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El fulgor salvaje pieles rojas

Un galope por territorio indio desde la ficción y la historia  .

/ 23 de septiembre de 2012 / 04:00

La palabra “indios” —mejor con exclamación: “¡indios!”— despierta en mí emociones incontenibles. Imágenes de bosques tenebrosos donde enrojece el tomahawk —el hacha de guerra— y donde las partidas de hurones y franceses siguen como alimañas el rastro de nuestros mocasines; de praderas deslumbrantes estremecidas por el galopar de los sioux y cheyennes; de desiertos rotundos donde el apache ejercita su notable crueldad y masculla su venganza; de pantanos infestados de aligátores y semínolas; de mortíferos desfiladeros, donde invariablemente te atrapan los recalcitrantes kiowas…  

Mi universo indio se enraíza en las cajas de figuritas de plástico pintadas de Comansi y en las historietas de la serie Tomajauk (escrito con tan curiosa grafía) que publicaba la mexicana editorial Novaro en España en los 60 y que mi madre me compraba cuando la acompañaba al supermercado para que, paradójicamente visto el tema, me estuviera quieto. En aquellas viñetas descubrí mis primeras guerras indias y a los iroqueses, a los que poco después siguieron los navajos de las aventuras del teniente Blueberry, que luego me ha acompañado siempre. No tardó en llegar el apache Winnetou, el héroe cobrizo de las novelas de Karl May. En la televisión galopaba Tonto en pos del Llanero Solitario, y en el cine, numerosas tribus de largos y envidiables penachos asaltaban trenes y fuertes en esplendoroso cinerama.

Hay un largo camino de wampuns y tipis entre La conquista del Oeste, La carga de los jinetes indios o Yuma y Bailando con lobos, Corazón trueno o The brave. Entre Victor Mature haciendo el indio y Leonard Peltier, el preso de conciencia sioux detenido por la muerte de dos agentes del FBI durante los incidentes en la reserva de Pine Ridge en 1975. Más o menos por el medio del sendero llegó ese libro definitivo, Enterrad mi corazón en Wounded Knee (Bruguera, Libro Amigo, 1976; hay reedición en Turner, 2005), donde por fin los que nos identificábamos desde siempre con los indios descubrimos qué injusto había sido el hombre blanco con el hombre rojo, ¡ugh! No vamos a abordar aquí el tema de los derechos de los indígenas norteamericanos ni la historia de las injusticias y genocidios contra ellos cometidos. Tampoco les voy a hablar de mis aproximaciones espirituales y estéticas al mundo indio que me llevaron a construir mis propias flechas —con un estilo pawnee a la baja— y a practicar con ánimo exacerbado algunos ritos hasta descubrir que en realidad no tengo alma de piel roja, y de bravo, ni digamos. De lo que se trata en este recorrido es de contarles, agrupadas bajo el contundente símbolo del tomahawk, las que tengo por mayores aventuras con indios. Empezando por el principio está El último mohicano.

Desde niño he sentido una gran afinidad con Uncas, el personaje del título, conocido como Le Cerf Agile, el ciervo ágil. James Fenimore Cooper nos ofrece del joven guerrero un retrato maravilloso en su novela: poseedor de una gracia natural en movimientos y actitudes, ojos negros de brillo intrépido a la vez que dulces y tranquilos, frente erguida y llena de dignidad, aire decidido y franco, arrogancia y porte que envidiaría una estatua griega… Es verdad que Uncas en realidad no es el protagonista; mayor papel tienen en la novela Hawkeye, Ojo de Halcón, alias La Longue Carabine, larga carabina (“no queda monte por estos alrededores que no haya devuelto el eco de mis disparos”); el mayor Heyward, y hasta su padre, Chingachgook, Le Gros Serpent, por no hablar de ese villano sensacional, shakespeariano, que es el artero hurón Magua, Le Renard Subtil, el zorro sutil (“los rostros pálidos saben cómo atrapar castores, pero los pieles rojas sabemos cómo atrapar a los hombres blancos”). Las peripecias de los dos mohicanos (último y penúltimo, aunque en puridad uno pensaría que el último es el padre, que es el que sobrevive al final de la historia) junto a su amigo el explorador y cazador blanco de disparo preciso, perdiendo y recuperando una y otra vez a las dos hijas del coronel Munro, Alice y Cora, acompañadas por el oficial británico encargado de protegerlas (Heyward) y el estrafalario y prescindible maestro de canto David Gamut, son inolvidables.

En el capítulo XII de la novela (mi edición en castellano es la de El Barco de Papel, 2003) se produce una lucha tremenda cuando los tres primeros acuden al rescate de las chicas y del militar en un momento muy comprometido, dando cuenta de la partida de hurones de Magua. “Uncas respondió saltando sobre un enemigo y logró romperle la cabeza de un golpe de tomahawk. (…) Los golpes se sucedían sin interrupción, con la rapidez de un relámpago y la furia de un huracán”. Un hurón, “insensible a cualquier sentimiento”, coge a Cora por los cabellos y la obliga a arrodillarse a sus pies (!). Acerca el cuchillo a su garganta y lanza una carcajada. “Pero le costó caro el placer morboso de alargar el sufrimiento de la joven. Uncas, que había presenciado aquella crueldad, se arrojó con la rapidez de un rayo sobre el pecho de su enemigo”. ¡Victoria de los mohicanos!

La novela ha sido llevada muchas veces al cine. Yo tengo un flaco, como muchos, por la última versión, la de Michael Mann, de la que soy capaz de recitar  pasajes de memoria, sobre todo los de Daniel Day-Lewis, con quien naturalmente me identifico (“sé fuerte y sobrevivirás, permanece viva, ¡no importa lo que ocurra!, te encontraré, no importa cuánto tiempo tarde o hasta dónde haya de ir, te encontraré”), me parece espléndida y muy fina en la ambientación.

Aunque es cierto que con algún pecadillo, como hacer de Uncas un secundario en su propia historia (más aún que en el relato de Cooper) y pasarse por el forro la novela original convirtiendo a Ojo de Halcón —genial Day-Lewis— en el protagonista y haciéndole tener una gran historia de amor con Cora, que es en realidad la que le gusta en la novela a Uncas, al que en el filme se le hace enamorarse de Alice, que es a la que pretende el oficial británico y no a Cora.

