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No pintes mandarinas

/ 17 de diciembre de 2023 / 06:33

Esta es la crónica de un infiltrado en una subasta de arte, la que suele hacer la galería Altamira desde hace diez años

Uno espera ver gente adinerada y perifollada en una subasta de arte en un hotel de cinco estrellas en el barrio más jailón de la ciudad. Y uno se sorprende al ver a changos veinteañeros, cuarentones con sudadera deportiva y algún que otro señor mayor con saco y corbata. El estereotipo de caballeros acaudalados pujando por su cuadro/autor favorito es eso, un estereotipo. Aquí arranca la crónica de tres horas de trago y martillo de un infiltrado en una subasta de arte.

¿Comienza puntual una subasta de arte? “Nica”. En Bolivia, no. ¿Se sirve el alcohol al final para brindar por las compras y las ventas? Recontra “nica”. Es al revés. El primer acto del evento es el cóctel. “Lo serviremos a la siete, arrancamos a las 19.30 por el tema de la subasta virtual”. El que habla es el martillero Ariel Mustafá, dueño y señor de la galería Altamira.

A las siete de la noche, cuando no ha llegado ni la mitad del centenar y medio que llenará el salón de honor del hotel Casa Grande (de Calacoto), comienzan a desfilar las bandejas de trago. Hay whisky, por supuesto. Vino tinto y blanco. Y jugos de varios colores. También hay agua, para los peces. “Damos muchísimo trago, el alcohol es un gran activador”, confiesa Mustafá. (Nota mental uno: activador es un lindo eufemismo).

En la sala del hotel hay cuadros por todo lado. Son más de cien de una treintena de artistas. Están ordenados en un caos que solo entiende Mustafá. Hay obras en el piso y esculturas en la entrada. Todas tienen un número. En el hall, hay tres chicas que reparten las paletas y levantan una lista de asistentes, comprobando un registro. Paso de largo disimuladamente, enfilo la sala como en un buen contragolpe de fútbol.

Hay señores que dan su número de celular de Estados Unidos, hay diplomáticos que quieren comprar cuadros exóticos. Casi todos se conocen y se saludan como en una noche navideña. Hay otros que llegan y dicen a las tres chicas (una de ellas está “vapeando”) que esta vez no van a participar. Las chicas visten camisas blancas. Son también las que luego perseguirán a los ganadores para que firmen. Mustafá les rendirá homenaje al citarlas una a una en medio de la subasta: Agustina, Florencia, Luciana, Ana Carola…

En el catálogo veo que algunos cuadros arrancan con un dólar como base. Menos el último que por cábala arranca de cero. Chequeo mi (no) billetera y veo que solo tengo un billete de cien bolivianos. Soy un aspirante a coleccionista pobre. Soy un topo, como el ex embajador gringo Manuel Rocha.

Rita del Solar charla con Marito Conde. Hablan del ángel que estaba en la puerta de El Arcángel, el restaurante que tenía Rita en Obrajes. Lo ha restaurado un amigo de Marito a pedido de ella. El “ceramero” se llama Rodolfo Rocha. Y el trabajo ha quedado perfecto. O eso dice doña Rita. (Nota mental dos: Del Solar, la compañera de vida de Alfredo La Placa, sí cumple el estereotipo de señora que acude a una subasta de arte).

Me dice Mustafá que la pandemia ha rebajado la edad promedio de los asistentes a las subastas. Que se aburrieron de sus casas y decidieron comprar arte porque no sabían en qué gastar la plata que ganaron en la pandemia. Que un cuadro llevó a otro y así. (Nota mental tres: en la pandemia, el rico se hizo más rico y el pobre, más pobre. Cuéntame algo nuevo).

(“La colección es el exhibicionismo de la propiedad privada”, Walter Benjamin)

A la subasta, en pleno cóctel, llegan los artistas. Veo a Vidal Cussi, Hernán Callisaya, Rita Mamani, Corina Aguilar, Carolina Lovo y Juan Mayta, entre otros. Y la hija de don Enrique Arnal, Ximena. Incluso hay docentes de la Academia de Bellas Artes, como don Luis Vedia. Sobre el pucho, entra Fernando Antezana; llega directamente de Cochabamba. Saluda en quechua a Marito que responde en japonés como si fuera Naruhito. Todavía no sabe Antezana que va a ser el rey de la noche.

