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Juan Alvarez-Durán, aprender a mirar

/ 8 de octubre de 2023 / 06:50

Hablamos de cine, de imágenes, de racismo, de la Cinemateca, de La Paz y Santa Cruz con el cineasta a propósito del estreno de su última obra, ‘Maisman’

El cineasta, videasta y productor Juan Álvarez-Durán ha estrenado esta semana su última obra, Maisman. La última frase del cortometraje es: “¿por qué te has cambiado de apellido, papá?”. La pregunta es un disparo a quemarropa, como las oraciones de Lucho Espinal. El padre (interpretado por Freddy Chipana) no se apellida Blanco, es Mamani. La hija (una solvente Sasha Salaverry), que pregunta tras descubrirlo recién, dice llamarse ahora Mayra Mamani. 

Juan Álvarez-Durán (junto al guionista Gabriel Mamani Magne) no aporta ninguna respuesta. La respuesta es un fundido en negro y silencio. Ya lo dijo Jesús Urzagasti, somos el país del silencio. Y el país de los Mamanis (el 10% del pueblo boliviano se apellida así). La obra artística (comenzó haciendo videoarte) y cinematográfica de Álvarez-Durán no ha dejado de girar sobre la identidad, el racismo, el cine indigenista de los años 20 del siglo pasado, la memoria. Su otro “leit motiv” son el registro directo y los archivos, el apropio de las imágenes de ayer para contar cosas sobre el mañana. Esta charla con este autodidacta en cine tuvo lugar mirando la ciudad, de norte a sur, desde este a oeste, desde Killi Killi.

 — Comenzaste haciendo un trabajo audiovisual para la universidad que luego fue usado también para una videoinstalación sobre los miradores de La Paz. ¿Qué son estos espacios?

— La Paz es un lugar para mirar, cualquier recodo es una posibilidad para mirar, pero en la paradoja es también una ciudad en la que no queremos mirar. Grabar los miradores fue un descubrimiento, en Jacha Apacheta (Alto Munaypata) había una representación en tamaño natural de lo que es el Dios indio, hay una descripción en la Máscara de Piedra de Fernando Montes. Hoy es un fofo mirador con una imponente cruz cristiana. Hemos perdido los lugares para mirarnos adentro.

Sasha Salaverry son los protagonistas de 'Maisman'
Sasha Salaverry son los protagonistas de ‘Maisman’

— Toda tu obra tiene como principal anclaje el trabajo y el pensamiento crítico sobre la imagen en un mundo saturado por ella. 

— Es un posicionamiento político, las imágenes se toman mucho como la realidad, y somos poco predispuestos a dudar de lo que vemos. Me interesa trabajar esa posibilidad, hacerla evidente; la manipulación, el sesgo, el recorte. Entiendo el cine político como un reto para crear formas diferentes, y eso necesita partir desde una reflexión sobre la imagen, en un mundo que está plagado por la monoforma, como dice Watkins. Necesitamos aprender a mirar.

— Tus obras reflexionan sobre la identidad boliviana (irresuelta) y el racismo (tu último corto Maisman), sobre las escrituras indígenas aymaras/andinas (Nosotros los bárbaros). ¿Nos podemos mirar de nuevo viajando al fondo de nuestras culturas ancestrales? ¿Por qué necesitamos mirarnos por primera vez?

— Porque es una manera de reconocernos. Todos tenemos algo de indio, todos tenemos que aprender a equilibrar nuestro ser indio con la otra tradición que nos forma. Hace poco leí El Legado Indígena: de cómo los indios americanos transformaron el mundo, del antropólogo norteamericano Jack Waetherford. Y ves que nuestro presente es —en buena parte— gracias a los logros indígenas. 

En el cine necesitamos dialogar y reflexionar con sus manifestaciones tomando en cuenta que son instrumentos, herramientas que no hemos subordinado a su forma de entender el mundo. Si al igual que el tejido o la cerámica, dejando de lado el fetiche europeo por la escritura, haríamos video o cine, otra sería la manifestación, pero vamos décadas queriendo que nos cuenten sus penas. O para ganar reconocimiento, contar sus penas y avatares.

protagonistas de 'Maisman'.
Freddy Chipana protagonistas de ‘Maisman’.

— Hablando de combatir el cine boliviano miserabilista, paternalista, ¿qué te enseñó el rodaje de tu tercer largometraje Nosotros los bárbaros (2020) y esas comunidades aymaras que te miraban como “extraterrestre”? Decía Luis Brun en una crítica a esta tu penúltima película que “intentamos purgar la culpa de nuestros hipotéticos ancestros colonizadores, idealizando, reivindicando y rescatando una cultura que no terminamos de entender”. Y con una herramienta, el cine, en manos de una clase media-alta (Lucrecia Martel dixit).