No sé si me siguen. Al final, la película hace morir a Alice y no a su hermana a manos de Magua. Y Cora sobrevive para ser feliz (deseémoslo) con Larga Carabina, que siempre parece una opción mejor y perdónenme el chiste.

La película de Mann se carga al mayor Heyward, retratado como un estirado insufrible y no como el noble y valiente personaje de la novela. E ignorando no sólo al señero escritor norteamericano, sino la mismísima historia, pues fue un soldado real, el filme hace morir a otro personaje que sobrevive en la novela, el padre de las chicas, el coronel Munro: Magua (Wes Studi) se le echa encima cuando el militar está atrapado bajo su caballo, le arranca el corazón en vida y se lo come. Que yo sepa, una bárbara acción semejante sólo se ha atribuido en la historia de las guerras indias, y parece que injustamente (él lo negaba cuando estaba sobrio), a un piel roja de verdad, el sioux Lluvia en la Cara, que la habría perpetrado en la persona de Tom Custer, hermano del Custer famoso, durante la batalla de Little Big Horne, 120 años después de los acontecimientos descritos en El último mohicano.

Munro, que murió de abatimiento por la derrota y no de cardiopatía india, era en puridad el teniente coronel británico George Monro, un veterano escocés del 35º Regimiento de Infantería, que comandaba el fuerte William Henry, asediado y rendido a los franceses en 1757. Cooper convirtió ese episodio histórico en el centro de su novela, en la que relata los sucesos militares con sorprendente exactitud (como también lo hace, esto sí, la película). Es la de Fort Henry una de las grandes peripecias que nos gustan y en ella encontramos uno de los temas esenciales de las aventuras con indios: el asalto al fuerte (ya sea Fort Laramie, Fort Apache, Fort Defiance o Adobe Walls).

Entra en escena ahora un personaje de bandera (de bandera francesa), el marqués de Montcalm, comandante de las tropas del rey en Norteamérica. Nacido en el Château de Candiac, cerca de Nimes, de joven tenía “gusto por los libros”, según explica Francis Parkman en el clásico indispensable sobre la guerra por el continente de franceses y británicos con sus indios respectivos, Montcalm and Wolfe, the french & indian war (Da Capo Press, 2001). Era un hombre bajito, pero valiente: en 1746, en campaña en Italia con su regimiento (Auxerrois), había recibido cinco sablazos, dos de ellos en la cabeza, y luego un disparo de mosquete. Pero no entendía mucho de indios y no le gustaban, ni siquiera sus aliados, hurones, abenakis e iroqueses, “vilains messieurs”, decía, que le parecían personajes de mascarada o simplemente diablos. “Hacen la guerra con extraordinaria crueldad”, escribió a su madre, “sin perdonar a mujeres ni niños, y te arrancan la cabellera muy hábilmente, una operación que generalmente te mata”.

En la novela, un hurón que quiere robarle el chal a una mujer toma al niño que carga ésta y lo estrella contra una roca. Sigue un pandemónium. “La sangre corría en abundancia y no faltaban bárbaros que se hincaban para probar con truculencia el producto de tanta masacre”. Estudios modernos —véase Betrayals, Fort William Henry and the ‘massacre’, de Ian K. Steele (Oxford University Press, 1990)— relativizan la carnicería. Steele calcula que los muertos no fueron más de 184, un 7,5% de los 2.308 soldados y 148 civiles que se rindieron. Parece que lo que más hubo fue maltrato y pillaje. La traición y la masacre sacudieron en todo caso la imaginación de la época. Montcalm quedó estigmatizado por no haber sabido impedirla, aunque por lo visto lo intentó de buena fe. Se redimió muriendo en la batalla de las Alturas de Abraham (1759), choque decisivo en el que muy simétrica y deportivamente falleció también —en los brazos del granadero Henderson— el comandante de las tropas británicas, el general Wolf. No resisto reproducir el diálogo previo a la muerte del comandante francés: “Mon Dieu, le marquis est tué!”, exclamó una mujer al verlo pasar ensangrentado tras un impacto de metralla de cañón, aguantado por dos soldados. A lo que el moribundo contestó: “Ce n’est rien, ce n’est rien”.

Pasemos ahora de los bosques a las llanuras para encontrarnos con otro jefe cuyo nombre y el de su pueblo son sinónimos también de aventura: Quanah Parker, de los comanches. Toda mi vida he sido un amante de los sioux y los cheyennes, dejando un poco de lado, lo confieso, a los comanches. Pero la lectura de un libro magnífico sobre esos grandes jinetes y guerreros, El imperio de la luna de agosto, auge y caída de los comanches, de S. C. Gwynne (Turner, 2011), me ha convertido en un rendido admirador de la tribu. Según Gwynne, los comanches, para luchar contra los cuales se crearon nada menos que los rangers de Tejas, simplemente fueron la verdadera gran amenaza india a la expansión de EEUU y la frenaron un tiempo como lo habían hecho con los españoles y mexicanos. El autor hace que sintamos una mezcla de admiración y temor por ese pueblo áspero, del que formaban parte las bandas más aguerridas, feroces e irreductiblemente hostiles de la historia del Oeste, como los quahadi, los más belicosos de los belicosos comanches, que jamás firmaron un tratado. Su cabecilla más célebre fue Quanah Parker, hijo de un jefe y una cautiva blanca —cuya historia inspiró Centauros del desierto—, un mestizo de increíbles apostura  y valor, a lo Uncas. Los comanches, los espartanos de las llanuras, a los que temían incluso los apaches, eran gente recia y vengativa. De su fama da fe un episodio: adentrados en territorio comanche, el guía indio de una partida de soldados muestra un gran nerviosismo al oír unos aullidos. Escucha en tensión hasta identificar el sonido: “Uf, lobos”, suspira aliviado.

