Adolfo Cárdenas, padre de ‘la libertad’
El escritor Adolfo Cárdenas
Si La Paz desaparece de la faz de la Tierra, los cuentos de Adolfo Cárdenas serán utilizados para reconstruirla y para escuchar de nuevo las voces de sus personajes
Adolfo Cárdenas, padre de ‘la libertad’. Dijo una vez el poeta: “podrán cortar todas las flores pero no podrán detener la primavera”. Cuando el maestro de aquella escuela de Obrajes, el Instituto Educacional, arrancó la última hoja del cuaderno de Adolfo Cárdenas estaba cortando una flor.
El estudiante había dibujado, emulando las historietas de vaqueros que los amigos canjeaban en el barrio. Todos soñaban con ser Boyd Magers, el autor de sus cómics favoritos, las aventuras del enmascarado Kid Durango.
Todos corrían por la “plaza de la loba” imitando al vaquero pelirrojo Red Ryder persiguiendo forajidos.
Parece una época muy lejana, pero a finales de los años 50 no había televisión (ni pantallitas adictivas). Obrajes era un barrio relativamente alejado de la ciudad.
Unos autobuses amarillos llevaban y traían a los vecinos hasta el centro y en la plaza Roma los muchachos aprendían a fumar, a escondidas, mientras miraban las tiras cómicas de un salvaje oeste.
Cincuenta años después, una vela prende la canasta donde Adolfo Cárdenas atesora su querida colección de historietas.
Cuando el autor de Periférica Boulevard se acuerda, todavía siente dolor.
“Más bien aquel humo me alertó y pude salvar mi biblioteca, no hay mal que por bien no venga”.
Adolfo siguió dibujando, estudió y enseñó historia del arte y acabó convertido en uno de los escritores más celebrados y queridos de la literatura boliviana.
Tenía razón el poeta, nadie puede frenar una primavera, menos una pasión, la de narrar, esa necesidad que tenemos los humanos de juntarnos alrededor del fuego.
Adolfo Cárdenas
Adolfo Cárdenas Franco ha vivido casi toda su vida en Obrajes (de chango sobre la avenida Ormachea, de mayor en Alto Obrajes).
Quiso alejarse de la ciudad y probó en Ovejuyo (donde viven hoy dos de sus amigas escritoras, Vicky Ayllón y Marcela Gutiérrez), pero no se acostumbró.
Demasiado campo, demasiada luz/calma para el autor que mejor ha retratado/inventado el lado oscuro/invisible de una ciudad mágica/trágica, la suya.
“Alf” nace un 14 de diciembre de 1950 en una vieja casa de la época de los obrajes, en uno de los barrios más antiguos de La Paz.
Su padre, don Adolfo Cárdenas Dick (apellido inglés que llevara también uno de los primeros “forward” del club The Strongest) trabaja como contador en la Contraloría y va a ser un activo militante del “Movimiento” (MNR). Su madre, Raquel Franco, es una mujer de negocios, como se diría hoy en día. Lleva y trae.
Hace y deshace. Se mete en mil cosas. Incluso monta un negocio de jugos de fruta en Irupana y otro de destilación de trago. Junto a su hermano, tío de Adolfo, arman un alambique para hacer pisco. Lo llamarán Pisco San Jorge y competirán con el famoso Cinta Azul.
El mundo del alcohol se hace presente en la vida y obra del escritor desde el principio, sin querer queriendo.
“Todavía me acuerdo de aquellas tiendas del barrio de San Pedro donde vivía mi abuela. Ahí pude ver una botellita de nuestro pisco donde también se vendía alcohol a granel, por cuartas y mediditas. Se tomaba clandestinamente en una mesa al fondo, son esas bodegas que luego retrató Jaime Saenz”.
El primer colegio de “Alf” es el Saint Andrew’s, cuando todavía éste se levantaba donde hoy vemos un supermercado en la calle 16 de Obrajes. La secundaria la hace en el mencionado instituto, un viejo hotel con piscina de propiedad de un hacendado apellidado Sarmiento.
Es entonces cuando aprende a nadar.
Y a guardar la ropa. Su vida transcurre entre mujeres; con su madre Raquel, su abuela materna Felicidad y su tía Celinda. Matriarcado del bueno.
LA GRÁFICA
El escritor cree firmemente que no hemos novelado las presencias femeninas en nuestras letras.
¿Alguien sabe quiénes eran realmente las heroínas de la Coronilla? ¿Qué sabemos más allá del tópico de Adela Zamudio?
