Argentina: Una nueva generación de bolivianos se profesionaliza
Los bolivianos migrantes se han dedicado en el vecino país a la mano de obra, la confección y la agricultura. Sus hijos estudiaron y se tecnificaron
Son las 08.00 en la Provincia de Buenos Aires y Freddy Padilla ya recorrió, con la espalda doblada, media hectárea cosechando verduras. Junto a él está Jeanneth, una joven de cabellos negros. Ambos tienen el mismo gesto entre las cejas, pero ella relata su graduación como médica cardióloga, y él recuerda su juventud en Bolivia. “Todos estos productos van al mercado de Bajo Flores, mañana hay feria”, explica Freddy, quien no tiene tiempo para sentarse: debe llenar seis cajas de lechugas y cuatro de cebollas de verdeo.
El agricultor boliviano tiene cuatro hijos, todos ellos llegaron cuando eran niños a Argentina. Su hija mayor, Jeanneth Padilla, de 29 años, se graduó como médica en 2017; fue la primera profesional de la familia. “Mis padres no terminaron la escuela, no tenían opción de estudiar, tenían que trabajar. Yo tuve la oportunidad de ir a la universidad pública”, detalla.
Jeanneth tenía 10 años cuando su abuela falleció por cáncer. Ese episodio de su vida marcó su rumbo profesional; desde ese momento sabía que quería estudiar Medicina para ayudar a los demás. Antes de recibir su título tuvo que hacer una pausa obligada porque había otras necesidades que cubrir. Fue así que sacó primero una tecnicatura y, con el dinero de algunos trabajos, compró los libros que le pedían en la facultad.
Hoy vive en la ciudad de Buenos Aires y trabaja en el Hospital General de Agudos Dr. Cosme Argerich y en el Hospital Universitario (Cemic). A pesar de la responsabilidad de sus dos trabajos, la joven ayuda a sus padres en la venta de verduras. “Mis compañeras al principio me preguntaban por qué llegaba de los descansos con las uñas con tierra o con el mandil sucio. Les expliqué sobre el trabajo de mis padres, no creían que una doctora esté en la quinta”.
Era 1999 cuando la familia Padilla salió de Culpina, un pueblo al sur de Chuquisaca, y emprendió viaje a Argentina. “Me dijeron que en este país el que trabaja avanza y decidí venir. Llegué con un bolso vacío y sin dinero. Empecé haciendo ladrillo; era un trabajo en negro, sin feriados, ni fines de semana. Luego tuve que aprender a cultivar verduras y, después de mucho sacrificio, logré ahorrar y conseguir esta tierra”, recuerda el agricultor desde su quinta, una hectárea ubicada a media hora de la rotonda Gutiérrez, camino a La Plata, provincia de Buenos Aires.
Freddy es uno de los 345.272 residentes bolivianos, según los datos del censo de población 2010 del Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina (INDEC). Aunque los representantes de la colectividad boliviana estiman que hay más de un millón de bolivianos que no participan de los procesos de empadronamiento.
“Admiro un montón a mis papás. Si lo ves vestido así es por sus hijos, es porque quiere que sus hijos estén mejor, sencillamente por eso”, dice Jeanneth.
Obtener un título universitario permitió a Jeanneth acceder al seguro social, y a un sueldo mensual. Además, trajo cambios a la casa de la familia Padilla. “Nosotros que trabajamos en el campo ni pensábamos en tarjetas de crédito, pero mi hija consiguió una y ahora puede comprar electrodomésticos. Es un gran apoyo, pero pese a todo nosotros no nos confiamos y seguimos con la quinta”, afirma Cándida Reinaldes, de 53 años, madre de Jeanneth. Su otra hija, de 27 años, se graduó de maestra jardinera.
Dentro de la comunidad boliviana fueron identificados cuatro estamentos laborales para el residente boliviano: “los profesionales, que pueden provenir de diferentes especialidades; los pequeños empresarios como los talleristas; los agricultores, que trabajan en las quintas y no tienen acceso a ninguna obra social; y los ladrilleros, aquellos que realizan labores de mano de obra pesada”, explica el investigador Sergio Arrieta.
“Vení, te voy a mostrar el sistema de riego automático que tenemos”, exclama un joven en la quinta de los Padilla. Es Jonnathan, de 26 años y el menor de los hijos de Freddy; llegó a Argentina cuando tenía siete años y hoy está a cargo de la venta de los productos. Lleva las verduras hasta las ferias, instala su puesto y contacta a los compradores por WhatsApp.
“Me saco selfies en mi quinta para mostrar a los compradores que no somos revendedores”, aclara Jonnathan.
Los horticultores bolivianos, conocidos también como quinteros, dominan la producción. “El 80% de las frutas y hortalizas consumidas son cosecha de manos bolivianas”, informa Ramiro Tapia, embajador de Bolivia en Buenos Aires. Se estima que en Argentina los pequeños productores son alrededor de 200.000 y que apenas ocupan el 13% de la tierra cultivada.
Pero los migrantes bolivianos no se han quedado solo en la producción agrícola. Con el tiempo han ido consolidando el conocimiento de los flujos comerciales, aprovechando el crecimiento de la economía de los años anteriores y la capacidad de irradiación hacia otros espacios. En los últimos 15 años, los productores comenzaron a avanzar hacia la comercialización a mediana escala.
