Nómada por naturaleza
A la hora del show circense, la pequeña caravana de Isaac suele convertirse en un camerino.
La caravana que ocupa Isaac Abuhadba —una motorhome de la compañía Chevrolet que compró hace cinco años— es una casa en diminuto: tiene ocho metros de largo por casi tres de ancho, un dormitorio con televisión de plasma, aire acondicionado, computadora y PlayStation, horno y heladera, ducha con mampara y agua caliente, un sofá que se transforma en cama, un colgador, armarios para los pantalones y las poleras; y está repleta de detalles casi imperceptibles que le aseguran un itinerario bastante confortable en los pueblos y las ciudades que visita junto al circo Abuhadba.
“Como ves —me dice—, no me falta ni me sobra nada. Aquí aprendí a vivir con lo justo, con lo estrictamente necesario”. Lo necesario: fotografías de su hija de seis años, de sus hermanos, de su pareja, peluches que ha ido acopiando gracias a las maquinitas de los salones recreativos de las poblaciones en las que se asientan, una colección de gorros y de viseras, su vestimenta de artista y un árbol desmontable de Navidad que arma en diciembre, que guarda en un bolsón con el cierre de cremallera.
Isaac tiene 21 años, luce ahora un buzo de motociclista y recuerda que creció en una caravana bastante parecida a ésta. Se vistió de payaso por primera vez a los ocho años. Aún conserva un traje de clown que le regaló su abuela cuando era niño. Y actualmente protagoniza dos de los números estelares del mayor espectáculo del mundo: en el globo de la muerte, una esfera metálica del tamaño de una jaula, hace giros imposibles con su moto en compañía de otros dos acróbatas que también cabalgan en motocicletas; y en el péndulo doble da vueltas y vueltas sobre una estructura cilíndrica mientras realiza piruetas y saltos mortales que entusiasman al público. Isaac no sigue ningún ritual para entrar a la pista. Tampoco maneja amuletos para atraer la buena suerte. No ha sufrido —hasta el momento— ningún accidente serio. Y a la hora del show su pequeña caravana se convierte en un camerino gigante.
“Es una locura. En ocasiones, apenas me dan tres minutos para alistarme. Y alguna vez hasta me he equivocado de ropa”, se ríe. Isaac ha colocado un retrovisor de camión dentro de su carromato moderno para comprobar que su indumentaria esté en perfecto estado y asegurarse de que no sobresalga un solo cabello de la cola con la que recoge su pelo. Y después de cada función —y de los aplausos— concentra sus energías en acomodar lo que desordenó mientras se cambiaba. “Como el espacio es chico, para no volverme loco, necesito que todo regrese al lugar que le corresponde”.
Cuna todoterreno
Un artista de circo —aquí, en Europa o en la Conchinchina— es un nómada por naturaleza, un migrante acostumbrado a que los paisajes muten constantemente. Isaac ha conocido decenas de escuelas, ha actuado en los territorios calientes de la Amazonía y, con las manos heladas, en los enclaves mineros del Altiplano, ha compartido escenario con colegas peruanos, ecuatorianos y chilenos, y se considera miembro de una gran familia en la que mandan los saltimbanquis, las mujeres elásticas y los mimos excéntricos. A veces, cuando alguien se enferma, organizan una colecta entre todo el elenco para pagar el hospital y los medicamentos. Y cuando hay algún malentendido, tratan de resolverlo antes de que la sangre llegue al trapecio.
Para recibir a su primer hijo varón, un bebé de pocas semanas que nació justo un día antes de su debut en La Paz —es decir, hace nada—, Isaac tuvo que reemplazar la mesa comedor de la casa rodante por una cuna todoterreno. Cerca de la esquina donde la ha instalado, un cartel prohíbe la entrada a los fumatéricos; a su vera, hay algunos ganchos para los lentes de sol y los llaveros; y en la parte frontal del vehículo, al lado del asiento para el conductor, hay un escritorio para que su hija mayor haga los deberes del colegio. Aquí todo ha sido diseñado para cumplir una función, y hasta los huecos tienen un rol específico (se usan para almacenar zapatos).
En sus ratos libres, Isaac escucha música o va al cine, y suele pasar más tiempo fuera de la caravana que dentro. “La verdad es que disponemos de muy pocas oportunidades para distraernos— me dice mientras toma un mate para combatir el frío—. En las mañanas, se ensaya, y después hay que limpiar las graderías o el patio para que se vean lindos cuando llegue gente. Y cuando no se ensaya ni se limpia toca montar o desmontar el circo”, fierro tras fierro.
La carpa (con todos sus implementos) pesa alrededor de tres toneladas, y solo para guardar la tela utilizan un tráiler entero.