— Aprendí mucho de todo el proceso. Escribí la crónica de todo lo que paso desde mi paso por Colquiri hasta poder poner en una película todo lo que había sentido y pensado en un principio sobre la búsqueda en el altiplano boliviano y chileno de un tipo de escritura desaparecido que se había investigado en los años 40 del siglo pasado. Un viaje para no encontrar nada. Tengo un texto que se llama Nosotros, los bárbaros: reverso de una película con aymaras, publicado en la Revista de Historia de la Universidad de los Andes, Mérida (Venezuela). Ahí digo: “El asumir que uno puede tomar una imagen que dé cuenta de la complejidad y diferencia, no perteneciendo a ese grupo social y con una interpretación y medios diferentes, presentarla como verdad me parece desleal, sentía que esa fascinación había creado toda una tradición engañosa y bastante rentable. Sanjinés está sobrevalorado”.

— Hay ciertos sectores de la sociedad que ven peligrar sus privilegios, que hablan con altavoces poderosos de “racismo a la inversa”. ¿Es una perversidad?

— El racismo a la inversa no existe. Los cambios sociales, el que las mayorías asuman un rol protagónico, son ley de vida. El racismo siempre ha sido un argumento de posicionamiento y diferenciación (Deborah Poole dixit). Lo perverso es que con un Estado que se autodenomina plurinacional no hayamos trabajado para crear condiciones sociales para valorar lo indígena. Que el idioma esté en la escuela pero no esté en tu cocina su conocimiento es perverso y dañino.

— Tu primer trabajo de videoarte fue Cosas que repito (2007) donde el sonido (una respiración en “primer plano”) juega un rol esencial. ¿Hacer cine/arte es como respirar para ti?

— Hacer cine, video, arte es mi vida. Cosas que repito fue mi respuesta a un momento álgido para saber si funcionaba. La respuesta —más bien— fue una beca al Talent Campus en Buenos Aires. Ahí pude encontrar un lugar de pares, un mundo del cual sigo aprendiendo y disfrutando, no sin penurias.

El cineasta Juan Álvarez- Durán.
El cineasta Juan Álvarez- Durán.

— El documental está viviendo desde hace años un momento intenso/clandestino dentro del cine boliviano, ajeno a las pantallas comerciales pero con mucha fuerza, con muchas ganas de decir/mostrar cosas. ¿Hacia dónde camina?

— Como todo país en conflicto siempre habrá documental de tipo cine directo, con nuestros pocos medios disponibles para proponer otras cosas. El formato periodístico es una vía posible. Creo que el documental boliviano va dando tumbos. Estamos muchos cineastas haciendo, pero el Estado no nos acompaña. La última propuesta que puse llegó a estar preseleccionada en el programa Ibermedia pero fue desechada acá por el Adecine, que solo apoya ficciones. Eso molesta y decepciona. Nos falta agremiarnos. Nos falta exigir que tengamos presencia en los cines, que tengamos mejor formación, que tengamos mejores propuestas, que tengamos la misma oportunidad de encontrarnos con el público.

— Eres un crítico del papel que juega la Cinemateca Boliviana como impulsora del cine nacional y repositorio del archivo nacional cinematográfico. Dime tres cosas que harías/cambiarías si estuviera en tu mano.

— Cambiaría la gestión del archivo: necesitamos que el Estado se haga cargo de su rol de cuidado y preservación del material fílmico y electromagnético. Dejemos de asignarle un rol protagónico a la mediocridad privada. Necesitamos ser activos en el cuidado y recuperación del material que se ha producido en el país, pero con un control social inteligente.

Necesitamos cambiar la manera en que entendemos el archivo. Seguimos en la lógica del museo. Hoy la Cinemateca es un galpón de latas, no tenemos un catálogo actualizado, un plan de restauración de corto, mediano y largo plazo. Tenemos instalaciones que se están cayendo a pedazos, una administración ignorante de temas específicos; si le preguntan la diferencia entre nitrato y acetato al responsable (si es que tienen uno), no sabrá responder. Así de mal estamos. 

Creo que la Cinemateca cumplió un rol importante —en sus inicios— de difusión de cine de calidad. Hoy ese rol está casi perdido. Reorientaría la función de exhibidor y difusor de cine alternativo; crearía una política de formación de públicos. Hoy, dadas sus limitaciones, la Cinemateca tiene que competir. Ahí hemos perdido todos.

Charla en el estreno del corto ‘Maisman’ en el Hotel Torino.
Charla en el estreno del corto ‘Maisman’ en el Hotel Torino.

— Hablas del cine como un arte total, como un arte que lo puede abarcar todo. Martín Boulocq también reivindica esa capacidad de confluencia entre pintura y cine o Kiro Russo con el sonido y la fotografía. ¿Qué te gusta más de esa totalidad del cine?

— Para mí, el cine tiene que ver más con la escultura que con otros artes, porque es la que hace posible crear otros lugares. Los espacios son algo que me interesa mucho. Habitar es una posibilidad que no solo permite la narración sino el color y el encuadre; el montaje y la rearticulación del espacio, eso me fascina. Sigo explorando esa relación.

