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Sécure, el río se está muriendo

De la corriente que es parte del TIPNIS depende la vida de 20 comunidades.

/ 25 de noviembre de 2012 / 04:00

Un grupo de 12 hombres indígenas yuracaré y mojeño trinitario recibió una misión en enero de este año: recorrer unos 350 kilómetros por una zona inexplorada de la Amazonía boliviana. Ninguna instantánea, ningún video ofrece indicios de la colosal proeza.

Parte de esa ruta recorrida ya la habían tomado expediciones españolas en 1616, en uno de los corretajes que encomendó la Corona para alcanzar El Dorado, ese lugar que los conquistadores, creyéndolo dueño de incalculables riquezas, buscaron afanosamente.

Documentos del Consejo de Indias de Sevilla indican que la expedición del siglo XVII contó con el apoyo de guías quechuas, descendientes de incas, expertos en las rutas que sus antepasados abrieron a través de la selva desde el norte del actual departamento de La Paz hasta el Gran Mojos, hoy territorio del Beni.

Entre la caminata que se realizó durante 20 días en 2012 y la expedición de 1616 sólo hay un punto de coincidencia: ambas atravesaron a pie una espesa selva.

La docena de hombres indígenas intentó cumplir el encargo de sus comunidades ubicadas en el norte Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS):  destruir una inmensa valla natural formada de troncos, montañas de barro y piedra y una espesa maleza que impide el paso de agua que alimenta al río Sécure.

Eusebio Moye Moco —mojeño trinitario de 43 años, con 11 hijos, nacido en la comunidad de Nueva Natividad— cuenta que la misión fracasó, pero asegura que los territorios desconocidos que recorrieron deslumbrarían a cualquier naturalista contemporáneo. Con hacha y machete “no pudimos destruir esa gigante empalizada, la que, si continúa ahí, destruirá la vida de nuestras comunidades”.

El curso del río Sécure sigue la llanura beniana. En un punto de su cuenca alta se divide en dos brazos. Uno forma el Tijamuchí y el otro conserva el nombre de Sécure. Con la gran sequía de 2005 en la región del Amazonas empezó también la agonía del Sécure. Ese año disminuyeron a niveles críticos los caudales de los ríos y cambió la vida de las comunidades indígenas del TIPNIS de la cuenca alta, las más castigadas por el cambio climático.

Eusebio Moye recuerda que, ese año, “la boca de entrada al Sécure empezó a llenarse con las troncas” que las madereras ilegales trasladaban por el río, y más tarde “las lluvias trajeron otros árboles derribados, maleza, toneladas de barro y piedra”. Todo ese material “fue trenzando una empalizada natural tan grande, que tapó la entrada al Sécure; mientras, el Tijamuchí, llevándose nuestras aguas, provoca cada año grandes inundaciones que antes no se veían”.

El Sécure tenía hasta antes de 2005 unos 20 metros de ancho y entre 5 y 7 de profundidad y bañaba con sus aguas el llano beniano. Era una carretera fluvial. Hoy,  el paso de la cuenca no ocupa más de cinco metros de ancho y un niño de 12 años cruza su cauce y el agua, turbia y amarillenta, apenas le llega a las rodillas.

Ignacia Moy Tamo ha perdido no hace mucho a su pequeña hija, la última de una descendencia de 12.

La comunidad mojeño trinitario de Nueva Natividad, asentada en la cuenca central del río Sécure, a casi 200 kilómetros al sureste de Trinidad, festejó el 10 de septiembre su fiesta patronal y un día después enterró a la niña Natalí Semo Moy, de año y ocho meses, en su pequeño camposanto. Ignacia, al pie de la tumba de su hija, no tiene dudas del origen de su desgracia: “La culpa es del río”.

Natalí falleció después de tres días de una letal fiebre que viene acompañada de vómitos y diarrea. Al menos 30 niños, de los 47 que tiene la comunidad, excepto los lactantes, y casi toda la población adulta, comparten esos síntomas. Unas 20 comunidades del TIPNIS asentadas a lo largo de 500 kilómetros en la cuenca del Sécure tienen el mismo problema que Nueva Natividad.

Desde que el caudal del río disminuyó hace un lustro y el retroceso de sus bandas dio paso a enormes playas de tierra rojiza, el agua que apenas fluye es turbia y, según Ignacia Moy, “tiene mal sabor”.

“Aquí y en las comunidades del Sécure no hierven el agua que beben”, dice la maestra de Nueva Natividad, Aiza Fernández, quien trabaja 28 años con niños del ciclo primario en la zona del TIPNIS.

Fernández tiene conocimientos de primeros auxilios y, por ello mismo, es la médica de buena voluntad en la comunidad indígena. “Es verdad —explica— que el agua contaminada es la fuente de la epidemia. Las mujeres trabajan, al igual que los hombres, en los chacos, cuidan a los hijos, recolectan frutos, cazan, pescan y apenas tienen una olla para cocinar, y el agua hervida hay que almacenarla y no hay recipientes para ello”.

Fernández tiene una prueba “irrefutable”: el balde con el que recoge el agua del río está impregnado con una suerte de sarro en sus costados y un olor a cañería oxidada que no deja lugar a dudas. “Yo tomo la misma agua que la comunidad, pero la hiervo y no me enfermo”.

Gervasio Guajino Muiva tiene 60 años y dirige los servicios religiosos los domingos, los ocasionales bautizos y los “frecuentes” ritos funerarios. Es la única comunidad, en casi 150 kilómetros, que tiene una pequeña capilla.

Gervasio cree que el Sécure, “fuente de vida, es también fuente de la enfermedad” y tiene una teoría, aprendida en la experiencia de la vida, y que, entre su gente, se escucha como una revelación divina: “En las noches, cuando viene el sereno, se escucha en toda la comunidad el intenso croar de los sapos y los sapos no croan en los ríos, sino en el agua estancada”.

El nivel del río sigue descendiendo e Ignacia dice que eso es lo único bueno después de su desgracia: “Mientras el río siga bajo podré cruzar con facilidad a la otra banda, donde está el cementerio, y visitar a mi Natalí. Con ella (con su niña) los fríos del alma desaparecen”.

