Tuesday 28 May 2024 | Actualizado a 01:07 AM

La Copa de antes y la de ahora

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 8 de mayo de 2023 / 00:48

Eterna será la discusión entre el ayer y el hoy en el fútbol, si antes era más atractivo y técnico que el de hoy, si el de hoy es más físico.

La realidad es que la técnica actual es insuperable porque se da en un contexto de mayor dificultad.

Con atletas superentrenados que marcan a centímetros, con la velocidad que impera en cada maniobra y con defensas muy informados acerca de las virtudes del adversario igual se ven proezas técnicas y goles espectaculares.

Sin ir un siglo atrás, volvemos a ver en videos el Mundial de México ‘70 y notamos que los jugadores recibían el balón y tenían enormes espacios por delante y bastante tiempo para controlar y decidir cuál era la opción de juego más conveniente. Y el ritmo lento permitía el lucimiento individual.

Además, se sabía poco del rival, una ventaja para el atacante. Si un lateral enfrentaba a Garrincha y no lo había visto nunca, hasta que captaba cómo enfrentarlo el otro ya lo había pasado veinte veces.

No se trata de demeritar a los futbolistas de entonces sino de puntualizar algo concreto. Lo que no puede alcanzar el presente es el romanticismo y la naturalidad de aquellos tiempos. Pero la evolución es indiscutible.

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Con la Copa Libertadores sucede un fenómeno inverso: ahora no es tan problemática porque sus protagonistas tienen menos jerarquía. No porque antiguamente se jugara mejor en ella, sino que todos los grandes futbolistas sudamericanos estaban aquí. Un buen ejemplo es el de Argentina en el Mundial ’66: llevó un equipo formidable, que empató 0-0 con Alemania y cayó apenas 1-0 con Inglaterra, los dos finalistas; los 22 jugadores integrantes de la Albiceleste actuaban en la Argentina.

Ahora, del equipo campeón de Scaloni en Qatar 2022 sólo un miembro milita en el medio local: Armani, de River, segundo arquero detrás de Dibu Martínez. Uno sobre 26. Lo mismo vale para las demás selecciones sudamericanas. La realidad económica continental hace que todas las figuras emigren. Hasta los regulares se van. Y animan la Copa los que serían los suplentes de los suplentes. Es casi imposible retener a un buen jugador. Ni Flamengo ni Boca ni River, ningún club brasileño o argentino, por poderoso que sea, puede contar con un gran jugador más de un año y medio o dos.

La sangría perjudica especialmente a los equipos de Argentina, Brasil y Uruguay, porque todos sus jugadores, hasta los más o menos, se van a Europa o a otros mercados donde les ofrecen contratos millonarios. Dan una considerable ventaja en las competencias regionales. A nivel de selecciones es otra historia: ahí sí pueden alinear a los mejores. Ejemplo práctico: el tridente más brillante de la historia de Uruguay fue el de Suárez, Forlán y Cavani. Cavani nunca disputó la Copa, Suárez entró 15 minutos en un partido de 2005 y Forlan actuó en 3 cotejos con Peñarol en 2016, ya con 37 años. Y no marcaron goles. O sea, ni jugaron la Copa.

Antes no era sencillo ganar la Libertadores. Había puñados de cracks en cada club uruguayo, argentino o brasileño, incluso chileno o peruano. Y nadie emigraba, hacían toda su carrera acá. Quien jugaba contra Palmeiras sabía que se iba tener que enfrentar a Ademir da Guía, Luís Pereira, Leivinha, Leão, Dudú… Eran fenomenales, y jugaban diez, quince años en cada club. Medirse contra Universitario era tener adelante a Chumpitaz, Chale, Muñante, Cachito Ramírez, Cruzado, Percy Rojas… Hoy juegan once NN.

La Conmebol homenajeó recientemente a Independiente por sus 7 títulos, una hazaña notable, realzada por un detalle no menor: jugó 7 finales y ganó las 7. Bochini, Bertoni y Burruchaga fueron los receptores de la distinción en nombre del club. Durante la cena, mientras se desgranaba el sorteo, surgió el tema de debate: ¿era más fácil antiguamente ganar la Copa…? “Porque ahora el campeón debe jugar desde el arranque, son 13 partidos, y antes entraba en semifinal”, dijo alguien.

“Sí, pero antes jugabas contra equipos que eran máquinas, no como ahora”, replicó Bochini. “Peñarol y Nacional tenían 7 u 8 jugadores cada uno en la Selección Uruguaya, que era tremenda. Aparte, las semifinales eran triangulares. A Independiente en el ’75 le tocó un grupo con Rosario Central y Cruzeiro. En Central jugaba el mejor Kempes de la historia, los hermanos Killer en defensa, Pascuttini, Bóveda… Y el Cruzeiro histórico con Dirceu Lopes, Nelinho, Wilson Piazza, Joãozinho, Palhinha, Raúl en el arco… Ese equipo perdió con nosotros, pero al año siguiente fue campeón, y en el ’77 llegó a la final de nuevo, con Boca”.

Para el Mundial de México ’70, Uruguay -terminó cuarto- armó una selección poderosa, con 9 futbolistas de Nacional y 8 de Peñarol. Figuraban entre ellos Ubiña, Anchetta, Mugica, Montero Castillo, Cubilla, Espárrago, Julio César Morales por los tricolores; Mazurkiewicz, Caetano, Rocha, Cortés, Matosas por los aurinegros, que además contaban en sus filas con dos extranjeros excepcionales, el chileno Elías Figueroa y el argentino Ermindo Onega. Por su parte los foráneos de Nacional eran los brasileños Manga y Celio Taveira, y el sensacional Luis Artime. Contra esos equipos se jugaba en la Copa. De los jugadores actuales de Peñarol y Nacional sólo uno integra la Celeste, el arquero Rochet, de Nacional.