— Estudiaste Comunicación Social en la Universidad Mayor de San Andrés y has ejercido la crítica de cine. En un mundo dominado por las redes sociales y los “haters”, ¿qué papel deben jugar los medios y la crítica en el cine? ¿Está condenada a su desaparición como los dinosaurios? ¿Los críticos escribimos para nosotros mismos?

— La crítica es muy importante cuando es sincera, cuando es leal al cine. Lamentablemente en una sociedad poco dada a mirarse, criticar se toma como felonía. Entonces los críticos bajan su amor y optan por sobrevivir. Por eso tenemos muchos críticos que aman el poder y no el cine. Eso nos ha cobrado factura y por eso no hemos tenido un pensamiento propio sobre Jorge Sanjinés o sobre Jorge Ruiz. A ambos los hemos mitificado. Nuestras películas siguen siendo la veleidad de sus realizadores y después nos quejamos de la falta de público.

— Trabajas últimamente con imágenes de archivo (fuiste también el productor y asesor de montaje de Algo quema de Mauricio Ovando), ¿qué te aportan esas imágenes de antaño incluidas en otros contextos?

— El archivo es fascinante porque nos hace tener claro que hubo tiempo, las marcas del tiempo. Las formas de un pasado son interesantes para reflexionar sobre nuestra relación con el mundo, para tener profundidad en nuestra existencia. Cuidarlas y trabajar sobre ellas es algo que me parece importante. En consecuencia, me he formado; tengo un diplomado en Preservación y Restauración Fílmica.

— La producción es un gran problema, pero la exhibición no es menor. ¿Dónde muestras a los demás tus trabajos, más allá de festivales y en los resucitados cineclubes que nacen y mueren sin que nadie se entere? ¿Estamos condenados a ver todo en nuestras pequeñas pantallitas o en el Instagram de la soledad de nuestras burbujas?

El afiche del corto ‘Maisman’, con las actuaciones de Freddy Chipana y Sasha Salaverry
El afiche del corto ‘Maisman’, con las actuaciones de Freddy Chipana y Sasha Salaverry

— Tal vez estamos en un momento en que por lo menos tener presencia en las burbujas es importante, pero debemos tener claro que luchar por pantallas es algo que nos toca como realizadores, pero también el Estado debe regular. Es una lucha constante.

— En 2016 trabajaste un largometraje (Saldos) con Jorge Sierra sobre la imagen de Bolivia desde la identidad de Santa Cruz. ¿Qué aporta este diálogo de dos directores, uno paceño y el otro cruceño? ¿El cine puede ayudar a poner frente a frente a esas dos visiones de país que a menudo viven de espaldas?

— El cine es una herramienta potente para evidenciar que no somos tan diferentes. Santa Cruz está en un proceso de transformación. Tiene que entender que mucho de su crecimiento actual es gracias a la migración, que los discursos de Camacho son viejos y desechables, que los diálogos de mutuo conocimiento son importantes, que el respeto es fundamental para entender la diversidad, que podemos hacer muchas cosas conjuntamente.

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Maisman, tu última película presentada hace una semana en el Cine Club Jorge Ruiz en el Hotel Torino, nos habla sobre el abandono de los apellidos propios por otros ajenos, sobre las raíces. Tu “corto” termina con una pregunta frontal: ¿Por qué te has cambiado el apellido, papá? Y tu respuesta es el silencio. ¿Por qué?

— En un Estado que no trabaja profundamente sobre sus problemas, seguirá así por mucho tiempo. Quisiera que fuera una respuesta rabiosa de afirmación, pero hoy no hay nada más rabioso que el silencio.

— Un rasgo de tu cine (al margen de tus trabajos más experimentales) —junto a la teatralización buscada y las formas ensayísticas— es el juego de espejos, de dualidades de espacios, de falsos documentales, de alusiones/ilusiones citando uno de tus videoartes. ¿Qué te da ese juego, esas costuras visibles, esa simulación?

— Parafraseando a Deleuze en Potencia de lo falso, creo que desde que era muy niño me di cuenta de que todo era muy falso, por mi padre, por la religión, por la familia. Si bien estamos a merced de la posibilidad de la máquina para crear imágenes, más aún hoy con la inteligencia artificial, todo el tiempo estamos creando imágenes para nuestro entorno, exacerbado por las redes sociales. La pregunta es de todo lo que vemos, ¿qué es verdadero? Creo necesario, entonces, incidir en lo falso, quebrarlo por su misma naturaleza, explotarlo por su mismo mecanismo.

Texto: Ricardo Bajo H.

Fotos: Ricardo Bajo y Juan Álvarez-Durán

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EL REGRESO Los trazos de José Ballivián

El artista paceño presenta una selección de dibujos en Kiosko Galería de Santa Cruz

Los trazos de José Ballivián

/ 19 de mayo de 2024 / 06:58

—¿Qué hará Quilco en la vida?” —él respondió resuelto: — ¡Nada!