Santa Rosa del Sécure es una remota y pequeña comunidad yuracaré que produce, apenas para sobrevivir, arroz, maní, maíz, yuca y plátano. En los últimos tres años, el asentamiento de siete familias ha “producido”, de forma extraordinaria, “muchos hijos”, dice divertido Domingo, el hijo de 20 años del corregidor Gilberto Roca.

La máxima autoridad comunal, un septuagenario con buen sentido del humor y amplia sonrisa, ha tenido 23 hijos. Y otras familias, con cinco años de unión, tienen hasta cuatro hijos. “Los niños son la vida y el futuro de este pueblo”, sostiene Roca.

La comunidad de Santa Rosa, ubicada en la zona central del río Sécure, a 170 kilómetros al sur este de Trinidad, tenía hasta antes de la sequía de 2005 poco más de 40 familias. “Ese año se presentaron brotes de epidemias, murieron miles de peces, en las playas había animales acuáticos en descomposición, no había agua y la gente empezó a marcharse de la comunidad”, recuerda el corregidor. La mayor tragedia, sin embargo, no tardó en llegar. “Nosotros pensamos que con las lluvias el Sécure se recuperaría, pero no fue así”. El río, la vía natural de una veintena de comunidades del TIPNIS, ha dejado de ser una opción.

Además de la migración forzosa, la disminución de las aguas provocó que el transporte fluvial colapse definitivamente, se aíslen aún más las comunidades entre sí y escaseen algunos productos. Entre ellos, uno del que Santa Rosa del Sécure no puede prescindir y lo paga, cuando lo encuentra, a precio de oro: la sal.

Por falta de río, Domingo y su padre tienen que caminar con un quintal de arroz a sus espaldas, evadir al tigre y al caimán y dormir en plena selva durante tres días para llegar hasta San Lorenzo de Moxos. “Allí cambiamos el quintal de arroz por un kilo de sal y andamos otros tres días de regreso”.

La sal se usa para hacer charque (carne deshidratada y salada para su conservación) mediante una técnica ancestral que permite a los pueblos yuracaré, moxeño, trinitario y tsimane mantener por largos periodos de tiempo la carne que cazan y pescan.

El hombre tigre, mirada de fuego

El río Sécure forma parte de la cuenca hidrográfica del Amazonas, discurre íntegramente por las llanuras del Beni, tiene casi 500 kilómetros de longitud, y está en el norte del TIPNIS.

La reserva, en su doble condición de Territorio Indígena y Parque Nacional, tiene 1,2 millón de hectáreas que comparten el sur de Beni y el norte de Cochabamba.

En la zona del Sécure, donde abunda el jaguar, al que prefieren llamar “tigre”, la relación de los pueblos indígenas con el medioambiente es de un profundo respeto.  

Pero en las haciendas que limitan con las comunidades indígenas, la situación es distinta. Cabito y Coquinal, vecinas de la yuracaré Villa Hermosa, han sufrido (hasta septiembre de este año) la muerte, en conjunto, de al menos 120 terneros.  “Casi cada noche hay el ataque de un tigre”, lamenta el capataz de la primera de ellas, quien se hace llamar Lobo.

Y la venganza no se hace esperar. “Ya hemos matado muchos, pero igual parece que ellos también se vengan y vuelven a matar a nuestro ganado”, comenta Lobo.

José Yuco Cueva, de Villa Hermosa, asegura que los ganaderos han ahuyentado al tigre y éstos han volcado su mirada de fuego hacia las comunidades.

Villa Hermosa es, como todas las comunidades del TIPNIS, apenas un caserío cubierto de árboles y espesa vegetación, sin servicios básicos ni energía eléctrica. Un puñado de chozas de paredes de tacuara y techo de hojas de jatata, en las márgenes del río Sécure, conforman núcleos de asentamientos mojeño trinitario y yuracaré.

“Nosotros no matamos al tigre. Podemos hacerlo cuando toma agua en el río, pero no. Él también puede cazarnos en nuestras casas que no tienen puerta, y no lo hace”, dice José.

El profesor movima de La Capital, vecina de Villa Hermosa, Pedro Gualugna, cuenta una “leyenda que corre” y que explica en parte por qué las comunidades indígenas no matan al tigre. “Creen que es un hombre poderoso que se convierte en tigre, que castiga y protege a la vez”.

El tigre despierta temor y admiración, y “domina la selva, es dueño del Sécure, duerme en los árboles, cruza los ríos a nado, mata de un salto y es invisible cuando caza”. Es “el dueño de las tierras y los árboles, de los monos, del taitetú y el tapir”.

El paso cansino del río Sécure en el ardiente calor del mediodía apenas se siente en Puerto San Lorenzo. Su cauce, sin la fuerza suficiente para sostener un “casco”, nombre que en la zona se da a la canoa, no ha recibido una gota de lluvia en seis meses.

Las 48 familias que habitan el pequeño asentamiento, tres de ellas yuracarés, dependen completamente, en todos los ámbitos de su vida, de él.

Manda la tradición que, para atraer la buena suerte, hay que bañar allí al recién nacido y dejar correr en sus aguas la placenta de. Y antes de la mortaja final, “en el camino de regreso” al origen, al difunto le dan de beber un poco de esas aguas “para saciar su sed”.

Los hombres lanzan al Sécure un puñado de tierra del chaco antes de la siembra y las mujeres se refrescan en sus aguas, con esencia de flores silvestres de intenso color rojo y dulce perfume, para la buena fortuna en el amor.

En el ocaso del 20 de septiembre, en la víspera del primer día de una nueva primavera, las mujeres dejan la eterna tarea del hogar y seducidas por el imperceptible rumor del río se sumergen en su cálida corriente. Ellas, desde los cinco hasta los 40 años, se preparan para la gran fiesta de belleza nocturna y, con flores de colores, esperan recibir la buena fortuna de las aguas.

El corregidor de Puerto San Lorenzo, Jacinto Guaji, autorizó a la comunidad estudiantil de 149 alumnos, desde primero de primaria hasta sexto de secundaria, la elección de la Chichu Moperita, Moperita 2012, Reina de la Primavera y Meme Nogiore.

Puerto San Lorenzo es una de las escasas comunidades del TIPNIS cuya población estudiantil es importante y que, en virtud de ello, siente orgullo de haber promocionado a tres bachilleres en dos años.

