Carta desde Venecia (II):
‘Io Capitano’, de Matteo Garrone.
El ensayista Bernardo Prieto comenta los premios de la muestra de cine, así como curiosidades del festival
Estas son las películas ganadoras del Festival de Venecia en la competencia principal: León de Oro: Poor Things de Yorgos Lanthimos; Gran Premio del Jurado León de Plata (es decir, el segundo lugar): Devil does not exist, de Ryusuke Hamaguchi; Premio Especial del Jurado (es decir, el tercer lugar): Green Border, de Agnieszka Holland; León de Plata al Mejor Director: Matteo Garrone por Io Capitano; Mejor guion: El Conde, de Guillermo Calderón y Pablo Larraín; Mejor actriz: Cailee Spaeny por Priscilla, y Mejor Actor: Peter Sarsgaard por Memory.
Digamos que el principio rector de los premios asignados en Venecia responde a la “justicia distributiva” de corte rawlsiano: un poco de todo para todos. Aunque era evidente que los dos mejores filmes habían sido respectivamente Poor Things y Devil does not exist, no olvidemos que el jurado, compuesto de voces y perspectivas diferentes debe de algún modo contentar a todos. Imagínense, por ejemplo, dos visiones más diferentes (sobre cine) que la de Jean Campion, parte del jurado este año, y la de Damien Chazelle, el director de La la Land, Babylon y presidente del jurado en esta edición del festival; y es que uno puede hacer el experimento de ver consecutivamente El Piano de Campion y Whiplash de Chazelle para darse cuenta de que, por ejemplo, aunque ambos dramas cuentan la íntima relación de la música con sus personajes principales, los matices y sensibilidades de estos dos directores es casi abismal. Y es que el trabajo de un jurado puede parangonarse, por usar un ejemplo conocido para todos, al funcionamiento de un congreso: así, “la regla de la mayoría debe verse como una entre muchos recursos prácticos que se hicieron necesarios(…) cuando los intereses individuales y grupales divergen”, al decir de Buchanan (y aquí terminamos con las metáforas de filosofía política).

El problema quizá es una cuestión lógica que muchos nos hacíamos ¿Cómo la mejor película no tiene ni al mejor director, ni el mejor guion, ni a la mejor actriz? ¿O algunas más extrañas, si El Conde tiene el mejor guion, pero ningún otro premio, significa que su realización fue terriblemente mala y, por lo tanto; solo podía salvarse el “rico texto” a pesar de sus actuaciones o la dirección en general? ¿O, al contrario, la dirección de Matteo Garrone fue la que salvó el material pobre que constituye la trama de Io, Capitano?
Pero quizá la parte mas interesante del festival, digamos la más democrática (y sí, mentí con eso de las metáforas políticas) es la sección de Ridateci i Soldi (algo así como: “Devuélvanos nuestro Dinero”), un lugar dentro de la Muestra, muy cercano al Palazzo del Casino en el que el público en general (aquel que no tiene voz y tiene las credenciales de color verde) puede expresar su “sincera opinión” sobre las películas vistas y el festival en general. Es un cosa muy simple: cualquiera puede escribir un comentario —sin peligro de ninguna censura— en una hoja de papel que es pegada en un muro: la dinámica es más que interesante, la gente puede escribir encima de las hojas ya escritas y responder todos los comentarios; hay gente que la utiliza para promocionar sus propios productos artísticos, otros para quejarse de la organización, otros para, como por ejemplo, describir las última película de Liliana Cavani L’ordine del tempo (El orden del tiempo) como: “Una pérdida de tiempo o, un Don’t Look Up versión Alzheimer” (esto prueba que en verdad en el muro no opera ninguna censura). Lo interesante de todo esto es que el comentario más votado, el más irónico y brillante, es premiado con la Copa Codacons, un estatua de madera entregada por las manos del todopoderoso Alberto Barbera, director artístico del Festival de Cine de Venecia, en una ceremonia (sencilla) en el Hotel Excelsior.
