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Conviviendo con el VIH

En La Paz existen unos 2.700 seropositivos diagnosticados, de los cuales solo 600 siguen el tratamiento para combatir a la virología

/ 29 de noviembre de 2015 / 04:00

En uno de los despachos hay más de 2.700 fichas acumuladas, las mismas que, por un tema confidencial, llevan en clave los datos de los pacientes que acuden al lugar. Pero algunas están más manoseadas que otras.

Son cerca de 600 historiales clínicos que dejan ver un constante hojeo, mientras el resto se encuentra casi nuevo. “Del total de infectados, menos de la cuarta parte viene a continuar con sus análisis y tratamiento.

De los demás no sabemos si siguen vivos, si han viajado al exterior o si han abandonado el tratamiento”. David Segurondo es el director del Centro de Vigilancia, Información y Referencia (CDVIR) de La Paz, donde se prestan servicios de atención a las personas afectadas por las Infecciones de Transmisión Sexual (ITS) y el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH).

Parte de sus funciones es brindar malas noticias. “En lo que va del año hemos detectado 300 casos nuevos de VIH. Si saca la cuenta es a razón de casi un infectado por día. Y aún falta por finalizar 2015”.

El médico se saca los lentes y toma un respiro en aquel ambiente donde se convive con una de las enfermedades más letales, que solo en 2013 se cobró la vida de más de 1,5 millones de personas en el mundo. Y tras meditarlo y sin ánimo de parecer sentencioso, lanza sus corolarios tras más de una década al servicio de los seropositivos.

“Hay ejemplos de personas que viven con normalidad y manifiestan un buen estado de salud, pero son aquellas que siguen su tratamiento y llevan una estricta calidad de vida.

Tengo la seguridad de que ellas no morirán de sida. El problema es cuando el infectado no sabe de su enfermedad y no realiza el tratamiento, o sí sabe pero no le importa. Es sabido que el VIH no discrimina y puede causar la muerte. Pero con un debido control es más inofensivo que otras males”.

El primer caso boliviano de VIH fue reportado en 1984 en Santa Cruz, a tan solo cuatro años de haber sido descubierto en Estados Unidos, que en fase final se denomina Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (sida) y se explica como una enfermedad que baja las defensas y expone al organismo a ser atacado por alguna afección oportunista y provocarle la muerte, pues hasta la fecha no existe cura, tan solo tratamiento.

Según el investigador Julio César Aguilera, aquel primer caso en el país fue callado con dinero por el temor de la familia del infectado a que su situación fuera difundida y el afectado, discriminado.

De allí a junio de este año se registraron 14.300 casos en el país, según el programa nacional ITS-VIH, aunque Segurondo señala que son muchos más. “La cifra es mentirosa pues no todos acuden a hacerse la prueba y en el área rural no existen los medios ni la cultura para acceder a un análisis. Lo importante es identificar al portador y empezar con su tratamiento, que con disciplina puede llevar una vida con total normalidad”.

El galeno brinda un ejemplo que sorprende. Dice que tiene como paciente a un militar que en la actualidad cuenta con 89 años y que aún conserva la vitalidad que la vida y su ocupación han forjado. “Cuando se enteró de que estaba infectado lo tomó con calma. Y luego consultó sobre la posibilidad de averiguar el momento en que la enfermedad le fue transmitida. El resultado de los cálculos que hicimos determinó que fue hace una década, aproximadamente”. El longevo uniformado hizo memoria y entre ambos suponen que podría haber sido durante su estadía en Haití. “Hoy este señor sigue con un perfecto estado de salud”.

Activa

No es su único paciente de la tercera edad que vive con el VIH. Nancy Paredes es una reconocida activista rebautizada como Nancywa. En la actualidad tiene 73 años y una historia muy dura por contar. Una vez concluida su carrera en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) a fines de los años 70, partió hacia México.

Allí cultivó aún más su vocación por la pedagogía y conoció al amor de su vida. “Era un muchacho mexicano que había vivido en Estados Unidos”. Ambos estudiaron y tuvieron una relación que se frustró por el retorno de ella a La Paz. Nancywa empezó a trabajar en esta ciudad y en febrero de 1999 le dieron la peor noticia de su vida: “Tenía fuertes dolores estomacales y después de una revisión médica me dijeron que tenía VIH. No lo podía creer”.

Su enfado se tradujo en una búsqueda del cómo se habría infectado y empezó a deshilvanar la madeja. “Por aquellos años era la epidemia del fin del mundo. En Bolivia peor aún, estábamos en la Edad de Piedra con respecto al virus. Y los pocos que lo tenía- mos pasábamos cada día con la gran incertidumbre de no saber hasta cuándo íbamos a vivir”. A los meses de su desesperada pesquisa le llegó la ansiada respuesta. Desde México recibió la noticia de la voz de su expareja:

“Tengo sida. No me queda mucho tiempo de vida y lo más probable es que tú también lo tengas. Cuídate por favor”.

Para la educadora fue un manojo de sentimientos encontrados. Era el hombre que había amado, pero también el culpable de su mal. “Lo odié por mucho tiempo, me duele decirlo. Él no se había cuidado y yo también lo tenía que pagar”. Al pánico inicial le siguió la resignada aceptación.

