De los abajo
Imagen: Película ‘los de abajo’
‘los de abajo’
Imagen: Película ‘los de abajo’
La ópera prima del director tarijeño Alejandro Quiroga cuenta con la actuación de Fernando Arze y Luis Bredow.
De entrada el debut en el largometraje del director tarijeño Alejandro Quiroga ofrece la sensación de sumarse a las varias bocanadas de aire fresco que el cine boliviano acogió en tiempos recientes a partir de una loable vuelta de tuerca introspectiva que semeja un intencionado empalme con los clásicos de nuestro cine trabajados por Ruiz, Sanjinés, Eguino, Agazzi , sobre los guiones de Soria, focalizados invariablemente en las heridas aún abiertas y las asimetrías sociales y geográficas irresueltas, dejando así de lado la errónea opción universalista de algunas instancias aparejadas a la emergencia de las nuevas tecnologías de registro y difusión audiovisual, cuyas aparente promesas edénicas tendieron la trampa de las supuestas recetas que abrirían el mercado de la distribución a los calcos de las fórmulas entronizadas por la industria hegemónica del entretenimiento. Tal espejismo, decía, parece haberse evaporado en gran medida según testimoniaron, entre otros, emprendimientos como El río (Juan Pablo Richter/2017), Fuertes (Oscar Salazar, Franco Traverso/2019), Cuidando al Sol (Catalina Razzini/2021), El gran movimiento (Kiro Russo/2021) o Utama, (Alejandro Loayza/2022), regresándole a la producción nuestra su tarea de desentrañamiento de las referidas cuestiones por resolver.
La colacionada impresión inicial, sin diluirse por entero, ni mucho menos, colisiona empero con algunos yerros en el armado dramático que apuntaré más adelante.
De entrada la película, filmada en su totalidad en Tarija, nos pone en presencia de bandadas de aves de rapiña sobrevolando las ahora desérticas tierras de Gregorio, Goyo para la parentela —puesto que amigos prácticamente no lo salda ninguno—, quien vive obsesionado por revivir los viñedos heredados de su padre y su abuelo en la localidad de Rosillas. Esa agobiante fijación viene a ser una suerte de fallida válvula de escape a la depresión provocada por la pérdida de su esposa y madre de Olegario, el hijo que descuida e incluso maltrata, entre varias de las tareas que esquiva asumir.
Ocurre que situada en los bajos del terreno de la familia de Goyo, al igual que los de los otros pocos habitantes que se niegan a dejar sus tierras de origen, quedaron sin agua, a consecuencia de la construcción de una represa en la parte alta, donde el coronel y terrateniente argentino Iglesias, en complicidad con el alcalde del lugar, decidió levantar una fastuosa mansión, con una enorme piscina, impidiendo la provisión de agua a los terrenos situados debajo de las nacientes de las acequias. Adicionalmente es una estrategia para quedarse a precio de gallina clueca con esas fincas venidas a menos donde planea construir un polideportivo, edificación en la que le ofrece “amablemente” trabajar a Goyo. Irónica alusión a las presuntas “ayudas” ofertadas a quienes sobreviven en la base de la pirámide social, invitando en realidad a los “beneficiarios” a consentir su situación.
El hermano mayor de Goyo ya emigró a la ciudad, ahondando el testarudo enfado de aquel con el mundo y la vida, de la que tan solo aguarda le proporcione la oportunidad de cobrarse venganza del usurpador, espera que lo va sumiendo en el alcoholismo. En cambio los padres del protagonista central no consideran en absoluto la posibilidad de marcharse. Para ellos solo importa recuperar la única vaca que les restaba y de la cual obtenían la leche para alimentar a Olegario y cocinar, con una mínima sobra destinada a la venta.
Para peor, los intentos reivindicativos de Goyo colisionan con la apatía de la comunidad de arriba, resentida además desde tiempos atrás con su abuelo, al cual acusan de haberse adueñado de parte de sus bienes, amén de corrompida por Iglesias y el burgomaestre, seguros de que tarde o temprano las deterioradas condiciones de vida de los privados del H2O los persuadirán de mudarse a otro lugar. En realidad la ficción tramada por Quiroga no hace sino reflejar cuanto ocurre a diario con los loteamientos de los ambiciosos que se apropian, por las buenas o las malas, de tierras ajenas en franco contubernio con las autoridades presuntamente encargadas de velar por el cumplimiento de las disposiciones vigentes en la materia.
Sin lugar a dudas el principal soporte de la película es el trabajo del elenco multinacional, con faenas especialmente destacadas de nuestros compatriotas Fernando Arze Echalar y Luis Bredow. El primero en el rol protagónico, papel en extremo escabroso y propicio para la sobreactuación, peligro de caer en la morisqueta, sorteado por Arze Echalar a base de una por demás creíble personificación. Es de igual modo impactante la experimentada faena del segundo de los nombrados como Arnildo, el resignado anciano padre de Goyo. No menos compactas son las interpretaciones de la colombiana Sonia Parada haciendo de Juana, la maestra del colegio del pueblo que, aun cuando lo del romance es adivinable, entrega un asimismo atendible trabajo fluctuante entre su inocultable atracción por el malhumorado protagonista —a la cual da rienda suelta en una escena de enorme carga erótica—, y su desencanto con el menguado resultado del empeño formativo sobre los alumnos contaminados por la violencia que manda en esa sociedad corroída por la corrupción. Su connacional José Guillermo Acosta, en el rol del capataz, de igual manera hace lo suyo con plena solvencia. Algo menos redonda, si bien no del todo fallida es la composición del argentino César Bordón como Iglesias personaje a momentos ladeado hacia el estereotipo del villano. De este listado no sería justo excluir al niño Ignacio Ruiz, responsable de dar vida a Olegario. El resto del elenco acompaña sin desentonar.
