Wednesday 6 Dec 2023 | Actualizado a 03:20 AM

Samaipata, vendimia cruceña

La variedad Cabernet saugvignon está en su punto de maduración. Es la última cosecha de uvas de este año. Los valles cruceños fueron tierras vinícolas que proveían a los centro religiosos y a las ciudades mineras.

/ 17 de marzo de 2013 / 04:04

Huelen? Es la uva madura, el elixir de los dioses”, dice Francisco Roig mientras pasea por un camino de tierra rojiza junto a su amigo y socio Peregrín Ortiz. Allí crecen 16 mil plantas de vid. Caminan por su viñedo de seis hectáreas en Samaipata, al que bautizaron Uvairenda. El olor dulzón que impregna el aire viene de la variedad Cabernet saugvignon, que está en su punto de maduración.

Entre las hileras de una de las parcelas del campo, la número cinco, asoma de vez en cuando alguna que otra cabeza cubierta con gorra o sombrero, que luego desaparece, camuflándose entre las telas blancas que cubren las parras. Ahí, medio agachados, están los trabajadores realizando la vendimia samaipateña. Tijera en mano, van racimo por racimo, cortando y colocando los pequeños frutos morados en cajas de plástico blanco. Acaba de comenzar marzo y es el momento de la vendimia de esa variedad de uva, la última del año.

Los dueños del viñedo caminan en dirección a la bodega, un edificio de dos plantas levantado con ladrillo, piedra laja, cristal y tejas. Ahí se “fabrica” y se deja fermentar el vino. “La mayoría de las bodegas son galpones industriales climatizados, pero si ustedes miran el paisaje, con tantas casas coloniales, sería un crimen poner un galpón en un lugar tan idílico como Samaipata. Lo que decidimos hacer fue rendir homenaje a la arquitectura tradicional”.

En la puerta trasera se acumulan las cajas que traen los jornaleros, cargadas al hombro, por los empinados senderos entre las hileras de uvas. El ingeniero enólogo Rodrigo Aguilar y la ingeniera química María Eldi, ataviados con sus batas blancas, se encargan de pesarlas para, luego, transformar su contenido en vino.

Primero, vuelcan las uvas en la máquina despalilladora: ésta separa por un lado el escobajo (que luego se usa para hacer abono) y la pulpa y la semilla caen a través de un tubo, convertidas en una especie de crema acuosa de color morado, a un tanque que puede ser de acero inoxidable o de PVC no degradable. Y ahí se queda, realizando la fermentación alcohólica (que dura entre cinco y diez días). Éste es el llamado vino de gota, de mayor cuerpo.

El fondo sólido que queda en el tanque se pasa luego a la prensa tradicional de roble: de ahí, sale el vino de prensa. Cada uno sigue un proceso diferente hasta llegar a la copa del consumidor.

Luego viene otra fermentación, la maloláctica, en la que el ácido málico (que está en la pulpa de la fruta) se convierte en ácido láctico. Esto, explica Ortiz, le aporta un gusto similar al de la mantequilla que queda en el paladar. “Le da cierta redondez para que la acidez no se sienta tan agresiva en la boca”.

Tras varias semanas de fermentación, el vino se limpia de partículas sólidas con gelatina o clara de huevo. Por último, el líquido pasa por una filtradora, se embotella y, con la encorchadora manual, se le coloca el tapón, la cápsula de PVC que la recubre y se etiqueta.

Este trabajo es, casi siempre, realizado por mujeres de la zona, que suelen ser empleadas a media jornada durante el curso escolar, para que puedan tener una actividad económica y, al mismo tiempo, estar con sus hijos.

Uvairenda es el nombre de la bodega, una mezcla de castellano y guaraní que significa “el lugar de la uva”. Los vinos han sido bautizados con la cifra 1750, que no hace referencia al año de fundación del viñedo, pues estos dos socios no vienen de familias con tradición vinícola: es la altura media a la que se encuentran sus campos de vid. Y ellos, dicen, no son bodegueros con tradición, sino unos “locos” del vino.

Los valles cruceños fueron, junto con los campos de Tarija, tierras vinícolas que  proveían a los centros religiosos de la colonia y, también, a la clase pudiente de las ciudades mineras. En general, no podía faltar el líquido alcohólico en el virreinato del Perú. Durante la segunda mitad del siglo XVI, el virrey Francisco de Toledo promulgó la siguiente ordenanza: “Que en cada tambo haya un español ó cacique ó otro indio que tenga posibilidad, y que éstos se encarguen de los dichos tambos, y de tener en ellos mantenimientos y provisiones necesarias para los caminantes, y sus cabalgaduras y de pan, vino, maíz, carne y leña, yerba y agua” (sic).