En principio fue víctima de sus propios miedos y de la ignorancia del entorno. “Hace algunos años se lo he contado a mis familiares y vivo más tranquila. No podía seguir con el secreto y a esta altura de mi vida, en la que he visto morir gente por causas muy ajenas al sida, puedo decir que el VIH no mata. Lo que mata es la discriminación”.

Hace 11 años que Nancywa es una activista en la prevención de la infección. Atrás quedaron los años en que se presentaba ante cámaras con una máscara. Hoy da la cara y dice que tiene mucho por vivir.

El tema es escabroso, pero ella no teme contarlo. “No recuerdo el momento exacto en que adquirí el VIH, seguramente fue en medio de relaciones sexuales con mi pareja de nueve años o a través de los dos hombres que me violaron. Recibí mi diagnóstico en 2000 y la violación sucedió en 1998”.

Violeta Ross es activista, oradora e investigadora sobre VIH-sida en Bolivia. Narra que cuando le comunicaron de su enfermedad no había ningún tratamiento en el país, tampoco una ley que los protegiera. “Todos teníamos una sensación de temor e inseguridad por el futuro, íbamos muchas veces al cementerio preguntándonos secretamente, ¿seré yo la próxima persona que muera?”.

Su familia fue clave a la hora de aplacar la pena y optar por un sentido de vida. “Puedo decirte que muchas personas con VIH mueren de tristeza y soledad antes que de los síntomas del virus. Yo me sentí amada y aceptada por mis familiares más cercanos”. Pero tampoco estuvo exenta a la discriminación.

Contrastes

Desde una dentista que se negó a atenderla pasando por parejas, amistades y fuentes laborales, superar el estigma fue otra dificultosa tarea. “Pero creo que la discriminación más importante la hace el Estado al abandonar a las personas con VIH, como si nuestras vidas no tuvieran el valor de cualquier ciudadano.

El tratamiento que recibimos en Bolivia no ofrece muchas opciones y no usamos lo mejor disponible en términos de avances científicos, sino lo que alcanzan a comprar con el magro presupuesto destinado por el Tesoro General de la Nación”.

En esa lucha, Violeta es una incansable activista. “Hablar en público fue la única estrategia que tenía a mano, necesitábamos mucha publicidad para comenzar el debate que no existía en nuestro país”. Para ella, la reciente revelación del actor Charlie Sheen volvió a poner en el tapete los miedos infundados. “Se tomaron la libertad de juzgar su estilo de vida y asociarlo al VIH”. Violeta también tiene mucha vida. No bebe, no fuma. Quiere vivir.

En el otro extremo se encuentra el caso de Antonio Z., quien prefiere el anonimato. Tiene 50 años y dice que convive con la enfermedad, según cálculos de su médico, “unos 25 años”. Estima que se infectó en su estadía en Brasil, donde estudió Ciencias de la Comunicación. “Yo soy muy fiestero, me gusta salir y beber y en esa promiscuidad me habré infectado.

En Brasil hay muchas drogas, yo experimenté con todo y si bien me arrepiento de ese comportamiento, por otro lado siento que he sido bendecido por seguir con vida”. Este hombre no es muy disciplinado con su medicina, lo admite.

De hecho sigue saliendo y tomando alcohol, algo que le está prohibido por su hígado graso y los antirretrovirales que ingiere por las noches. “Sé que es una irresponsabilidad, pero he aprendido a vivir de esta manera. Tomo mis pastillas de lunes a viernes, y en fines de semana me gusta tomar un vino con las comidas o salir de juerga con los amigos”.

Esta forma de vida le ha obligado a renunciar a la convivencia con una pareja. “Sé de los riesgos; cuando estoy con alguien la obligo a protegerse, y si bien en alguna ocasión hubo el riesgo de transmisión, tuvimos todo el cuidado con el tratamiento a tiempo”, dice sin largar su cigarro. Para Segurondo, Antonio no es un buen ejemplo. Pero sí la muestra de que el VIH no es tan fatal como piensa y prejuicia el resto de la sociedad.

Seropositivos famosos

Charlie Sheen, actor

El actor Charlie Sheen contó durante su entrevista en el programa Today de la cadena NBC que es VIH positivo, revelando además que el virus le fue diagnosticado hace “aproximadamente cuatro años” y que no está realmente seguro de cómo lo contrajo. “Estoy aquí para admitir que soy positivo en VIH.

Son tres letras difíciles de asimilar”, confesó el intérprete al presentador Matt Lauer. “Se lo he contado [a la gente] en la que confío lo suficiente”. Sheen hizo hincapié en que es “imposible” que haya contagiado a sus parejas sexuales. “Siempre recurro a los condones”.

‘Magic’ Johnson, deportista

El mundo del deporte cambió significativamente el 7 de noviembre de 1991  cuando Earvin Magic Johnson, uno de los mejores basquetbolistas de todos los tiempos, anunció que se retiraba de la NBA debido a que resultó ser VIH positivo.