Chile fue al Mundial ’74 con toda la base del inolvidable Colo Colo del ’73, que perdió la final con Independiente. Estaban Caszely (extraordinario puntero derecho), ‘Chamaco’ Valdés, Ahumada, el ‘Pollo’ Véliz, Leonel Herrera, Galindo… Para llegar a la final, el ‘Cacique’ tuvo que eliminar a un grandísimo Botafogo, que alineaba a Brito, zaguero titular de Brasil en Inglaterra ’66 y México ’70; a Dirceu, triple mundialista y dueño de una zurda de oro; a Zequinha, que sumó 58 partidos en la Selección Brasileña; a un monstruo de la historia: Jairzinho, todavía con 28 años; a Marinho Chagas, el célebre lateral izquierdo rubio que era un espectáculo por sí solo. A todos ellos se sumaba un extranjero de excepción: el ‘Lobo’ Fischer, potentísimo goleador proveniente de San Lorenzo.

Ese equipazo ni siquiera pudo llegar a la final. Así eran todos los equipos del Atlántico. Los del Pacífico tenían mínimas chances, aunque hubo formaciones muy fuertes, como el Universitario del ’72 y ese Colo Colo del ’73. Jugando 13 partidos, como ahora, ó 7 en el caso del campeón vigente que entraba en semifinales, ganar la Copa era una epopeya.

Hay una docena de aspectos en los que la Copa ha mejorado sensiblemente. Los campos son excelentes, hay más garantías para el visitante, el arbitraje se ha superado; hay VAR, la televisación es un fiscal excelente, la preparación física es casi de ciencia ficción, todo lo que rodea al juego ha progresado. Y el fútbol creció en todos los países. La diferencia, abismal, es que antiguamente todos los fenómenos que surgían en Sudamérica -y eran muchísimos- permanecían en el continente, o al menos iban a Europa después de 8 ó 9 años de carrera aquí. Ahora parten casi adolescentes y se juega con los que quedan. Otrora el fútbol sudamericano era el más fuerte y encantador del mundo. Y no se televisaba la Champions League, que hace más dura la comparación.

Como solía decir El Veco, amigo entrañable, periodista de los grandes, “antes, para ganar había que tener póker de ases, hoy con un full alcanza”. Al menos en la Copa.

Fiorito, Ciudad de D10S

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 26 de mayo de 2024 / 23:48

El tiempo se detuvo en Azamor 523, Fiorito. Lo que hace sesenta años podía calificarse como una casita humilde y mínima es ahora una tapera. El alambre que la separa de la vereda parece caerse, todo está desprolijo en lo que debiera llamarse jardín, hay trastos dispersos por el piso de tierra, los árboles sin podar fueron ganando terreno y le dan un aire sombrío.

El estado de abandono entristece. Lo único que emociona es una pintura de Diego Maradona vistiendo la celeste y blanca en el frente de la vivienda, tomada de una foto del astro en el Mundial ’82. Y algunas camisetas o bufandas de clubes que lleva la gente y deja colgada de un árbol, de una reja. Esa ruina que vemos es la primera morada de quien, para millones, fue posiblemente el mejor futbolista de la historia.

El descuido duele. ¿Por qué esto está así…? ¿Por qué no es un templo, un museo, un lugar de culto dedicado a quien se gambeteó a todos los ingleses y metió el golazo de todos los golazos, a quien hizo delirar de emoción a tantos, el que enloqueció a los napolitanos con su magia…? Es el pensamiento que nos asalta apenas ver eso. La emoción por llegar hasta la casa inicial de Diego se derrumba apenas verla.
-¿Esta es la casa de Maradona…?-, preguntamos al vecino de al lado.
-Ésta-, responde.

A tres días del que hubiera sido su cumpleaños número 61 y a pocas semanas del primer aniversario de su fallecimiento, la casa natal del Pibe de Oro fue declarada lugar histórico nacional por el Gobierno debido la «enorme influencia» que tuvo el futbolista en la cultura popular argentina, que trascendió sus «méritos deportivos» y se convirtió en uno de los «símbolos más reconocibles de nuestra identidad».

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«Declárase lugar histórico nacional a la casa natal de Diego Armando Maradona, sita en la calle Azamor Nº 523 de la Ciudad de Villa Fiorito, partido de Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires», dice el Decreto 733, firmado por el presidente Alberto Fernández el 27 de octubre de 2021. Suena pomposo el dictamen después de ver esa pocilga.

Históricas las paredes, que encierran vivencias, que cobijaron los sueños de ese chico que dominaba la pelota como un dios. Era una cocina, una salita y dos piezas. Ahí se apretujaban don Diego, doña Tota y los ocho hijos. Luego, la habilidad inigualable del quinto de esos chicos los sacaría a todos de allí, les daría una vida distinta.
¿Por qué el Gobierno, la Provincia, la intendencia, los hinchas, la familia de Diego o el propio Diego no hicieron nada para conservarla…? “Aún sigue perteneciendo a los Maradona”, nos informa una vecina que se acerca desde enfrente. “Doña Tota se la prestó a una señora que trabajaba de doméstica en su casa de Villa del Parque porque no tenía dónde vivir. Luego la señora falleció y ahora vive su hijo. Se la quedó para él. Al que quiere entrar a ver la casa, le cobra”.