Samaipata se encuentra en la zona de producción de uva de Sudamérica, por debajo del Codo de los Andes (donde la cordillera occidental cambia de rumbo), que separa los bosques amazónicos de las planicies subtropicales chaqueñas y que se encuentra a la altura del municipio de Buena Vista (que es parte de la gran área cafetera del continente). Hoy, todavía se ven, al lado de la carretera hacia Samaipata, viñedos antiguos de cepas retorcidas, algunas originarias de Alejandría. Y, los porches de las casas están hechos de parrales. “Es el estilo tradicional, a lo español”, coinciden Roig y Ruiz.

Una vez instaurada la República, en el siglo XIX, ya no quedó quién velara por los cultivos de vid, explica Roig. Algunas familias mantuvieron pequeños viñedos para consumo propio, hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando inmigrantes (croatas, libaneses…) comenzaron a rescatar esta actividad en los valles cruceños.

Ruiz y Roig también retomaron el cultivo de la uva en Samaipata hace una década. “No somos los primeros en plantar uva, somos ‘renacentistas’”, dicen. Amigos desde los cinco años y amantes del vino, se les ocurrió tener su propio viñedo para producir zumo de uva fermentado, de calidad y a pequeña escala. Aunque, para hacer honor a la verdad, también tuvo que ver en esta historia la esposa de Roig. Él emigró a Estados Unidos a los 17 años para aprender inglés. “Hice mi vida allí y me enamoré de una francesa. Y, por una mujer, se hace todo, hasta vino”, comenta. En el país norteamericano estudió primero Economía y, después, Enología en la Universidad de California en Davis. Y retornó a su tierra, Santa Cruz, con su pareja y con la idea de plantar sus cepas. Pero ninguno tenía tradición familiar vinícola (ni siquiera Roig, hijo de tarijeño y nieto de catalán, ambas tierras productoras de vino), por lo que no habían heredado ningún terreno con vid.

Los dos amigos comenzaron a investigar cuáles eran las zonas aptas (tanto por el tipo de tierra como por tradición) para plantar uva en Bolivia.

Tras descartar varios lugares, quedaron tres localizaciones en su lista: el Valle de la Concepción, en Tarija, y Vallegrande y Samaipata, en Santa Cruz. Finalmente, se decantaron por la última porque, dicen, está en la región con mayor potencial vinícola del país y con condiciones climatológicas perfectas: tiene temporalidad estacional y, además, el lugar se encuentra a una relativa altura. Así, la uva, crece menos que al nivel del mar pero concentra el sabor en pequeños granos, así como los taninos y otras sustancias químicas antioxidantes.

Los dos socios adquirieron un terreno de una hectárea y plantaron en él un centenar de plantas de diferentes variedades de uva tarijeña. Ése fue su viñedo experimental: con él supieron qué especies serían las apropiadas para cultivar en la zona. Era el año 2004. Tres años más tarde, Roig y Ortiz ya tenían cinco hectáreas ubicadas en la ladera de una loma en dirección al oeste, de tierra pedregosa y rica en minerales, y en estado de erosión. Ahí establecieron sus viñedos, en terrazas, con riego por goteo que utiliza agua de lluvia acumulada.

Hoy, siguen teniendo viñedos experimentales. De lo que sale de esos terrenos, sólo lo prueban los dueños, los trabajadores y los allegados. Lo mismo sucedió con las primeras cosechas: tuvieron dos de prueba y se lanzaron al mercado. La primera, la de 2010, dio 1.200 botellas. El año pasado, ya fueron 6.000. Este año se espera llegar a las 10 mil.

Uvairenda produce vino boutique: viene de un viñedo pequeño y se realiza de forma tradicional. Hay 1750 tinto (de las variedades Cabernet saugvignon, Syrah y Tanat) blanco (de la cepa española Torrontés y de las francesas Chardonnay y Saugvignon blanc) y rosado (que se obtiene de la syrah). El 50% de las cepas de Uvairenda son de la Cabernet sauvignon. Al ser tinto, el proceso de elaboración dura entre seis y ocho meses; los blancos necesitan de tres a cuatro.

También hay cultivados alrededor de 250 olivos que por ahora apenas producen aceituna (son muy jóvenes) y 300 árboles frutales para que se alimenten las aves del entorno. “Así le aportamos algo a la naturaleza”, explica Roig.

Para los amantes del mundo del vino, y para todos aquellos que quieran conocer más de esta industria creciente, Uvairenda ofrece tours por el viñedo o, lo que es lo mismo, han sumado a Samaipata la oferta del enoturismo o turismo enológico.

Esta experiencia es como tomar vino: el visitante puede ver (los viñedos y la producción), oler (la uva y el zumo que sale de ella) y, por supuesto, probar.

Ésa es al última parte de la visita: en la terraza, con las vistas del verde valle y los tejados del pueblo de fondo, el guía (que puede ser la persona contratada para ello, los mismos dueños o los ingenieros; se puede concertar una visita cualquier día del año) lleva a los visitantes ante una mesa con aceitunas, queso y embutidos samaipateños, y, por supuesto, 1750 de diferentes tipos.