La leyenda de los Lakers de Los Ángeles informó de su padecimiento explicando que una de las razones para hacer pública su enfermedad era motivar a los jugadores para que se hicieran la prueba que detecta el virus. “Debido al VIH que he contraído, tendré que retirarme. Antes que nada, quiero aclarar que no tengo el sida”.

Andy Bell, músico

La vida de Andy Bell es todo menos común: acumula 30 años de éxitos como vocalista de Erasure y casi 17 con el virus. “Tener VIH no es tan espantoso, aunque me gustaría vivir sin retrovirales y que mis días fueran distintos. Sé que hay miles y miles de casos peores que el mío”.

En la Navidad de 1998, mientras vacacionaba en Mallorca, presentó un fuerte cuadro de neumonía y tras algunos exámenes se enteró que padecía el virus; sin embargo decidió revelar dicha enfermedad hasta 2004. “Temía ser discriminado por mis familiares y los fans del grupo”.

Las teorías que niegan su existencia

El VIH es un lentivirus (de la familia Retroviridae), causante del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (sida). Fue descubierto y considerado como el agente de la naciente epidemia de sida por el equipo de Luc Montagnier en Francia en 1983.

Esta enfermedad solo se puede transmitir a través del contacto entre fluidos corporales que poseen una alta concentración viral. El virus no se transmite de manera casual. De acuerdo con los CDC (Centros para el control y la prevención de enfermedades) de Estados Unidos, no se han encontrado casos en que abrazos, besos secos o saludos con las manos hayan sido causantes de infección.

Pero en la comunidad científica hay un grupo de investigadores que niegan la existencia del VIH, incluso llegando a decir que el sida es curable y que todo es un complot de la industria farmacéutica.

Las teorías de los disidentes parten de dos ramas fundamentales y se distinguen, por lo que cada una de ellas piensa que es la causa del sida. El VIH se acepta, pero como un virus inocuo. La causa del sida no está en el virus sino en otros factores. (Teoría defendida por los doctores Peter Duesberg y Kary Mullis).

Esta hipótesis niega la existencia del virus, porque no se ha demostrado su existencia según un determinado método de aislamiento de retrovirus que habría sido propuesto por el Instituto Pasteur en 1973, por tanto la causa del sida también se encontraría en otros factores.

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El paseo de la línea

Una pintura de Raul Lara

Por Ariel Mustafá R

/ 9 de junio de 2024 / 11:41

Quienes conocían a Raúl Lara (1940, Oruro — 2011, Cochabamba) dicen que siempre estaba dibujando. Que lo hacía con lo que tenía a mano y que sus eventuales modelos —sujetos y objetos— no se sabían inmortalizados por un lápiz o un bolígrafo, o tal vez sí y preferían mantenerse en ese espacio de ser y no ser. De pronto ser un dibujo de Lara se convertía en una ambición. Ambición inimaginable hoy, como el nombre de esta exposición —Raúl Lara, entre líneas y sueños inimaginables, que se exhibirá hasta 25 de junio en la galería Altamira (c/ José María Zalles Nº 834 Bloque M4, San Miguel, en La Paz)—, bautizada, por cierto, por su esposa Lidia, y sus hijos Ernesto y Fidel.

Entonces, de pronto toma vida una frase de Paul Klee, para quien dibujar era “sacar una línea a pasear”, y eso es de lo que hoy somos testigos con esta muestra. 48 dibujos en diferentes técnicas, algunos con golpes de color, la mayoría no. Creemos reconocer en ellos algunas de sus obras y algunos de los momentos que dieron forma a una carrera artística que a cada paso creaba personajes que hoy son viejos conocidos nuestros.

Diríase que son bocetos, pero no, son obras acabadas que a veces se parecen en algo a pinturas coloreadas con los azules y rosados tan afines al Maestro, pero las que hoy vemos no pueden ser esbozos o ideas, no pueden serlo porque se ve en ellas la magia de quien decía “Ay, si pudiera dibujar solamente”.

Quien se acerque a la muestra y se detenga ante alguno de los dibujos, descubrirá escondidos pequeños detalles, hallazgos que querrá comunicar a quien esté cerca, porque lo que vale no es guardar el secreto sino expandirlo a viva voz para que el disfrute sea general. Y si además se tiene suerte, con algo de cuidado, encontrará algunos textos de su puño y letra, mensajes encriptados, reflexiones al azar y, perdido por allí, un número de teléfono que seguro el Maestro, a falta de papel, anotó a la volandas.

Por eso elegimos Raúl Lara para festejar nuestro octavo aniversario. Porque su obra enriquece la Galería Altamira y su presencia está viva sacando a pasear esa línea de la que Klee nos hablaba.

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Tú no eres Dylan Thomas ni yo soy Patti Smith

‘The Department of Tortured Poets’ es el álbum de Taylor Swift, de más de dos horas de duración, con 31 nuevas canciones

/ 9 de junio de 2024 / 10:55

Si bien The tortured poets department: the anthology está repleta de frases sueltas memorables que dicen más que las canciones donde habitan, es probable que el título de esta crítica refleje mejor que cualquier otra frase el valor de este disco doble para la carrera de Taylor Swift: todavía no estamos al nivel de estos poetas.