Una parte de la casa antigua de Diego Maradona en Villa Fiorito, en Buenos Aires. (Claudia Benavente)

Azamor ya luce pavimento, que le otorga cierto urbanismo, pero sigue siendo un barrio olvidado por los políticos, sobre todo por los que dicen luchar por ellos, los pobres. Tampoco Maradona miró para atrás. El que se quedó en Fiorito es Goyo Carrizo, el chico que lo presentó en Argentinos Juniors, donde comenzó la leyenda. Vive a unas cuadras.
-Yo tenía un chico en las infantiles de Argentinos, Goyo Carrizo, que era de Villa Fiorito. Era calladito, pero todos los días venía y me decía lo mismo: “Maestro, en mi barrio hay un pibe que juega mejor que yo”. Pasa que muchas veces los chicos quieren traer al hermanito o a un primo. No le hice mucho caso, sin embargo me lo repetía. Hasta que un día le pregunté ¿y por qué no viene? “Porque no tiene plata”, respondió. Le di un billete de diez pesos y le dije: “Mañana traélo”. El chico era Maradona…
El relato pertenece a Francis Cornejo, a quien entrevistamos para El Gráfico en 1986. Francis era de esos delegados que fungían de técnicos, padres, guías, consejeros. Y el primero que llegó a esa casa de Fiorito con la propuesta de ficharlo.
-Yo nací acá y nunca me fui. Con Diego estábamos siempre juntos, desde que nació hasta los dieciséis años que Argentinos Juniors lo llevó a vivir a La Paternal. Jugábamos en la calle, que era de tierra, se armaban unos partidos bárbaros-, dice Norberto Fernández, el Vaca, propietario de la casa de al lado. -Yo le daba la pelota a él, la agarraba, se gambeteaba a cinco y metía el gol. O a veces nos quedábamos todos mirándolo hacer jueguito, hacía cosas increíbles. Igual, nunca imaginamos que llegaría donde llegó. Pensábamos que era bueno en el barrio nomás.
-Pero llegó rápido a Primera, a los quince años.
-Sí, contra Talleres de Córdoba. Fuimos. De acá fue toda la cuadra a verlo ese día.
-¿Es verdad que era hincha de Independiente…?
-Fanático. La familia Maradona era de Boca, pero él salió de Independiente. Y yo soy boquense. Cuando jugaban Independiente y Boca era una guerra acá. Después se fue haciendo de Boca por la pasión de la hinchada. Su ídolo era Bochini. Vino un día el Bocha acá a ver la casa de Diego, quería conocerla y nos quedamos charlando un rato. Muy humilde, Bochini.
-¿Cómo era Diego…?
-Para mí siempre fue un grande, futbolística y personalmente. Para mucha gente era muy arrogante, temperamental, pero pasa que cuesta la fama. No le gustaba que lo tocaran, era quisquilloso con eso. “No me toqués”, te decía.
-¿Venía por acá…?
-Sí, mientras jugó en Boca venía siempre. Hasta que no podía estar más, llegaba y era un mundo de gente, todos encima de él y le escapaba a eso. Después ya se fue a España, a Italia y dejó. Aparte, cada vez que llegaba se producía una aglomeración de gente. La última vez vino con ese director de cine ruso que hizo su película (N. del A.: se refiere al cineasta bosnio Emir Kusturica).
-¿Lo volvió a ver, Norberto…?
-Sí, no mucho antes de su muerte. En el velatorio de un familiar, acá enfrente, en la casa de su abuela. Se decía que no andaba bien. Fui, me atendió bien. Estaba en una sala aparte. “¿Qué hacés, Vaquita…?, pasá.” No me gustó lo que vi, estaba con cuatro amigotes. Le dije ¿por qué vivís así…? Dejate de embromar, si tenés todo… Me contestó: “Te cambiaría siete días de mi vida por siete de la tuya”. Quería una vida normal y no la tenía. No podía vivir.
-¿Viene gente a ver la casa, Norberto?
-Mucha, de todos lados. Vienen de China, de Japón, de Italia, ingleses vienen muchos, turistas, hinchas, periodistas… Se quedan un rato, se sacan fotos, traen velas y las prenden acá en la vereda, rezan por él, dejan alguna camiseta. Cuando Diego murió se juntó una muchedumbre durante tres días.
Atrapado entre el Riachuelo y las vías del ferrocarril, Fiorito está en una confluencia difusa de Avellaneda, Lanús y Lomas de Zamora, en los fondos de los tres municipios. Y nadie mira hacia el fondo. Ahí son todos de a pie. Perros sueltos por todas partes, más de un caballo, montículos de basura en las calles. Diego es el orgullo de Fiorito, el único. Van a hacer cincuenta años que dejó ese arrabal, pero sigue presente en todo. En cada calle hay un mural pintado por la gente, o leyendas alusivas, la más frecuente, “Fiorito, ciudad de D10S”.
A cuatro o cinco cuadras de la casa natal del ídolo está “El potrero de D10S”, la cancha de Estrellas del Sur, donde el zurdito empezó a mostrar cosas grandes. El sueño de que otro Diego dibuje sobre ese piso de tierra está siempre, pero es difícil, las esquinas de alrededor están llenas de pibes con motos y un celular en la mano.

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Klopp es todo lo que está bien

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 19 de mayo de 2024 / 22:12

Lidera, inspira, alienta, contagia, alegra, motiva, respalda, enseña…

Lloraron los del Mainz en 2008, lloraron los del Dortmund en 2015, lloran hoy los del Liverpool. Sólo en tres clubes ha estado Jürgen Klopp en sus 24 temporadas como entrenador, en los tres hay un denominador común: amaron tenerlo, lamentaron despedirlo.

Lloraremos, también, los hinchas de todos los equipos. Klopp es patrimonio de todos, lo queremos, queremos que esté siempre ahí, al borde del campo dando indicaciones, riendo con su sonrisa Kolynos, palmeando a sus jugadores, estrechando la mano del técnico rival.

¿Es el mejor entrenador de la historia…? Posiblemente debiera ser incluido en ese análisis, quizás subiría al podio. Los ha habido más eficaces, más revolucionarios, con mejor verbo, pero nunca deberá ser considerado apenas como un notable estratega o un genio táctico.

Klopp es mucho más que eso: es un líder espiritual, un amigo de sus jugadores, un increíble fabricante de mística, el sujeto que dará esperanza a los hinchas apenas llegar y los hará felices durante toda su estadía.

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Ni Guardiola ni Ferguson ni Ancelotti, por ganadores que sean, son capaces de generar la atmósfera de entusiasmo que crea este alemán de 57 años. Él simplemente mejora todo lo que toca. Guardiola es sin duda el número uno de todos los tiempos, pero no establece este tipo de relaciones afectivas con los hinchas ni deja la estela de cariño que riega Klopp.