Pero hagamos una aclaración sociológica importante: la población que asiste al festival está organizada en una jerarquía claramente reconocible por el color de sus credenciales. En orden descendente según su importancia: a) rojo b) azul c) celeste y d) verde. Esta clasificación se extiende a todos los involucrados en el Festival: seguridad, administración, periodistas, asistentes, etc. Así, por ejemplo, Peter Bradshaw, el crítico de cine de The Guardian, tiene una credencial de color rojo, la cual le permite, por si fuera poco, beber gratis en el bar Campari y en el caso de reserva de filmes, que es aquí lo más importante, una prioridad de 24 horas, o algo así. Algo a lo que, por ejemplo, un acreditado normal (digamos, un estudiante de cine) no tiene derecho: debe escoger entre los no muy numerosos puestos disponibles después de que los acreditados con mayor grado jerárquico ya han reservado. Eso sí, muchos productores y periodistas se quejan de que el Festival de Venecia no es como el Festival Cannes; donde uno puede ver hasta cinco veces una película y en general los servicios son más sofisticados y cuidadosos. Y hay razón económica para esto: el presupuesto para el Festival de Venecia es de alrededor de 22 millones de euros y el de Cannes es de 31 millones. Pero, hay un diferencia esencial. El evento de Venecia está todavía abierto al público, cualquiera puede adquirir un ticket y ver libremente una película; en Cannes esto es impensable. Además —esto es ignorado por muchos visitantes— los cines de Venecia y Mestre (la otra parte de la ciudad ubicada en tierra firme) exhiben las películas en competición.

Pero sigamos sin hablar de cine: la segunda cosa más apreciada en el festival son las fiestas: la de Campari, la de Armani, la de Cartier, etc. Quizás la celebración más interesante fue, por una cuestión más o menos cinematográfica, la fiesta de Campari, que revivió el famoso L’Hotel des Bains, que estuvo cerrado durante más de 10 años y donde aquí se rodó Muerte en Venecia (1971) de Luchino Visconti.
Ahora sí: Io, Capitano, de Matteo Garrone, es un película que cuenta la travesía de dos adolescentes desde el África hasta Italia. El tema (ya dramático) puede caer en mucho equívocos y simplificaciones; pero lo interesante es que de todas las películas de Garrone esta es la menos violenta y, sin embargo, las más dolorosa. Aquí son las escenas oníricas que —recordando su película sobre los cuentos de Giambattista Basile— nos dan un respiro, y llaman algo así como una esfera trascendente. Pero sobre todo es la historia de una amistad profunda y de un protagonista que, como el príncipe Myskin, tiene un corazón bueno y bondadoso, lo que le da una cierta belleza a esta película. Es precisamente el carácter moral de su protagonista lo que muchos criticaban como irreal y ciertamente nos desconcierta: toda esta tragedia debería, según nuestro típico cinismo, quebrarlo en algún momento. Pero, la insistencia de Garrone en mostrar figuras bondadosas en medio de un mundo conocido por la brutalidad y la injusticia es precisamente la característica más importante de su puesta en escena. Y es que es cuestión de perspectivas: un crítico me decía que no encontraba una explicación dramática seria sobre porqué estos dos adolescentes habían decidido migrar, me dijo, parecían felices, llenos de canciones y una familia que los quería; pero no se daba cuenta, creo, que el protagonista debía dormir en suelo con otras cuatro o cinco personas, y que para ganar 200 dólares debía trabajar duro durante meses. Y es que esas sutilezas parecían mitigadas por el candor de la música y la familia.
También puede leer: Carta desde Venecia
Por último, las películas más interesantes en el festival fueron Priscilla y Memory. La primera, de Sofia Coppola, sabe delinear la fascinación de toda chica adolescente que se enamora de alguien mayor, pero mostrando precisamente, la “historia de un alma”, que crece hasta madurar prematuramente. La segunda cinta, de Michel Franco, protagonizada por Jessica Chastain y Peter Sarsgaar, cuenta la historia de una trabajadora social que se hace cargo de una persona que sufre de demencia. El pequeño detalle es que aquella persona no recuerda que en un pasado abusó de la ahora trabajadora social cuando estaba en la escuela. La película, que sigue el melodrama típico (lleno de remordimientos, dolores, tristezas escondidas) de Franco, termina en un potente final que, en cierto punto nos hace preguntar la naturaleza de nuestros propios recuerdos. Y así, se termina este festival.
Texto: Bernardo Prieto
Fotos: Internet