El Club de Madres, el Consejo Indigenal, la Junta de Padres de Familia y el Club de Deportes, todos presididos por mujeres, fueron en su momento las instancias que batallaron por tener una escuela en la reserva. Por eso, las mujeres dirigentes  organizaron la elección de sus reinas de belleza como un tributo que recuerda su colosal esfuerzo.

Ante el jurado, ubicado en una mesa en un ambiente abierto, a la luz amarillenta de una tenue media luna y dos bombillas de luz alimentadas con una vieja batería, las candidatas desfilan su belleza.

El público aplaude a sus favoritas. La menor de las candidatas, Alexia Guaji Moye, tiene cinco años, y la mayor, Carmen Rosa Puma Moye, cuenta 37.

A 20 metros de distancia del Sécure todas desfilan, con sus mejores galas, el cabello suelto o trenzado con cintas y la piel bronceada, al compás de una melancólica melodía tradicional.

Vestidos de colores de una pieza, anchos y sin mangas, y collares trabajados con semillas silvestres, adornan a varias de las participantes del evento de belleza.

El público aplaude a las participantes de pies descalzos y tímida sonrisa. Sólo una de ellas, la pequeña Alexia Guaji, lleva puestas unas zapatillas sin talón, de suela ligera, que generalmente en las ciudades se calza dentro de casa.

El público femenino también tiene los pies descalzos, como la gran mayoría de mujeres en el Sécure.

Linzi Teco Maleca es elegida como la Chichu Moperita; Virginia Nosa Moye, como Moperita 2012; la hermosa joven Carmen Rosa Puma Moye gana el cetro de Reina de la Primavera y Asunta Guaseve Moye, presidenta del Cabildo Indigenal, con 11 hijos, es designada como la Meme Nogiore. Asunta, la mayor de las reinas que aún conserva sus piezas dentales completas, termina la jornada de ese día como empezó: bañándose en el río. “Tengo la suerte del río desde que soy dirigente”, convence.

Pez en el agua

La dieta principal en Santo Domingo es el pescado porque en esa zona, ubicada a 60 kilómetros de San Ignacio de Moxos, la última frontera de la reserva, “el Sécure no está tan seco”, comenta su joven corregidor de 21 años, Mario Rocha Nosa.

“Aquí los cascos flotan, llevan, cargan, trasladan personas y el río nos da abundante pescado”, sonríe.

Los yuracaré de Santo Domingo son expertos pescadores. Los atrapan con redes y trampas, flechas y lanzas, y hasta con sus propias manos en intrépidas  zambullidas. Los peces de esta parte del río son tan grandes como una persona adulta.

Serpientes, anfibios y mamíferos —como el bufeo o delfín rosado amazónico—son también parte de este mundo acuático. El bufeo suele medir hasta 2,8 metros de largo y puede llegar a pesar 200 kilos. Sin embargo, las catástrofes naturales relacionadas con el cambio climático, expresadas en fuertes períodos de sequía, se constituyen en factores que amenazan al animal que acaba de ser incluido en la lista del patrimonio natural del país.

Al descender el nivel de los ríos, se forman lagunas y canales aislados donde los cetáceos, principalmente los más jóvenes, quedan atrapados y mueren.

El delfín de agua dulce no tiene depredadores naturales, aunque indígenas de la etnia yuracaré aseguran que durante las épocas secas, cuando el caudal de los ríos baja, los animales son presas fáciles para el caimán y hasta para el jaguar.

“Nosotros no lo comemos, no sé por qué, pero no lo comemos. Dicen que una vez salvó a una mujer que se ahogaba y que la empujo a la orilla”, cuenta Rocha dándose él mismo la respuesta.

Las comunidades del Sécure no pescan, pues, deliberadamente al bufeo, excepto cuando alguno queda atrapado en sus redes, que es cuando aprovechan su grasa para ayudarse a combatir, se argumenta, males respiratorios.

Han caído las primeras lluvias, impetuosas y de poca duración. El río, sin embargo, no recupera su intensidad, su vigor.

Sandra Maleca Tamo, una joven dirigente yuracaré de la comunidad 3 de Mayo, cree que el Sécure escucha las penas del alma, pero prevé que pronto dejará de fluir por su cauce y que ya nadie oirá la queja triste de los pueblos indígenas, acompañada siempre de llanto y aflicción, según expresa sus temores.

“Y cada vez hay menos agua y más penas”, añade Maleca, quien asegura que ni las prolongadas lluvias del pasado han logrado cambiarlo y hoy “sólo agoniza un poco cada día”.

El “Sécure seco”, como lo llaman con frecuencia en el norte del TIPNIS, ya ha convertido en despojos a prósperas comunidades, cuyas chozas de madera y techo de hojas secas afloran en la espesa maleza como una extensión natural de ellas, vegetando bajo el ardiente sol, las torrenciales lluvias o la intensa humedad.

Las comunidades de la zona supieron durante milenios mantener una relación armoniosa y productiva con el río y su supervivencia depende exclusivamente de él y de lo que les provee.

La selva, que no perdona, ha tomado paulatinamente las bandas del Sécure y fuertes árboles crecen ya en su lecho.

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Vidal Cussi: De los nombres de una exposición

‘Caos’ es el nombre de la exposición que el pintor paceño presenta hasta el 7 de mayo en la galería Altamira de San Miguel

Desde el caos

Por Daniela Espinoza M

/ 28 de abril de 2024 / 07:03

¿Por qué Caos?, me pregunto al recibir las fotografías de Vidal Cussi con el nombre de su exposición —que se exhibirá hasta el 7 de mayo en Galería Altamira, calle José María Zalles Nº 834, bloque M-4, San Miguel— y me quedo pensando mientras miro las obras y me digo ¿dónde está el caos?, ¿en esas gotas que el rocío deja en una manzana o en esas nubes que parecen atravesar con calma los cuerpos instalados en espacios infinitos y crepusculares?

¿Habrá caos, acaso, en esos rostros que observan paisajes montañosos o en aquellos que parecen reposar entre las nubes? Tal vez sí lo encuentro en los caóticos cabellos que se entrelazan a través de los rostros, cabellos en forma de listones de lata que se entrecruzan y supongo se enlazan en la parte que el cuadro ya no nos deja ver.