Se dice que los críticos de cine son cineastas frustrados que envidian aquello que critican. Lo mismo podría decirse de los críticos de música. Swift especialmente suele recibir un peculiar ataque por parte de los críticos mayores (viejos arriba de los 40) con cada nuevo disco que publica. Incluso otros artistas, el último siendo el cantante de Pet Shop Boys, Neil Tennant, suelen desmerecer la calidad artística de Swift.

El departamento de poetas torturados es un disco doble con 31 canciones originales, dos de los cuales son duetos y tiene una duración total de aproximadamene dos horas. Hablar de este disco desde mi lugar generacional (viejo de 40) involucra aceptar cosas que son reales para esta nueva generación: la letra y la artista son tan importantes como la música que hace.

Tú no eres

Los fotógrafos dicen que para llegar a la fotografía perfecta hay que sacar 99 fotografías antes de que sean fracaso. 31 canciones nuevas es bastante y no todas llegan al lugar deseado. Lo primero a decir es que ese vínculo colaborativo con Aaron Dessner y Jack Antonoff en letras y producción ya cumplió su ciclo. La mayor falta que tiene el disco es que los temas tienen una misma fórmula. Los sintetizadores matan las canciones por lo menos en dos ocasiones, y la falta de instrumentos de apoyo, cuerdas especialmente, hace que ciertos momentos emocionales pasen desapercibidos. Prueba de ello es que los temas donde otros artistas invitados cooperan son los temas que saltan al oído de inmediato y de buena manera. El tema que abre el disco, Fortnight, junto a Post Malone, es un gran momento pop. Taylor funciona excelente en dueto junto a una voz masculina, y el estilo de voz de Malone calza como guante con el tema. El video musical, dirigido por la propia Taylor es un magnífico ejemplo del potencial de la artista para el audiovisual, además de ser, irónicamente, un tributo a la película La sociedad de poetas muertos.

El tema dos, homónimo con el título del disco, tiene uno de los párrafos más bonitos que he leído en mucho tiempo dentro de la música actual: “sacas el anillo de mi dedo medio para ponerlo donde la gente pone el anillo de bodas y eso ha sido lo más cerca que ha estado mi corazón de explotar”. Es un texto honesto, bien escrito que aparece unos segundos en la canción, pero causa un impacto memorable, especialmente si has vivido algo así alguna vez.

Taylor Swift

Y es que esto es lo mejor y lo peor del disco: increíbles frases o párrafos, incluso líneas y palabras, joyas de poesía, atrapadas en temas innecesariamente largos, densos o repetitivo.

De nuevo, no hay nada malo con tener un disco doble de nuevo material, pero Taylor Swift todavía no es Paul McCartney o Billy Corgan. Temas como So long London, loml (genial rima de legendario con momentario), So high school, I hate it there, imgonnagetyouback, The albatross y How did it end?, son tan genéricos que hasta los más swifties lanzan un suspiro de cansancio al escucharlas. Eso no reduce el impacto que temas como My boy only breaks his favourite toys o la favorita de todos, Florida!!! (sí, con tres signos de exclamación) sean tremendos aportes a su discografía y demostraciones de que su sentido del humor más mordaz está mejorando. De hecho el tema compuesto junto a Florence Welch —y según los créditos del librito, también con Emma Stone— es una bella y divertida canción escapista. But Daddy I love him con sus casi 6 minutos (el tema más largo del disco) es personalmente la mejor canción del disco. Es un himno perfectamente moldeado para las nuevas generaciones de mujeres que desde temprana edad están luchando por su igualdad y respeto en un mundo que sigue haciendo mansplaining sobre cómo deben verse en roles de hija/novia/hermana/compañera/mujer. El tema, entre la letra y la actitud de la narradora, es inspirador y de los pocos momentos en el disco en los que letra y música van de la mano con la actitud correcta de comerse al mundo. Mi impulso inmediato fue dedicárselo a la mujer que amo como una forma de decirle que pienso que ella es más fuerte que yo como persona, justamente por ser mujer.

Disco

Pero un disco de Taylor Swift es casi por obligación un diario de desamores y aquí tanto Joe Alwyn y Matty Healy (cantante de la gran banda 1975) tienen varios momentos de vergonzosa mención. Fresh out of the slammer, Down bad (con la bella línea que dice “fuck it I was in love”), Peter (“dijiste que ibas a madurar y volver a buscarme”), I can fix him (no really i can), The Alchemy (bellísimo tema, pobre Travis Kelce), Who’s afraid of little me? o The bolter son estas confesiones predecibles de recuerdos melancólicos y decisiones inmaduras que ya estamos acostumbrados a oír en sus letras. Taylor tiene mejor tino cuando usa sus letras para contar historias autoconclusivas, como thanK you aiMee, que es una rabiosa queja a una hater (Kim Kardassian?) con la cual, en letra por lo menos, agradece por impulsarla con sus críticas (hay una parte brillantemente escrita donde habla que de seguro su hija cantará la letra sin saber que es una queja contra su mamá). Es una buena canción porque pese a ser correcta es rabiosa también. Cassandra es otro tema que muestra una voz y una letra más maduras e imagino que es el camino que seguirá en su siguiente disco, como una versión de Lana del Rey joven y optimista.

