La pukara misteriosa de Conchamarca
Ubicada en el municipio de Yaco, esta fortaleza tiene restos arqueológicos tiwanacotas.
Las nubes que cubren el cielo aumentan la sensación de estar yendo a un sitio inexpugnable, alejado y escondido. Por eso le llaman pukara (del quechua, que significa “fortaleza”), una construcción antigua que se encuentra en la comunidad Conchamarca, en el municipio de Yaco (departamento de La Paz).
Ubicado a 216 kilómetros de la urbe paceña, Yaco es un municipio al que es complicado llegar debido a las casi cuatro horas y media de viaje y el camino sinuoso, pero vale la pena al ver sus atractivos naturales y también arqueológicos.
La incursión comienza en la carretera hacia Oruro, hasta el pueblo de Konani, donde el vehículo se desvía al noreste, hasta llegar a la comunidad de Tablachaca, desde donde hay que doblar hacia el noroeste, en un camino de tierra que de a poco deja el altiplano para bajar hasta una serranía protegida por cerros colorados.
Luego de pasar por el pueblo de Yaco se recorre una vía de tierra flanqueada por formaciones rocosas hasta, después de casi una hora, arribar a Conchamarca, una comunidad pequeña de calles angostas y enredadas, donde habitan poco más de un centenar de habitantes.
Alberto Mamani —vecino de este pueblo— es casi octogenario pero no se hace problema de caminar hacia la pukara y menos de dirigir al grupo de visitantes.
“Ahí arriba vivían los grandes capos, los mallkus, mientras que por aquí estaba el pueblo. Hablo de hace mil años”. Alberto tiene parte de razón, ya que hubo investigaciones que no han determinado ni el tiempo ni la razón de la fortificación.
La caminata se inicia al final de una calle que se confunde con una colina, desde donde se debe caminar por una senda que bordea un riachuelo y árboles de eucalipto. Después de atravesar un bofedal y cerros altos se accede a una roca donde los antepasados tallaron decenas de gradas. El ascenso es complicado debido a que algunas partes son demasiado empinadas; no obstante, es un reto, tomando en cuenta que se llegará a una fortaleza de hace mil años.
Durante el ascenso el camino se hace más angosto y la neblina se hace espesa, hasta que Alberto señala dos bloques de piedra cúbicos que alguna vez formaron parte de un ingreso del sitio arqueológico.
En 1976, Danilo Kuljis y Oswaldo Rivera —técnicos de la Unidad Nacional de Arqueología (UNAR)— llegaron al sitio para hacer las primeras investigaciones. “Es una verdadera pukara, estratégicamente defendida, con capacidad de aguantar un largo asedio, puesto que cuenta con agua y terrenos susceptibles a ser cultivados”, escriben en su primer informe.
A 3.983 msnm, el pico del cerro está aplanado. Entre pajonales altos se vislumbra un sendero que lleva al centro, mientras que en un costado se observa un canal por donde, aparentemente, circulaba abundante agua. El terreno está repleto de piedras cuadradas esculpidas casi a la perfección, acomodadas de manera ordenada para formar enormes paredes y canales de desagüe. Cada espacio es ideal para analizar el origen de estos restos arqueológicos.
En 1977, Rivera rectificó su tesis de que se trataba de una pukara. “El sitio no es una pukara defensiva, como a primera vista parece, dado el emplazamiento y los muros que la protegen. Es más bien un lugar de culto sagrado. Solo los sacerdotes y las personas importantes debieron tener acceso”.
Los estudios siguieron en 1998 con los investigadores Álvaro Fernholz y Jorge Miranda, quienes dijeron que la pukara “está vinculada a la observación del Cosmos y al seguimiento de las constelaciones aymaras andinas”.
Finalmente, después de una visita de La Razón en 2001, el investigador Jesús Estévez afirmó que “la pukara fue una necrópolis de la cultura tiwanacota, donde yacen restos de altos jefes. Por esa razón fue un lugar sagrado y, como tal, conservado con pulcritud, ya que no existen restos de objetos trizados, tal como ocurre en otros yacimientos”.
Víctor Laura, actual encargado de Desarrollo Humano y Turismo de Yaco, informa que, por estas investigaciones, se infiere que la fortaleza está relacionada con la cultura tiwanacota, durante el Periodo Intermedio Tardío (1100-1440 d.C.).
“Hay que elaborar un proyecto grande, que ayude a restaurar lo que hubiese representado hace tiempo. Se tiene que hacer un trabajo detallado”, dice Laura.
Esta información y la observación del lugar generan teorías y, sobre todo, admiración, por esta infraestructura ordenada y protegida por piedras talladas. ¿Qué representa el pozo que está al centro? ¿Por qué hay un plano del lugar tallado en una de las paredes? ¿Para qué servía el canal que atraviesa la pukara? ¿Por qué se construyó la fortificación en aquel lugar alejado? Hay muchas preguntas sin responder.
Después de estar un momento en el patio ceremonial, la incursión continúa en un hueco abierto en la punta del cerro, denominada la Puerta de la Juventud y la Vida, que los visitantes tienen que atravesar para sentir la energía del lugar. A sus casi 80 años, Valerio pasa una y otra vez por la abertura, tal vez con la esperanza de mantenerse con vitalidad y seguir contando la historia y los misterios de una pukara que pudo ser una fortaleza defensiva, un centro astronómico o una necrópolis de la cultura tiwanacota.