Entonces pienso que lo mejor es recurrir al artista para encontrar la respuesta. La charla me tranquiliza, el caos no está en las obras que presenta, sino que estuvo en él en el momento previo a su producción y, tras una catarsis —“una explosión” como él prefiere llamar—, surgió esta muestra llena de señas de paz.

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Luego, teniendo que escribir sobre su obra, me quedo pensando en el artista, en lugar de acercarme a su exposición me gana la vida de Cussi, me quedo intrigada en los procesos de unas obras que a todas luces reflejan sosiego y calma, pero que —ahora lo sé— no se engendraron de esa manera.

“El arte es para mí una terapia, un reencuentro conmigo mismo. Las tristezas, así como las alegrías, se van plasmando en las obras. Ellas son un desahogo”, me dice. Por supuesto que ya mi mirada es otra, y me siento en el deber de compartir con ustedes esa breve charla, pues si alteró mi forma de apreciar su arte, sin duda hará algo similar por ustedes.

De pronto, ya no son importantes los nuevos colores que Cussi propone y que despuntan en algunas obras, ya no es vital pensar en él en tonos tierras. Ya conocemos algo, aunque sea un poco, del proceso creador de un artista al que admiramos ahora un poco más, ya sus cuadros nos dictan palabras en voz baja, las palabras con las que el artista empezó a trabajarlas.

La muestra ‘Caos’, del artista paceño Vidal Cussi, se exhibe en la galería Altamira (San Miguel, zona Sur).

PERFIL Vidal Cussi Tiñini nació en Santa Rosa, provincia Pacajes del departamento de La Paz en 1983. Actualmente reside en la ciudad de El Alto. Estudió en la Academia de Bellas Artes Hernando Siles donde obtuvo la especialidad en pintura. Ha sido ganador de varios premios, entre los que destacan: Gran Premio Salón Pedro Domingo Murillo (La Paz) en 2012 y 2020, Gran Premio Salón Villa San Felipe de Austria (Oruro) 2019 y Gran Premio Salón 14 de Septiembre (Cochabamba) 2019 y 2023.

Texto: Daniela Espinoza M.

Obras: Vidal Cussi

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Semilla, picantería boliviana: Sabores tradicionales para disfrutar en Achumani

Semilla, picantería boliviana, donde se pueden disfrutar deliciosos platos como el picante surtido

Por Fernando Cervantes

/ 28 de abril de 2024 / 06:55

Crónicas gastronómicas

Fue el ají de fideo materno lo que motivó a Ernesto Bernal a elegir la profesión de cocinero, sobre todo después de haberlo preparado muchos años para sus hermanos cuando su mamá viajaba por motivos de trabajo.

Luego de un buen tiempo estudiando gastronomía y habiendo trabajado en diversos establecimientos es que se animó junto a su esposa Karen Mujica (administradora de empresas con estudios en diseño gráfico, decoración y comunicación visual) a dar a luz a un viejo anhelo: tener su propio restaurante inspirado en las tradicionales picanterías de Sucre y Potosí, que tenga los sabores bolivianos muy presentes y que se sumerja en el recuerdo de los fogones familiares que eran manejados magistralmente por madres y abuelas. 

Encontrar la casa ideal no fue nada fácil hasta que el destino quiso que en enero de este año esta joven pareja pudiese alquilar un bonito y espacioso inmueble con jardín, ubicado en el barrio de Achumani, muy cerca de la avenida Francia. El lugar fue decorado y rediseñado con muy buen gusto. Así nació Semilla, picantería boliviana, donde se pueden disfrutar deliciosos platos como el picante surtido, queso humacha, picante de lengua, anticuchos, relleno de papa, mondongo, sajta de pollo, keperí o sopa de maní, los que pueden ser acompañados con  jugo de tumbo, limonada o mocochinchi, ya sea en vaso o en jarra.

Un detalle no menor: el lugar no cuenta con parqueo propio pero la calle donde están ubicados es sumamente tranquila, por lo que estacionar el automóvil en las cercanías del restaurante no debería representar problema alguno.

Semilla: un lugar ideal, para visitar en familia.

Semilla, picantería boliviana

  • Dirección: Calle 21 de Achumani Nº 5  (a una cuadra de la av. Francia) 
  • Teléfono: 67020523 
  • Rango promedio de precios: Bs  20-65    
  • Plato estrella: Picante surtido       
  • Atención: sábados y domingos de 12.00 a 16.00     

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Contáctenos: Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda,Correo: [email protected]

Texto y fotos: Fernando Cervantes

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Back to Black

La directora britànica Sam Taylor-Johnson ha estrenado una tendenciosa película biográfica sobre la cantante Amy Winehouse

Por Pedro Susz K.

/ 28 de abril de 2024 / 06:50

En julio de 2011, Amy Winehouse, notable y exitosísima cantante londinense de soul, falleció a causa de una brutal ingesta de alcohol. Sumaba entonces apenas 27 años (la misma edad que en el momento de sus respectivas defunciones tenían Jimy Hendrix, Brian Jones, Janis Joplin, Kurt Cobain y Jim Morrison, valga el apunte anecdótico a pesar de que seguramente a quienes no son fans de la música rock los nombres les resulten desconocidos). Esto ha dado lugar a la popularidad de una supuesta “maldición del club de los 27” entre los seguidores del rock.

A esas alturas la discografía de Winehouse incluía apenas un par de títulos en los que interpretaba composiciones de ella misma, todas las cuales dejaban traslucir, sin lugar a dudas, una personalidad compleja, irreverente, traumatizada por los dramáticos altibajos de su vida. Y su potente voz, ligada a un estilo asimismo muy propio, hacían que tales temas cautivaran pronto a muchísima gente, harta de la chatura en la que había caído el rock merced a las imposiciones de la acaudalada industria discográfica jugada a pleno en la venta masiva de sus producciones para incrementar sin pausa los réditos de los productores. Era en realidad lo mismo que ya venía acaeciendo en otros rubros de la industria del entretenimiento: en la cinematográfica también, claro, obstinadas cómo Sony Music y sus competidoras  por exprimir hasta la última gota de cualquier diana de mercado, copiada luego, en el rubro específico, una y otra vez por compositores e intérpretes debidamente domesticados para bloquear cualquier antojo autoral.