Momentos

El disco lo cierra The manuscript, que no está mal, pero hubiera sido mejor la canción anterior, Robin, que es de lejos la segunda mejor canción de todo el disco. Es una canción que transmite de forma completa la intención de todo el disco: vivir la melancolía de vivir sin caer en la depresión, saber y entender que el dolor es parte de amar, de conectar con otros.

Taylor más que una artista es un fenómeno mediático donde los foros pasan horas incontables hablando de todo lo relacionado a ella. Como hay swifties aguerridos hay también haters obsesionados. Estos últimos son los que han promocionado las noticias y críticas de que el nuevo disco no es lo mejor de Taylor y es una muestra del cansancio que debería tener el mundo con ella. Obviamente viene un swiftie y escupe esta blasfemia.

Poetas torturados es un buen disco y el tiempo lo recordará como un punto de transición donde, con suerte, fue la última vez que usara esos horribles sintetizadores para abrazar por completo su rol de Bob Dylan femenino para estos tiempos. ¿Dije Bob Dylan? Quise decir la Patti Smith de estos tiempo

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PARA ELISA

El Papirri

/ 9 de junio de 2024 / 10:00

Era una tardecita tibia cochabambina cuando la conocí en la casa de mis amigos Mau y María de la Coperacha. Una robusta joven apareció con su sonrisa encantadora, ojitos de ardillita del bosque y aquella tonada mágica chapaca en el saludo. Entonces agarró la guitarra y cantó una canción rara, interesante, de esas que me gustan, había una intención armónica diferente en sus dedos y su voz… eran varias voces en una: se reía de un amor pasado mientras cantaba, se reía de la vida y cantaba, y Tarija llegaba en sus tintineos de mañana dorada.

Terminó de cantar y le dije: “Te invito a mi concierto”, como un niño invitando a su cumpleaños. Era febrero, el concierto se venía en marzo en el Teatro Nuna de La Paz, fue hace un año, parecen tres. Yo había terminado de componer una canción dolorosa, primaria, de mariachi cortavenas. Ese texto lo encontré en el rincón de mi compu como esperando: Te vas, en el peor momento/ con cálculo de pecho frío/ ¡Salud! por ese nuevo amigo / te burlas de mi olor a ungüento… Se la canté, mientras ella sonreía, se divertía con mis cantos jodidos.

Entonces llegó el concierto Camote, el Teatro Nuna de La Paz reventaba, nos habíamos visto un par de veces para repasar la ranchera y la querida canción Historia de Maribel. Ambas canciones no le favorecían mucho en el tono, pero Elisa, con toda fe, interpuso sus tremendos recursos vocales. Porque Elisa Canedo los tiene, y más allá de lo normal. Un timbre que se desparrama como en resolana en varios colores, un registro extenso, generoso. La canción Te vas sonó como tenía que sonar, con rabia de mariachi. Ella entraba en: Te vas con tu pasito esquivo/ chis chis, ya llegan a tu encuentro/ te vas con ese bicho feo, sacudo mi dignidad de muerto… Y yo con el sombrero de mariachi de mi papá, ese histórico sombrero que compró mi padre en el peor momento del exilio del ‘80, se lo compró nomas a un mariachi del Tenampa y sobrevivió a unos… a ver… 10 traslados. Mi padre llegó desde el DF a Lima con el sombrero puesto, su amigo el Chueco Céspedes lo esperaba en el aeropuerto, había decidido dejar el DF, era su tercer exilio, llegó a Lima bordeando los 70 años a vivir con su amigo y qué mejor que llegar con su sombrero de mariachi.

Con Elisa Canedo nos vimos luego en septiembre, en su chura Tarija. Contra todos los malos vientos, decidí hacer la gira Mirando al Sur, iniciando en Tarija hasta el Santiago querido. Sin embargo, el ambiente tarijeño era hostil, el Teatro de la Cultura tenía un alquiler similar al del Nuna, pero sin sonido, luces… ni personal. Llevar un solo musico significaba un monto similar al alquiler, muy difícil de sostener. Elisa allí se comprometió como amiga, apoyando al veterano Papirri en su aventura incierta, en su metida de pata completa. Entonces me fui directo y al grano publicando en las redes el maltrato al artista nashonal, la directora de cultura tarijeña respondió a la tambaleada ofreciendo un intercambio: yo tocaba en la plaza de Tarija un día antes del concierto a cambio del pago del sonido. Ahí estábamos con Elisa en medio de la plaza tarijeña a las 11.00 am, con cara de donadores de sangre. “Esto parece una pesadilla”, me decía nerviosa. Cumplimos con aquel compromiso extraño, con una plaza llena de gente en movimiento que no nos daba mucha bola.