Roig sirve los caldos en copas con adornos hechos mediante la técnica del arenado manual. “Tenemos 150 diseños diferentes, que los hace un artesano del pueblo, un español afincado aquí”, explica Ortiz. “Primero, hay que tomar el vino y mirarlo, ver la lágrima que deja en la copa.

Cuanta más lágrima, más alcohol tiene”, guía Roig. Después, hay que introducir sin miedo la nariz, todo lo que se pueda, en la copa. Ahí ya se pueden sentir los aromas de ciertas especias, etc… que sólo un experto o un nacido con un olfato muy desarrollado pueden percibir. Y, luego, llega el momento más esperado: la cata.

Para cambiar de vino, hay que echar agua en la copa, limpiarla, y servirse el siguiente. Al terminar, el visitante se lleva la copa de recuerdo.
Al llegar al pueblo, de casas bajas y puertas de cuatro hojas, uno puede comprar botellas de 1750 en la tienda de la esquina o pedirlo en varios de sus restaurantes. También puede buscarlo en algunos grandes supermercados de Santa Cruz. Pero hay que tener en cuenta la diferencia de precios, que llegan a oscilar entre los 86 y los 250 bolivianos.

Uno de los primeros lugares que incluyó el 1750 en su carta fue el restaurante Jardín de Asia del Hotel Los Tajibos. En ese hotel se alojaba una eminencia de la vitivinicultura, el chileno Philippo Pszczólkowski. Y los dos amigos, sin vacilar, le llamaron para que probara sus vinos. El experto no les puso ninguna objeción, salvo que los recibiría en el restaurante del hotel.  Pero… no se puede entrar con alcohol. Así que Ortiz y Roig tuvieron que convencer a los trabajadores del local, que no veían con buenos ojos que entraran con seis botellas de vino, de que no iban a atentar contra los vinos del lugar. Y, cuando escucharon cómo el experto alababa el 1750, los encargados se apresuraron en pedir a los dueños de Uvairenda que les abastecieran con sus botellas.

“Queremos ser la joya de la vitivinicultura nacional”, aspiran los socios. Están centrados en la calidad más que en la cantidad, pero ya han establecido alianzas con vecinos de la zona para darles asesoramiento gratuito durante tres años y, así, aumentar hasta 16 las hectáreas de vid.

De momento, no es fácil conseguir este vino fuera de Santa Cruz, pero ya tienen potenciales clientes en el extranjero. “Para nosotros, primero es la gente del pueblo. Luego, la de Santa Cruz, el resto del país y, finalmente, el extranjero”, explica Roig. “Queremos representar a Bolivia, que se conozca lo bueno que tenemos aquí”.

Cómo llegar

Transporte: Buses, desde la terminal de Santa Cruz, de la Av. Omar Chávez esq. Soliz de Olguín y de la Av. Grigotá esq. Arumá.

Hospedaje: Existe una amplia oferta de tipos de alojamiento (cabaña, hotel, etc.) cuyos precios oscilan entre los Bs 20 y más de Bs 400.

Hay dos tours: básico (visita al viñedo e historia, Bs 50) y completo (con degustación, Bs 100). Inf:75026648.

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El canto de las musas

31 artistas participan en la subasta de la galería Altamira, a realizarse en el Gran Salón del hotel Casa Grande el 5 de diciembre.

Por Ariel Mustafá R

/ 3 de diciembre de 2023 / 07:07

Corría el año 2014, habían pasado casi dos años desde que cerramos Altamira, nuestro primer intento de ser galeristas (hoy digo nuestro primer intento, en ese momento era un cierre definitivo). Pero está claro que la musa de las artes no callaba su susurro en nuestros oídos, sabiendo ella –la musa– que su canto no despertaría nuestro dormido e inexistente talento, queremos creer que pensó que en algo podríamos serle útiles.

Conocedores de nuestros vanos esfuerzos de convertirnos en artistas, Daniela Espinoza y yo cedimos a la tentación y volvimos a lo que creíamos saber: ya que no podemos hacer arte, hagamos algo por los que lo hacen. Entonces, si la musa nos tentó con su canto, nosotros tentaríamos a los artistas con el nuestro –nuestro canto, digo– y los convencimos de que aún estábamos a tiempo de seguir juntos y vislumbramos para ellos una subasta. 

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Ese 2014 nos reunimos con siete artistas –que luego fueron ocho– y soñamos un evento que se realizaría por una sola vez. Descorrimos el velo de una subasta con marcadas diferencias de lo que hasta entonces se había hecho. El resto es historia.

La subasta de 2014 se convirtió en la génesis de lo que en junio de 2016 sería el inicio de la segunda etapa de Altamira, en 96 exposiciones, en el maravilloso espacio que hoy tenemos, y en esta décima subasta. Diez subastas de fin de año –16 si sumamos las que hacemos a medio año para Operación Sonrisa– nos hacen pensar que la musa no estaba tan equivocada, quién sabe sea nuestra manera de hacer arte.