Imaginemos la tristeza liverpooliana. Hoy, cuando acabó el partido ante el Wolverhampton, Jürgen dijo adiós después de casi nueve años de romance con Anfield. Ha decidido tomarse un año sabático para descansar, disfrutar de su esposa, ver fútbol por la tele, tomar clases de cocina y de baile. Anhela ser un hombre común, ir al supermercado, al cine, estar muchas horas en su casa, jugar con su perro. «Esta será la primera vez en mi vida en la que no tengo una idea real de lo que haré, y eso es exactamente lo que quiero».

El público no sabe que un entrenador de élite ejerce a tiempo completo 24/7. Sir Alex Ferguson comenta en su libro Liderazgo que, todos los días, 6,30 de la mañana ya estaba sobre el césped de Old Trafford, con un té en la mano, inspeccionado con el canchero el estado de la hierba. Y terminaba cada jornada muy, muy tarde por la noche. Lo mismo podría contar Klopp. O Guardiola. En ese nivel es así.

Se quedó sin energías, reveló. Han sido 24 años seguidos de entrenamientos, partidos, charlas, viajes, planificación, videos, concentraciones, ruedas de prensa…

Después de ser un discreto futbolista de Segunda División del modesto Mainz 05, le confiaron la dirección técnica del equipo, que parecía condenado a Tercera. Ganó seis de sus primeros siete juegos y se salvaron del descenso en la última fecha. Tras dos años intentando estabilizarlo, consiguió ascenderlo por primera vez a los 99 años de vida del club.

Ya en Primera, lo clasificó a la Copa UEFA 2005-2006, lo que para los hinchas era como ser campeones del mundo. En 2007 perdieron la categoría, pero apareció el Klopp que veríamos más tarde, el de la lealtad: se quedó a remarla en Segunda. Y ahora el Mainz es un equipo permanente de la Bundesliga 1.

Tras ocho años en Mainz, ya había ganado un prestigio y subió varios escalones: en 2008 lo contrató el Borussia Dortmund, que había tenido una temporada de espanto: decimotercero entre dieciocho. Pero llegó el optimista de Klopp y empezaron a remontar. Y una vez hechos los retoques necesarios al plantel y darle su impronta, ganaron dos ligas seguidas, en 2011 y 2012. Al curso siguiente llegaron a la final de la Champions. Fue una época de oro del club amarillo, le pelearon el reinado al Bayern Munich, de presupuesto mucho mayor.

Luego de siete años con los borusser, decidió tomarse un descanso, como ahora, pero apenas cuatro meses después de dejar el Signal Iduna Park apareció el Liverpool. Y nadie le dice no al club con más hinchas de Inglaterra. Luego de ser el dominador casi dictatorial del fútbol inglés (y europeo), al Liverpool se le habían juntado las vacas flacas, las brujas enterraron sapos en el césped de Anfield y las lechuzas anidaron en el vestuario. Y quedó entre tinieblas. Treinta años sin ganar una liga. Conste que en ese lapso el Liverpool fue dos veces campeón de Europa, lo cual es muy festejable, naturalmente, pero el hincha quiere el trono local, para mirar a los vecinos desde lo alto del orgullo. Para peor, su archirrival, Manchester United, ganó en ese lapso ¡13 ligas…! Y lo pasó en el historial.

Treinta años de sequía, hasta que un día apareció el Rey Sol. Nunca pensaron esos ingleses que amarían tanto a un alemán. Klopp es la confirmación absoluta de que, hoy, todo proyecto futbolístico que aspire al éxito pasa primero por el entrenador, luego por los jugadores. Hace cincuenta o sesenta años, cuando el técnico era un personaje paternal o caudillesco, o con buen verbo, los futbolistas estaban por delante y el DT podía triunfar si contaba con un plantel virtuoso. Hoy el fútbol es más sofisticado, infinitamente más complejo, los futbolistas son los dueños del vestuario, el exitismo roza el límite de la intolerancia y la competencia es feroz por lo equilibrada. Se necesita un conductor inteligente, estudioso, capaz tácticamente, trabajador, persuasivo, con mando y manejo de grupo, que absorba la presión. Por eso un gran entrenador cobra ahora entre 20 y 25 millones de euros al año. Y cuando aparece uno, se lo pelean los clubes de élite.

Ese título no fue de los jugadores, como suele decirse con demagogia. Fue todo de él, del gran artesano de Stuttgart, ya ciudadano ilustre de Liverpool. Nunca en la patria de Bobby Charlton un campeón se coronó 7 fechas antes del final, récord en los 137 años del torneo. Y con 23 puntos de ventaja sobre el segundo, nada menos que el Manchester City de Guardiola. Un registro fabuloso; tal vez pase un siglo para que se repita. O quizás nunca.

Intenso, dinámico, ofensivo, potente, agresivo, duro, mentalizado, eficaz, práctico. Así ha sido en estas nueve estaciones el Liverpool de Klopp. De buscar, buscar y golpear. Atacando con vocación, defendiendo con fervor. El carácter de un equipo lo transmite el capataz. Y detrás de la sonrisa permanente de Klopp hay un comandante firme, convencido de su plan. Se ha ganado definitivamente el olimpo del fútbol internacional por capacidad, sin regalos mediáticos ni campañas marketineras.

Y en el medio de tantas tardes y noches de gloria hubo tres finales de Europa, dos perdidas ante el Madrid, una ganada sobre el Tottenham. Y una Copa Inglesa, una Copa de la Liga, un Mundial de Clubes, una Supercopa de Europa… Todos los títulos posibles.

“A Klopp le faltaron el Bernabéu y Messi”, titula su columna Aritz Gabilondo, de As. “No ha habido otro técnico que haya sabido contrarrestar a Guardiola igual de bien que él”, escribe. Y agrega: “Hubiera sido fascinante descubrir, en cualquier caso, el rol de Klopp en un contexto más dominante. Un Klopp con dinero y opulencia, como el PSG y el City; con grandeza y gloria, como el Madrid o el Bayern; o con el mejor jugador de la historia, como el Barça. Klopp ha sido Klopp por cómo es Klopp. Sin un Bernabéu o sin un Messi. Simplemente entendiendo el fútbol por lo que le dicta el corazón”.