El asunto es que llegó el concierto chapaco. Elisa tuvo la fineza de alojar a mi bajista que llegó de emergencia, no hubo otra. Teníamos la mitad del teatro vendido, justo para pagar cuentas. Igual reventamos con Te vas cantando juntos: Ya, plis, sigue tu camino/ mira que yo me voy de retro/ risitas sobre mis dolores/ cosquillas sobre mi tormento/Ya, plis, no me llames nunca/ en este instante te bloqueo/ tu duermes en un hombro nuevo/ yo brindo con nuestros recuerdos… Y le cascamos la hermosa Pascua en una versión que hizo lagrimear a mi Carito. La misma versión tocamos este miércoles 29 de mayo en un patio cochabambino muy bien decorado, con mucha gente aplaudiendo a Elisa Canedo, que dio un gran concierto.

Fue recién que la descubrí como cantautora. Sus canciones me dejaron feliz, conforme, por fin algo interesante, nuevo, personal y de ñ’eque en la canción boliviana; por fin una autora que llega a la gente desde su alma profunda, con su voz de fuego y luna, original y sin miedo. Elisa demostró ser una artista actual, una figura  que se viene con todo, agárrense los de la rutina fácil, por fin llega un canto nuevo desde lo viejo, renovado y con raíces, una propuesta sonora y poética personal sin recelo, con esta Elisa Canedo y su hermosa sonrisa, con su voz desparramando luces interculturales, con su actitud lucida que canta: Que te vaya bien/ que te pise el tren/ que te vaya mal, ya tienes con quien…

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‘El Huayllas’, vuelta al ser

El arte de Álvaro Álvarez Huayllas pasó de las paredes de la ciudad a las galerías. En ese camino busca su propio estilo.

El Huayllas

/ 9 de junio de 2024 / 09:49

Componer variaciones en música clásica implica imaginación y fantasía para alterar la melodía y la armonía original. Sandro Álvaro Álvarez Huayllas, más conocido como “El Huayllas”, está en búsqueda de su propio estilo. Dibuja variaciones sobre el pentagrama de la ciudad. Lleva más de 50 murales en las calles y el doble en interiores. Ahora salta a las galerías. El aerosol sigue en la mano.

Comenzó haciendo dibujos/copias de un libro de trabajo de su madre. Estudió para ser administrador de empresas y lo dejó. Estudió para ser estadístico en salud y abandonó. Se apuntó a la carrera de Bellas Artes en la Academia y salió rajando, decepcionado. Abrió una galería en la calle Jaén y comenzó a retratar a los personajes de la calle más linda de La Paz: a los Ernesto Cavour, Rosita Ríos, Medina Mendieta, Mamani Mamani.

Entonces el arte callejero (“street art”) llamó a su puerta y los murales —el gran formato— cautivaron su ser. De la barra stronguista de la curva sur (volverá a pintar pronto al “Chupita” Riveros y a Lucho Galarza en el estadio Rafael Mendoza Castellón) pasó a los muros. Fue después de tomar —a inicios de siglo— un curso de pintura mural con el colectivo/red Apacheta (con los Justo Tola, Sofía Chipana, Gustavo Limachi, Ramiro López Massi, Edgar Mamani Cocarico, Blas Calle, Weimar Terrazas, Gustavo Quispe, José Tito Condori, Félix Tupac Durán, Nelson Verástegui…)

«El Huayllas»

Una mujer de pollera baila con una matraca en la mano y una cerveza en la otra. Me hace recuerdo a los retratos maternos de Cristian Laime Yujra. Un acrílico sobre mantilla bordada lleva la memoria a los objetos de Roberto Mamani Mamani. Unos sombreros borsalinos intervenidos parecen firmados por el arte contemporáneo y conceptual de José Ballivián. Un retrato figurativo (que no llega al hiperrealismo) se asemeja al talento innato de Rosmery Mamani Ventura. Un niño mira como miran los niños de Vidal Cussi. “El Huayllas” se confiesa: “estoy tratando de encontrar mi propio estilo, hago arte urbano a caballete”. La segunda muestra de Álvarez Huayllas se puede ver hasta el 18 de junio en la Alianza Francesa del barrio paceño de Sopocachi (avenida 20 de Octubre esquina Fernando Guachalla). La exposición —compartida con el chuquisaqueño Julio Escóbar— se llama Diálogos populares.

Los últimos trabajos del Huayllas han sido para dos boliches: un Señor del Gran Poder en el restaurante Morena de la calle Illampu esquina Santa Cruz y un retrato en el café del hostel 440 de Achumani. Su penúltima exposición (también colectiva) ha tenido lugar en la galería AR°T de San Miguel.

México

En 2015 Álvarez Huayllas se va a México con una beca de grabado, pero vuelve con el arte callejero y el mural entre ceja y ceja. Es miembro fundador —junto a otros once artistas callejeros— del colectivo de arte y política Cementerio de Elefantes. Nota mental: no deja de ser curioso que artistas callejeros estén recorriendo el camino inverso de los muralistas mexicanos de hace un siglo cuando abandonaron los museos, las galerías y los espacios cerrados convencionales por las calles. Khespy o “El Huayllas” son dos de ellos y van con todo.

— ¿Y cuáles son las diferencias entre el indigenismo de las élites de hace un siglo de los Cecilio Guzmán de Rojas, Juan Rimsa, David Crespo Gastelú, Marina Núnez del Prado y compañía y los de ahora?