El adolescente Cárdenas no sabe qué estudiar durante los vestibulares.
Y alguien de la familia propone una ingeniería. No entiende ni papa y sigue dibujando en las clases, imaginando historias.
Termina en la Universidad Católica en la carrera de Administración de Empresas (“obligación de la comunidad obrajeña”) de donde se sale porque es muy caro.
Lo único bueno que le va a pasar en ese lugar es conocer a un docente importante en su vida, el “profe” Conesa, un español que enseña psicología.
Todavía hoy, el escritor gusta de leer libros de psicología. Sus personajes se lo agradecen y nosotros, sus lectores, también.
Durante la dictadura de Banzer Suárez, Adolfo hace de todo, estudia hasta que el tirano cierra las universidades; parte al norte para inscribirse a la Pattterson School of Fine Arts de Nueva Jersey; viaja con mochila al hombro; entra y sale del país por las fronteras de Argentina, Perú y Brasil para ganarse la vida como “piloto”.
Quiere ser un “Hemingway” andino pero no se llama Ernesto; sus padres no pueden costear la misma fantasía del gringo. Se imagina publicando un libro llamado Cuentos de contrabando pero Félix Salazar se adelanta.
“Sabía mucho más que yo, sabía la jerga, era de Villazón, lo conocí acá en la librería Ictus”.
Después de participar en un taller del Instituto Boliviano de Cultura (IBC) impartido por Néstor Taboada Terán y Enrique Rocha Monroy, publica su primer cuento en Presencia Literaria. Se llama Metralogía IV y narra la Masacre de Todos Santos (1979) desde la mirada de un lustrabotas.
La masacre, producto de un golpe, sigue hoy impune. No aprendemos de la historia, por eso estamos condenados a repetirla.
Los años ochenta son de ansiedad, de inquietudes. Había ganas de salir, de conocerse, de abrir revistas y cerrar boliches, de jalar la vida.
Todos tienen su grupo, todos militan, todos sacan su revista, todos enamoran. La suya se llama Vidrio Molido (tres números; el cero, el uno y el dos, 1983).
Son el poeta Reynaldo García (uno de sus poemarios dice así: Debajo de otro te he visto), Vladimir Montesinos (fallecido hace poco por COVID-19) y el propio Cárdenas.
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Cuando los tres se aparecen por un tugurio cerca del Teatro Municipal, llamado El Búnker, conocen a Humberto Quino, “el Márquez”, a “George” Campero, al “Julius” Barriga, al “Conde” Mario y su comportamiento de duque, al “Mad Max” Aruquipa, al EdgARandia, al Diego Moreliaes…
“Humbertito era el líder de toda esa gente rara, hacían revistas y Quino no quería nunca que pasaran del número uno. Había un poeta de apellido Peredo que fingía ser raro.
Una noche me mostró un poema erótico y me preguntó si sabía a quién estaba dedicado. Yo no supe qué contestar y él me dijo: a la revolución”.
Calenturas y doctrina, mal combinación. Todos eran anarquistas o parecían serlo. O realmente lo eran por pura pose, por figurar. Quino —aburrido hoy— arma incluso una discusión en los periódicos junto a Bascopé para resucitar las viejas polémicas entre escritores.
Eran, son y serán la “Generación Perdida”.
Cárdenas se levanta de la mesa donde conversamos en su casa, una mesa donde hay nueces y me trae un viejo afiche que dice en bajas: “Sin dioses en el cielo ni amos en la tierra: IV Encuentro casual de interesados en letras y artes, taller de estudios libres, T.E.L., 17, 18 y 19 de noviembre, a partir de las 19 horas, edificio guachalla, calle fernando guachalla, año de las flacas vacas”.
El boliche era un centro cultural en una bella casa donde paraban el “Chuño” Ortuño y el “Conejo” Beltrán con su teatro y sus títeres.
En el cartel se ve a siete hombres y dos mujeres bajando, probablemente, por la calle México.
Es 1983. Barriga y Cárdenas están a los costados; el resto son “activistas quinianos de agitación” (Barriga dixit): Delfín Sánchez, Eduardo Nogales, Quino, Juan Debreczeni, Campero, María Begoña y Coral Pey.
Los colectivos que firman no existen, son las revistas que nacen y mueren de un día para otro: Dador, Papel Higiénico, Macho Cabrío, Kloakla… y la mítica Camarada Mauser, fundada por Jorge Campero en 1982.