*La Subasta de arte 2023 de Galería Altamira se realizará el martes 5 de diciembre a las 19.00 en el Gran Salón del hotel Casa Grande (Calacoto, calle 16 entre Sánchez Bustamante y Patiño N° 8009, La Paz). Las obras de los 31 artistas participantes estarán expuestas al público en este espacio desde las 10.00 del mismo día hasta el momento de la subasta. Los organizadores se reservan el derecho de incorporar para la subasta otras obras y otros artistas que no figuren en el presente catálogo, así como retirar alguna obra presente. Para consultas adicionales, comunicarse a los teléfonos 2796454, 77282963 o 77771484, visitar la galería Altamira (calle José María Zalles 834, bloque M-4, San Miguel) o escribir a sus redes sociales.

Texto: Ariel Mustafá R.

Fotos: Galería Altamira

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La hora del asombro

Oscar García escribe sobre el nuevo disco del músico Juan Andrés Palacios, presentado el 16 de noviembre en el Teatro Nuna

Por Óscar García

/ 3 de diciembre de 2023 / 07:02

Notas sobre notas de Juan Andrés que no son precisamente sus notas, son las notas de todos, de casi todos; no son las notas que hubiera usado Rabindranath Tagore, pero Gesualdo, Glass, Zappa, sí.

No son predictibles, lo que quiere decir que no aparecen como la información básica que tenemos en la memoria musical. Los sonidos articulados en el cerebro se reconstruyen para recordar, como piezas de un rompecabezas. No está una frase, un motivo, una melodía, completa, se reconstruyen como partes y, claro, las más recurrentes, son las que nos hacen pensar en lo predecible o no. Aquí ocurre el segundo caso. Hay casos, por supuesto, en los que sonidos articulados impredictibles den un mal resultado o uno muy bueno, porque sí. Aquí ocurre el segundo caso.

Hay fórmulas minimalistas desplazadas hasta lograr tensiones que sorprenden.

La complejidad en cada pieza es un recurso. Lo que aparentemente es una propuesta ecléctica, puede ser un viaje desde el siglo XVII, armónicamente, hasta el jazz del XXI. Siendo el estilo un modelo repetitivo como el resultado de decisiones compositivas dentro de lo que te está permitido y/o conocido, en estas piezas la técnica y las músicas referenciales están ahí, suenan, construyen, sorprenden, envuelven. Se desprenden del modelado, de la repetición. Varias voces se entretejen en relaciones horizontales, ni paralelas ni simétricas ni consonantes. Se desplazan también en sentido vertical. El oleaje del mar hace eso, de manera autopoiética.

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Cada día, en promedio, se sube como 120.000 nuevas piezas de música, sean con texto o instrumentales, a las plataformas digitales. La gran mayoría se parecen, se repiten. Las músicas de Juan Andrés transitan por las otras orillas. Hay más de dos, como hay un más allá imprescindible que la izquierda y la derecha. Las otras orillas musicales arriesgan el lenguaje. En unos casos al extremo de ponerse máscara de Cage, pero de papel maché y medio mal hecha, y en otros casos, como en las músicas de Juan Andrés, al punto de controlar los atrevimientos hasta el punto justo antes de quemarse. Al punto justo, a la puntada necesaria y en el lugar preciso. Los tejidos Jalq’a hacen eso, de manera manufacturada, poética.

*‘La hora del asombro’, de Juan Andrés Palacio y Rodolfo Laruta y la Sonora Final Los Andes es un disco conceptual escrito para una orquesta de más de 20 músicos. Fue grabado en Argentina y Bolivia con músicos de ambos países y masterizado en España.

Texto: Óscar García

Fotos: Juan Andrés Palacios

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Napoleón

El director británico Ridley Scott presenta una épica biografía del emperador francés. Actúan Joaquin Phoenix y Vanessa Kirby

/ 3 de diciembre de 2023 / 06:59

Desde su ópera prima Los duelistas (1977), la ya larga carrera del director británico Ridley Scott –próximo a cumplir 86 años–, que muchos colegas creen ha sido con demasiada frecuencia subestimada, ha oscilado entre aciertos indiscutibles y tropezones más o menos embarazosos, si bien aún en estos últimos siempre exhibió una potencia visual, en tales ocasiones insuficiente para encubrir las fragilidades del guion y/o la precariedad del armado dramático tal cual quedó en evidencia, por ejemplo, en 1492: La conquista del paraíso (1992), en Hannibal (2001), en Robin Hood (2010) o en Éxodo: Dioses y Reyes (2014). En el reverso de la medalla figuran títulos merecidamente considerados de culto como Blade Runner (1982), Thelma y Louise (1991) y El último duelo (2021).

Su vigésimo noveno trabajo en calidad de director/guionista único o en sociedad con otro(s), cifra a la que deben agregarse tres producciones para las cuales se limitó a escribir el argumento, volverá sin duda a dividir las aguas entre quienes lo incorporen al listado de las dianas de Scott y quienes lo añadan al de sus intentos fallidos a la hora de abordar episodios o personajes históricos.