Pablo Giovany llegará tarde, justo cuando subasten uno de sus cuadros. Los artistas han puesto una platita para pagar el alquiler y la organización; van 80-20 con la galería. “Lo bueno es que todos vendemos”, me dice Conde, presentado más tarde por Ariel Mustafá como el “mejor pintor boliviano vivo”.

El martillero anuncia que hay algunas piezas extras: dos serigrafías repatriadas desde Buenos Aires de Graciela Rodo Boulanger y dos esculturas de Juan Suntura. “Voy a hacer de payasito esta noche, este será un diálogo donde solo hable yo”, avisa con una sonrisa Ariel Mustafá, rogando por un vaso de agua. Será el único que pida/beba agua. Mentira: su socia en la galería (y pareja) Daniela Espinoza también beberá (agua). Los negocios y la diversión no comen en la misma mesa. “Si no veo la paleta de alguien, me gritan, ¿tienen todos su copa, su vaso?”. Lo de regar de alcohol la cancha de la subasta no había sido joda. El vino corre/sale… como agua.

Obras de artistas como Rosmery Mamani, Gustavo del Río y Ejti Stih fueron parte del evento.
Obras de artistas como Rosmery Mamani, Gustavo del Río y Ejti Stih fueron parte del evento.

Un cuadro de Rina Mamani (Sobre la tierra) con base de un dólar sirve para arrancar las tres horas de regateo. Son casi las ocho de la noche, esto terminará a las once. “Tenemos 50, allá tenemos 60, a ver si tenemos más, tenemos 80 en la sala virtual, a ver si llegamos a cien, aplaudan el primer cien de la noche, la sala virtual se va a llevar la primera obra, qué vergüenza para la sala presencial, tengo 120, allá tenemos 130, no se dejen, bien, 150 a la una, 150 a las dos, 160 en la sala virtual, 160 a la una, 160 a las dos, 160 a las tres, nos aplaudimos”. Cae el primer martillazo. Mustafá sonríe.

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La octava pieza es un gallo. El gallo Ciro. Es de Darío Antezana. “Sí, es el hijo del Gíldaro, el que pintaba gallos”, advierte Mustafá al respetable. También sale con un dólar de base. Llegará a los 420 dólares. A estas alturas, ya me he dado cuenta de que mis cien bolivianitos no alcanzarán para nada, acaso para beber unos buenos caldos y comer un par de salteñas. No me vas a creer pero a las 22.20 van a salir salteñas. ¿Quién dijo que solo se las podía/debía comer a mediodía? Con seis copas de vino encima, las salteñas me saben a gloria divina. “Nadie está atendiendo a las primeras filas, Daniela”. La sonrisa de Mustafá solo se transforma en seriedad cuando ve que los camareros no circulan con las bandejas.

(“Toda pasión roza lo caótico pero la pasión del coleccionista roza el caos de los recuerdos”, Walter Benjamin).

Una acuarela de Javier Fernández (Montes Ingavi) sirve para que el martillero cuente que la oficina de su padre estaba en la esquina más linda de la ciudad. Mustafá es un contador de historias, un “storyteller”. Cuando llega la puja por el primer cuadro de Rosmery Mamani Ventura (Figura I, que arranca con un dólar y termina en 410) nos enteramos que la artista está viviendo en París pintando para una galería. Y que María José Rodríguez se ha ido al Ecuador.

El primer “Raúl Lara” de la noche se llama Delirio dibujístico. Es una de las últimas obras que hizo el gran artista orureño, conocido por sus óleos del mundo popular. El martillero agradece a la compañera/viuda de Lara, doña Lidia Caiguara. Si te preguntas cuánto vale uno de sus dibujos, la respuesta es 600 dólares.

El primer cuadro que “no sale” (es decir que no se vende) es Picnic en la ciudad I de Christian Araníbar. Nadie puja. La base son 300. Es un óleo sobre lienzo. Es un bodegón con peras y mandarinas, algunas peladas. Tengo la impresión de que mandarina, el cítrico más popular de Bolivia, no rima bien con subasta. (Nota mental cuatro: si usted quiere vender, caro artista, pinte gatos, pinte gallos, pinte hasta toros y vacas, incluso caballos, pero jamás pinte mandarinas. No salen).