La pelota pierde un protagonista esencial. Lo vamos a extrañar.

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Prócer del fútbol bien jugado

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 12 de mayo de 2024 / 21:32

Medía 1,93, era un basquetbolista metido en una cancha de fútbol. Un cinco lentón, de buen manejo, que le pegaba con un cañón a la pelota. Surgió en el club del que eran hinchas él y su familia: Rosario Central. Pasó a Racing, a Boca, se fue a Estados Unidos al New York Generals y por una gran actuación allí frente al Santos lo contrató el mismo Santos. Ahí le pasaba la bola a Pelé y Coutinho, nada menos. Pero ya le picaba el bichito de dirigir y se retiró joven. Y, de arranque, el técnico trascendió al futbolista.

Con sólo 32 años le dieron Huracán. Fue en abril de 1971. Sería una decisión histórica para el fútbol argentino. Como el hornero, fue construyendo el nido hasta quedar un lujo.

Brindisi y Babington venían de las inferiores, a Houseman lo ficharon por dos pesos de Defensores de Belgrano, otros llegaron libres… Así fue armando ese sueño de cualquier hincha llamado “Huracán del ‘73”, una orquesta de cámara, un equipo armonioso que tocaba el cuero de manera celestial.

Ya en el primer partido del campeonato goleó a Argentinos Juniors 6 a 1. A varios más les hizo cinco, cuatro… Pero los números eran irrelevantes: lo fascinante era el juego. A Central, en Rosario, le iba ganando 5 a 0 y era tal el espectáculo y la superioridad que la hinchada centralista se puso de pie y empezó a aplaudir. Nadie más logró eso.

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Esa obra maestra elevó al joven César Luis Menotti a la máxima consideración y al año siguiente lo nombraron director técnico de la Selección. Argentina siempre había sido un fútbol importante, un semillero del mundo, mas nunca reflejado en un torneo grande. Menotti puso condiciones para asumir: que la selección, una entidad desvalorizada, desorganizada, fuera prioridad total. Los futbolistas se negaban a vestir la Albiceleste, los clubes no los cedían, el equipo nacional se juntaba unos días antes de cada torneo y sumaba fracaso tras fracaso. Improvisación total. Menotti cambió esa historia a través de una palabra: compromiso. Comprometió a los jugadores, a los dirigentes, al periodismo, al país. Y a partir de él el país de Di Stéfano, Maradona y Messi fue a cinco finales del mundo, ganó tres, se coronó 6 veces campeón mundial juvenil, conquistó 2 Juegos Olímpicos, 3 Copa América, encabezó el Ránking Mundial de la FIFA. Rubricó todo el potencial que el país mostraba desde el inicio del siglo veinte. Desde ese momento, los jugadores se enamoraron de la selección y vienen nadando de Europa si es preciso. Generó una mística que se mantiene cincuenta años después.

No obstante, por encima de los títulos estaba su prédica, que dio lugar a una corriente futbolística: el menottismo. Esto es, jugar bien, por abajo, respetando la pelota, salida limpia desde el fondo, tocar, llegar en bloque. Orden con creatividad, nunca cortarle las alas de la inspiración al futbolista. No era otra cosa que volver a las fuentes que hicieron grande al fútbol gaucho. Porque hay una manera argentina de jugar al fútbol, que es exactamente la que mostró la Selección de Scaloni en la Copa América y en Catar. Se lo identificó como “el fútbol que le gusta a la gente”. Una verdad de cemento: el hincha gusta de ese estilo, genera orgullo cuando el equipo de uno lo practica.

Claro, para ello se necesita persuadir al actor. Nunca fue un problema, el fantástico verbo de Menotti entraba fácil en los jugadores, poseía un notable poder de transmisión. “Menotti convencía por seducción, Bilardo por insistencia”, describió Jorge Valdano. Corrobora Faryd Mondragón, el gran arquero colombiano que coincidió con él en Independiente: “Teníamos un zaguero de una garra y fuerza tremendas, aunque no muy técnico, Arzeno. Menotti lo convenció de salir jugando y el Polaco empezó a jugar la pelota al pie, daba gusto. Ver jugar al equipo desde atrás era una delicia”. Faryd contó otra anécdota sabrosa. “Íbamos a jugar un clásico fundamental contra Boca en La Bombonera, que fue el único enfrentamiento entre Menotti y Bilardo. Ganó Independiente 1 a 0. La noche del sábado bajo de mi habitación y al pasar por la cafetería veo a Menotti en una mesa tomando café con sus colaboradores. Me dice: ‘Venga Faryd, siéntese. Tómese un whisky’. Profe, ¿un whisky…?, respondí. ‘Tómese un whisky, por uno no pasa nada, le va a ayudar a dormir mejor’. Así era, te daba confianza, descontracturaba todas las situaciones. Nunca lo vi enojado, aunque tomaba decisiones fuertes”.

Una de esas decisiones, quizás la más discutida de su vida, fue dejar fuera del Mundial ’78 a Maradona. Aún con 17 años, Diego era el mejor jugador argentino junto con Bochini. Y ya había debutado en la Selección. Pero al dar la lista definitiva, de 25 nombres había que sacar tres. Y uno de ellos fue Maradona. Entrevistado esa misma noche, Maradona estaba como aturdido, conmocionado, no salía de su estupor. “Si lo agarra mi familia lo mata, le quieren pegar”, dijo el 10. A Bochini también lo marginó. Luego, Argentina fue campeón mundial y el título tapó la medida del técnico. Pero le hubiese dado el brillo que necesitó la Selección. Argentina ganó ese Mundial guapeando, con el coraje de Passarella, Kempes, Fillol, Luque, Tarantini, no con el fútbol que proponía el entrenador rosarino.