No es este el primer acercamiento cinematográfico a la controvertida figura de Bonaparte, emperador/guerrero francés valorado asimismo desde disímiles puntos de vista por los cronistas de los episodios que siguieron al desmoronamiento de la realeza gala. De hecho ya en 1911 Michel Carré armó un cortometraje titulado El memorial de Santa Elena en referencia a la isla donde Napoleón murió en 1821 luego de pasar seis años exiliado en ese lugar.

Se anota empero como la más elogiada, entre las más de 40 películas y series dedicadas directa o indirectamente al personaje, la rodada en 1927 por Abel Gancé, una versión muda de la biografía de aquel. Poniendo en claro su admiración hacia el artífice de la construcción del imperio napoleónico luego de la disolución de la primera república francesa, Gancé, quien tampoco disimulaba su adhesión a la corriente histórica centrada en los “grandes nombres” y sus epopeyas en tanto motoras de la grandeza de sus países, consiguió convertir su relato acerca de los años juveniles del futuro emperador en un clásico del cine mudo gracias a las inusuales, para la época, técnicas cinematográficas utilizadas: largos primeros planos, encuadres subjetivos, múltiples tomas con cámara en mano, cortes bruscos, filmaciones bajo el agua y diversos efectos visuales.

Abriendo el paraguas por si acaso, preguntado acerca de su visión de aquellos acontecimientos, que ya abordó incidentalmente en su debut arriba mencionado, Scott declaró que “una película no puede ser una lección de historia”. Esta al menos no lo es: el espectador desinformado saldrá de la proyección tan ayuno de conocimientos como cuando tomó asiento en la butaca. Y ello no sólo debido a que, a diferencia de Gancé, Scott pretende, o finge, renegar de la recién señalada lectura de los hechos históricos, de la envergadura que estos sean, atribuidos sólo a esos nombres y sus proezas, sintonizando por el contrario con la tendencia opuesta, que recomienda poner más bien el ojo en los colectivos y sus reacciones a cada momento del transcurso del tiempo.

El asunto arranca en plena Revolución Francesa de 1789 y se extiende hasta 1821, 31 años, lapso de tiempo relativamente breve en nuestra alocada actualidad, pero en aquel momento, prolífico en acontecimientos sangrientos, confabulaciones e intrigas palaciegas que dejaron huella en la historia. 

Que el Napoleón de Scott no persigue ser una clase acerca del personaje y su tiempo, puede advertirse muy temprano cuando se observa al protagonista asistiendo a la decapitación de María Antonieta, cuando en realidad en aquella instancia Bonaparte se hallaba en Toulon, a 800 kilómetros, una de las varias licencias observadas por los historiadores de Francia, país donde la película fue mal recibida, debido a esos y otros aspectos, observados más por una suerte de “patriotismo” herido, como la inserción al final del film de un cartel donde se menciona que fueron más de tres millones las víctimas caídas en las batallas propiciadas por los delirios de grandeza del sujeto en cuestión en su afán de expandir lo más posible su imperio.

En cualquier caso las referidas “inexactitudes” –tampoco el bombardeo a la pirámide egipcia acaeció en la realidad– no constituyen el punto más flaco de un relato que elige como columna vertebral las cartas intercambiadas por Napoleón y Josefina, su pareja durante años, a la cual conoció durante la batalla de Toulón. La tal Josefina había conseguido a duras penas escapar de la prisión donde aguardaba ser guillotinada durante la terrorífica época de Robespierre. Impresionada por las acciones comandas por el futuro emperador, quien a su vez quedó enseguida prendado por una mujer sin complejos eróticos, todo quedó dado para que establecieran una larga, siempre tormentosa, relación cortocircuitada cuando finalmente él comprendió que ella no podría engendrar al heredero que necesitaba para garantizar su descendencia, aunque antes se tuvo noticia de múltiples actos de infidelidad de la emperatriz Josefina de Beauharnais.

Las referidas misivas son leídas por una reiterativa voz en off sin conseguir empero configurar un hilo conductor que faculte al espectador a sintonizar con un relato en demasía fragmentado. Tal vez ello se deba a que, filtró el director, la película terminada duraba algo más de cuatro horas y media, tiempo considerado excesivo por la productora Apple TV+, que –a cambio de los 200 millones de dólares desembolsados para la producción– lo forzó a acortarla a las dos horas y media proyectadas en las pantallas. Dicho de otra manera, lo que allí se ve son retazos de un biopic en gran medida frío, falto de cualquier compromiso emocional, y que en largos tramos da la sensación de haber extraviado la brújula, o de haberse excedido en sus pretensiones sin dar con el tono narrativo adecuado para traducirlas en el producto final, que es en última instancia lo que corresponde evaluar más allá del anecdotario de trastienda, divulgado a menudo con la sola intención de poner paños fríos a las fisuras de un relato o bien a los yerros de un tratamiento que no acaba de justificarse por la manera optada para su puesta en imagen. La frágil consistencia del relato, tal vez ya el guion pecaba de errático, se constata, entre muchas otras cosas, en la aparición y súbita evaporación de personajes que parecieran llamados a tener un rol preponderante en aquel. Caso paradigmático el del niño enviado por Josefina a recuperar el sable de Napoleón y del cual no vuelve a tenerse noticia en el resto de la trama.