Y tornó el camino de regreso, entregándose a los brazos abiertos de su solar nativo. Surcó con pies recios el lomo de mar endurecido de la pampa, se peinó la cabellera con el viento y aplacó su sed en el arroyo tímido. Se santiguó con la cruz de los cuatro puntos cardinales y se santificó con el aire de las cordilleras. Se envolvió de pampa y se puso frente al horizonte, camino de su hogar. Entonces el asno le mostró su fatiga y la majada le contó los secretos de la pastora.

Y cuando Quilco se hubo reintegrado a sus campos, puso las manos en los hombros de su padre y le habló en aymara:

—Tatay me he regresado…

Fragmento final del cuento ‘Quilco en la raya del horizonte’ de Adolfo Cáceres Romero

La reflexión sobre lo mestizo implica una definición de raza, una combinación que se ha producido en Bolivia antes de la llegada española y que tuvo un impacto político por los privilegios que gozaban los españoles y sus hijos durante la así llamada colonización.

Las reivindicaciones raciales, de alguna forma fracasadas durante la revolución de 1952 en Bolivia y los grandes esfuerzos políticos de este siglo por darle presencia a algunos grupos hasta entonces marginados, generaron propuestas estéticas que no solamente repiensan la idea de igualdad ante la ley, sino que también reivindican sus expresiones estéticas y, en algunos casos, como los de Adriana Bravo, Iván Cáceres y José Ballivián, entre otros, estiran esta reflexión hasta lugares que si bien transgreden los márgenes de lo políticamente correcto, son una inevitable muestra de la expresión cultural de una Bolivia actual, responsable por una condición social en la que los flujos comunicativos ponen en permanente diálogo lo local, popular y andino con los dejos producto de la imparable invasión global. 

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Esta muestra titulada El Regreso, inspirada en el cuento Quilco en la Raya del Horizonte de Adolfo Cáceres Romero, sugiere un retorno a una práctica tradicional y a una representación normativa como lo es el dibujo de José Ballivián, pero que se distingue y se diferencia por las temáticas que presenta y en las que se pone en tensión combinaciones culturales poco ortodoxas y en muchos casos políticamente incorrectas.

José Ballivián reflexiona sobre las múltiples capas que conforman la identidad nacional.

La selección de dibujos de distintas épocas conjuga un cuerpo de obra que se enfoca en lo así definido como mestizo, pero que simplemente implica la visibilización de ciertos grupos que consiguieron combinar con éxito visiones transversales sobre lo boliviano.

*El artista José Ballivián expone una selección de dibujos del 2013 – 2024 en la exposición ‘El regreso’ en Casa Melchor Pinto (con la colaboración de Kiosko Galería) de Santa Cruz. La muestra permanecerá abierta del 26 de abril al 2 de junio.

PERFIL

José Ballivián nació en La Paz, Bolivia. El artista visual estudió en la Academia Nacional de Bellas Artes Hernando Siles. Ha expuesto en muestras individuales y colectivas, como la 57a Bienal de Venecia en Viva Arte Viva, en el Pabellón de Bolivia (Venecia, Italia); Bienal Sur (Buenos Aires, Argentina), Bienal Conart (Cochabamba, Bolivia), Bienal Siart (La Paz, Bolivia), Museo de Arte Contemporáneo MAR (Buenos Aires, Argentina), Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino + Macro (Rosario, Argentina), Museo de Bellas Artes (Salta, Argentina), Museo Emilio Caraffa (Córdoba, Argentina) y el Museo Provincial de Bellas Artes Timoteo Navarro (Tucumán, Argentina), entre muchos otros.

Texto: Douglas Rodrigo Rada

Fotos: José Ballivián

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Máncora Restaurant & Bar: Los sabores del Perú, en Sopocachi

restaurante y bar Máncora

Por Fernando Cervantes

/ 19 de mayo de 2024 / 06:47

Crónicas gastronómicas

Máncora es el nombre de una de las playas más bonitas del norte del Perú, caracterizada además por tener un agradable clima cálido los 365 días del año. Antiguo pueblo pesquero, tuvo entre sus visitantes nada menos que al laureado escritor norteamericano Ernest Hemingway, quien anduvo por esos lares allá por el año 1956.

En la ciudad de La Paz, Máncora es el nombre de un nuevo restaurante situado en el barrio de Sopocachi, en el tercer piso de una antigua casona que cuenta con una calurosa terraza en la cual se puede disfrutar de una extensa carta que incluye variedad de ceviches, aperitivos, arroz con mariscos, chaufas y también platos para compartir, como piques o milanesas de la casa. Las especialidades peruanas —como el chupe de camarones, el lomo saltado o la jalea de mariscos— también dicen presente en este menú, pero evidentemente el protagonismo lo tiene ampliamente ganado su barco marino, que trae a bordo platos como el arroz dulce con camarones, jalea de mariscos, ceviche de trucha, ceviche de mariscos, cóctel de camarones, arroz chaufa de pollo, chaufa de mariscos, chaufa de carne, ceviche de camarones, salsas y canchita con chifles. El barco para seis personas está 350 bolivianos y para cuatro personas, a 250.