A la hora que aparecen los primeros bocadillos (por un momento imaginé que solo iban a servir bebidas), aparece en escena el primer “Ejti Stih”, la eslovena querida por las elites cruceñas. Es Castigo, acrílico sobre lienzo. Base, 800 “dolaracos”. Una mujer corre perseguida y señalada por dos hombres, vara en mano. Otra mujer, detrás de ellos, abre todos sus poros en señal de alarma, sorpresa, congojo. Se venderá en mil dólares. Mustafá bromea otra vez: “por eso salieron los bocadillos, porque iban a llegar los primeros mil dólares”.

El primer “Mario Conde” se venderá en 860 dólares. Es la primera pugna/pelea de gallos entre dos compradores. El primo del hombre es una acuarela sobre papel. Es un cuadro enigmático, como toda buena obra. Es un hombre sin cabeza. El gato al agua se lo lleva un abogado de apellido Zelaya. Es un hincha del Conde Fútbol Club. Podía montar una exposición/retrospectiva en su casa con la obra del “mayor pintor vivo de Bolivia”. ¿Por qué los autores venden su obra tan barato? Porque necesitan dinero. ¿Por qué los compradores van a las subastas? Para aplacar sus angustias.

Una de las serigrafías “repatriadas” de Rodo Boulanger se vende en 275 dólares. (Nota mental cinco: me da la sensación que no todo el mundo en la sala sabe lo que es una serigrafía). Los caballos tienen mercado, ya lo dije. Uno de Vidal Cussi (Radiante) provoca un comentario “artístico” de una mujer que está cerca de mis apuntes: “estaba hermoso ese caballo”, le dice a alguien por teléfono. Ciertos coleccionistas ya no vienen a las subastas. No se manchan las manos. ¿Quiénes son los que no van pero pujan? Otro misterio, como el arte.

El artista Mario Conde junto a Rita del Solar.
El artista Mario Conde junto a Rita del Solar.

(“Coleccionamos libros con la creencia de que los estamos preservando cuando en realidad son los libros los que preservan a su coleccionista, Walter Benjamin).

Una pieza de arte pop de Rosmery Mamani, sobre cartón, se vende en 850 dólares. ¿Vivir en París eleva tu caché? Que se lo pregunten a Zilveti. El segundo cuadro que no sale es Galaxia rouge del sucrense/paceño Juan José Serrano Caballero. Su precio base de 950 dólares intimida. Parece un “Joan Miró” encendido en rojo. Se venderán mejor sus gatos tristes. A estas alturas de la noche, que terminará siendo “colosal”, uno se da cuenta de que vende mejor el arte figurativo/realista que el abstracto. El arte abstracto necesita tiempo para mirar y en una subasta hay de todo menos tiempo.

El cuadro que ha ocupado la tapa de la revista Escape del periódico La Razón hace dos domingos sale a la palestra. Es un desnudo (cálido) del peruano (residente en Santa Cruz desde hace 20 años) Jamir Johanson. Es Color y armonía. Base: 500 dólares. Los desnudos también son vendedores, “pa-qués” decir. Mustafá agradece al periódico, “si supieran que eso ayuda, lo harían más a menudo. No aplaudimos mucho a La Razón pero a veces hacen cosas aplaudibles”. Sin comentarios. El caso es que el desnudo de Johanson se vende por 1.150 dólares.

Una “cocina” de Darío Antezana sale más barata que uno de sus gallos. Un “concierto” de Raúl Lara sobre partitura de Vivaldi es explicado por Javier Bejarano. A Hausen se le cae la billetera en la primera fila. Otro óleo de Rosmery Mamani supera los mil dólares. “Un cuadro bonito” de Conde sale por la mitad. Llevamos hora y media y algunos enfilan la puerta de salida. Marito se acerca a una de las camareras y pide seis cervezas y un pejerrey.

El cuadro más caro de la noche (950 de base) no logra la base. Es Luna ardiente de Zilveti. Un abstracto, obviamente. “Se venderá por dos mil en la galería”, dice Mustafá para autoconsolarse. Me entero de que Magenta Murillo (antes conocida como Mónica Murillo) está incursionando en la escultura en bronce. Los vinos me hacen delirar: ¿y si me cambio de nombre a Verde Menta? “Si no los veo, silben”, dice gritando Mustafá. Salen las mencionadas salteñas. Todo me parece ya una película de los Hermanos Marx. Salen dos huevos duros. Aparece de espaldas un “Eusebio Choque” que no está en el catálogo. La escena se va a fundido en negro con un comentario clasista del martillero ante un murmullo constante: “como a vocero de minibús, me tratan”.

piezas de Carolina Lovo y Eusebio Choque.
piezas de Carolina Lovo y Eusebio Choque.