Tras ocho años en el banco celeste y blanco se fue a Europa, al Barcelona. Antes de debutar en el Camp Nou declaró en su estilo fluido, elegante, casi literario: “Me siento como un músico frente a un gran escenario”. Los periodistas se arracimaban frente a su presencia esperando las frases aterciopeladas que el Flaco acuñaba. “El fútbol es orden y aventura”, decía. “La única manera que tiene un técnico de hacerse respetar es desde el conocimiento. Si no fuera así, cualquier tonto podría ser entrenador». Otra: «El fútbol se juega para lograr eficacia. La belleza aparece de las cosas bien hechas».

Fue un individuo controversial, que generaba amores incondicionales y odios viscerales. Pero se sentía a gusto en ese mar de la polémica, no lo arredraba. Su enfrentamiento casi irracional con Carlos Bilardo abrió una grieta en el fútbol, ya no sólo argentino sino latinoamericano. El jugar bien o ganar como sea que encarnaban uno y otro dividió al público, al ambiente del fútbol y, sobre todo, al periodismo. Se era menottista o bilardista. Y eso generaba enconos personales fuertes, hasta la enemistad. Duró décadas la dicotomía.

Habían sido amigos al comienzo, luego, una declaración de Bilardo en los medios picó a Menotti, éste respondió, se fue poniendo más picante y se hizo un ping pong. Por último, el Flaco expresó que una decisión de su sucesor desprestigiaba a los jugadores. Bilardo estalló: “Leí el diario y me enloquecí, me tuve que tomar dos Lexotanil, pero nada me hacía efecto. Estaba envenenado”, reconoció. Y al día siguiente le respondió en rueda de prensa: “Cuando asumí en la selección lo único que encontré fue una silla y un escritorio. No había carpeta de jugadores, no había calendario, contactos, nada… Este país necesita que se hable menos y se trabaje más. Estamos cansados del verso”. Fue el inicio de una auténtica guerra dialéctica y de estilos.

Dirigió a Boca, a River, Independiente, a Peñarol, al Atlético de Madrid. Jugó con Pelé en el Santos, fue amigo cercano de Cruyff, dirigió a Maradona y, en su última etapa como director de selecciones nacionales, compartía en el predio de la AFA con Messi. A los 85 años, se fue el Flaco Menotti, personaje mundial del fútbol. 

(12/05/2025)

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¿Quién ganará esta Champions…?

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 5 de mayo de 2024 / 21:24

Es la pregunta que se hacen en los medios y en redes sociales. También se la formulan al periodista. Difícil respuesta. Los cuatro que siguen en carrera son realmente buenos y parejos, y los dos resultados que se dieron en la ida de semifinales no son definitorios, las llaves están abiertas.

En todos los sondeos y casas de apuestas el Real Madrid es ultramegahíperfavorito. No por su juego virtuoso, que no se la visto en esta Champions, sino porque la mayoría cree que, de una manera u otra, ganará.

Por suerte, por sus contraataques letales, por la contundencia de alguna de sus brillantes individualidades o por algún fallo arbitral, siempre sale venciendo el cuadro blanco.

Fue menos que el Leipzig en octavos de final (y hubo dos groseros errores referiles, uno en la ida y otro en la vuelta, favorables al Madrid). Padeció un asedio nunca visto ante el Manchester City en cuartos, pero pasó el Madrid. Y ha sido inferior al Bayern Munich en semis, pero sacó un valioso empate de visita (2-2).

Es tarea casi heroica mandarlo a la lona y contarle diez. Porque lucha hasta el final, le cabe ese mérito. Y el de la jerarquía de sus hombres, que, a la mínima insinuación ofensiva, convierten. A todos los demás equipos del mundo les demanda tres, cuatro situaciones de gol, o más. El Madrid, con media, llega a la red.

Justamente Thomas Tuchel, el excelente técnico del Bayern (campeón de la Liga de Campeones 2021 con el Chelsea), destacó la pegada del equipo merengue y su facilidad para hacer gol con poco dominio, sin siquiera crear peligro, incluso cuando lo están asfixiando contra su arco, como aconteció con el City. Un toque, dos y pum… adentro. Puede ser Rodrygo o Vinicius o Bellingham o cualquiera.

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“Han sido unos primeros quince minutos muy buenos, en los que hemos tenido ocasiones, un juego fluido… pero luego no ha sido tan fluido. Ellos han tenido una y nos han hecho un gol”, analizó el entrenador alemán.

“Después hemos estado mejor en la segunda parte, con el tanto del empate y el penalti del 2-1. Tuvimos alguna chance para hacer el 3-1 y no lo logramos. Pero hubo una ocasión en nuestra área y consiguieron el 2-2. Esto es lo que hacen con muchos rivales y esta vez nos ha tocado a nosotros”.

Tuchel elogió abiertamente al cuadro de Ancelotti: «Es la calidad individual más alta emparejada con una increíble capacidad para permutar posiciones y mantener el ritmo en los contragolpes… Y saben sobreponerse a los malos momentos».

No obstante, el Bayern mostró una imagen sólida, exhibió la solvencia de toda la vida, manejó el partido, dio vuelta el 0-1 inicial con el temple de siempre y, aunque fue aciaga su temporada en la Bundesliga, tiene en la Champions su tabla de salvación.

Va con el empate a Madrid, con una mejora evidente en su juego y con un Musiala imparable, habilísimo, valiente, encarador. Puede ser una estrella en el resto de la década, tiene apenas 21 años y su conexión con Florian Wirtz debería devolver a Alemania a lo alto del podio. Son dos cracks.

“Bellingham desconectado”, tituló el diario AS. Efectivamente, tras un comienzo rutilante de temporada en la liga española, el inglés ha decaído en los últimos meses, incluso estuvo desconocido en las tres rondas eliminatorias. Hasta ayer pedían a gritos el Balón de Oro para él, ahora se preguntan qué le pasa. Y reclaman el trofeo para Vinicius.