Su vestuario era minimalista —taparrabos y poco más—, y sus pinturas de guerra preferidas, negras. Se relacionaban comercialmente con el mundo de los blancos a través de un colectivo mestizo y bronco de intermediarios apenas menos salvaje que ellos: los comancheros. Lucían nombres extravagantes como Siempre Sentado en Mal Sitio, Cuerno Verde (un gran jefe), Vagina de Bisonte o Po-cha-na-quar-hip, traducido como joroba del mismo animal, pero que al parecer es en realidad Erección que Nunca Baja (!).  

Vivían consagrados a las incursiones y el pillaje con una hoja de ruta muy sencilla: mataban a todos los hombres que encontraban; a los que tenían la mala pata de ser capturados vivos, los torturaban de manera indeciblemente lenta; violaban a las mujeres en grupo, matándolas después, como a los niños, pero guardándose a algunas de las más agraciadas y jóvenes como esclavas. También adoptaban algunos niños. Entre sus víctimas se cuenta la nieta de Daniel Boone y su bebé. Los soldados veteranos que se les enfrentaban guardaban siempre una bala para sí mismos, como hizo el oficial Sam Cherry cuando en combate con los comanches se vio incapaz de escapar atrapado bajo su caballo muerto. Sus únicos amigos en el mundo eran los kiowas, que ya es amistad. Llevaban 150 años viviendo así y creando la natural zozobra, cuando se encontraron con tejanos y estadounidenses.

Soberbios jinetes a lomos de sus pequeños mustangs, “eran la tribu ecuestre por antonomasia”, y magníficos arqueros, “nadie cabalgaba ni disparaba a caballo mejor que ellos”. La mejor caballería ligera del mundo, los calificó Custer nada menos, que los combatió en Kansas. Ese universo comanche de barbarie y salvajismo está, sin embargo, lleno de una agreste poesía. Los espíritus y los sueños lo empapaban todo en aquellas planicies infinitas abiertas al viento y al galope, y consagradas a la pura libertad y a la gloria.

Quanah fue el gran representante de los comanches, su paradigma, hasta que sorprendentemente se rindió y comenzó a propugnar que había que adaptarse al mundo del hombre blanco. Su singular transformación hizo que algunos guerreros lo consideraran, como ocurrió con el histórico Uncas, un traidor. Pero él persistió y hasta se hizo una casa “de blanco”, que fue de las primeras de Oklahoma en disponer de teléfono. No obstante, nunca transigió en lo de cortarse el pelo y se mantuvo polígamo hasta el fin. Ayudó mucho a su integración el que, con muy buen criterio, nunca quisiera revelar a cuántos blancos había matado. El gran jefe comanche, fallecido en 1911 de reúma, participó en una película del Oeste, El atraco al banco, en 1908, con 60 años, y esto nos lleva al último personaje de este recorrido con indios, Archie Fire Lame Deer, un hombre lakota contemporáneo, cuya vida es toda una aventura y que, entre otras cosas, ha sido uno de los más conspicuos indígenas americanos en Hollywood como extra, especialista y doble en películas de indios, además de trapecista.

En su alucinante autobiografía El don del poder (Olañeta, 1992), Archie, bisnieto de un caudillo minniconjou que participó en la batalla de Little Bighorn, explica los tumbos que dio su existencia, incluidos el descenso al infierno del alcohol y las camorras de bar, hasta encontrar la paz espiritual como wichasha wakan, hombre santo, y organizar danzas del sol.

El jefe, que echa pestes de cómo se ha representado a los indios en general en la pantalla, explica que, como asesor lingüístico sioux en Hollywood, le gustaba gastar bromas del estilo de poner una canción infantil en vez de un canto fúnebre en una película o hacer decir tonterías a los pieles rojas cuando hablan en lakota, tipo “a ese blanco no se le levanta” —mientras el subtitulado reza “mi hermano blanco habla con lengua recta”—, lo que explica que muchos indios cuando van al cine se partan de risa en escenas muy serias.

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Buscando desesperadamente a Khespy: ‘Haz lo que no debes’

La Expo Khespy convocó el último fin de semana de abril en el ex cine Princesa a más de cinco mil personas

Por Ricardo Bajo Herreras

/ 5 de mayo de 2024 / 07:00

Octubre de 2021. En los muros externos del Cementerio General de La Paz empiezan a aparecer “tantawawas” y escaleras al cielo, ñatitas y botellas de trago, flores y cruces cuadradas, velas y difuntos, perros callejeros y hojas de coca. Una señora de pollera —geometrizada— sostiene un cartel que dice “Nunca moriremos”. Es la cosmovisión andina sobre la muerte resumida en 500 metros cuadrados, es el “ukhu pacha”. La firma del mural es clara: Khespy. Este 2021 se celebra el sexto Festival de Arte Urbano Ñatinta, organizado por el colectivo Perros Sueltos. En la primera edición de 2016, Khespy Pacha (así firma sus primeros trabajos) pinta un mural dentro del cementerio. Es la primera galería de arte a cielo abierto dentro de un campo santo. Es un hombre haciendo una ofrenda. Comienzo a buscar desesperadamente a Khespy.

Los zapatistas al cubrirse el rostro se muestran. Desaparecidos de la historia, los derrotados regresan, como las almitas al cementerio. Han pasado tres años, no soy el mismo. Camino por la calle Comercio. “Jesús te ama, Jesús te busca”, me dice una señora que me entrega una hojita de una secta evangélica. Nota mental: ¿yo busco a Khespy y Jesús me busca a mí? Algo no está bien.

Una cuadra más allá, en la esquina de la plaza Murillo dos chicos vestidos de rojo y cajas cuadradas con chakanas tapando sus caras me entregan otro papelito que dice así: “Khespy. Exhibición única, 26 y 27 de abril de 2024, ex Princesa, Pasaje Sáenz, calle Comercio, 19.00”. En el folleto, un perro cuadrado mea a un policía. Detrás hay un QR y una vasija con el cocodrilo del alcoholcito Caimán en relieve. Llego a la esquina y un pasacalles cruza la vereda: “Expo Khespy. Aquí y ahora”. La cola da la vuelta a la esquina y llega hasta el Musef.