(“Un coleccionista es sobre todo un crítico”. Beatriz Sarlo).

El último pique/pelea de gallos llega cuando faltan cinco minutos para las tres horas de agotadora subasta. La puja es una cuestión de masculinidad. Puja el hombre. La mujer acompaña, hincha. El (última) objeto de deseo es Tarde colosal de Fernando Antezana, el cochabambino que ha saludado al inicio en quechua, todo feliz, como intuyendo su destino.

Un señor de unos cincuenta y otro más joven con sudadera Puma (y copa de vino en mano) se enzarzan, se agarran como en “tinku”. No se miran, solo se oyen. Están separados por dos filas de sillas. Juegan a quien la tiene más larga. Gana el de la sudadera Puma. Ruge como tigre. Besa a su chica, grita la hinchada. Tarde colosal, después de varios minutos eternos, vale 1.610 dólares. O eso ha dicho el martillero.

Falta una hora para la medianoche. Afuera del hotel, dos de las trabajadoras de la subasta —las de impoluta camisa blanca — fuman un pucho. Hace rato que he perdido el último teleférico. Salgo a la avenida y comienza la verdadera subasta, la de escoger minibús. “Arce, Prado, Pérez; Arce, Prado, Pérez”. El pequeño cosmos de la subasta de arte queda atrás, el mundo sigue dando vueltas, como los minibuses en La Paz. Arce, Prado, Pérez Alcalá. Arce Prado, Pérez Alcalá.

También se pujó por obras de artistas como Juan Bustillos y John Ulises Mamani.

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

Tradiciones Cruceñas, el mural que renace en Los Tajibos

Una obra icónica del reconocido artista plástico cruceño, Lorgio Vaca, fue restaurado y ahora se luce en una nueva ubicación en el Hotel Los Tajibos.

/ 7 de septiembre de 2024 / 21:24

En un acto que fusiona arte, historia y tradición, el emblemático mural «Tradiciones Cruceñas» del reconocido artista Lorgio Vaca ha sido reinaugurado en un espacio privilegiado del Hotel Los Tajibos, a Tribute Portfolio Hotel, en Santa Cruz de la Sierra. Esta obra monumental, que celebra su 50 aniversario desde su creación en 1974, ha sido objeto de una meticulosa restauración, emergiendo con renovado esplendor en el mes aniversario de la capital cruceña.

El proyecto de restauración, impulsado por el empresario Samuel Doria Medina a través del grupo que gestiona el hotel, ha transformado no solo la apariencia física del mural, sino también su accesibilidad al público. Ahora ubicado sobre la Avenida Tercer Anillo Interno, el mural se presenta como una ventana abierta a la rica cultura cruceña, invitando tanto a lugareños como a turistas a sumergirse en sus vibrantes colores y significativos símbolos.

Obra

Con sus impresionantes 18 metros de longitud y cerca de 3 metros de altura, Tradiciones Cruceñas es un testimonio visual de la identidad y el patrimonio de Santa Cruz. El proceso de restauración, que se extendió por cinco meses, no solo ha devuelto la vida a los trazos originales de Vaca, sino que también ha incorporado nuevos esmaltes derivados de minerales bolivianos provenientes de Santa Cruz, Oruro y Potosí. Esta fusión de materiales autóctonos ha dotado a la obra de una energía renovada, realzando su colorido y profundizando su conexión con la tierra boliviana.

Lorgio Vaca, el maestro detrás de esta obra icónica, ve en la restauración un acto de «hermanamiento con el pasado». Para el artista, el mural trasciende su valor estético para convertirse en un ancla de identidad, un recordatorio tangible de las raíces y la esencia cruceña. «Es fundamental no olvidar quiénes somos y de dónde venimos», expresó Vaca, subrayando la importancia de la obra como un legado vivo para las generaciones actuales y futuras.

