unas 40 horas de navegación para llegar a su destino musical.
Así como él, otros 42 violinistas, entre veteranos y principiantes, llegaron a la zona de San Ignacio de Moxos para ser parte del taller del Instituto Superior de Música de San Ignacio de Moxos, que aún sigue siendo más conocido como la Escuela de Música de este bucólico lugar.
“La idea surgió por las expediciones al TIPNIS que realizamos Raquel Maldonado, directora del Ensamble Moxos, y yo en busca de las antiguas partituras de la época jesuítica que se estaban deteriorando”, indica Antonio Puerta, director administrativo del Ensamble Moxos.
Antecesores filarmónicos
Cayuba ama la melodía que se desprende del violín porque la escuchaba de sus antepasados. Una vez que el arco se contactaba con las cuerdas, el sonido volaba por los aires hasta sus oídos.
Alabanzas y cantos penitentes solían escucharse en el TIPNIS. Personas de todas las edades participaban de esta ceremonia religiosa. Los abuelos del lugar eran los encargados de armonizar la celebración con las tonadas de sus violines, fabricados muchas veces por ellos mismos. A punta de navajas dieron forma a la madera, cuyo espíritu pedía ser conductor de notas devocionales. Luego llegaba la desbordante fiesta con tutumas llenas de ese líquido macerado con el maíz sagrado: la chicha.
Las manos y los pies se mueven al ritmo de las flautas de tacuara y las faldas de las mujeres se ondean gracias a los violines, mensajeros de la alegría. Es por eso que, según Puerta, los músicos que tocan este instrumento son muy cotizados en las comunidades indígenas, adonde asisten cada vez que los convocan para este tipo de acontecimientos pagano-religiosos.
Nemesio Guaji, fallecido en 2011 en San Antonio de Imose, fue uno de los grandes músicos que tenía el territorio. Ciego por su avanzada edad, Nemesio seguía tocando el violín de una manera magistral. Pero él poseía mucho más que solo su habilidad: había heredado la colección más importante de partituras, unas 3.000.
Dichas partituras pertenecieron a Manuel Espíritu Mahe, un maestro de capilla de San Lorenzo de Moxos que falleció en las primeras décadas del siglo pasado. La otra parte de la colección la había dejado a sus parientes. “Fuimos siguiendo la pista de todos esos descendientes hablando con unos y con otros y claro, resultó que al final eran sus nietos, que también tocaban el violín”, cuenta Puerta.
Lo mismo ocurrió con la colección de Modesto Noe, un antiguo combatiente de la Guerra del Chaco que había fallecido a mediados de los años 90 en la comunidad de San José del río Sécure. “Los que mejor han conservado las partituras, los violines, el arte de construirlos y de tocarlos, son los que pertenecen a las familias que han buscado la loma santa y son todos ellos moxeño trinitarios en el caso del TIPNIS. Ahora, estas partituras se encuentran en el Archivo de Moxos”, explica.
Carlos Cayuba quiere seguir mejorando su técnica en el violín. Lo sostiene firmemente con la mano izquierda, mientras que con la derecha empuña el arco: melodías de alabanza barroca se desprenden de la fricción con las cuerdas en el concierto de cierre del taller en la Catedral.