Aporta lo suyo el argentino Diego Robaldo con una fotografía atrapante en largos pasajes del relato sin la más mínima apelación al facilismo preciosista. Fácticamente el tino de Robaldo queda probado en la mencionada escena del encuentro carnal entre Goyo y Juana, esquivando, mediante la iluminación y el encuadre, la explotación del morbo. Por su lado el sonidista uruguayo Federico Moreira (quien participó también del rodaje de Utama) enriquece el relato con la inclusión en off de los sonidos ambientales, desde el trinar de los pájaros hasta la recurrente escucha de los noticieros radiales y televisivos, cuyo contenido político contrasta con lo que vemos, potenciando el alcance metafórico de esto último, sin tener que echar mano de explicitaciones y subrayados.
Los de abajo recogió ya varios reconocimientos internacionales, algunos de ellos cuando, todavía como proyecto, fue elegido entre los mejores guiones el 2017 en el concurso anual auspiciado por Ibermedia para seleccionar los proyectos que obtendrían apoyo financiero a su producción. También recogió el premio a la mejor actuación para Sonia Parada en la versión 37 del concurso Internacional de Cine de Mar del Plata (2022), e idéntico premio para Fernando Arze Echalar en la cuadragésima quinta versión del Festival Internacional de cine de Moscú (2022).
Debo confesar que una vez apreciado el resultado final me llamó la atención el primero de los galardones mencionados, puesto que en la estructuración dramático narrativa del relato se advierten piezas sueltas que tal vez encajaban en el texto, pero no lo hacían en la puesta en imagen. Aludo a las reiterativas escenas de acoso escolar contra Olegario; a la secuencia del velorio y entierro de uno de los vecinos de Gregorio y a las innecesarias tomas para remarcar el desenlace cuando era mil veces preferible dejarlo a la imaginación del espectador, suficientemente avisado por la detonación escuchada desde la banda sonora.
Como acontece a menudo con las óperas primas cuyos directores aspiran a decirlo todo y de una vez, en este su primer largo Quiroga quiere armar una visión metafórica de cuanto ocurre en la realidad aquí y ahora sin dejar en el tintero ni una sola de las facetas de ese presente, lo cual termina en ese abundamiento excedido en varios tópicos y hasta en subrayados, como ese del final, realmente sobrantes. Dicha apelación alegórica queda patentizada por lo demás desde el doble alcance del título, alusivo en particular a la situación del protagonista y los suyos y asimismo, en general, a las disparidades de la estratificación social.
Adicionalmente el relato pareciera encaminarse en una dirección pero termina enrumbando hacia otra hasta desembocar en una bajada de telón impregnada del acento distópico prevaleciente en innumerables realizaciones últimas donde esa narrativa anti-útopica, aparentando denunciar las atrocidades del día de hoy, da cuenta del desencanto y la desorientación de las nuevas generaciones persuadidas de que por muy horrendo que sea el presente, el mañana sólo podrá ser peor si uno se deja tentar por la rebelión, en cualquiera de sus modos, contra el estado de cosas dado. De tal suerte sugiere que no existen otras opciones más allá de tirar estoicamente la toalla o fugar hacia la nada. Me queda claro que en el caso de Los de abajo no se trata, tal como ocurre, indisimuladamente o no, en una apreciable cantidad de esas producciones adheridas a un fatalismo optado de manera deliberada, de una celada ideológica. En el emprendimiento de Quiroga es, a lo sumo, síntoma de una inmadurez superable. Infaltable corolario: la filípica en el salar, o si prefiere, el sermón en medio del Titicaca. Al igual que tantas otras veces, como veintiúnico espectador en sala donde caben 200 me pregunté si ello se debía al horario. Pero no: las colas formadas para ingresar a otras salas a consumir el cine chatarra del mainstream me ratificaron que ese reiterativo distanciamiento entre el público local y las películas aquí producidas, y, como en el caso, de Los de abajo, merecedoras de mejor suerte en la taquilla, no solo por ser bolivianas sino por los valores que tienen, se debe a la total inexistencia de una política de promoción adecuada a fin de reencantar a los bolivianos con su producción cinematográfica. Por cierto la educación tiene un papel a jugar en esa tarea, que debiera ser una de las prioridades de Adecine, la entidad estatal concernida con el apoyo al cine nacional, a partir de un amplio debate público apuntando a devolverles a las pantallas la condición de apetecidos espejos de nosotros mismos y no de vacías figuraciones del todo ajenas.
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Texto: Pedro Susz k.
Fotos: Película ‘los de abajo’