Que la directora de este segundo film centrado en la biografía de Winehouse —el primero fue un largo documental hecho el 2005 por el cineasta inglés Sadif Kapadia— sea Samantha, su nombre aparece abreviado en los créditos como Sam Taylor-Johnson, cuya filmografía arrancó justamente en la insípida época recién aludida y en la cual obtuvo su más resonante éxito de taquilla el 2015 con la más que mediocre adaptación para la pantalla de la no menos anodina novela erótica de E.L. James 50 sombras de Grey no invitaba a tener muchas ilusiones respecto a Back to Black, en definitiva fallido y en buena medida falsificado biopic que toma su título del segundo de los dos únicos álbumes que Winehouse alcanzó a completar.

Volviendo al citado documental de Kapadia, titulado sencillamente Amy, allí quedaba ratificado lo que muchos trascendidos, divulgados con el marcado acento sensacionalista de los medios crecientemente ladeados hacia la más barata crónica roja y cuyo acoso sobre la cantante se volvió insoportable, habían engordado las sospechas acerca de los motivos que condujeron al desequilibrio emocional de aquella y a su adicción al alcohol y a las drogas duras. Dichas causas no fueron otras que la manipulación a que fue sometida Winehouse por su padre Mitchell, un taxista obsesionado con volverse millonario así fuese explotando sin la menor conmiseración a su propia hija, en complicidad con Ray Cosbert, manager de la muchacha, igualmente obstinado en lucrar al máximo con su popularidad.

Ello se tradujo, entre otras barbaridades, en obligarla a realizar una gira ininterrumpida de casi cinco años e innumerables presentaciones en público, con todas las tensiones que comporta cada actuación para cualquier artista y más aún para una que apenas había entrado en la adultez. A fin de no pausar aquel incesante ir y venir Mitchell, alentado por Cosbert, incluso se opuso a que Amy se sometiera a un tratamiento para poner coto a su entonces incipiente dependencia del alcohol. El hecho es que la gira culminó, pocas semanas antes del fallecimiento de Amy, con una escandalosa presentación en Belgrado, donde ella se resistía a subir al escenario y finalmente fue forzada a hacerlo de mala manera por sus custodios, quienes empero no pudieron hacerle recordar las letras que olvidaba obligando a reiniciar una y otra vez cada canción, hasta provocar el furioso estallido del público. 

Por añadidura, en el ínterin Amy había sido seducida por, otro chupasangre, un tal Blake Fielder-Civil, quién la empujó hacia la cocaína, la heroína y otros alcaloides y con el cual contrajo un tóxico matrimonio, signado por los abusos así como por el maltrato recurrente de él, hasta terminar en la previsible ruptura que se sumó a las otras afectaciones mentales, acentuando así a grados extremos los trastornos psicóticos de Winehouse.

Todo ello ha sido omitido en Back to Black, se presume debido a que papá Mitchell aportó una considerable cantidad de dinero a la producción, condicionando el enfoque que tomó el guion en una nueva de las varias maniobras de lavado de imagen intentadas por aquel luego del óbito de Amy. Así la película de Sam Taylor-Johnson se limita a repetir hasta el hartazgo escenas mostrando a la protagonista frente al micrófono, que se alternan mecánicamente con otras focalizadas sobre la tortuosa relación matrimonial de Amy y Blake, cuyo tratamiento narrativo se atiene al pie de la letra a las fórmulas hollywoodenses de los más pedestres melodramas. Ese modo de estructurar el relato: a cada secuencia dramática le sigue una canción cuya letra reitera lo que se ha escuchado o se escuchará a continuación, monocorde ir y venir que en lugar de permitir la aproximación del espectador al personaje protagónico lo va distanciando, o dicho de otra manera termina aguando la contextura emocional de esa historia a la que, en la vida real, le sobraron momentos trágicos, congojas y aflicciones. Bien podían haberse destinado algunos de los 122 minutos del metraje, malgastados en sosas y previsibles escenas, a tratar de acercarse al personaje en esos momentos, cuando sola, encerrada en sus dolores e incertidumbres, daba a luz a sus creaciones, franqueando de tal suerte la mencionada aproximación a su dimensión humana, mutada por la directora en un intraspasable acartonamiento.

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No le va mejor tampoco al resto de los personajes, pero es particularmente imperdonable la flagrante tergiversación del rol de Mitchel en el drama, mostrándolo como un progenitor ejemplarmente amoroso, siempre atento a las necesidades de su hija, distorsión atribuible al antes colacionado soborno que representó su aportación financiera al film. Tal exoneración de cualquier responsabilidad de Mitchel en el doloroso descenso de Amy hacia una inescapable desesperación existencial hace que todas las tintas resulten cargadas sobre el funesto papel de Blake.

No es casual entonces que la escena más larga de la película se detenga en el encuentro entre Amy y Blake en un bar donde ella, entonces ya una celebridad gracias al éxito de su primer álbum, se encuentra dando fin a una bebida espirituosa y rumiando la angustia, como todos los demás detalles de la obsesiva personalidad de la Amy real dejadas, a lo largo del film, sin mayor ahondamiento, que en el fondo le provocaban las presiones paternas y financieras, al igual como el hostigamiento mediático, vicisitudes aparejadas justamente a la fama. Blake, ebrio, finge desconocer de quién se trata y la invita a jugar una partida de billar mientras desde el reproductor de discos se escuchan otras tantas piezas de moda que él acompaña con una mímica estrafalaria apuntada a completar su eficaz estrategia seductora que de inmediato atrapa a la muchacha y narrativamente sienta la base dramática que luego desarrollará de la misma manera esquemática, indescifrable para quienes no conozcan los pormenores de esa historia, reducida en lo que entrega Back to Black a explotar los  típicos altibajos propios de un  melodrama amoroso cualquiera. 