Algo interesante de mencionar es el amplio horario en el cual este restaurante abre sus puertas, pues se puede visitardesde las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche los días de semana y el fin de semana la cocina está abierta hasta las 4 de la mañana.

Máncora Restaurant & Bar

  • Dirección: Av. Sánchez Lima # 2201, 3er nivel. Sopocachi.
  • Reservas: 72009685       
  • Rango de precios: Bs. 24 (empanadas de choclo y queso) a Bs 350 (Barco marino para seis personas)    
  • Producto estrella: Barco Marino. 
  • Horario de atención: Lunes, martes, miércoles y domingos, de 10.00 a 22.00. Jueves, viernes y sábado de 10.00 a 4.00 del día siguiente.

Peter Pablo es el propietario

restaurante y bar Máncora

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Contáctenos:

Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda,  Correo: [email protected]

Texto y fotos: Fernando Cervantes

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Nación Menotti: Un espectáculo para pensar

El 5 de mayo falleció el entrenador argentino César Luis Menotti, Julio Peñaloza recupera un texto que hizo sobre la visión de este estratega

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 19 de mayo de 2024 / 06:45

Pep Guardiola se convirtió en la confirmación de todo cuanto César Luis Menotti pregonaba desde los años 70 sobre el juego a partir de una militancia, de una visión del mundo. Definió que el catalán era el Che Guevara del fútbol. Fue en 2014 que el más talentoso pedagogo de la palabra futbolera en castellano pronunció las últimas palabras, tajantes e irrebatibles: Jugar bien puede ser una cosa para unos y muy distinta para otros. De lo que ya no hay duda es de en qué consiste jugar lindo. La inteligencia, la claridad conceptual y el buen decir fueron características de este que nos enseñó a amar el fútbol como manera rotunda y lúdica de amar la vida. Extrañaremos tanto al Flaco, con la certidumbre de que siempre estará entre nosotros. A continuación el texto (originalmente publicado en 2014 y ahora con algunas actualizaciones) que homenajea a ese flaco, fumador empedernido que partió a los 85 años, víctima de una anemia severa:

Cómo le pega Leonardo Pisculichi de media distancia. Para disparar al arco o para enviar centros perfectos a sus compañeros mejor habilitados.  Cómo le pega  Neymar Jr. que le hizo el segundo al PSG con la clase de los que saben, desde fuera del área y con el ligero efecto que hace del remate, pelota inatajable. Cómo le pega Marcelo Martins que anotó uno de bolea en su cierre de temporada para ser nombrado el mejor extranjero del Brasilerao. Pisculichi estaba de regreso de Qatar con 30 años y el ojo clínico de Marcelo Gallardo sirvió para que un jugador en retirada se convirtiera en la manija de River Plate para conquistar la Copa Sudamericana. Pasar bien y recibir bien son fundamentos ineludibles con los que debe contar un buen futbolista, pero pegarle con precisión y puntería pueden encausar triunfos como el obtenido por los de la banda roja frente a Atlético Nacional de Colombia, o el Barcelona dando vuelta un marcador en partido de Champions, o el Cruzeiro cerrando la temporada con un año fabuloso para el más importante jugador boliviano fuera del país.

El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola
El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola

Siempre convencido de que el buen trato de la pelota es el que marca las diferencias de calidad entre unos y otros —para pasarla, para gambetear, para pegarle de lejos—, me reencontré con los orígenes que me convencieron de que el fútbol es un espectáculo para pensar. Esos orígenes están exclusivamente vinculados a mis ávidas lecturas de El Gráfico en 1978 cuando César Luis Menotti, además de ser el seleccionador argentino, fue el locuaz narrador de una aventura entremezclada por jugadores bonaerenses con otros de provincia, que terminaría con la obtención del primer título mundial para la albiceleste.

Pues bien, el número de El Gráfico del último mes de 2014 se presenta con un primer plano del Menotti actual (76 años), canoso, surcado en su rostro por el transcurso del tiempo, quien ofrece respuestas a 120 preguntas y cero cigarrillos luego de haber sido fumador empedernido, que lo confirman como al entrenador que nos enseñó que el fútbol es jugar bien, pero que para ello, aparece como casi imprescindible contar con el maravilloso instrumento de la palabra para vehicular una manera de comprender y explicar el juego, y para eventualmente rebatir tantos falsos debates acerca de la asociación que se hace entre buen fútbol y resultado.

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A Menotti le debemos infinitas reflexiones, incontables ejemplos, ácidas comparaciones y rivalidades que vale la pena sostener, en el convencimiento de que siempre será un buen ejercicio intelectual combatir a los detractores del discurso creativo, los portavoces y hacedores de la practicidad, del camino vertical y simplificado, de la espera antes que de la búsqueda, del ponerse a buen resguardo antes que arriesgar, de los cultores de la falta táctica para anular la inventiva del otro, en la medida en que se carece de prosa o poesía propias. Y es justamente en estas coordenadas que el fútbol seguirá invariablemente siendo juego antes que  botín político, —a pesar de haberse convertido en un negocio descomunal— ese que el propio Flaco calificó alguna vez: “Amo el fútbol, pero su entorno me pudre”.