Scott puso el máximo esfuerzo por dejar en evidencia, incluso para el espectador más distraído, su distanciamiento de los patrones estandarizados en las películas inspiradas en célebres eventos bélicos, deslizando el acento dramático a los entretelones de la relación sentimental entre Napoleón y Josefina, con sus dramas y miserias. En cierto modo podría imaginarse que lo tentó la eventualidad de equiparar lo hecho por Stanley Kubrick  en Barry Lyndon (1975). Por eso no deja de constituir tampoco un contrasentido que los mejores momentos sean aquellos donde el director saca a relucir el pulso para el tratamiento icónico al que aludí arriba, mientras el énfasis puesto sobre dicha relación se va aguando a consecuencia de la desarticulación del relato.

Así lo más rescatable en el pretencioso emprendimiento de Scott termina siendo la iluminación, el encuadre, el montaje, las tomas en cámara lenta de las secuencias dedicadas al asalto a Toulon y en especial las que describen el sangriento enfrentamiento sobre hielo en Austerlitz (1805) entre el ejército napoleónico y las fuerzas de la coalición ruso-austriaca. No obstante hasta esa finura para la puesta en imagen se ve un tanto opacada por el desequilibrio que atraviesa toda la película. No era imprescindible el detallismo en las escenas sangrientas que llegan al extremo de mostrar cómo una bala de cañón atraviesa el pecho de un caballo, o a cientos de soldados británicos ardiendo, en planos de detalle, mientras escapan, en Toulon justamente, del fuego graneando disparado por las huestes galas.

Joaquin Phoenix, el elogiado protagonista de Her ( Spike Jonze/2013) y Joker (Todd Phillips/2019)  también da la impresión de estar afectado por esa deambulación narrativa y al final tampoco termina de saberse si el sostenido enfurruñamiento anticarismático, irritante asimismo, de su personaje es el gesto elegido para traslucir los malestares íntimos de aquel, o si es el propio actor el que terminó atrapado en la duda de cómo descifrar hacía donde apuntaba la mira del director. Como Josefina, Vanessa Kirby tampoco parece muy cómoda en su tarea, limitándose a una gesticulación, excedida en ciertas escenas y fronteriza con la inexpresividad en otras.

Hablando de la irrefrenable ambición del personaje, esta fue interpretada, por algunos sicólogos como un reflejo reactivo para compensar el presunto complejo de inferioridad – incluso hay una patología sicológica bautizada como “complejo de Napoleón” – originado en la baja estatura física de Napoleón. Pero aparte de tratarse, desde el punto de vista político, de una discutible inferencia, ni siquiera era cierto que fuese en verdad petiso. De acuerdo a la autopsia medía 1,68 metros, que para su época no estaban de modo alguno por debajo del promedio. Menciono esto porque en ciertos momentos del film se alude oblicuamente a tal rasgo de carácter, sumando eso más al desequilibrado retrato armado por Scott, quien presenta a Napoleón como una suerte de bufón insensato que se las pasa diciendo tonterías al punto de que desde la platea muchos quizás se pregunten cómo semejante sujeto pudo llegar a empinarse como emperador de casi un continente entero y una de las figuras más influyentes de la historia universal.

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Scott entrega pues un trabajo lleno de vacilaciones y declives, con saltos temporales que están lejos de justificarse narrativamente, emocionalmente plana, insípida en largos pasajes de sus 158 minutos, observable además por la omisión a cualquier referencia a hechos como la restauración de la esclavitud en las colonias francesas y a las incontables expresiones de racismo voceadas por su majestad o ejecutadas incluso contra sus propios soldados de color. Y si antes cité algunas de las tergiversaciones históricas, las escenas de la película donde Bonaparte confraterniza con los reclutas negros más que una licencia puede calificarse de encubrimiento, máxime si Scott se propuso, aunque nunca, lo dije también, queda claro qué se propuso, bajar a Napoleón de su pedestal y ponerlo a nivel de cualquier individuo enfermo de un exacerbado ego varonil.

En definitiva Napoleón acabará, tarde o temprano, engrosando el capítulo de tropiezos en la filmografía de un director activo ya en pleno rodaje de Gladiador 2, aunque me pregunto si no le convendría ir pensando en el retiro, decisión, se sabe, la más difícil para quienes se sienten predestinados a la gloria (al biógrafo, no solo al biografiado aludo).