El mural «Tradiciones Cruceñas» no es solo una representación pictórica; es una narrativa visual que captura la esencia de la cultura cruceña a través de cinco elementos representativos.

Tradiciones cruceñas

El mural incluye la tamborita, símbolo del ritmo y la alegría que anima las fiestas y celebraciones cruceñas; la sortija, juego ecuestre que evoca la destreza y valentía de los jinetes locales; la caña de azúcar, pilar del desarrollo agroindustrial de la región; la figura de José Manuel Baca «Cañoto», héroe de la independencia que personifica el espíritu combativo cruceño; los jinetes de la independencia, homenaje a los luchadores por la libertad de la región.

Samuel Doria Medina, impulsor del proyecto, destacó la importancia del mural en el contexto actual: «En un momento en que el país necesita unidad y orgullo por lo nuestro, esta obra es un símbolo de la cultura que une a los cruceños». El empresario ve en la restauración y reubicación del mural una oportunidad para revalorizar el patrimonio cultural no solo de Santa Cruz, sino de Bolivia en su conjunto.

La reinauguración de Tradiciones Cruceñas se presenta como un acto de resistencia cultural en tiempos de globalización, un recordatorio tangible de la importancia de preservar y celebrar las tradiciones locales. El mural, ahora más accesible que nunca, se erige como un puente entre el pasado y el presente, invitando a la reflexión sobre la identidad cruceña y su lugar en el mosaico cultural boliviano.

La obra de Lorgio Vaca, con su mezcla de símbolos tradicionales y técnicas artísticas contemporáneas, es reconocida por la fuerza de sus trazos y colores intensos.

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La plazuela que se convirtió en poema, el legado de Poesía en la Calleja

/ 7 de septiembre de 2024 / 21:09

En el corazón de Santa Cruz de la Sierra, una plazuela se transforma mensualmente en un escenario abierto donde la poesía, la música y el arte visual se entrelazan para crear una experiencia cultural única. Este fenómeno urbano, conocido como Poesía en la Calleja, ha estado nutriendo el alma de la ciudad durante casi doce años bajo la coordinación del poeta y gestor cultural Óscar «Puky» Gutiérrez Peña.

En esta entrevista, Gutiérrez nos sumerge en el mundo de Poesía en la Calleja, revelando cómo esta iniciativa ha evolucionado desde sus inicios hasta convertirse en un pilar de la vida cultural cruceña. Con más de 150 eventos realizados y la participación de artistas tanto locales como internacionales, este proyecto demuestra el poder transformador del arte en los espacios públicos y su capacidad para construir comunidad a través de la palabra hablada.

Encuentro

¿Cómo ha ido evolucionando el encuentro de Poesía en la Calleja a lo largo de los años?

Poesía en la Calleja es una velada literaria cuya protagonista principal es la poesía, sea esta regional, nacional o universal. Dicha velada es aderezada con bienvenidas dosis de música, pintura, novedades literarias, declamación, cosplay, etc. En definitiva, es una experiencia que intenta contagiar nuestro fervor, siempre in crescendo, por el hábito de la lectura, el arte y la vida.

Sucede el último jueves de cada mes, de noche, en una céntrica y emblemática plazuela cruceña; además, es gratis.

A través del tiempo, mantenemos la misma esencia: compartir nuestro fervor por la poesía, es decir, por las palabras habitadas, decidoras, por el lenguaje vital. Eso sí, a lo largo de estos once años y ocho meses de existencia, la plazuela Calleja nos ha ido enseñando maneras, matices y formatos.

Poesía en la Calleja

¿Quiénes son, si se puede nombrar algunos, los artistas que han acompañado los encuentros?

A lo largo de nuestros 154 eventos realizados, calculamos que son, aproximadamente, 120 artistas los que han compartido su talento desde nuestro escenario. Poetas como Matilde Casazola, Humberto Quinto, Oscar Barbery, Paura Rodríguez, Jorge Campero y Julio Barriga, entre los nacionales, además de otros autores provenientes de, por lo menos, quince países distintos. Músicos como Ronaldo Vaca Pereira, Caribrú, Contrapunto, César Espada, Gustavo Rivero, Verty Bracamonte y el Dúo de Tres. Artistas plásticos como Renate Hollweg, Nicole Vera, Annie Chávez, Ciro Paz y Juan Bustillos.