Los murales de Khespy se pueden encontrar en diferentes calles de La Paz y El Alto.
Los murales de Khespy se pueden encontrar en diferentes calles de La Paz y El Alto.

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Marzo de 2019. Camino por la avenida Quintanilla Zuazo de la zona norte de la ciudad. Voy rumbo a la cancha del Kilómetro Tres de Pura Pura a ver un partido de fútbol femenino entre las chicas del club The Strongest y las muchachas del CAR. Dos jóvenes (son Khespy y Nacho) están pintando un gigantesco mural. Es una pareja recostada, la cabeza de ella/él sobre el pecho/corazón de él/ella: dos monolitos geométricos tumbados en la larga noche de los tiempos. Edgar Arguedas graba el proceso de la obra y luego sube un video a Instagram. Ahí está el Khespy con un pasamontañas negro, como los lustras de La Paz, como los hermanos zapatistas de la selva Lacandona.

Cuando termina el mural agradece el apoyo de las caseras, del zapatero de la esquina. Siempre lo hace. La firma es clara: “Khespy. Ps”. Es un “perro suelto”, negro y callejero, como la canción del Tri.

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Último viernes y sábado de este abril, mes rojo. Unas cinco mil personas esperan pacientemente para entrar a la Expo Khespy en los salones altos del ex Cine Teatro Princesa, fundado hace un siglo. Las últimas imágenes que se proyectaron en el vetusto cine de la calle Comercio fueron pornográficas/transgresoras. Es una señal. Hay miles de personas haciendo cola en la noche fría para ver/probar/ser parte del arte. La ciudad ha sido empapelada con docenas de lienzos interactivos, es el juego del gato y el ratón.

La muestra es inmersiva, como nunca se ha gozado en La Paz. Los amigos de Khespy y la galería Miko Art (que está enfrente, en el pasaje Kuljis) intervienen el espacio de forma audaz, crean una narrativa subversiva con relatos en eterna disputa, como el retorno. La gente espera pegada a la pared de la derecha para entrar; los que salen se agarran de la barandilla de madera para bajar.

Una pintada —en lo más alto— recibe a los visitantes (la gran mayoría jóvenes con celular en mano): “Haz lo que no debes”. Debajo un corazón en negro, geométrico, por supuesto. Enfrente, la primera obra colgada del techo, suspendida. Es otra pareja, esta vez se besan, están —por supuesto— con máscaras cuadradas y aretes de flores y estrellas. Visten elegantes trajes futuristas con “jach’a qhanas” (grandes luces resplandecientes) y calaveritas. Son dos diablitos con cabezas rojas (como lxs chicxs que andan repartiendo folletos en la calle y que deambulan luego por toda la exposición de forma secreta e inquietante). Están con pucho en la mano, como algunos jóvenes espectadores. No tienen rostro real, como los retratos geométricos enormes del belga Stefaan De Croock.

Hay bodegones de alasitas, collages, cajas de Paceña colgadas en el aire, un retrato de “moreno” titulado Sin jefe, arte de cartón, bolsos para vender, corazones espinados de cactus: sincretismo vivo. Un DJ kusillo pincha música electrónica mientras un hombre de rojo ofrece relleno de papa a diez lucas, Coka Quina y té de kombucha. Hay videoinstalaciones (con guion y fotografía de Tizi) donde un actor (Edwin Villarroel) camina la ciudad (La Paz y El Alto) para “publicitar” la muestra. Hay obras con carros policiales en llamas y “cholets” insuperables. Hay un mural de aluminio (“alocubont”) de edición limitada de cuatro piezas con el mundo Khesy pintado como si fuera una cueva de arte rupestre. El domingo, tras la muestra de viernes y sábado, se organiza un tour privado para compradores. La jugada sale bien.

—¿Quién es este Khespy pues? —dice una chica mientras se saca una foto con espalda desnuda y graba un video para Tik Tok junto a uno de los cuadros.

—Es un artista callejero y son muchos, es uno y son todos —responde el chico que la acompaña, hecho al filósofo conquistador.

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Estamos en noviembre de 2023. Cerca de la Ceja de El Alto, junto a la estación roja de Teleférico, una instalación/cyber-mural es contemplado por la gente que espera por los baños. La obra tiene un QR para sumergirse en una realidad aumentada y vivir con los personajes del mural. Es una invitación a “fusionarse”, en palabras de Khespy. Ellos son (en el bodegón): un gato cubista que roza su hocico junto a un cuadro donde dos abuelos se besan en un puente; una radio canchera con el logotipo de ACAB (“All Cops Are Bastards”), una calavera con hojitas de coca, una botella blanca de “alcohol potable para cañar” (Caimán, por supuesto), una caja de cervezas (roja, por supuesto) y una gigantesca moneda de un boliviano rectangular: la unión es la fuerza con el logotipo de unas hojas de marihuana. Cerca de esa pared, otro mural con la palabra éter: un corazón multicolor hecho wiphala, rodeado de ocho rostros y unas manos acogedoras.

Las obras de Khespy están a la vuelta de la esquina. Un perro en la avenida 6 de Agosto; un monolito “chupaco” junto a una licorería en la 20 de Octubre; un mural en la zona de Puente Vela en El Alto, carretera a Oruro (“gracias a doña Dorita”); otra obra junto al teleférico de Irpavi; un papá cargando a su wawa en Carquín, Perú; una vaquita mil veces encuadrada en la Benedetto Vincenti; un unicornio con pistola de juguete lanzando estrellas andinas (en lugar de balas) a un paco sin rostro en la Sánchez Lima; un policía de alto rango y su sombra negra chorreando sangre y recibiendo una coima de 100 bolivianos, en la Zoilo Flores; otra “pareja” de uniformados con el apellido de “policía corrupta”, en el surtidor abandonado de la 17 de Obrajes; dos serpientes de colores besándose debajo de la pasarela de la Uno del mismo barrio; otro perro (verde) sobre una ventana en la avenida Ecuador. Son los personajes de Khespy que aparecen (también) en sus obras colgadas de la “expo”. De las calles al lienzo y viceversa.