Han aterrizado, todos, en la acracia gracias a la literatura. Leen libros como El corto verano de la anarquía: vida y muerte de Buenaventura Durruti de Hans Enzensberger y Bajo la bandera negra: hechos y figuras del anarquismo de Justus F. Wittkop.
Creen que el hombre es bueno, que tiene derecho a la libertad sin restricciones, que debe liberarse a sí mismo y desencadenar la revolución. Estos “perros de la noche” querían comerse a la burguesía y fue al revés.
En 1984 Adolfo publica su primer libro Alapjjpacha, editorial Atlántida, tras ganar la mención del premio del mismo sello en Buenos Aires, Argentina.
Son siete cuentos que luego son reunidos en su segundo libro Fastos marginales (editorial Vidrio Molido, mayo de 1989). Nace su hija y se llama María Libertad.
Tres años después, en 1992, publica, es un decir, Chojcho con audio de rock pesado. Lo hace la carrera de Artes de su querido “tecua” Édgar “Chino” Arandia.
La obra, repleta de “horrores” tipográficos por una mala mecanografiada (ajena al autor), es apenas detenida por Adolfo pero comienza a circular clandestinamente (gracias diosa piratería) a través del sello de Alison Spedding, Mama Ocllo.
El texto da pie incluso para una adaptación teatral/musical en noviembre de 2011 bajo la dirección de Guiomar Arandia, la dirección de arte del hoy lapidado Alejandro Archondo y la participación de Vladimir Mendieta de Hate, Boris Méndez de Armadura y Marcelo Fuentes y Freddy Villazante de Farenheit.
Luego llega El octavo sello (1997) con un dibujo provocador de Mario Conde en la tapa, un cruce diabólico entre Jesucristo y Marilyn Monroe, tirado en Punto Cero, la imprenta del sobrino de Porfirio Díaz Machicao.
Está dedicado a “ciento cuarenta y cuatro señalados” (a los hermanos Marx y a Joyce; a Sacco y Vanzetti y a la insoportable levedad del cerdo; a su pareja Sonia Luz Amusquívar Ulloa —33 años juntos hasta la fecha— y a la retorcida imaginería de su hija).
“Adolf” ha logrado a estas alturas algo que no es fácil: una voz propia.
“Entendía que la literatura boliviana estaba a medias, teníamos escritores dizque profesionales que del Ande no sabían nada, que entrecomillaban cuando hablaban sus personajes para venir a decir que ellos no hablaban así. Un ejemplo es Raza de bronce de Arguedas.
Influenciado por Rulfo, quise elaborar mejor la presencia del narrador andino, cedí mi voz a los personajes, en mi primer libro con relatos mitológicos, a mujeres como doña Satuca en mi cuento Chacharcomani”.
Con su humildad característica, asegura no saber gran cosa sobre las voces de la calle, sobre esa forma particular de hablar de sus personajes paceños. El “Chino” Arandia lo llama “espachol”, otros, “aymarallano”.
Cárdenas cree que tenemos en La Paz tres lenguajes: el que se habla en el mercado, el que se escucha en la academia y el habla común, cruce de ambos, cruce rebuscado, de gentes que se conocen y se desconocen donde aparecen palabras inventadas como estido que recogió su amigo Willy Camacho, palabras que significan todo y nada.
“Todavía estoy buscando de dónde viene ‘chojcho’, no lo que significa (‘fiesta de gente popular’, según los diccionarios de coba) sino su etimología”. A mí me parece que es una onomatopeya.
En 2004 llega su primera novela y todo cambia. Aparece Periférica Boulevard.
Ópera rock-ocó, editorial Gente Común, una saga del Chojcho…. En 2012 la editorial chilena Espora decide inaugurar su sello con la publicación de este libro.
De fuera vendrán y te apreciarán. La académica Ana Rebeca Prada escribe un ensayo y coloca a Periférica Boulevard en un sitial fundamental para entender la literatura boliviana contemporánea, “evento de múltiples connotaciones”.
Prada asegura que estamos frente a un hito, delante de “un guiñol kitsch que nos obliga a entregarnos gozosamente a su farsa lúdica, a su juego bufo, a su demolición paródica”.
El sarcasmo, el rechazo a las ínfulas y los prejuicios sobre la marginalidad urbana, la contraliteratura al estilo de Joyce y Burgess, la jocosidad, el alma de la ciudad.
Todo está en Periférica…Es Adolfo Cárdenas en estado puro. La Paz pasa a ser un duelo de graffiteros, “El Rey” vs. “El Lobo”.
Es una novela policial neobarroca.