Si bien es cierto que  la canción cuyo título toma prestado la película, que podría traducirse como “regresar a la oscuridad”, estuvo inspirada en la insoportable relación matrimonial entre Amy y Blake, en la cual tampoco escasearon las infidelidades de este último, de allí a considerar que el dolor, la angustia, el sinsentido vital transmitido por todas las composiciones de Winehouse puedan atribuirse únicamente a tales tropezones es entonces otra de las múltiples simplificaciones y distorsiones de Taylor- Johnson, atribuibles asimismo al guionista Matt Greenhalgh, especializado en la fabricación de dudosas biografías fílmicas de figuras prominentes del mundo musical contemporáneo. Entre ellas Nowhere Boy (2009) o Mi nombre es John Lennon, opera prima de Taylor-Wood donde tomando como inspiración la biografía de su media hermana Julia Baird se relata la adolescencia del futuro integrante de Los Beatles. Ese primer trabajo conjunto entre Greenhalg y Taylor-Wood ya exhibía las flaquezas en las cuales reincide Back to Black. Sobre todo la superficialidad biográfica y la distorsión de los entretelones familiares causantes de la espiral autodestructiva que precipitó la prematura muerte de Winehouse. 

Resulta notorio el esfuerzo de Marisa Abela para meterse en la personalidad de Wienhouse, no sólo a interpretarla, por eso asumió el reto de cantar ella y no limitarse a la fonomímica con la voz original de fondo, y si bien lo hace correctamente, la voz y la entonación de aquella eran inigualables. Con todo su personificación está entre lo poco que sobresale en la medianía general de la película, atenida a los convencionalismos, incluso en los restantes trabajos actorales apegados, al igual que todo lo demás, a los clisés, comprendiendo el brevísimo fragmento del tema musical que, se dijo también, presta su título al emprendimiento de Taylor-Johnson, cuyas declaraciones a la prensa trasuntan una empeñosa, cuanto forzada, auto-atribución del carácter de autora, en el sentido de quien posee un estilo propio y una asimismo privativa visión del mundo y de la vida, cualidades que personalmente no he podido detectar en lo más mínimo siguiendo las películas que hasta la fecha puso en pantalla.

Ficha técnica

Titulo Original: Back to BlackDirección: Sam Taylor-Johnson – Guion: Matt Greenhalgh – Fotografía: Polly Morgan – Montaje: Laurence Johnson, Martin Walsh – Diseño: Sarah Greenwood – Arte: Alex Bowens, Joe Howard, Matthew Kerly, Emma MacDevitt, John McHugh – Música: Nick Cave, Warren Ellis –  Efectos: Neil Damman, Joe Holden, Sophie McGown, Hayden Sheridan, Richard Van Den Bergh – Producción: Nicky Kentish Barnes, Alison Owen, Ron Halpern – Intérpretes: Marisa Abela, Jack O’Connell, Eddie Marsan, Lesley Manville,  Bronson Webb, Therica Wilson-Read, Juliet Cowan, Sam Buchanan, Harley Bird, Ansu Kabia, Spike Fearn, Amrou Al-Kadhi, Ryan O’Doherty, Pete Lee-Wilson, Matilda Thorpe, Miltos Yerolemou, Daniel Fearn, Michael S. Siegel, Colin Mace  – ESTADOS UNIDOS, INGLATERRA, FRANCIA/2024 

Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Internet

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José Ballivián: vestirse en tiempos actuales

El artista paceño llevó la muestra ‘Alta Gama / Espíritu Colonial’ a la Galería Nube de Santa Cruz de la Sierra

Por Juan Fabri

/ 28 de abril de 2024 / 06:42

José Ballivián (2024) presentó Alta Gama / Espíritu Colonial en la Galería Nube en Santa Cruz de la Sierra. En esta exposición nos invita a reflexionar sobre la vestimenta en los Andes actuales y los significados que detonan las materialidades vinculadas a la ropa.

La muestra es una serie de obras sobre lo chojcho que viene explorando por lo menos desde hace 10 años. Él dirá: “Lo chojcho es un término usado comúnmente en la zona occidental boliviana para denominar a una persona sin buen gusto para la vestimenta, además de tener la particularidad de ser muy básico en su lenguaje y cultura general”.

Desde mi perspectiva, considero que lo chojcho confronta las miradas exógenas y exóticas sobre el arte del país, donde se busca en Bolivia una especie de “pureza indígena”. Frente a estos discursos, lo chojcho encarna la tensión y la disputa cultural diaria sobre los cuerpos en un territorio atravesado por su historia colonial y la actual globalización. En la exposición, Ballivián relaciona lo chojcho con la vestimenta, pero esta se encuentra ligada inevitablemente con los cuerpos de quienes usan o podrían usar estas prendas.

Dentro del contexto boliviano, uno de los elementos claves de la identificación cultural, pero también de duda sobre si unx es o no indígena, es la vestimenta. El chojcho también va a encontrar en la ropa una expresión sobre su impureza, una disputa de sus ideas y una forma de habitar la ciudad llevando estas vestimentas.

El premiado artista contemporáneo José Ballivián nació en La Paz en 1975.
El premiado artista contemporáneo José Ballivián nació en La Paz en 1975.

En Bolivia recientemente vivimos el censo de población y vivienda (2024) que se realiza cada 10 años y que brinda una idea de quiénes somos como país. Dentro de una de sus preguntas se planteó la pertenencia o autoidentificación a una nación indígena. Los activistas aymaras convocaron a la población a identificarse como aymaras (por ejemplo, el concurso de video para aymaristas convocado por Elias Ajata) si es que sus padres o sus orígenes eran aymaras, más allá de si hablaban o no la lengua. Estos planteaban que ser de una nación indígena en Bolivia trasciende el vivir en el área urbana o rural, es una identidad, una pertenencia. Sin embargo, las identidades para el censo han sido entendidas de manera esencialista, es decir, si eres aymara, no podías ser guaraní o de otra nacionalidad, sólo debías escoger una opción. Lo mismo sucedió con temas de género, donde solo había dos opciones excluyentes, hombre o mujer, omitiendo el otro universo de posibilidades; de esta manera el Estado negó las diversidades que tanto publicita.