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“Es una exposición redonda, congruente, cohesiva y con una gran capacidad inmersiva. Es una bellísima bola. Tiene autenticidad discursiva y energía creativa. Khespy tiene no solo algo que decir sino mucho; y desde una sensibilidad crítica y profunda. Se nota que tiene calle. Eres o no eres, el Khespy es. Lo que más me gusta es que lo que dice no es fácil ni obvio en el sentido panfletario, porque parece estar cargado de mucha emotividad, sensibilidad y sentimiento. Da lugar al espectador para la interpretación subjetiva pero también para la lectura objetiva de sus contenidos de crítica social”, me dice la crítica de arte Narda Alvarado que baja y sube las escaleras, de sala en sala, con la boca abierta.

“La gente, de forma masiva, ha venido a ver lo que Khespy tiene que decir. No han venido por el vinito del ‘vernissage’, para hacer acto de presencia o para hacer vida social alrededor del arte”, me dice mientras escuchar/mira el monólogo del actor Winner Zeballos, a ratos con rostro oculto.

A Narda Alvarado lxs de rojo le recuerdan a los personajes de Skibidi Toilet y sus cámaras de vigilancia en lugar de cabezas. Y los milicos/pacos a los roles de dominación jerárquica del chileno Nicolás Grum. El arte de Khespy es total.

Andrés Kuljis, de Miko Art, se suma al recorrido. “Lo más novedoso de esta exposición radica en su enfoque innovador al utilizar espacios no convencionales, lo que desafía las expectativas tradicionales de una galería. Además, el hecho de preservar el anonimato del artista añade un misterio intrigante a la experiencia, mientras que la curaduría intangible colectiva crea una atmósfera participativa y única para los espectadores”. ¿Dónde estás Khespi?

También puede leer: Vidal Cussi

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Las obras se suceden cuartito tras cuartito, el espacio expositivo. En cualquier rincón oscuro te sorprende una, como una pesadilla en bucle. No hay miedo, hay atrevimiento/osadía. Las encapuchadas mujeres/hombres de rojo invitan a una chica en minifalda a pintar las paredes. No solo se observa se participa. Un chango flaco es apretado/abigarrado —cuerpo a cuerpo— por dos obesos hombres/mujeres de rojo. Explosión. “Callas mientras duermes, grita un “graffiti”. Las “haches” de Khespy se parecen mucho a las “haches” mudas del enigmático y omnipresente Shon.

En la sala de venta de obras y productos/objetos (“blows ups”, vaciados) del mundo de Khespy veo cartón, es “cardboard art”. Es otro santo y seña. Hay esculturas en cartón, ese material abandonado en las calles (como los perros) junto a los contenedores de basura. Hay una frazada con un tigre en salto. Ñu, ñu, ñu, ñu. También está en 3D, el tigre te mata. Son todos objetos insaciables.

El montaje de la exposición merece un párrafo aparte. La curaduría colectiva y la adaptación museográfica/intervención performática son principios medulares, son declaraciones. La apuesta/apropiación del lugar y la oscuridad son manifiesto. Khespy no escogió una galería de la zona sur, no optó por un museo nacional o espacio acartonado oficial, acorde a los modos/modas audiovisuales del arte contemporáneo, se fue a un viejo y abandonado ex cine porno con sus salones altos y sucios, con sus paredes listas para ser ensuciadas de nuevo.

El ex cine porno Princesa fue tomado para esta exposición de arte contemporáneo.

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El arte/mundo de Khespy —ecléctico/andino por naturaleza— emerge del olvidado pasado y se proyecta a un futuro distópico/autoritario. Modernidad y ancestralidad. Tradición y tecnología. (No) viene de las viejas vanguardias soviéticas (y el arte geométrico/suprematista de Malevich), de Kandinsky y del cubismo y la psicodelia. Aunque pueda parecerlo. Su geometrismo es de (más) lejos; llega desde los ancestros que aprendieron a mirar el cielo en la noche, de la Cruz del Sur y la forma astronómica/geométrica de una cruz andina/cuadrada; viene desde la chakana (en quechua, “puente”) y las formas geométricas de los aguayos y el arte textil milenario.

Su paleta va desde el rojo al verde, pasando por el ocre, el amarillo y el naranja. Los colores —de la tierra— prohibidos han regresado, el dios sol (y el mundo de arriba) brillan de nuevo.

El mundo/arte (paralelo) de Khespy se mixtura/superpone con el muralismo mexicano/boliviano del siglo pasado, con los rostros marrones del indigenismo, con la animación y el cómic (con estética cohetillo), los videojuegos, el arte callejero/clandestino de Banksy y las nuevas formas del arte digital con QR y obras tridimensionales que se mueven y reviven en tu celular.

Khespy —una esponja— pinta de golpe en las paredes pacos y militares “cuadrados”, los jefes verdaderos del próximo Estado policial. Su anti-autoritarismo no es negociable, su crítica (frontal/burlona) a los poderes fácticos, tampoco. Pinta perros callejeros de color ocre, son los verdaderos habitantes de la ciudad, los príncipes libres y salvajes del mundo de aquí.

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Abril rojo 2024, tres años de búsqueda. He paseado la ciudad siguiendo los rastros que deja como murales/migas. He subido hasta lo más alto de un antiguo cine porno. Me he manchado de pintura. Me he perdido en la oscuridad. He mandado un cuestionario al “feis” y al “insta” de Khespy. Me ha jurado en vano varias veces que respondería. He visto en dos canales de televisión a encapuchados con chakanas rojas hablar en su nombre (incluso en un programa de ATB salió un tipo que decía ser Khespy y no era). He buscado desesperadamente a Khespy y lo he encontrado sólo en sus murales, pinturas, obras. Khespy se cubre el rostro para mostrar su mundo. Y aún lo busco.

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

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La Auténtica: Amalgama de culturas y sabores en la 21 de Calacoto

Por Fernando Cervantes

/ 5 de mayo de 2024 / 06:53

Crónicas gastronómicas

Gilson Aguilar era un integrante más de la numerosa colonia boliviana que vive en la gigantesca metrópoli brasileña de Sao Paulo, donde conoció a su actual esposa, Samara Paixao do Espirito Santo, a quien conquistó llevándola a conocer la gastronomía y cultura de Bolivia presentes en la Feira  Kantuta, un  punto de encuentro para todos los connacionales en el vecino país.