¿Cuál es la experiencia del aporte a la vida cultural que ha tenido hasta ahora el encuentro? ¿Cómo ayuda vivir la poesía como una expresión comunitaria, social, que no está solo encerrada en los libros?

Me parece algo inédito la «toma» de un espacio público desde y para la poesía. Nuestra propuesta no sucede en una galería o en un salón. Poesía en la Calleja acontece… ¡en una plazuela!, con todo lo que ello implica: acceso irrestricto, inclusión tácita, ejercicio creativo de la ciudadanía y, ojalá, la construcción de un pedacito de imaginario colectivo a través de lo que nos vincula profundamente, más allá de modas, siglas o clases sociales, y esto es: nuestra compartida humanidad, la esperanza y los miedos, el espanto y la ternura, las contundentes alegrías y la universal mortalidad.

Porvenir

¿Cuándo serán las próximas citas y qué se viene?

En este mes de septiembre, naturalmente, nuestra propuesta estará impregnada de turbión y taquirari, de sirari y llanuras, por lo que el último jueves de este mes, celebraremos, desde la poesía, la música y la pintura, el asombro y el azar de vivir en esta geografía hecha de buris y surazos. El público asistente escuchará textos de Cañoto, Julio de la Vega, Enrique Kempff, Raúl Otero Reiche, Amilkar Jaldín y Patricia Gutiérrez, entre otros.

Por otro lado, el jueves 12, desde las 19:30 horas, en instalaciones de la universidad Núr, desarrollaremos nuestro segundo evento artístico producto de una alianza con dicha casa de estudios superiores. Entre otras lindas sorpresas, servirá para reconocer el extraordinario aporte del compositor orureño César Espada a la música del oriente boliviano, en especial por su ya mítico taquirari «Niña camba». También habrá niños y niñas declamadores, ballet folclórico y una muestra de fotografía.

En ambas oportunidades, el público asistente podrá experimentar nuestra particular, incluyente y traviesa propuesta de aproximación a la lectura, al arte y a la vida.

Autor

¿Qué es lo más reciente que vienes desarrollando en tu trabajo poético como autor?

En cuanto a lo que se viene en mi obra poética, solo puedo decir que soy muy hábil… improvisando. No tengo ninguna idea preconcebida, o un plan, o unos «objetivos literarios» por cumplir.

En este aspecto aprendí a vivir como proponen Nietzsche y mis amadas tías de la infancia: a la altura del azar. Además, creo que el poema verdadero es la propia vida, y ahí sí, en su escritorio me paso desafiantes días y noches.

¿Qué mensaje les darías a otros gestores culturales en otras ciudades si quisieran impulsar iniciativas como la de Poesía en la Calleja?

Definitivamente «tomar» lugares por asalto. Abiertos o cerrados. Convencionales o improbables. Y llenarlos de poesía y acordes y colores y vida.

Si hay algo que Poesía en la Calleja tiene por demostrar es que una conmovedora persistencia en el empeño (vamos 154 eventos realizados) puede impactar en conciencias y municipios. Exactamente igual al agua blanda que horada la piedra dura, gota a gota, verso a verso…

Óscar “Puky” Gutiérrez Peña

(Bolivia – 1970).

Es poeta, gestor cultural, facilitador de talleres y corrector de textos. Tiene siete libros publicados en los alrededores de la poesía. Ganó dos concursos nacionales de literatura. Ha participado en encuentros de poetas en Perú, México, Argentina, Uruguay, Colombia, Chile, Cuba y Venezuela. Poemas suyos han sido traducidos al italiano, al catalán y al griego. Coordina Poesía en la Calleja, una exitosa “travesura literaria”. En ella se han compartido más de 2.500 poemas. Suele suceder en una plazuela sudamericana, al aire libre, de noche, sin costo.

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La lengua desnuda

/ 7 de septiembre de 2024 / 20:34

De arranque un par de puntualizaciones necesarias. Algunas semanas atrás llegó a las pantallas del país La lengua desnuda, subtitulada La anatomía de la verdad.  El evento fue presentado, con cierta ligereza, por buena parte de los medios cómo estreno de la última película boliviana. Pero si bien en parte el film puede considerarse boliviano debido a que el guion y la dirección fueron trabajados por el cruceño Jorge Sierra, el grueso de los intérpretes son de igual manera bolivianos y el rodaje, la grabación para ser preciso, tuvo lugar en su integridad en los estudios de la Red Uno en  Santa Cruz durante la pandemia, la producción, que insumió medio millón de dólares, monto inalcanzable para los emprendimientos fílmicos locales, sólo se hizo posible merced a la coproducción con empresas e inversionistas de Colombia, México, Chile, Argentina y Estados Unidos.