“Si no se lo dan sería una vergüenza”, ruge el madridismo. Está en un momento feliz el brasileño, aún no se alzó con ningún título, aunque podría conseguir Liga y Champions. Y Copa América, ¿por qué no…? Brasil es Brasil siempre.

En las encuestas de diversos foros el Madrid oscila entre el 47 y el 52% de las preferencias. El Bayern araña el 24%; el Paris Saint Germain, pese a haber perdido en la ida, alcanza un 13%, y el Borussia Dortmund el 15%.

En las casas de juego también lidera el equipo español. Paga 2,20 € por cada euro apostado, el PSG, pese a perder, continúa segundo con 3,75, Bayern Munich 4,50 y Borussia Dortmund 8.

El Dortmund parece el patito feo del lote, pocos le ven chances reales de coronar, sin embargo, juega bien y, atención a esto: crea un manantial de ocasiones de gol. Si tuviera la eficacia del Madrid golearía todos los partidos. Venció al PSG con gol del tanque Füllkrug y se quedó corto, era para dos o tres. Hubiese ido a París con la semifinal en el bolsillo. Falló mucho el austríaco Sabitzer. El exiguo 1-0 dice que el cuadro francés puede darlo vuelta en el Parque de los Príncipes. Claro, también adelantará líneas y ofrecerá espacios atrás.

Quien quedó en deuda es Mbappé. “Es el máximo goleador de la presente edición de la Champions League, pero la realidad es que su rendimiento en algunos encuentros sigue suscitando dudas”, escribe AS, de Madrid. Y en L´Equipe, de Francia, fueron más severos: “Una primera parte sin brillo (0 disparos), en la que no salió lo suficientemente rápido para Schlotterbeck en el gol (36′).

A menudo se encontró de espaldas a la portería en plena acción, tuvo pocos espacios y jugó encorsetado. En una segunda parte más densa, remató al poste (51′) e intentó potenciar a sus compañeros, como en una acción para Dembélé (72′). Pero no fue decisivo, como su condición le obligaba a ser…”, comenta el periódico francés, que lo calificó con un 4.

Siempre aparece una sombra en el horizonte de Mbappé. Se pide con insistencia un Balón de Oro para él, pero siembra incertidumbre. Por supuesto, nadie dirá que Mbappé es malo ni que arruga, es un crack de los grandes, aunque también es un jugador que extrañamente desaparece en muchos partidos, se ausenta. Casi nunca se le remarca ese aspecto. Únicamente loas. En este caso, AS y L’ Equipe sí lo hacen. Hay que recordar que el PSG pagó 180 millones de euros por él hace 7 años, lo fichó para ganar, por fin, la Champions. Nunca pudo. Y cuando llegaron a la final fue Neymar el jugador decisivo, no él.

Lo han rodeado de figuras y le han dado todos los galones, la capitanía, los penales, los tiros libres, lo alimentan con los mejores pases… pero no pudo. Algunos analistas le objetan que no es líder. En el campo no puede serlo porque no lleva la pelota, él está allá arriba, depende de que otros armen el juego y se la alcancen. Otra vez tiene una deliciosa oportunidad de alzar la Orejona, veremos si lo logra antes de irse. El Dortmund no es una barrera infranqueable.

Kylian jugó de 9, el puesto que le tienen reservado en el Madrid. El de extremo izquierdo, su lugar natural, está ocupado por otro gallo: Vinicius. Y Vini no le va a dejar su lugar “al nuevo”, se llame como se llame. El capanga en el vestuario del Bernabéu es él. Incluso tendrán una primera confrontación por el Balón de Oro.

Hoy, son los dos primeros mencionados para obtenerlo. Hay otro tema: si llegan a la final el PSG y el Madrid, Mbappé deberá enfrentar al que, a partir del 1° de julio, será su nuevo club. ¿Cómo se verá eso…? ¿Dejará el alma para ganarle…? ¿Le hará goles…? ¿Lo ablandarán Rudiger y Carvajal a base de leña como hacen habitualmente…? Si se da esa final, va a estar rodeada de morbo. Y si triunfa el PSG 1 a 0 con gol de Mbappé, ¿lo festejará…? ¿Mucho, poco…?

Cuidado, también puede darse una definición alemana en Londres. Los tres -Bayern, Dortmund, PSG- tienen más juego que el Madrid, el Madrid tiene más punch que los otros. Todo puede suceder.

(05/05/2024)

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La Reina del Plata fue la cuna

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 28 de abril de 2024 / 23:25

“Buenos Aires, la Reina del Plata, Buenos Aires mi tierra querida…” Carlos Gardel tenía 26 años y asomaba a la fama grande cuando nació en su ciudad la Copa América. El torneo abrió los ojos en ese conglomerado cosmopolita donde vivían casi tantos extranjeros como nacionales.

La cuna del tango era un faro de cultura que irradiaba a toda América Latina. Y ya despuntaba como una urbe impactante, de definido estilo europeo, con subterráneo -el primero de Iberoamérica- y una amplia red de ferrocarriles.

Era pleno invierno austral de 1916. Una Argentina próspera celebraba con pompa el primer centenario de su independencia y, entre los muchos actos del jubileo, el Gobierno de entonces encargó a las autoridades futbolísticas que organizaran un torneo internacional, tal como se había realizado con éxito allí mismo en 1910, entre Argentina, Chile y Uruguay, siendo campeón el anfitrión.

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El fútbol estaba esperando algo así

Ese prefacio del ’10 no se considera oficial, no había sido fundada aún la Confederación Sudamericana de Fútbol. En 1913, el deportista José Claudio Susán, futbolista y directivo del club Estudiantes de Buenos Aires (no de La Plata), elevó una propuesta formal para crear un certamen sudamericano que se denominaría Copa América, la cual se publicó el 16 de octubre de ese año en el diario La Argentina: 
“La Asociación Argentina de Football resuelve realizar anualmente un concurso de football instituyéndose al efecto la Copa América. Serán invitadas a adherirse a este proyecto las ligas uruguaya, chilena y brasileña, debiendo enviar en caso afirmativo un equipo para disputar la Copa. Este torneo se efectuará en Buenos Aires. Si alguna de las ligas adherentes desea que el torneo se realice en el lugar de su asiento, deberá solicitarlo en la reunión de delegados que se efectuará durante la época de juego del año anterior. Es entendido que cada liga en tal caso correrá con la organización y gastos que el torneo demande”.