Menotti fue mi maestro por entregas semanales de la legendaria revista argentina. Me enseñó a mirar el juego apreciando la sensibilidad de los artistas que terminan dominando la pelota con todos sus misterios de trayectorias o inexplicables desapariciones, y es a partir de él que pude entender mejor lo que hizo Brasil del 70, Holanda del 74 y el Barcelona de la prodigiosa década de la santísima trinidad, Messi, Xavi e Iniesta. Justamente en esta conversación con el periodista Diego Borinsky encontramos, como si se tratara del hallazgo que nos faltaba para completar el rompecabezas de nuestras convicciones, el siguiente criterio sobre lo hecho por Josep Guardiola en La Masía y el Camp Nou: “Lo de Guardiola fue un huracán devastador, arrasó con toda la trampa y la mentira, los aniquiló de tal manera que ahora hasta los italianos quieren tener la pelota y jugar. El único que cada día juega peor es Brasil.” Y como para hacer más ilustrada tan rotunda afirmación, completemos el panorama con esta otra: “Fueron asesinados por Guardiola. Felizmente asesinados, los decapitó, les cortó la cabeza, las patas, se acabó, no se puede hablar más, porque ahora Guardiola va a Alemania y mete 7 goles, o como el otro día, que su equipo hizo 35 toques y la empujaron adentro del arco. Se acabó. Esto no quiere decir que no se pueda ganar de la  otra manera, eh, pero eso que ello pregonaron de que no se puede ganar jugando lindo, eso que hay que ganar y punto, se acabó. Ahí tenés a Guardiola: juega lindo, te ganó 16 títulos, les rompió el culo a todos, inventó a un montón de jugadores. A Piqué lo trajo por dos mangos de Zaragoza, Puyol decían que era un burro que no podía jugar y la rompió. Iniesta era suplente. Se acabó. Los decapitó.”

Diego Armando Maradona

¿Qué más? Para fines de comprensión del contexto boliviano es bueno recordar algunas frases convertidas en eslogans, proferida por algunos jugadores de nuestra liga: “No importa si jugamos mal, lo importante es que ganamos” o “hay que ganar como sea”. Listo. Son esos mismos jugadores los que culpan al sol, la luna, las estrellas, la lluvia, el estado del campo, los árbitros y cuantas excusan encuentren en el camino para justificar su mediocridad o las limitaciones inocultables de sus desempeños. He aquí entonces la explicación de por qué inicio este texto refiriendo las virtudes de tres futbolistas —Pisculichi, Neymar Jr, Martins— que demuestran lo que son con la pelota y no por lo que no pudieron conseguir en la vida. He aquí la explicación de por qué en Bolivia no hablamos de fútbol como nos lo propone Menotti, porque puede resultar incómodo el desmontaje de escuálidas propuestas tácticas basadas en la espera y en el contraataque tal como consiguió en gran medida The Strongest su tricampeonato: Jugando a lo Tigre, con valentía, tantas veces feo y casi siempre pensando primero en el cero en arco propio. Así de pobre es nuestro “profesionalismo”, en el que se debate sobre la filosofía de la papa frita y casi nada sobre cómo tratan la pelota nuestros equipos.

Han transcurrido 46 años desde que Argentina ganara en el Monumental de Buenos Aires su primera Copa del Mundo, y la marca rosarina de Menotti sigue indeleble, así como las de paisanos suyos, igual de valiosos por su inteligencia y claridad conceptual para comprender el juego como Marcelo Bielsa, Jorge Valdano, Lionel Messi, o Norberto Fontanarrosa. Así, con personajes de tan grande credibilidad, el fútbol, continúa siendo una extraordinaria aventura a descubrir y conquistar todos los días en el verde césped.

Texto: Julio Peñaloza Bretel

Fotos: Internet

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‘Experiencia Ítaca’: la travesía interior multisensorial

La espera estéril se torna fértil a través de la profunda reflexión de la protagonista

La actriz Cristina Wayar y la directora general de la obra, Roswitha Grisi-Huber.

Por Mitsuko Shimose

/ 19 de mayo de 2024 / 06:41

El hecho de haber sentido, conocido o presenciado algo tiene que ver con la vivencia, una de las acepciones de la palabra “experiencia”. Esta vivencia es transmitida a través del viaje interior en Experiencia Ítaca, propuesta teatral del grupo La valija de Penélope, que obtuvo el apoyo del Fondo Concursable Municipal de las Culturas y las Artes (Focuart 2023), estrenada ese mismo año y que regresó hace poco  a las tablas del Centro Cultural de España en La Paz y la Casa Grito. Esta obra, dirigida por Roswitha Grisi-Huber, es la puesta en escena del poemario Ítaca, de Blanca Wiethüchter (1947-2004), cuya reedición fue gestionada también el año pasado por el grupo teatral después de que la edición del año 2000 se hubiese agotado.