Es ese un dato fundamental para entender por qué la película puede aparentar en una primera mirada cierta pretenciosidad y un desentendimiento de los rasgos propios de los films hechos aquí, aspirando a una suerte de enfoque narrativo internacionalista, necesario sin duda, por una parte, a fin de satisfacer a esos aportantes de otras latitudes, y, por otra, con el propósito de abrirse espacio en los mercados de exhibición de aquellas.

Producción

Jorge Sierra fue productor, el 2009 de la notable El Ascensor realizada por Tomás Bascopé. El 2012 dirigió El juego de la silla, su opera prima como realizador, en buena medida malograda incursión en el género de suspenso sobre todo debido al descontrol de los protagonistas, bordeando la sobreactuación, y a la endeblez de los diálogos. El 2016 tuvo a su cargo la fotografía y el montaje de La herencia dirigida por Christian Calvo. Sierra fue responsable asimismo, el 2020, de la Dirección Audiovisual, en su versión virtual, del Festival de la Orquídea en la localidad chiquitana de Concepción. Ha sido autor de también de la novela “El Código Humano”.

Alineada a las demandas de la emancipación femenina La lengua desnuda, cuyo equipo técnico estuvo en más de un 60% conformado por mujeres, la columna vertebral de su trama ronda en torno al deseo de dos amigas íntimas, y algo más que eso, de abrirse camino en el espacio audiovisual, enfrentando los múltiples escollos con los que colisionan en el intento. Así Bárbara, personificada por Mel Quintans, actriz de origen cubano afincada en los Estados Unidos, y Victoria a cargo de su colega argentina Mey Bianchi residente en Madrid, embisten una y otra vez contra las celadas y manipulaciones que van echando por tierra su sueño.

El antagonista principal es Nicolás, interpretado por Cristian Mercado, mandamás de una empresa productora que maneja a discreción y sin parar mientes en la limpieza o no de los métodos que pone en práctica para ir consolidando su poder: desde el robo de ideas y guiones ajenos, hasta el acoso frontal e indisimulado al personal femenino

La lengua desnuda

Sin embargo, el modo de enfrentar esos avatares por Bárbara y Victoria, difiere una enormidad en uno y otro caso. A cierta altura del metraje Bárbara afirma “el problema del mundo es la lengua”, sentencia que abre el abanico temático del film apuntado a reiterar que la lengua, poseedora de una infinidad de sutilezas, puede ser instrumentada ya sea para indagar en la realidad o bien para disfrazarla apelando a términos distractivos y encubridores de la manipulación de la cual son objeto quienes quisieran develar las maniobras del poder para imponer sus intereses, tal cual ocurre hoy en día, dicho sea de paso, con el forzado anglocentrísmo del argot digital campante urbi et orbi, cuyos usuarios casi siempre desconocen el contenido de las palabrejas que absorben del aluvión de falsas verdades propio del doloso universo cibernético.

Pues bien, a partir de la aseveración de Barbara, esta resuelve zafar de los eufemismos, soltando la lengua, vale decir vomitando, en el cabal alcance del término, sus pareceres respecto a los dictatoriales protocolos sociales y encasillamientos lingüísticos a fin de poner en evidencia las jugarretas perpetradas por Nicolás. Entretanto Victoria cree mejor fingir no haber caído en cuenta de los aviesos embustes de este y mantener una actitud conciliadora con el impostor y su tóxica masculinidad. En suma, una y otra se ubican en las dos posiciones opuestas de la mencionada apelación al lenguaje, asunto, valga el apunte ya controvertido 380 años A.C. por el filósofo griego Platón en su “Crátilo”.