La discusión sobre las identidades, particularmente en torno a las nacionalidades indígenas, en el Estado Plurinacional de Bolivia es un elemento que constantemente está en debate tanto en el campo político como en el estético y es sobre lo que viene discutiendo el artista paceño José Ballivián, quien frente a estos discursos esencialistas, nos propone un ser chojcho. Es decir, un lugar de enunciación que está vinculado a lxs hijxs migrantes aymaras en espacios urbanos y con fuertes influencias globales, pero que no dejan su vínculo con lo aymara. Me pregunto si alguna vez será posible censarse en Bolivia como chojcho. Claramente es una categoría no reconocida en el país, porque va más allá de los esencialismos, y que Ballivián rescata del lenguaje popular.

La vestimenta es un factor importantísimo en los Andes de Bolivia. Dentro las comunidades indígenas existen fuertes controles sociales para que las personas sigan usando ponchos, sombreros, polleras, awayos, por lo menos, respecto a las autoridades originarias. Esto está en tensión con el costo de tiempo, esfuerzo e incluso dinero que pueden costar estas prendas. Frente a la gran oferta de ropa usada proveniente del contrabando que llega desde Chile y que proviene de países del Norte, principalmente Estados Unidos de América.

En la exposición, Ballivián propone que alguien chojcho podría caminar por la ciudad usando un ladrillo como cartera. La pieza Alta Gama consiste en un ladrillo sujeto con una wiskha (soga de lana de llama) que de manera conjunta evocan una forma de cartera. La importancia del ladrillo en La Paz y El Alto, ciudades en las que al llegar se puede ver el ladrillo expandido por toda la urbe y que además es símbolo de modernidad, frente al adobe que era el material tradicional con el que se hacían las casas. El usar un ladrillo como cartera enriquece para generar una metáfora de lo que nos colgamos en nuestros cuerpos, más aún que se encuentra serigrafiado el símbolo y las letras de Adidas a uno de los costados. La pintura Ladrillo led también enfatiza la importancia del ladrillo y lo vincula a un toro.

La Feria 16 de Julio o qhatu en la ciudad de El Alto ha crecido acompañada de la gran oferta de ropa usada o de segunda mano proveniente de Estados Unidos, que se vende a precios bajos y que de alguna manera ha quebrado la industria local de ropa en el país. Es decir, para las industrias bolivianas se les hace imposible o muy difícil competir económicamente en el mercado con ropa que viene con etiquetas originales de Louis Vuitton, Balenciaga o Adidas, y que se comercializan en grandes ferias a precios bajos y con una marca avalada por la gran industria de la moda occidental. Por otra parte, la Feria 16 de Julio es quizá el centro comercial más importante de los Andes actuales que toma las calles de El Alto los días jueves y sábado. Además, es quizá uno de los ejemplos más importantes de economías populares en el país. Por otra parte, la Feria 16 de Julio no es la única: todas las ciudades y ciudades intermedias en el país cuentan con algún día a la semana o al mes con una feria donde se revende ropa americana de segunda mano. Dicen que por ello en el campo es más sencillo ver gente usando jeans y zapatillas de marcas globales que pantalones de bayeta o lanas tradicionales, como quizá sucedía hace 50 años.

la muestra del artista José Ballivián se exhibió en la Galería Nube de Santa Cruz de la Sierra.

Ballivián nos propone una obra que refiere a marcas occidentales pero también a la crucifixión cristiana como parte del mismo proceso de imposición cultural. Utilizando una prenda deportiva, un buzo negro, que en la parte de adelante está escrito “Balenciaga Latam”, vinculando a la famosa marca y en la parte de atrás menciona “espíritu colonial”. La obra evoca la colonización y la imposición de las vestimentas en el contexto de la globalización. Un detalle particular es una abarca u ojota, prenda utilizada por las poblaciones indígenas campesinas originarias en Bolivia y que es posible relacionar con los pies de Cristo en la cruz.

Ballivián en la muestra reflexiona sobre el uso de estas marcas occidentales que llegan a Bolivia a manera de ropa de segunda mano o como imitaciones. Podría ser sencillo entender una asimilación cultural hacia las estéticas del norte, usando ropa americana, por los aymaras urbanos o por lxs chojchxs. Sin embargo, al lado de estos jeans, zapatillas o carteras de marcas globales que son vendidas a precios bajísimos, se encuentran también las abarcas, sombreros, ponchos o cinturones de mallkus y jilacatas (autoridades originarias aymaras). Entonces, es posible usar jean con poncho y zapatillas Adidas. También es posible no usar ninguna vestimenta indígena, no hablar aymara, ni quechua, pero preguntarse si se es o no indígena. De la misma manera, alguien que habla aymara y viste como indígena, también a veces duda si es completamente indígena o si quiere seguir siéndolo. La dinámica de las identidades también se encuentra atravesada por el autocuestionamiento de lxs sujetxs.

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Entonces, Ballivián propone que lo chojcho es una manera de existir con estos cuestionamientos existenciales y también con las prácticas. Además, como si se tratara de la antropofagia brasileña, lxs chojchxs se apropiarán de todas estas vestimentas y generará opciones y alternativas particulares. De la misma manera, la pieza Chojcho Cultura es una prenda negra casi como una pieza de un sacerdote con una capucha y el texto explícito que hace referencia a esta identidad. En la zona baja de la pieza, en un lugar casi pélvico, un textil tradicional aymara irrumpe esta especie de túnica.

La obra de José Ballivián nos ayuda a repensar fenómenos como la Feria 16 de Julio y también las discusiones sobre “lo original”, “lo trucho”, la copia, la falsificación, la apropiación, la alienación, lo puro y lo contaminado.

La pieza Ansiedad es una instalación que hace referencia a una chompa o suéter gigante de tres metros de alto. Un tejido elaborado de lana de llama, lana de oveja y lana sintética, que en sus materialidades nos propone la construcción de una pieza en contra los esencialismos. Es decir, en la mezcla, en la unión de varias lanas nos propone la tensión de lo chojcho. En la parte de adelante está escrito con tejido: “Locos por ti”, y en la parte de atrás: “Alta tristeza”.

Recorrer esta exposición de Ballivián invita a imaginar a sujetxs que recorran la ciudad con estas prendas chojchxs y que estas sean la expansión de sus cuerpos y las dinámicas de las identidades. Por otra parte, la obra de Ballivián me permite reflexionar que el arte contemporáneo en Bolivia, que por su tradición es principalmente occidental y que llega al país y se articula con las reflexiones y búsquedas locales, puede ser en sí mismo chojcho, por su carácter impuro.