—Los de antes pintaban y esculpían cholas tristes, indios apesadumbrados en blanco y negro, limosneros en las calles, aparapitas explotados en grises. Tratamos ahora de cambiar eso, pintar indios felices, cholas empoderadas que gastan el dinero producto de su trabajo duro, bailando y tomando. Soy un retratista de mi tiempo. Mi estilo pasa por dar emoción y movimiento a los personajes populares y ancestrales de nuestro pueblo. No hago estatuas con dientes. Busco hacer diferencia, que el público reconozca mi estilo.

Arte del Huayllas

El “nuevo” indigenismo habla desde su propia voz, ha tomado el poder de las paletas y se pinta a sí mismo. Ya no son retratados por clases racistas/clasistas con mala conciencia, sino por ellos mismos. No están ni oprimidos ni derrotados. Los ocres oscuros va desapareciendo, como los dinosaurios. No se ven —apenas— clichés ni estereotipos. Los personajes están de fiesta, con la cabeza en alto desde la profundidad de sus saberes ancestrales. Explotados de color, ríen. Han dejado de ser “naif”. Han crecido. Se apropian de espacios antes prohibidos.

El paternalismo maniqueísta ha sido sepultado o va camino de ello. La idealización romántica es cosa del pasado. Los rostros indígenas no son estilizados/embellecidos en poses poéticamente falsas, sin humor. Ahora —en el arte del “Huayllas”, por ejemplo— vemos amor y complicidad, orgullo verdadero y autoestima, emoción y movimiento; miradas sublimes hacia adentro, no desde afuera. “La chola ya es digna de por sí”, remata Álvarez Huayllas.

Galerías

En el camino de las calles a las galerías, el “Huayllas” ha perdido el miedo. Abstrae más y mejor. Experimenta. No siente la necesidad de hacer murales para el “Instagram”. Ni algo comercial para un boliche o una marca. Deja de lado el pequeño detalle. Tiene/goza (de) más libertad. Sin egos, sin ataduras, sin reglas, como en los “graffitis”. Llega a los espacios cerrados con las lecciones aprendidas de los callejones y las esquinas donde lo malo se borra y se olvida (y lo bueno se respeta). “La ciudad es como un chango que se tatúa y luego se tapa o se altera”. El aerosol es una herramienta más, tanto o más digna que el tinte, las acuarelas o los acrílicos. El arte llega de la calle. El respeto está o no está, no se coquetea.

¿Dónde comienza un “graffitero” y donde arranca un artista plástico? “El Huayllas” responde con otra pregunta: “¿Dónde empieza La Paz? ¿en Viacha o El Alto?” Álvarez Huayllas es un traficante/hormiga, lleva y trae. Está a gusto entre esos dos mundos. Sus mandamientos han sido escritos en la noche, colgados en las alturas de un andamio. Sueña que su arte/estilo no sea tapado. Y que la gente diga en algún momento: esto es un “Huayllas”.

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El arte de Álvaro Álvarez Huayllas pasó de las paredes de la ciudad a las galerías. En ese camino busca su propio estilo

El arte urbano de ‘El Huayllas’. IMAGEN: DANIEL A. QUIROGA MIRANDA

/ 9 de junio de 2024 / 06:59

Componer variaciones en música clásica implica imaginación y fantasía para alterar la melodía y la armonía original. Sandro Álvaro Álvarez Huayllas, más conocido como “El Huayllas”, está en búsqueda de su propio estilo. Dibuja variaciones sobre el pentagrama de la ciudad. Lleva más de 50 murales en las calles y el doble en interiores. Ahora salta a las galerías. El aerosol sigue en la mano.

Comenzó haciendo dibujos/copias de un libro de trabajo de su madre. Estudió para ser administrador de empresas y lo dejó. Estudió para ser estadístico en salud y abandonó. Se apuntó a la carrera de Bellas Artes en la Academia y salió rajando, decepcionado. Abrió una galería en la calle Jaén y comenzó a retratar a los personajes de la calle más linda de La Paz: a los Ernesto Cavour, Rosita Ríos, Medina Mendieta, Mamani Mamani.

Entonces el arte callejero (“street art”) llamó a su puerta y los murales —el gran formato— cautivaron su ser. De la barra stronguista de la curva sur (volverá a pintar pronto al “Chupita” Riveros y a Lucho Galarza en el estadio Rafael Mendoza Castellón) pasó a los muros. Fue después de tomar —a inicios de siglo— un curso de pintura mural con el colectivo/red Apacheta (con los Justo Tola, Sofía Chipana, Gustavo Limachi, Ramiro López Massi, Edgar Mamani Cocarico, Blas Calle, Weimar Terrazas, Gustavo Quispe, José Tito Condori, Félix Tupac Durán, Nelson Verástegui…)

Una mujer de pollera baila con una matraca en la mano y una cerveza en la otra. Me hace recuerdo a los retratos maternos de Cristian Laime Yujra. Un acrílico sobre mantilla bordada lleva la memoria a los objetos de Roberto Mamani Mamani. Unos sombreros borsalinos intervenidos parecen firmados por el arte contemporáneo y conceptual de José Ballivián. Un retrato figurativo (que no llega al hiperrealismo) se asemeja al talento innato de Rosmery Mamani Ventura. Un niño mira como miran los niños de Vidal Cussi. “El Huayllas” se confiesa: “estoy tratando de encontrar mi propio estilo, hago arte urbano a caballete”. La segunda muestra de Álvarez Huayllas se puede ver hasta el 18 de junio en la Alianza Francesa del barrio paceño de Sopocachi (avenida 20 de Octubre esquina Fernando Guachalla). La exposición —compartida con el chuquisaqueño Julio Escóbar— se llama Diálogos populares.