“En Argentina hay movimiento económico. Acá podés vender rápido una carga grande, en Bolivia no”, explica Jonnathan. Según la Dirección Nacional de Migraciones argentina (DNM), desde 2004 a septiembre de 2020, unos 355.554 bolivianos obtuvieron la radicación permanente en ese país, mientras que 376.420 obtuvieron su residencia temporaria.
LA GRÁFICA
En 2011 hubo más radicaciones resueltas, llegaron a 35.997 las solicitudes de bolivianos aprobadas. Y desde 2017, Bolivia pasó del segundo lugar al tercero en la entrega de residencias; irrumpió las solicitudes de ciudadanos venezolanos, que ocupan el primer lugar, doblando la cifra de solicitudes bolivianas resueltas.
“Vemos cómo las nuevas generaciones continúan el trabajo, pero con un cambio importante, con una producción más sofisticada, con mayor capacitación y muchos pueden administrar mejor que nosotros, los mayores. Nosotros por la necesidad salimos sin estudios”, apunta Marcos Aguilar, asesor de la Confederación de Micro y Pequeñas Empresas Conamype Bol-Arg.
A diferencia de la primera generación de migrantes, que optó directamente por el trabajo y de preferencia en círculos de bolivianos, los hijos eligen, sin abandonar del todo el oficio del padre, la educación como mecanismo de movilidad social y ampliación de sus esferas de socialización hacia los círculos que antes eran exclusivos de los argentinos.
“Gracias a la universidad descubrí la política. Ahí te cuestionás cosas del mundo. Ahí podés ir moldeando algunas estructuras que permitan otros pensamientos”, detalla Carla Olori a través de Zoom. De fondo se ve una mochila con un cinto verde del movimiento feminista.
Carla nació en Buenos Aires. Sus padres tuvieron que elegir entre Brasil y Argentina para buscar mejores opciones laborales, y optaron por este último país por el idioma. “No fue que llegaron y en pocas horas lograron juntar dinero y comprar una casa, fue muy sacrificado. Todo lo dedicaron para laburar”, dice la joven de 32 años, estudiante de Economía y asesora en la Legislatura porteña, quien además trabaja en la mesa de salud de su zona, Villa Cildáñez, para la implementación de políticas públicas a favor de los migrantes.
En la universidad pública de Buenos Aires (UBA) el 4% de los alumnos son extranjeros, y en este grupo predominan aquellos de los países limítrofes y Perú (8.123 estudiantes). Las unidades académicas que presentan mayor presencia de estudiantes extranjeros son: el Ciclo Básico Común (7,2%), la Facultad de Odontología (6,0%) y la de Medicina (5,7), según el censo 2011 de la UBA.
Por su parte, en la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ), universidad pública argentina con sede en Florencio Varela, Buenos Aires, más del 60% de los estudiantes de la carrera de enfermería son bolivianos.
Los alumnos extranjeros asisten mayoritariamente a escuelas estatales. Sin embargo, se advierten comportamientos diferenciales según el país de nacimiento. “Los provenientes de Paraguay, Bolivia y Perú tienen más altas tasas de asistencia a escuelas estatales que el promedio”, informa Mariana Lucía Sosa, investigadora.
El sector textil es otro de los rubros donde los bolivianos incursionan con fuerza. Comienzan como costureros, luego son talleristas que prefabrican la ropa para terceros y finalmente se convierten en fabricantes que tiene su propia marca.
“Llegué a la Argentina cuando tenía tres años. Recuerdo que mis padres nos contaban sobre Bolivia”, cuenta Carlos Eduardo López, técnico químico, mientras levanta dos rollos de tela en su casa en el barrio de Villa Lugano, ciudad de Buenos Aires. Él desembarcó en Argentina junto a su familia en 1993. Eligieron este país debido al auge textil de la década de los años 90 y el tipo de cambio que llegó a un peso argentino igual a un dólar.
“Mis padres tuvieron que ser emprendedores a la fuerza: o luchaban o morían de hambre. Mientras mi padre estaba en el taller de costura, mi madre iba a vender a la feria La Salada en el municipio de Lomas de Zamora”, asegura el joven de 30 años.
La familia López compra la materia prima, elabora toda la cadena de producción y se encarga de la comercialización. Tiene un local a tres cuadras de la plaza General Pueyrredón, en el barrio de Flores, donde vende ropa para niños. Carlos es el encargado de la promoción y venta online de la ropa que confeccionan, ofrece las prendas por Instagram y su próximo objetivo es tener una marca de ropa juvenil con diseños autóctonos e inaugurar otras sucursales.
“Con mi hermana de 25 años estamos pendientes del negocio familiar, ayudamos principalmente con la tecnología. Mi generación sabe que la lucha de nuestros padres no fue en vano. Tenemos que seguir sacando cara por los bolivianos y seguir avanzando”, indica Carlos.
Surge así una nueva generación que sustituye el oficio de los padres o, en muchos casos, lo mejora introduciendo modificaciones técnicas y logísticas; a la vez, cultiva los círculos sociales heredados de los padres, pero se abre también a nuevos ámbitos con argentinos, resultantes de sus apuestas educativas.