* Juan Fabbri es licenciado en Antropología, maestro en Antropología Visual y Documental Antropológico y candidato a doctor en Antropología Cultural (Uppsala Universitet, Suecia) y docente investigador en la Universidad Mayor de San Andrés.

Texto: Juan Fabri

Fotos: José Ballivián

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Dos con sesenta

El periodista argentino Jorge Barraza escribe este homenaje al minibús paceño

/ 28 de abril de 2024 / 06:29

“Obrajes, Prado, Pérez… Obrajes, Prado, Pérez…”, la cumbia de Radio Cutipa se te hace pegadiza. Y los carteles, familiares. Yo espero Achumani Complejo. Dos con sesenta y me deja enfrente de casa. Más que el teleférico, más que el respeto de los bolivianos, más que la marraqueta, adoro esa institución nacional llamada “minibús”. Es una maravilla paceña. Vas a la cancha, te tomás el que dice Miraflores, vas al centro, a la Plaza Murillo. Son ágiles, prácticos, simples. Te paran donde estés y te dejan donde vas. No existe nada más sencillo. Ni en Suiza.

La Paz es la única capital del mundo sin transporte público. Es privado, particular. Depende todo del minibús. Pero funciona. Sin tren, sin metro, sin tranvía ni líneas de colectivos (las mínimas que hay no se cuentan como tales). El PumaKatari mitiga en parte esas carencias, aunque sin la agilidad de las combis, tiene recorrido y paradas fijas. Si no estás en la parada, sigue de largo. Y la cantidad… En la 21 de Calactor, frente a la iglesia de San Miguel, da el semáforo en rojo y paran 20, 25 minibuses juntos. Y atrás viene otro cardumen. Y en la calle anterior, igual. Es un servicio nacido de la espontaneidad, una hermosa informalidad, que ni en el primer mundo. Ya quisieran.

“Cómprate un Quantum”, me sugieren. “Es muy lindo y lo estacionas donde quieres”. ¿Para qué…? Mi Quantum es el minibús. Dos con sesenta, me lleva a todos lados, es veloz, comete todas las infracciones de tránsito tolerables, mete la trompa y se adelanta a los autos particulares… Me encanta. Y, mientras, voy con el celular, leyendo noticias o enviando whatsapps.

Están las incomodidades, claro. Voy a Sopocachi y me toca uno de esos asientitos plegables que obligan a levantarte a cada rato, bajarte, abrir la puerta, dejar pasar, volver a subir, cerrar la puerta… Tengo al lado una señora que lleva el perro al psiquiatra y enfrente un muchacho que no para de hablar por teléfono. Quiero silencio. Después de la lluvia quedaron baches en todas las calles y cada vez que agarra uno, salto del asiento. Pero es lo que hay. Y aún a los saltos sigo amando al minibús.

“La Montes, La Ceja, El Alto…”, sigue Radio Cutipa, con el amigo René Hamel en la flauta. “Toma el que dice 20 de Octubre”, me recomiendan. Voy al consulado argentino a ver a Walter Giménez, un santiagueño que jugaba en Municipal y era una puerta vaivén: te pegaba de ida y de vuelta. Me bajo en Aspiazu, media cuadra y estoy en el consulado. Contento. Me tocó un asiento adelante y pasé todo el viaje relojeando al chofer del minibús, un talento de aquellos. Manejaba con pericia de Fórmula Uno, todo bajo control, el tránsito, los pasajeros, el cambio. Pasaba los semáforos después del amarillo, pero bien, con clase. Tenía puesto audífonos y era una máquina de hablar por teléfono. Una llamada, otra… Habló con la mujer, casi en susurros, porque los bolivianos hablan suavecito, pero se escuchan. Era casi un bisbiseo. Hice mis indiscretos esfuerzos por captar algo, sin éxito. Al final musitó un “te quiero” o algo así. Luego hizo todo un trámite telefónicamente mientras conducía, cobraba, paraba para subir a alguien, y entre todo eso, le había quedado un asiento libre y tocaba la bocinita para atraer nuevos clientes. Y todo tranquilo, sin mover un pelo. Verdaderamente, un crack. En Londres o en Barcelona no lo entenderían. Como esos mozos argentinos o uruguayos que atienden una mesa de ocho, les piden ocho platos distintos, no anotan nada y te sirven todo perfecto.

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“¡Esquina…!”, grita una mujer de atrás, cuando ya la combi había arrancado. “Tiene que avisar, señora”, responde el del volante sin levantar la voz. “Le dije que en la 15”, protesta la pasajera, gruñona. El piloto no se inmuta, le para. Total, una parada informal más no hace diferencia. Me resulta curioso la profesionalidad de los choferes, nunca hablan con el pasaje, son serios, se ciñen a su cometido y van escrutando todo. Tampoco discuten con otros minibuseros cuando se enciman por el tráfico. Cada uno a lo suyo. Al comienzo, por esa modalidad de cobrar al final del viaje y no al principio, me bajé tres o cuatro veces, cerré la puerta y me iba sin pagar. No me acordaba. Me lo pidieron correctamente, sin estridencias: “Boleto, señor…” Me avergoncé y me disculpé más que suficientemente. Luego aprendí, ahora pago antes de bajar.

“Cotahuma, Alto Tejar, Buenos Aires…”. Uno que viene de una urbe donde hay siete ferrocarriles, cada uno con varios ramales y decenas de estaciones, seis líneas de subterráneos y miles de colectivos, minibuses y metrobuses, se extraña. ¿Cómo hace? Pero el minibús se hace cargo del no transporte público. Es un pulpo cuyos tentáculos alcanzan todos los barrios. Villa Fátima, Achachicala, Chasquipampa, Calacoto, Irpavi, Sopocachi…

Me voy y lo extraño. Estoy en Buenos Aires, que tiene todo y no es cómoda, sujeta a horarios y reglas. Como dice el tango de Discépolo, “hay que rajar los tamangos” (gastar los zapatos). No hay organización mejor que la desorganización del minibús.

“Obrajes, Prado, Pérez…” Dos con sesenta, te acomodás bien y vas feliz.

Texto: Jorge Barraza

Foto: Archivo

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