Experiencia Ítaca busca no solo mostrar la vivencia de Penélope (Cristina Wayar) durante la angustia de su espera —una angustia de amor que, para el teórico literario y ensayista francés Roland Barthes, en su libro Fragmentos de un discurso amoroso (2014), “es el temor de un duelo que ya se ha verificado, desde el origen del amor”—, sino también hacer vivenciar al público dicha angustia —y su resolución— a través de recursos multisensoriales.

Lo primero que se ve al ingresar al teatro es, naturalmente, la escenografía. Más allá de los elementos en la escena, lo que más resalta son los diversos colores, sobre todo en los vestidos guardados en el closet de la protagonista, los mismos que viste para pintar aquella espera grisácea. Bien lo señala Barthes que existe una “escenografía de la espera”, donde se provocan “todos los efectos de un pequeño duelo”, el cual es rehuido por  ella mediante el uso de prendas en toda la paleta de colores, convirtiéndose así el (des)vestirse en un acto subversivo.

En la puesta en escena se siente, además, el aroma del humo de la vela que la actriz apaga luego de prenderla, cuya luz denota esperanza, y desesperanza cuando ella extingue la llama con su aliento. Era al encender la vela que su angustia se incrementaba, lo que no quiere decir que al apagarla el desasosiego desapareciera. “La angustia de la espera no es continuamente violenta; tiene sus momentos apagados”, apunta al respecto Barthes.

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El sentido del gusto se hace presente a través del vino que bebe Penélope (nombre griego que significa “la que teje”), algunas veces imaginando la celebración de cuando esa ausencia se disolviera, u otras, en actitud de cavilación, la cual la lleva del tejer y destejer al escribir y reescribir. “Es la Mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta; las Hilanderas, los Cantos de tejedoras dicen a la vez la inmovilidad (por el ronroneo del Torno de hilar) y la ausencia (a lo lejos, ritmos de viaje, marejadas, cabalgatas)”, se lee en  los Fragmentos.

La sonoridad —cuyo diseño está a cargo de Canela Palacios— también se percibe claramente en la puesta en escena a través de llaves, sogas tensionadas, arena en un círculo de papel mantequilla, entre otros, cuyas resonancias simbolizan collares, el paso del tiempo y las olas del mar. Del mismo modo se escucha el canto de Penélope, que al igual que el de las sirenas, es el que realiza el conjuro que invoca su nombre en el acto de aguardar. Ya decía Barthes que “la espera es un encantamiento”. Según este teórico francés, “la ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda —y no de quien parte—. Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa)”; pero debido al conjuro, el estado de espera se subvierte.

Unida a la percepción del oído, está la del tacto, pues todo lo que toca la protagonista tiene un sonido específico acompañado de particulares texturas, como el tejido y el telar o, se manifiesta desde el re-descubrimiento de su propio cuerpo, algo que le brinda conciencia de sí misma a través de su corporeidad. Para Barthes, es necesario sacrificar ese Imaginario del otro, para acceder al “amor verdadero”, ese que logra sacarla de su espera sin (des)esperar y que la envuelve en su propio abrazo.

De ese modo, en Experiencia Ítaca, la espera estéril se torna fértil a través de la profunda reflexión en la que la actriz se sumerge durante su viaje interior multisensorial. Esta introspección la lleva a tejer/escribir su propia historia, conduciéndola al tan anhelado encuentro, que ya no es con el otro, sino consigo misma, re-unión que se da en el mar de su isla natal de la cual se reapropia borrando la sensación de anulación que genera la espera, puerto al que llega en el buque de su propio nombre: Penélope, y que termina diluyéndose para convertirse una con el océano: Ítaca florece.

Texto y Foto: Mitsuko Shimose

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Nocturno de Tiwanaku

El sitio arqueológico de Tiwanaku abrió sus puertas —de 19.00 a 22.00— para la Larga Noche de los Museos. Una experiencia diferente.

/ 19 de mayo de 2024 / 06:30

Son las siete de la noche y hace (mucho) frío. Un centenar de personas esperan a que las puertas de acceso al sitio arqueológico de Tiwanaku se abran. Llegan los primeros guías y piden paciencia. Es la quinta vez que la Puerta del Sol, los monolitos, el templete subterráneo y las pirámides de la cultura tiwanacota van a ser apreciados de una manera diferente: de noche. Bajo la oscuridad y bajo las estrellas de mayo (mes de la Chakana), Tiwanaku —la vieja capital— revela sus misterios ancestrales.

La pirámide de Akapana es la primera parada del recorrido nocturno. La Chakana —la Cruz del Sur— se ve con todo su esplendor bajo un cielo despejado. El templo está estratégicamente pensado para disfrutar de las deidades astrales en forma de constelación cuadrada y escalonada. La cultura tiwanacota perduró durante más de 25 siglos y siempre supo dónde estaba el sur, gracias a la chakana.