Ficha técnica

Titulo Original: Napoleón (2023) – Dirección: Ridley Scott – Guión: David Scarpa – Fotografía: Dariusz Wolski – Montaje: Sam Restivo, Claire Simpson – Diseño: Arthur Max – Arte: Petra Balogh, Claudio Campana, Charlo Dalli, Chris Evans-Wilson,  Aline Leonello,  Tamara Marini –  Música: Martin Phipps –Efectos: Javier Aliaga, Henry Badgett, James Bainger, Tom Barber,  Javier Menéndez, Alessandro Ballacci, Georgia Cook, Neil Corbould, Nora Keszeg – Producción: Jimmy Abounouom, Winston Azzopardi, Aidan Elliott, Nicola Fedrigoni, , Ridley Scott, Kevin J. Walsh –  Intérpretes: Joaquin Phoenix,      Vanessa Kirby, Tahar Rahim, Rupert Everett, Mark Bonnar, Paul Rhys, Ben Miles, Riana Duce, Ludivine Sagnier, Edouard Philipponnat, Miles Jupp, Scott Handy, Youssef Kerkour, John Hollingworth, Abubakar Salim, Thom Ashley– EEUU-INGLATERRA/2023

Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Internet

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Tigre campeón 2023

Con tanto lío en el fútbol boliviano, chicanas, peleas, dirigentes y negociados, una federación de fútbol impresentable.

Por El Papirri

/ 3 de diciembre de 2023 / 06:48

ch’enko total

Con tanto lío en el fútbol boliviano, chicanas, peleas, dirigentes y negociados, una federación de fútbol impresentable, guerra sucia, campeonatos paralizados, técnicos que vuelven y se van; sinceramente ya no pude dar seguimiento pulcro a la campaña de mi equipo, el gran The Strongest. Entonces mi nieto adoptado instruye: vamos al partido.

–Papito, tengo que volver a Cochabamba, tu abuelita está solita, no voy a poder.

–¿Cuándo vuelves?– dice el súper nene de seis años masticando algo.

–El viernes, papito, la próxima vamos a la cancha.

De pronto, llamada de mi amigo Tigre, el Weimar, hermano, vamos al partido el domingo, si empatamos o ganamos somos campeones.

–¿Quééé? ¿En seriooo? ¿De qué liga, pues?

–De la liga boliviana, Papirri, le vamos a ganar al Bolívar 2…

–¿Cuál es, pues?

–El Always, voy a comprar las entradas– dice y cuelga antes de que le hable de mi presión. Ya estaba tres días en La Paz, tenía pase a bordo para retornar a la llajta. Incertidumbre.

–A mí no me crees y a ese tipo sí. Qué pasa, pues, abue. Para qué cantas entonces “negro y amarillo, te llevo en el alma” – dice el nene precoz en un lenguaje de grandes. Entonces llamo a la esposa.

–Parece que el asunto es serio, amor. Hoy es jueves, tendría que viajar mañana, pero parece que el domingo somos campeones– le digo implorando.

–Abuela, no molestes, vamos a ir a la cancha– grita el Matías comiéndose un moco. Entonces me empiezan a salir las garras de Tigre viejo, siento que mis dientes se hinchan, sobre todo los caninos, el pecho surge grandioso con pelaje blanco, veo mis brazos ahora musculosos, aurinegros, con índole de varias batallas, me lamo la última herida debajo de la costilla izquierda, la del último campeonato cuando salimos segundos otra vez, mis piernas se vuelven troncos pulidos, mi cabellera se enciende de negro y amarillo.

Voy corriendo a BOA, el corazón se me sale y no me importa, doy zancadas de Tigre africano. “Señorita, deseo cambiar mi pasaje, mañana viajaba, pero el Tigre va a salir campeón, para el lunes a primera hora, o mejor a segunda, ¿a las 10? Ok, ok”. Salgo de BOA, me baño con la lluvia paceña, todo me vale madres, el Tigre, mi club The Strongest, va a salir campeón. Al día siguiente el Weimar dice: “estoy filando en Achumani, parece que no hay entradas, vas a tener que ver otro camino, disculpas Papirri”. Desánimo. Entonces aparece el Matías con su tabla de skate aurinegro, me pasa rozando el hocico, mi lomo le sirve de pista, vuelve y va, toma en el aire una galleta: “¡Viva el Tigre Campeón!”, grita.

–Papito no hay entradas, qué hacemos, ya cambié el pasaje…

–No lloriquees, abue, vamos a conseguir. Somos del Tigre, además vos eres el Papirri, ¿nooo?