Años después, este feliz matrimonio se encuentra liderando un emprendimiento de salteñas bolivianas, empanadas estilo argentino y especialidades de la cocina brasilera como las tradicionales coxinhas (bocaditos rellenos de pollo) o la popular feijoada que se puede acompañar con una deliciosa caipirinha todos los fines de semana.

Este lugar se encuentra ubicado en la zona Sur de la ciudad de La Paz, exactamente en la 21 de Calacoto, donde también se ofrecen empanadas de pollo, carne, jamón con queso o empanadas fritas dulces, tucumanas especiales y jugos de frutas, empanadas horneadas de dulce de leche y diversos sabores de salteñas como la de pollo, carne, pollo picante, carne picante o fricasé. El precio de cada salteña es de siete bolivianos.

La Auténtica

  • Dirección: Calle 21 de Calacoto, Galería Sol de Illimani, local 14  (Al lado del Banco Unión)
  • Teléfono: 69741647  
  • Plato Estrella: Feijoada
  • Rango de precios: De Bs 5 (coxinhas de pollo) a Bs 30 (feijoada)   
  • Atención:  Lunes a domingo de 8.30 a 15.00. 
  • Estacionamiento propio: No

Contáctenos: Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda ,Correo: [email protected]

También puede leer: Semilla, picantería boliviana: Sabores tradicionales para disfrutar en Achumani

Texto: Fernando cervantes

Fotos: La Auténtica

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¡Muere, Walking Dead, muere!

Por Cristian Callejas

/ 5 de mayo de 2024 / 06:49

(una obra de teatro corta)

El 31 de octubre de 2010, un programa arribó a la grilla para apasionar a multitudes: The Walking Dead, serie de televisión estadounidense de drama horror postapocalíptico de la compañía AMC Networks Inc basada en la exitosa serie de cómics homónima de Robert Kirkman.

14 años después, y luego de una serie de spin off que bebieron de ese éxito, el crítico de cultura pop Cristian Callejas propone esta “obra de teatro” para explicar el fenómeno.

Acto 1: Cuando los personajes se enamoran. De 2010 a 2015

Fan enamorado: Wow, nunca había conocido una serie así. Haces que tenga mariposas en el estomago. ¡Y tus personajes! Uh. Cuando los matas siento que mi corazón palpita el doble. Solo no le hagas nada al coreano, como en los cómics.

Robert Kirkman: Ka-ching. Money, money, money.

Frank Darabont: Prometo que esta será una serie de calidad y con una lógica que respete… ¿qué? ¿Cómo que estoy despedido de mi propia serie? Yo no… ¿cuánto piensan darme? Ah. Ya, claro, la serie es toda tuya AMC.

Fan enamorado: Qué bonita granja. Qué fea prisión. Qué malvado gobernador. ¿Cabezas? ¿Qué es un Terminus? Ah, Alexandria. Cómo te amo Walking Dead. Nunca te voy a dejar.

The Walking Dead: Es hora de matar al coreano.

Acto 2: Una relación empieza a volverse tóxica. De 2016 a 2020

The Walking Dead: Mi fan enamorado, ¿sabes que te quiero mucho, no? Quiero presentarte a mi hermana. Creo que los tres podemos hacer una linda familia. Puedes quererla como me quieres a mí.

Fear the Walking Dead: Lo mío es la familia, pero ten en cuenta que luego ya no será de eso y mientras avancemos en nuestra relación trataré de mantener tu interés trayendo a Morgan de vuelta porque según las estadísticas a la gente no le gusta tener a una mujer empoderada de principal.

Fan enamorado: Oigan, me siento un poco abrumado. ¿Podemos ir un poco más lento? Siento que hay demasiada información y no todas las cosas que estamos viviendo juntos me gustan. Osea, ¿un tigre? ¿Ese meme de Rick llorando? ¿Carl muere? Chao, Rick, susurradores… paren por favor…

World Beyond: Hola que tal, soy la prima lejana que nadie quiere y solo estoy aquí para distraerlos de las malas tramas que están pasando.

Acto 3: Una amplia familia que nadie pidió. 2021 a 2023

Fan enamorado: Creo que ya no estoy enamorado.

The Walking Dead: ¡No puedes dejarme! Cambiaréééé. Sí, sé que Fear te aburrió hasta la muerte este tiempo y que Beyond no nos aportó nada, pero mira, mi amiga Tales te juro que te dará lo que necesitas para que sigamos juntos.

Tales of the Walking Dead: ¿Uh?

Fan enamorado: No, no, no. Suficiente. Creo que debemos ver a otras series. No eres tú, soy yo. Tomarnos un tiempo.

Dead City: Yo soy el hermano y ¿sabes qué, fan? Tú no te vas a ninguna parte. Los ratings dicen que te gusta Negan, pues toma Negan. En par con Maggie y que buscan rescatar a su hijo en Nueva York zombie. Sí, pérdida de tiempo pero son solo seis episodios y al final el malo será el hijo que rescatan y que los traicionará. Y hablaremos de eso que le hicimos al coreano.

Daryl Dixon: Hola, yo soy el otro hermano y con mis seis episodios te llevaré a una Francia trucha y te mostraré esos famosos hiper zombies de los que hablan las otras series y también veremos una que otra extravagancia porque, pues, es Europa ¿no? (vemos una extraña orquesta zombie) Fan enamorado: Eh…

Acto final: El regreso del amado. 2024 a futuro.

The Ones Who Live: Ok, sé que ya no creías en este amor, pero ¡mira¡, he traído de vuelta a Rick y a Michonne. Dos episodios brillantes de inicio. Un cuarto experimental donde sólo hablan y finalmente el reencuentro que estaba esperando toda américa latina: Rick y sus hijos. Si esto no te saca una lágrima tú debes estar muerto. (Vemos al fan llorando y abrazando a Ones who live. Se besan)

El libro de Carol: Me dicen que aquí aceptan a viejos personajes en series donde un personaje busca a otro por seis episodios, ¿es cierto?