“Los escritores en Bolivia a menudo quieren ser parte de la historia, por eso se han alejado de géneros supuestamente menores como el negro, el policiaco. Ha habido autores como Recacoechea pero no triunfan porque no tenemos mercado, no hay lectores”.
En septiembre de ese año, 2004, entrevisto para el suplemento Fondo Negro del extinto periódico La Prensa a Adolfo con motivo de la publicación de esta novela. Junto a Marco Basualdo, “lobito del mal”, que hace de fotógrafo, nos vamos a su casa de Alto Obrajes.
El título de la entrevista dispara contra los de siempre: “Los que no valoran la contraliteratura mean fuera del tiesto”.
Ayer y hoy, Cárdenas habla de barroquismo, cita a Lezama Lima, reivindica lo exagerado porque así somos, trágicamente exagerados, desde nuestras danzas, brutalmente barrocas, al arte recargado. Hasta en el fútbol exageramos.
El Premio Nacional de Novela —en manos del sello español Alfaguara, fruto de la privatización de la enseñanza— había tocado ese año en Juan Claudio Lechín y su olvidable La gula del picaflor.
La explicación de Adolfo sirve para aquel entonces y sirve para ahora: “Las multinacionales buscan textos promedios, fácilmente consumidos por el gran público. Se tiene en cuenta a la hora de premiar los valores económicos antes que los literarios”.
En aquella entrevista y en ésta, el racismo se cuela en la “conversa”. Cito una frase de 2004 y otra de 2022.
Va la primera: “Bolivia es nuestra pequeña Sudáfrica, se respira racismo. Vivimos en una eterna confrontación que sale de ambos lados. Cuando voy a hacer mercado, me tratan como un retrasado, me dan lo peor al precio más caro. Hay un fondo representacional del mestizo que cabalga entre las dos cosas, se esfuerza por ser lo uno o lo otro”.
Y ahora la segunda, la de hoy: “El ser boliviano no existe, es un sietemesino, está por nacer, todo está tenido de racismo, no nos dividimos por cuestiones ideológicas diferentes sino por colores. Las clases decadentes no logran entender ni reconocer el ascenso social de las nuevas clases emergentes, unas están de bajada y otras de subida. Las primeras se refugian en la tradición y en la religión.
Somos un coctelito donde no existe la pluralidad racial. Lo pedía hace años Mariano Baptista Gumucio en uno de sus libros: Atre/vámonos a ser bolivianos. En el otro lado, en el mal llamado contrarracismo o racismo a la inversa, existe una actitud de rechazo porque el dominado se niega ahora a jugar su antiguo rol y estar bajo la lógica del dominante. El discurso artístico y literario ha sido campo del dominante. Vivimos en una perenne contradicción: el ser mestizo no tiene arraigo, es una entidad sin pasado ni futuro. Entonces nos bloqueamos mentalmente para no revisar lo que nos sigue doliendo: la colonia, las guerras con los territorios perdidos —conflictos provocados por las elites— el racismo, los golpes de Estado, las matanzas…”.
Después de caminar por la periférica (adaptada al cómic en 2013 por el gran Álvaro Ruilova y Susana Villegas, dos de sus alumnos junto a Óscar Zalles), llegan más libros de cuentos: Doce monedas para el barquero (Gente Común, 2007), Tres biografías para el olvido (3.600, 2008), una “nouvelle” titulada El caso del Pérez de Holguín (Gente Común, 2011), el libro de cuentos Vidas y marginarias (3600, 2017) y el flamante El Chaco y después (3600, 2022), un homenaje a todos los alzados en el campo, a todos los emboscados, a todos los desertores, a todos lo reclutados a la fuerza; una literatura de la fuga, escape del bueno. Nueve relatos contra la guerra, por la libertad.
En los años noventa, da clases en la carrera de Literatura (de las roscas hablaremos otro día) y en la Escuela de Bellas Artes. Un estudiante hace una caricatura pues la figura del profesor es idéntica al mítico “Asterix, el galo” que resistió al imperio (romano) junto al gordo Obelix con una poción mágica invencible, el cerebro. Otra vez, una historieta, esta vez francesa del guionista René Goscinny y el dibujante Albert Uderzo.
“Asterix”, el colla, es un escritor que reivindica lo lento y en estos días de primavera está inmerso dentro de un relato pseudo-policial que ya tiene título: Crimen en el teleférico donde retoma un personaje de Vidas y marginarias, Viscarroski, un pícaro del siglo de oro, un rufián. Las flores seguirán brotando en el jardín de Adolfo Cárdenas, padre de “la libertad”.