Productos únicos – El aroma y la nostalgia
Siete marcas compiten por convertirse en el Producto Paceñísimo. Siete paceños cuentan sus vivencias y recuerdos con éstos ahora que viven en el extranjero
Siete productos, siete formas de vivir la paceñidad. Los amigos, la familia, los paseos, la salud, la fiesta, el postre y la sazón. Siete paceños que viven en siete países diferentes evocan a estos productos que compiten para convertirse en el Producto Paceñísimo. La undécima versión del Premio Empresarial La Paz Líder (PELPL), que fomenta el desarrollo económico y la generación de empleos en el municipio, presenta por primera vez esta nueva categoría.
La ciudadanía elegirá al ganador votando a través de la página www.lapaz.bo, en la fanpage de Facebook del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz (GAMLP, https://www.facebook.com/MunicipioLaPaz/) y en la cuenta en Twitter @GAMLP. Además, existen ánforas en los supermercados Hipermaxi. Hoy, 18 de noviembre, vence el plazo para la votación. ¿Cuál es su producto favorito?
Windsor: la hora del té
Echo de menos la hora del té en familia en La Paz. Con el tiempo desarrollé el gusto adquirido por una variedad específica: el té negro con canela y clavo de olor, y por una marca en particular. En casa no podían faltar las bolsas de té Windsor, las del sobre amarillo. No se compraban otras. Pero fue cuando salí de Bolivia para vivir en la Ciudad de México que relacioné ese producto con algo paceño, algo familiar, algo mío. Recordar su fragancia suave y cálida me llena de nostalgia. Revivo una rutina muy especial. Me veo acompañando a mi mamá al mercado cada domingo. Poco a poco fui aprendiendo la ruta: el puesto de inicio, los intermedios y el final. De ella aprendí qué comprar, de dónde y cuánto. Para ella no había otro té que el Windsor. Ahora es también mi favorito.
Cuando sé que alguien vendrá a México, busco que me traiga una caja de té y, de ser posible, un kilo de galletas de agua. Acá no encuentras ninguna de las dos cosas. Me casé hace poco y fue muy lindo saber que él disfruta tanto como yo del mismo té. Al saborearlo juntos nos sentimos de regreso en La Paz: con frío, rodeados de montañas y calles empinadas, felices. Algunas cosas cambian y otras no. La rutina de mi infancia y adolescencia ha quedado atrás. Mi mamá aún va al mercado, pero solo ocasionalmente, no cada domingo. No tiene caso comprar comida para una semana cuando solamente ella está en casa. Extraño ayudarle a cargar las bolsas y recordarle que estamos a medio camino, el tiempo perfecto para hacer una pausa y tomar api con pasteles. Me hace falta el té, me hace falta ella. Pero la tecnología acorta las distancias y amortigua algunas carencias. Hablamos con frecuencia. Sé que no pierde la costumbre de tomar una taza de té con canela y clavo de olor antes de dormir.
Víctor Quintanilla, México
Splendid: sabor a infancia
Los helados Splendid saben a mi infancia, a mi padre conduciendo y aparcando en la puerta, a mi madre preguntando qué sabores queremos y a mi hermana y a mí pidiendo dos bolas en lugar de una. Significa ver los superpoderes del señor o señora de turno cogiendo el helado y, sin tocar el barquillo, estirar la mano para entregártelo, casi como si flotara.
Mocochinchi, granizado y chocolate: sus sabores son únicos en el planeta. Vivo en Granada y he intentado hacer alguna versión, pero no lo logré nunca. Una vez mezclé helado de nata con algo de mocochinchi (traído de La Paz), pero no logré ni acercarme. Me encanta hablar sobre su existencia con amigos o amigas de por acá, explicarles qué es el mocochinchi y que es mi sabor favorito junto con el de canela. En fin, a esperar vacaciones en las alturas para pasarme por la plaza, con mis padres, mi hermana y ahora también con nuestras wawas.
Alejandra Fajardo, España
Paceña: gusto a juventud
En China la marca local de cerveza más popular es la TsingTao; abominable, pero su precio lo compensa (Bs 4 la botella de 750 mlts). Hay otras como la YangJing o Harbing que suelen ser más potables, pero no dejan de ser poco remarcables. Alguna vez dije que la cerveza no necesita más que estar fría y lo demás es pura ganancia, pero lastimosamente en Beijing existe la muy mala costumbre de servir la cerveza tibia (¡horror de horrores!) Solo en verano, si uno tiene suerte, se la puede pedir helada. Pero por alguna razón, estos brebajes, aun tibios, son extrañamente placenteros a la hora de acompañar la cocina china.
Hay otras opciones. Hay una tremenda variedad de cervezas de todo el mundo en restaurantes y mercados. Descubrí mi gusto por la excelente cerveza belga: blanca, de trigo y agradable al paladar. O bien se puede uno dar una vuelta por las muchas casas de cerveza artesanal que existen en los hutones (callejones tradicionales de Beijing), donde la variedad de sabores solo es tan grande como la imaginación de los dueños. Pero he aquí mi dilema: vivo en China desde 2009 y hasta ahora, de entre las bellezas que me han hecho falta de mi tierra, a riesgo a sonar patrocinado, ninguna como una Huari bien fría de la Cervecería Nacional.