(Baja telón. Fin)

Tales está disponible en Prime desde el 20 de marzo. Dead City desde el 3 de abril. The ones who live desde el 19 de abril y Daryl Dixon estrena el 3 de mayo.

También puede leer: Lazos de vida

Personajes

Fan enamorado: Vio The walking dead desde su lanzamiento y pese a las constantes decepciones en el camino, sigue enamorado de la serie y cree que mejorará.

The Walking Dead: Serie de zombies lanzada el 31 de octubre de 2010 que para sobrevivir su propia muerte en vida creó diferentes spin off de cuestionable calidad.

Robert Kirkman: Creador del cómic en el que se basa la serie.

Frank Darabont: Creador de la serie y la última persona a la que le importó la calidad de la misma. Despedido en medio de la segunda temporada.

Fear the Walking Dead: Ocho sosas temporadas de las aventuras de Madison, Morgan y un grupo de personajes olvidables.

The Walking Dead: World Beyond: Serie presentada en el “futuro” que busca justificar todo ese tema del CRM (Republica Civil Militar) y la serie de Daryl y Rick Grimes. 

Tales of the Walking Dead: ¿Por qué Parker Posey, por qué?

The Walking Dead: Dead City: ¿En serio ellos dos serán los protagonistas?

The Walking Dead: Daryl Dixon: Uh-la-la en Francia

Walking Dead: The Ones Who Live: La serie que vino a salvar la franquicia y explica aún más esa tontera del CRM.

Texto: Cristian Callejas

Foto: Internet

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Un puente de integración a través del arte

El Centro de la Cultura Plurinacional de Santa Cruz entró en diálogo con la muestra del Museo Nacional de Arte

Por Jackeline Rojas Heredia

/ 5 de mayo de 2024 / 06:42

Creadoras, proyecto museográfico que nació en el Museo Nacional de Arte, ha construido un puente de integración en todo el país y sobre todo, entre oriente y occidente, hecho con las obras de mujeres artistas bolivianas. En la Paz, se encuentra vigente la muestra Creadoras, mujeres artistas en Bolivia y en Santa Cruz, se inauguró el 11 de abril una exposición temporal que lleva el título de: Creadoras, mujeres del oriente boliviano, que puede ser visitada en el Centro de la Cultura Plurinacional, CCP. Ambas instituciones, tanto el MNA como el CCP, dependen de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (FC-BCB).

Creadoras surge de la necesidad de llevar adelante una muestra bienal con obras realizadas solo por mujeres; antes del mencionado proyecto, no se tomó en cuenta la capacidad creadora de las mujeres, o bien, las obras eran incluidas como parte de una temática en contextos o muestras en las que lo fundamental era destacar la creación de artistas varones.

Años atrás, para las artista mujeres era difícil acceder con sus obras a una sala del Museo Nacional de Arte; hoy están presentes obras que dialogan con las creaciones que, a su vez, se constituyen en el legado de precursoras y pioneras, obras contemporáneas y otras propuestas más en concordancia con la época actual.

Sin embargo, cuando la propuesta se manifestó atravesó por la oposición de quienes creyeron que llevar adelante una muestra solo con obras de mujeres era un exceso innecesario; aun así la tenacidad del equipo del Museo, con el apoyo del Consejo de administración de la FC-BCB, sobre todo, de la consejera Susana Bejarano, hizo posible que hoy esté montada la muestra Creadoras en diez salas, dos pisos del Museo Nacional de Arte.

La muestra integra, además, el trabajo de 104 artistas provenientes de ocho departamentos de Bolivia, más un grupo de obras de artistas extranjeras de países como México, Brasil, Perú, Colombia, Argentina, Yugoslavia, Inglaterra y Chile.

La exposición narra una historia no lineal, una que surge de la tierra, de la fuente de vida, y se enlaza a la misma historia de lucha de la mujer porque se le respeten sus derechos y se les permita ejercerlos, la lucha colectiva y cotidiana aún vigente, en paralelo al contexto histórico y político de Bolivia en su vida como país. Todas esas historias, solitarias y plurales, están plasmadas en obras pictóricas, grabados, instalaciones, fotografías, videos, obras digitalizadas, tejidos, cerámicas y más.

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Una extensión, casi similar, se llevó adelante en el CCP en Santa Cruz, a cargo del equipo curatorial dirigido por Andrea Hinojosa, en coordinación con la jefatura de la Unidad de Museo del MNA. En Santa Cruz se dirigió el trabajo museográfico sobre la base de tres ejes temáticos: Creaciones antiguas y actuales con alto contenido temático en distintas técnicas y materiales; la lucha de las mujeres por el reconocimiento de sus derechos y el ejercicio de los mismos; y el nexo de la mujer con la tierra (lugar al que pertenecen).

La muestra en la capital oriental cuenta con la participación de reconocidas artistas como: Ejti Stijh, Raquel Schwartz, Aless Abruzzese, Magenta Murillo y Wara Cardozo , así como de artistas jóvenes como Gabriela Zeballos y Kelly Ledezma.

El MNA llevó, en el marco de su programa “El Museo dónde tú estás”, las obras de colección de artistas, entre la década de los 40 al 90 como: Norah Beltrán, María Luisa Castro, Teresa Córdova, María Haydée Aguilar, Agnes Ovando, Julia Meneses, Elisa Ballivián, Inés Córdova, Marina Nuñez del Prado y María Luisa Pacheco.

También están presentes los trabajos de creadoras más contemporáneas como Giomar Mesa, Ángeles Fabbri y Beatriz Nogales Iturri. De Brasil, se exhibe una obra de Teres Nicolau; de Inglaterra, una de Elisabeth Wisheropp y de Perú, una pieza  de Patricia Eyzaguirre.

La muestra hermana a la del Museo Nacional de Arte estará abierta hasta el 30 de mayo en el CCP Santa cruz.
La muestra hermana a la del Museo Nacional de Arte estará abierta hasta el 30 de mayo en el CCP Santa cruz.