Se ven colores azulados y blancos, rojos, naranjas. Todas las estrellas son más grandes y luminosas que el sol. Los tiwanacotas y otras culturas ancentrales estaban íntimamente conectados con el cosmos, con el cielo. En esta noche de Tiwanaku, lejos de las luces de la ciudad, esa relación —olvidada con la llegada de la era de la industrialización— renace de repente. Es un viaje en el tiempo.

En la visita nocturna a Tiwanaku se pueden apreciar piezas emblemáticas.
En la visita nocturna a Tiwanaku se pueden apreciar piezas emblemáticas.

El “puente/escalera” (eso significa chakana en quechua) está frente a los ojos de los que llegaron. La conexión entre el mundo terrenal y el mundo de los dioses se dibuja en el firmamento despejado. Son los cuatros “suyos”. Un guaraní que visita Tiwanaku por primera vez dice en voz alta en el primer grupo de visitantes: “no veo una cruz, lo que veo yo es al ñandú”. Tiene razón (también): la constelación lleva la forma de una avestruz. Cada uno ve lo que quiere.

La segunda estación es el monolito Ponce. Es la estela ocho. Estamos dentro del Templo de Kalasasaya, el templo de las piedras paradas. Tiene tres metros y es de una sola pieza, de piedra andesita. Tiene lágrimas con forma de pez, hombres alados, águilas, plumas, cóndores. De noche impresiona más, de noche parece saber cómo y porqué desapareció la cultura tiwanacota, esa que se extendió desde las costas del actual Chile hasta el altiplano, desde el Perú hasta la Argentina actual. ¿Qué pensaría la noche que lo “descubrió” Carlos Ponce Sanginés? Dime cuál es tu verdadero nombre, ahora que está oscuro y nadie nos escucha. Cerca está el monolito Fraile, pieza de arenisca veteada. Tiene peces. Es un dios del agua, cuando el lago Titicaca llegaba hasta estas orillas. En una mano un “keru” (vaso) y en la otra un báculo. Viste faja. Fue enterrado con honores. No sabemos cuándo resucitará.

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Unos metros más adelante, al extremo oeste, los turistas se sacan fotos con la Puerta del Sol. Está iluminada y la gente aprovecha para sacarse “selfies”. Dicen que antes adorábamos a la luna y luego la cambiamos por el sol. Este recorrido nocturno es una ofrenda a la diosa luna, esa que ilumina nuestras noches de insomnio. Espero que Huiracocha, el Señor de los Báculos, no se moleste.

Los visitantes observan y toman fotografías a las estelas de Tiwanaku.

Caminamos en la oscuridad, hay que mirar al suelo para no tropezar. Algunos alumbran el piso con la luz de los celulares. Cuando bajamos hacia el Templo de Kalasasaya, hay que agarrarse de las piedras de las escaleras, de las paredes balconeras. La temperatura, a campo abierto, roza los cero grados. Cuando llegamos a la escalinata de piedra, todos se paran para sacar fotos. Cuando bajamos al templete subterráneo, al mundo de abajo, las 175 cabezas clavas de roca caliza dan más miedo que de día. Están a punto de contarnos la verdad en esta noche de misterio. La guía habla de mensajes extraterrestres que se escuchan en las noches más frías, como la de hoy.

En el centro del templete estaba el monolito Bennet, la estela Pachamama. Hoy está a resguardo en el Museo Lítico, bajo techo. Ha sufrido demasiado desde que fuera llevada a la fuerza y sin permiso de la comunidad a la ciudad de La Paz en 1932. Primero estuvo en el Prado y luego junto al estadio Hernando Siles en Miraflores. Cada vez que lo movieron/molestaron sin pedir permiso/ofrenda ocurrieron desastres, especialmente inundaciones, como aquellas del 2002 cuando fue trasladado de vuelta por última vez. Su “descubridor”, el gringo Bennett, murió ahogado en una playa de su país, Estados Unidos. Con los dioses no se juega y menos si son gigantes. En su lugar, hoy está el Monolito Barbado, es la estela 15 o “Kontiki”. La guía apura a los visitantes: “vayan saliendo, tienen que entrar el resto de los grupos”.

De regreso al Museo Lítico, nos chocamos con otros grupos. En la entrada del museo, los chicos del grupo de teatro de la UPEA, la Universidad de El Alto, escenifican pasajes y leyendas. El paseo por las salas cerámicas y líticas es gratuito cuando Tiwanaku se muestra de noche.

La estela Pachamama luce imperial, sobrecoge por su tamaño. Me gustaría que estuviese de nuevo en su lugar junto al resto de las estelas, junto a sus hermanos, como reina de la noche. Son las 10 y los últimos minibuses devuelven a los citadinos a las luces de la ciudad. El sortilegio ha terminado. Los gigantes duermen tranquilos. Hasta el próximo nocturno de Tiwanaku.

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

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