Volamos agarrados de su skate aurinegro, vamos a dejar flores a la tumba de mis padres, devoro pasto, mucho pasto, tomo agua del Choqueyapu como antes, seguimos planeando y riendo. Llega el día del partido, mis garras tiemblan, es domingo nublado. Voy a la cancha, llego a la curva sur, son las 9.30 y ya hay cola, recorro, olfateo tigres, nada de entradas, llego desalentado hasta el inicio de la general, veo un enjambre de tigres devorando a un pitufo, salto el charco de sangre celeste, aparece un revendedor: “entradas, entradas”. “Dame una curva”, le digo en africano. “No hay –contesta en aymara– solo general a 70 bolivianos”, el precio normal es 40. “Ya, dame dos”, le digo en siberiano. Feliz con mis dos entradas devoro una salteña prohibida: ya tengo entradas, carajo.

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Entonces vuelvo a mi guarida, me pongo mi chamarra atigrada, mi camiseta amada firmada por el Pájaro. Tocan el timbre, es el Marraketa Blindada cargando el skate aurinegro con el Matías en el hombro. “Compré una entrada demás pensando en ti”, le digo en abrazo atigrado. Saca su celular, filma todo. Llegamos a la cancha, esta full tigres, todos quieren sacarse una foto conmigo, un grupo de tigres jóvenes me hace brindar un trago terrible, otro me da un beso en el ojo, una señora me abraza y suena la costilla, así… unas 50 fotos. Cuando nos íbamos a la general aparecen dos tigres de la Ultra Sur: “Dónde estás yendo Papirri, na’k ver general, vamos a la Ultra”. En aquel momento me abren cancha con una trompeta y aparezco con el Matías y el Marraketa en el corazón de la Ultra Sur, estallan los polvos amarillos, los cuetes encienden la tarde, se inflama la bandera aurinegra gigante, entra el Tigre a la cancha, cantamos “Por suerte soy atigrado”. Emoción, pura emoción, el Matías vuela con su skate aurinegro llegando al arco del Viscarra, lo abraza, vuelve volando. El Marraketa me pide las entradas, “voy a venderlas, Papirri, necesito kibo”, buscamos y buscamos en mi mochila, no hay las entradas, las habíamos dejado en la otra mochila… nos cagamos de risa. Entonces… goooollll del Tigre, nos abrazamos, nos besamos, saltamos de emoción, mis garras se exaltan, la tarde es aurinegra, me siento joven, me cago en la presión. El Bolívar 2 nos empata. Llego al final del partido, literal, al borde del infarto, cierro la tarde con el grito de guerra: “¡Stronguistas: Kaaalatakaya warikasaya!”. “¡Hurra, hurra!”, responde la Ultra Sur y hace temblar el stadium. ¡¡Que viva el poderoso Strongerrr!! ¡¡Que viva carajooo!!

Somos campeones. Luego de siete años. Somos campeones carajo.

Texto y Foto El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

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Salteñas Cardelfi: Delicias con sabor solidario

Por Fernando Cervantes

/ 3 de diciembre de 2023 / 06:30

  Crónicas gastronómicas

Don Javier Callizaya, destacado maestro salteñero oriundo de la localidad de Caranavi (Yungas), llegó a la ciudad de La Paz con tan sólo 11 años de edad y su primer trabajo fue en la legendaria y ya desaparecida salteñería Subterráneo, hace unos 35 años.

Allí aprendió a preparar sus primeras salteñas, ganando la experiencia necesaria hasta tener actualmente su propio establecimiento denominado Cardelfi, en honor a sus padres: Carmelo y Delfina.

Ubicada en el bohemio barrio de Sopocachi, muy cerca del Montículo y de la plaza España, esta salteñería tiene ya más de 15 años mimando a los paladares paceños y algo que hay que destacar es que don Javier es una persona sumamente solidaria, pues invita personalmente sus salteñas a quien no tenga dinero para pagarlas, especialmente a los niños que se acercan con hambre luego de la salida de sus unidades educativas. Cuando le pregunté por qué lo hacía, me contestó que era debido a una infancia vivida con muchas carencias y que también era una forma de agradecimiento hacia esta ciudad en la que, gracias a su perseverancia y esfuerzo a lo largo de los años, ha logrado progresar.

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“Un deleite para su paladar” es el slogan que uno tiene la posibilidad de comprobar con cada bocado de sus sabrosas salteñas, ya sean de hoja, carne, pollo o mixtas, las cuales se pueden acompañar con jugos de frutilla, piña, papaya o plátano.

También se puede solicitar (los pedidos se hacen con anticipación) salteñas de cóctel, ideales para compartir en eventos y que tienen un precio de cuatro bolivianos.

Cardelfi ofrece salteñas de carne, pollo, mixtas y de hoja.

Salteñas Cardelfi

  • Dirección: Av. Víctor Sanjinés N°2633, Sopocachi 
  • Precios de las salteñas: Bs 7 (carne, pollo y mixtas) Bs 8 (hoja)
  • Atención: De lunes a domingo
  • Precios jugos: Bs 8 (plátano y papaya) Bs 10 (frutilla y piña)
  • Pedidos: 2411720-71965534

Contáctenos: Fernando  recomienda Fernandorecomienda @fernandorecomienda, Correo: [email protected]

Texto y Fotos: Fernando Cervantes

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