Cada vez que vuelvo a La Paz y abro una botella de Huari, confirmo que ese sabor a hogar, a juventud, a un poco de libertinaje y despreocupación, sigue estando ahí. Me reconforta, me alegra y me reafirma esa creencia que tengo de que cuando uno se va, una parte nuestra siempre se queda.
Andrés Jiménez, China
Mentisán: todopoderoso
El mundo moderno es un campo abierto. Lleno de oportunidades, donde dar la talla comienza por saber tomar el metro. Ese lugar donde el rostro del desconocido es un tabú y donde ocupar el espacio es una coreografía de calibración de las distancias. Esas mismas que no estresan ni un poco a quienes se pegan a los cuerpos sin ninguna vergüenza. El mundo es un campo abierto, lleno de oportunidades, de bacterias y virus que te dan la bienvenida. Pensé dos cosas cuando sentí una leve hinchazón en el labio. La primera: el hombre bajito que no dejaba de mirarnos en el metro de París, que gritó al salir, más asustado que asertivo, “¡Permiso, permiso!”, y que sujetó la barra metálica con un pañuelo durante todo el viaje. Él lo sabe, tú no. La segunda: el orden número 29 de mi maleta para Europa. Cuando todo el espacio estaba ocupado, alcanzamos a meter en las esquinas y entre las ropas las pequeñeces que habían ido perdiendo su turno en la organización. Dos cosas importantes: los cigarrillos —porque eso todos los que blandimos el fuego lo sabemos, acá el vicio es un castigo económico— y las latitas de Mentisán. Frente al espejo y ante el terror de caer enferma donde nadie te mira a la cara, blandí la crema verde con los dedos. El ardor me recordó que la casa también puede ser la vaselina olorosa que calma la ansiedad y fomenta la fe. En ti, todopoderoso compatriota.
Mary Carmen Molina, Francia
Pollo Copacabana: sazonado con recuerdos
En Nueva York, escoger el pollo frito puede tomar tiempo, pues hay de todo tipo, sabor y origen. Sin embargo, yo extraño los pollos Copacabana, pues vienen sazonados con ese “chin” extra llamado recuerdos. Pese a los nueve años que vivo en EEUU, no he podido olvidar su sabor ni su olor. El orégano es el condimento mágico que lo caracteriza. Para mí, de ahí viene su sabor especial e inolvidable. No pueden faltar las papitas fritas como acompañamiento y, obviamente, el toque paceño que le da la llajua, esa mezcla de tomate y locoto machucado. Incluida en el combo estaba la soda, que para mí era la anaranjada. Todo distribuido en una bandeja del mismo color o, en una cajita, si era para llevar. Pero algo extra venía en cada cajita y bandeja: con el sabor de este producto venían los recuerdos de parte de una vida en La Paz. Es como si cada momento hubiera estado pegado al combo, como si hubiera comido recuerdos.
El pollo que mamá compraba para compartir, en la sucursal de El Prado, cuando era una niña; los muchos pollos que comía con mi chico y que me hicieron engordar un mundo; las cajitas que llegaban a la oficina y que compartimos en la sala de conferencias junto a risas y charlas sobre el trabajo y la vida. Mi amigo que recolectaba huesitos para sus perritos. El tiempo que pasaba comiendo con amigos o cuando compraba pollo e iba a la tienda de mi prima para no comer sola.
Incluso extraño estar sentada en la sucursal de la calle Comercio con una pierna en la mano y tristeza en mi corazón. Así de mucho extraño a este producto paceño.
Brenda Romero, Estados Unidos
Beso de negro Cóndor: ritual de Navidad
El beso de negro de Cóndor siempre ha sido uno de mis chocolates preferidos, más que todo porque lo podía encontrar siempre en la calle. Me recuerda a la época de Navidad, sobre todo cuando salía con mi abuelita a comprar cosas para decorar la casa, íbamos a esa feria que se abría en los alrededores de la iglesia de San Francisco. Luego buscábamos adornos en la calle Comercio y casi al final, antes de irnos, siempre nos comprábamos un beso de negro. Ahora vivo en Santiago de Chile y aquí todo viene empaquetado, no puedes encontrar este tipo de chocolate artesanal. No hay nada que te vendan así y tampoco lo he encontrado en Nicaragua o en Honduras, que son otros países en los que he vivido en los últimos años. No encontré cómo reemplazar ese sabor y esa textura, los chocolates son los mismos, de marcas internacionales. Ahora, recordando su sabor, hay algo que lamento mucho: la última vez que estuve de paso en La Paz no pude comerme un beso de negro.
Sergio Hinojosa, Chile
Chizitos La Estrella: compartir con los amigos
Hace dos años y medio si me hubieran preguntado cuando me vine a vivir con mi esposa a Duisburgo en Renania del Norte (Westfalia), Alemania, qué cosas me parecería difícil de encontrar y sustituir, quizá hubiera hablado de productos como la salteña sin aceituna (sin intención de crear un debate innecesario) y la marraqueta. Pero en un país donde los juegos de mesa son toda una tradición, me di cuenta rápidamente de que me faltaban los buenos Chizitos, porque es el sabor de jugar con los amigos y está presente en cualquier actividad social. No hay cómo sustituirlo: si bien existen unos tentempiés que se llaman Erdnussflips que son físicamente parecidos —regordetes, crujientes y con una textura parecida—, éstos tienen sabor a maní. En cambio creo que ese sabor del recuerdo hace que los Chizitos los relacione con mi vida en La Paz.
Marcelo Aguirre, Alemania