Son obras que nunca antes fueron expuestas en Santa Cruz y que se integran a las obras de las artistas cruceñas, benianas, pandinas, además, porque la museografía de Creadoras lo permite. 

Por otro lado, en este marco se realizará un homenaje especial, recordando a la artista cruceña Etelvina Peña, una gran artista pictórica, actriz de teatro y televisión, una maestra cruceña que falleció el 1 de febrero de 2008.

A la vez, el CCP —con el apoyo y participación de la organización Apoyo para el Campesino Indígena del Oriente Boliviano (APCOB) y el Centro de Investigación, Diseño Artesanal y Cooperativa (CIDAC)— hace posible la participación de tejedoras de tierras bajas, las obras de artistas de las naciones indígenas originarias del oriente boliviano.

Creadoras, mujeres artistas en el oriente boliviano estará abierta al público hasta el 31 de mayo, la entrada es libre y será una experiencia que la población de Santa Cruz y de Bolivia pocas veces tendrán la oportunidad de apreciar.

Texto: D. Jackeline Rojas Heredia

Fotos: Centro de la cultura plurinacional de santa cruz

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Letras bolivianas, letras hispanas: una celebración que suma

La Academia Boliviana de la Lengua entregó un reconocimiento a la investigadora Ximena Soruco por el Día Mundial del Libro

El acto de la Academia Boliviana de la Lengua en el Centro Cultural de España.

Por Bruce Aramayo

/ 5 de mayo de 2024 / 06:35

Desde que en 1995 se proclamara en la Conferencia General de la UNESCO el 23 de abril como el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor para celebrar y promover la lectura, muchos países se han unido, a su manera, a esta fiesta de los libros. En el mundo hispano en particular esta fecha es especialmente importante porque se conmemora el entierro de Miguel de Cervantes Saavedra, autor de la obra cúspide de la literatura en español.

La Real Academia Española, por ejemplo, celebra en su sede institucional la Semana Cervantina con actividades culturales abiertas al público y organiza todos los años las honras fúnebres al autor del Quijote en el Convento de las Trinitarias de Madrid. También en esta fecha se entrega el Premio de Literatura en Lengua Castellana “Miguel de Cervantes” que es considerado el máximo galardón a la actividad creadora de autores españoles e hispanoamericanos; este año el escritor español Luis Mateo Díez ha sido merecedor de dicho reconocimiento.

De la misma manera, en América, las Academias organizan celebraciones similares en sus sedes con eventos que solo acrecientan el festejo universal de las letras hispanas. Nuestro país no es la excepción; su Academia, la Academia Boliviana de la Lengua (ABL), organizó el miércoles 24 de abril en el salón de actos del Centro Cultural de España en La Paz un evento en el que presentó su Anuario Nº 32 y dio un reconocimiento a la estudiosa Ximena Soruco Sologuren por su labor filológica. La celebración estuvo dirigida por la directora de la institución, España Villegas Pinto, y los académicos Hugo César Boero Kavlin y Juan Marcelo Columba Fernández; este último dio un discurso titulado Sobre algunos proyectos editoriales contemporáneos de Bolivia, que fue preparado para la ocasión.

El Anuario de la ABL se viene publicando desde 1985. Empezó bajo el nombre de Anales de la Academia Boliviana de la Lengua hasta su número 23 en 2008 y desde entonces se imprime como el Anuario de la Academia Boliviana de la Lengua. El número que se entregó la semana pasada sigue cumpliendo, como dice en su presentación, “las funciones conmemorativas mencionadas para el Día del idioma [y] las finalidades prácticas de materializar las metas de la misión institucional de la Academia”; en él se publican diferentes estudios e investigaciones sobre asuntos filológicos, lingüísticos y literarios en Bolivia. El reciente número incluye, además, los discursos de ingreso de sus más flamantes miembros (Juan Marcelo Columba Fernández, Diego Valverde Villena y Hugo José Suárez), homenajes póstumos y en vida a personajes de las letras nacionales y cuatro evocaciones in memoriam a Gaby Vallejo Canedo, quien falleció el 20 de enero de este año.

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El motivo del reconocimiento que se otorgó a Ximena Soruco fue su obra de edición e investigación Carlos Medinaceli. Ensayos reunidos (1915-1930), publicada en 2022 por el Instituto de Investigaciones Literarias, la Carrera de Literatura de la UMSA y Plural editores. Con este galardón la ABL quiso, por un lado, evocar el trabajo literario de Medinaceli y, por otro, distinguir la labor de Soruco respecto al autor y su obra. Carlos Medinaceli. Ensayos reunidos (1915-1930) es el primer libro de una colección de cinco volúmenes donde la investigadora reúne toda la obra del autor de La Chaskañawi, novela que se editará como último volumen de la colección. En el primer y el segundo libro (ambos publicados) se reúnen los ensayos en los que Medinaceli analiza y comenta obras de literatura nacional y extranjera. El discurso de reconocimiento escrito por los académicos Tatiana Alvarado Teodorika, Hugo Boero Kavlin y Alba María Paz Soldán Unzueta, señala que “más allá del aporte que representa para las letras bolivianas, su mejor conocimiento y su divulgación, esta obra es una prueba de la construcción intelectual más allá de las fronteras” y en él se agradece a Ximena Soruco por haber iniciado esta labor de investigación y compilación. “La felicitamos por el rigor con el que está llevando a cabo este trabajo, hacemos público nuestro reconocimiento y compartimos nuestro sincero deseo de que todos los volúmenes salgan pronto a la luz”, concluyen los académicos.

Entrega del reconocimiento a Ximena Soruco. Abajo: Ejemplar del Anuario de la ABL.

Tanto en nuestro país como en el resto del continente, de este y del otro lado del Atlántico, el reconocimiento a los escritores en lengua española es una forma común de expresar el amor a la literatura. En el mes de abril se elogian los libros y la lengua; y todas las personas e instituciones que aprecian el español se suman a este festejo para distinguir a los escritores que nos deleitan con su prosa o sus versos y para recordarnos que las letras hispanas, y las letras las bolivianas, son motivo de orgullo.

Texto: Bruce Aramayo

Fotos: Bruce Aramayo y Archivo ABL

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