Le cabe, pues, a Susán, el derecho de autor de esta maravillosa saga. Su proyecto y los dos certámenes primigenios -1910 y 1916- celebrados en Buenos Aires y por iniciativa argentina, le otorgan al fútbol albiceleste la indiscutible patente de impulsor de la idea. Muy visionario: aún no existían los Mundiales ni la Eurocopa, y los Juegos Olímpicos estaban suspendidos por la Primera Guerra Mundial. Incluso la FIFA era un bebé que daba sus primeros pasos.

La entonces Asociación Argentina de Football envió en octubre de 1913 un telegrama a sus pares de Brasil, Chile y Uruguay invitándolas a disputar el trofeo “Campeonato Sudamericano de Football”. El diario La Argentina, del 26 de octubre de 1913, en su página 8, daba cuenta de la respuesta afirmativa de la conductora del fútbol oriental: “La Liga uruguaya ha comunicado a la Asociación Argentina de Football su adhesión al campeonato sudamericano que esta organiza, y para cuyo concurso el ministerio de relaciones exteriores y culto ha donado una magnífica copa. La nota de la Liga Uruguaya dice:
“Montevideo, octubre 23 de 1913. -Señor presidente de la Asociación Argentina de Football.- la Liga se ha enterado de que el ministerio de relaciones exteriores de la República Argentina ha donado un trofeo destinado al campeonato sudamericano de football, y que será disputado por uruguayos, brasileños, chilenos y argentinos todos los años. En respuesta tengo el placer de expresar a usted que la comisión de la Liga ha resuelto prestar todo su concurso, a fin de que ese nuevo campeonato obtenga todo el éxito que le corresponde por su carácter. (Firmado) -Abelardo Vescovi, presidente”.

Debido a las divisiones internas en el fútbol de Brasil y Chile que impedían su participación, el torneo no se pudo concretar sino hasta 1916.
Por entonces, Buenos Aires era la única capital de Sudamérica que poseía escenarios capaces de albergar decenas de miles de espectadores. Que los hinchas argentinos le llaman cancha, como en Uruguay se denominan parque y en el resto del continente, estadio. Se realizó en Palermo en el, para la época, formidable recinto a la inglesa de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (de nuevo: no de La Plata), capaz de acoger a 25.000 personas.

La Gran Guerra ya se había cobrado nueve millones de vidas en Europa. Los campos de Francia eran un gigantesco charco de sangre. El 1° de julio de 1916 se desató una carnicería humana al norte de París: la sanguinaria Batalla del Somme. Fue una catástrofe: sólo las tropas británicas sufrieron ese primer día 57.740 bajas, la mayor pérdida en combate del Reino Unido en toda su historia bélica, que no es breve.

Veinticuatro horas después, a 11.000 kilómetros hacia el sudeste, diez mil aficionados entusiastas acudían para ver Uruguay 4 – Chile 0, el primero de los 837 partidos que componen la Copa América hasta ahora. Alaridos desgarradores allá, alborozados gritos de gol acá. Hoy, más de un siglo después, parecerá increíble, pero miles de uruguayos cruzaron el río color de león para ver a la Celeste. Se viajaba en el Vapor de la Carrera, que salía de Montevideo a las 10 de la noche y llegaba a Buenos Aires a las 7 de la mañana. Sólo se precisaba el boleto, no se hacía migraciones entre Uruguay y Argentina. “Era como tomar el tranvía”, describió el genial Diego Lucero.

El de ese primer año fue un torneo realizado por la Asociación Argentina, en el que intervinieron cuatro de las cinco asociaciones existentes hasta el momento: la anfitriona y sus colegas de Brasil, Chile y Uruguay. Paraguay era como Santa Marta, tenía tren, pero no tranvía, pues ya había sido fundada la Liga Paraguaya, sin embargo, no conformaba todavía una selección.

Justamente, a raíz de ese cónclave internacional nació la entidad matriz del balompié continental. El 9 de julio, reunidos en medio del certamen, los delegados de las selecciones participantes decidieron crear la CONMEBOL por iniciativa del político y periodista uruguayo Héctor Rivadavia Gómez, presidente del Montevideo Wanderers. Y entre todos acordaron dar continuidad anual a la competencia que se estaba disputando, la que en adelante se denominaría Campeonato Sudamericano de Fútbol Copa América, como había propuesto Susán. Se encargó a una joyería del centro porteño la realización del trofeo, la bella pieza de orfebrería que conocemos, en plata con base de madera.

Nació popular la Copa, porque el fútbol de clubes divide, el de selecciones une. Se colmó el estadio desde el primero hasta el último día de esa versión bautismal. Enseguida la fiebre por su disputa se propagó en todo el continente. Pero fue un virus alegre, vivificante, que no requiere mascarillas. Su disputa era un acontecimiento festivo y social en los pueblos donde se jugaba. Y así seguiría hasta el presente, 108 años después. Tras aquel alumbramiento en 1916 llegarían los Mundiales, la Copa Libertadores y otras nuevas contiendas internacionales, sin embargo, la Copa América mantuvo su lozanía y atractivo hasta hoy. Eso remite a su magnetismo.

En octubre de 2006, Joseph Blatter nos concedió una entrevista exclusiva en Asunción; le obsequiamos el libro de la Copa América que realizamos en Conmebol hace unos años; ojeando las fotos de aquella edición de 1916 quedó asombrado y acuñó una frase para los tiempos: “De Europa siempre se dice que es el Viejo Continente, pero en fútbol el Viejo Continente es Sudamérica”.

(28/04/2024)

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