Los últimos trabajos del Huayllas han sido para dos boliches: un Señor del Gran Poder en el restaurante Morena de la calle Illampu esquina Santa Cruz y un retrato en el café del hostel 440 de Achumani. Su penúltima exposición (también colectiva) ha tenido lugar en la galería AR°T de San Miguel.

En 2015 Álvarez Huayllas se va a México con una beca de grabado, pero vuelve con el arte callejero y el mural entre ceja y ceja. Es miembro fundador —junto a otros once artistas callejeros— del colectivo de arte y política Cementerio de Elefantes. Nota mental: no deja de ser curioso que artistas callejeros estén recorriendo el camino inverso de los muralistas mexicanos de hace un siglo cuando abandonaron los museos, las galerías y los espacios cerrados convencionales por las calles. Khespy o “El Huayllas” son dos de ellos y van con todo.

— ¿Y cuáles son las diferencias entre el indigenismo de las élites de hace un siglo de los Cecilio Guzmán de Rojas, Juan Rimsa, David Crespo Gastelú, Marina Núnez del Prado y compañía y los de ahora?

—Los de antes pintaban y esculpían cholas tristes, indios apesadumbrados en blanco y negro, limosneros en las calles, aparapitas explotados en grises. Tratamos ahora de cambiar eso, pintar indios felices, cholas empoderadas que gastan el dinero producto de su trabajo duro, bailando y tomando. Soy un retratista de mi tiempo. Mi estilo pasa por dar emoción y movimiento a los personajes populares y ancestrales de nuestro pueblo. No hago estatuas con dientes. Busco hacer diferencia, que el público reconozca mi estilo.

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El “nuevo” indigenismo habla desde su propia voz, ha tomado el poder de las paletas y se pinta a sí mismo. Ya no son retratados por clases racistas/clasistas con mala conciencia, sino por ellos mismos. No están ni oprimidos ni derrotados. Los ocres oscuros va desapareciendo, como los dinosaurios. No se ven —apenas— clichés ni estereotipos. Los personajes están de fiesta, con la cabeza en alto desde la profundidad de sus saberes ancestrales. Explotados de color, ríen. Han dejado de ser “naif”. Han crecido. Se apropian de espacios antes prohibidos.

El mural con el Chupa Riveros

Álvaro Álvarez Huayllas en un retrato por Daniel Alejandro Quiroga

‘Mallku’, ‘Diablo’

sobre borsalino) y ‘Mi socia’

El paternalismo maniqueísta ha sido sepultado o va camino de ello. La idealización romántica es cosa del pasado. Los rostros indígenas no son estilizados/embellecidos en poses poéticamente falsas, sin humor. Ahora —en el arte del “Huayllas”, por ejemplo— vemos amor y complicidad, orgullo verdadero y autoestima, emoción y movimiento; miradas sublimes hacia adentro, no desde afuera. “La chola ya es digna de por sí”, remata Álvarez Huayllas.

En el camino de las calles a las galerías, el “Huayllas” ha perdido el miedo. Abstrae más y mejor. Experimenta. No siente la necesidad de hacer murales para el “Instagram”. Ni algo comercial para un boliche o una marca. Deja de lado el pequeño detalle. Tiene/goza (de) más libertad. Sin egos, sin ataduras, sin reglas, como en los “graffitis”. Llega a los espacios cerrados con las lecciones aprendidas de los callejones y las esquinas donde lo malo se borra y se olvida (y lo bueno se respeta). “La ciudad es como un chango que se tatúa y luego se tapa o se altera”. El aerosol es una herramienta más, tanto o más digna que el tinte, las acuarelas o los acrílicos. El arte llega de la calle. El respeto está o no está, no se coquetea.

¿Dónde comienza un “graffitero” y donde arranca un artista plástico? “El Huayllas” responde con otra pregunta: “¿Dónde empieza La Paz? ¿en Viacha o El Alto?” Álvarez Huayllas es un traficante/hormiga, lleva y trae. Está a gusto entre esos dos mundos. Sus mandamientos han sido escritos en la noche, colgados en las alturas de un andamio. Sueña que su arte/estilo no sea tapado. Y que la gente diga en algún momento: esto es un “Huayllas”.

‘Jesús del Gran Poder’ en el restaurante Morena
‘Jesús del Gran Poder’ en el restaurante Morena

Texto: Ricardo Bajo H.

Fotos: Daniel Alejandro Quiroga Miranda, Nicole Heiddy Quiroga y Ricardo Bajo Herreras

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