Guión

El guion, asimismo, autoría de Sierra, en base a un ensayo que escribió años atrás, fluctúa entre el drama y el humor, género este último que la película se propone activar generando la complicidad de la platea con la incendiaria verborrea de Barbara. Por su parte el drama asoma mayormente en el maltrato del cual son objeto las dos amigas, al igual como algunas congéneres, sin que La lengua desnuda caiga en la trampa de  proporcionar las usuales simplistas, cuanto tramposas, recetas para mutar el estado de cosas agradecible abstención resumida en un texto incluido hacia el final de la película definiéndola como “cuento sin trama ni desenlace”, irónica insinuación con cierto tinte de apertura preventiva del paraguas por el realizador frente a eventuales reparos críticos al producto terminado.

La trama transcurre mayormente en dos escenarios: los ambientes de la productora frecuentada por las protagonistas centrales en procura de encontrar sitio para hacer realidad sus aspiraciones y un café con el curioso nombre de El Lobo Estepario regentado por un sujeto llamado Rulfo, interpretado por el actor chileno José Camus. Tales alusiones a la novela homónima de Herman Hesse y al escritor, guionista y fotógrafo mexicano Juan Rulfo, eventualmente indescifrables para el grueso de los espectadores, al igual que otras referencias a los nueve círculos de El infierno de Dante, texto del escritor florentino Dante Alighieri, o a Moby Dick novela de Herman Melville son algunos de los guiños recurridos por Sierra en el al inicio de esta recensión, mencionado intento de compensar a los coproductores y abrir mercados apelando a un empaque internacionalista distanciado de los aderezos propios de un relato adecuadamente embebido de los acentos culturales bolivianos.

Sabores

Pero si bien tal estrategia discursiva y comercial puede entenderse, otra cosa es que La lengua desnuda peque de excesivo amaneramiento en desmedro de la necesaria concordancia entre el qué y el cómo propia de los trabajos creativos verdaderamente logrados encontrado la dosificación precisa de las sustancias dramáticas y contextuales. La pregunta que permanece flotando pues es si la simple adhesión al recetario formal de los denominados estándares internacionales alcanza para redondear de modo apetecible cualquier producción, incluso estando esta privada de los ingredientes auténticos que le confieren un sabor propio. 

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No es que la realización de Sierra carezca de aciertos sueltos. En términos generales la faena interpretativa del elenco es impecable, lo mismo en el caso de las ya mencionadas y mencionados roles centrales como, al igual, en el desempeño de Luis Bredow y Julio Kempff en los papeles de Reggi y Augusto, par de amigos jubilados, habitués del café donde conversan mientras el primero de los nombrados espera ver retornar en algún momento a su hija entretanto se afana en arreglar diversos dispositivos, y su compinche e interlocutor trata de evitar que se precipite en la depresión.

Crítica

La puesta en imagen es de igual manera mayormente atractiva merced al sobresaliente aporte del director de arte cubano Maykel Paez y del director de fotografía cruceño Ytalo Cabruja, experto en técnicas digitales para el tratamiento visual, a pesar de que en ciertos momentos las imágenes digitalmente demasiado manipuladas pierden en parte su carácter realista semejando figuras virtuales, lo cual no contribuye a espesar el relato en su propósito cuestionador de diversos aspectos de la confusa realidad contextual presente.

En suma, La lengua desnuda es un producto desparejo, a momentos salido del camino y en otros con aciertos puntuales muy dignos de ser relievados. Que esa suerte de desbalance consiga mantener despierto el interés y la atención del espectador, aquí como fuera de nuestras fronteras, resulta incierto.   

Título Original: La Lengua Desnuda – Dirección: Jorge Sierra – Guion: Jorge Sierra – Fotografía: Ytalo Cabruja – Montaje: Lisandro Vasquez – Arte: Maykel Paez, Mey Bianchi, Melina Terceros, Marina Pereyra, Carla Ayala, Vania Torres, Javier Alcocer, Angela Monica Cahuata, Henry Gomez, Bubby Suarez, Diego Castrillo – Música: Federico Amaya – Sonido: Gonzalo Quintana, Walter Acho – Producción: Juliette Betram, Jose Luis Cabruja, Addis Mosqueda, Mel Quintans, Mariana Sueldo, Jorge Sierra, Daniela Gutierréz, Ligia Coronel, Jean Carla Terrazas, Miguel Quintans, Pablo Canedo – Intérpretes: Mel Quintans, Mariana Sueldo, Cristian Mercado, Nancy Cronen, Alexia Dabdoub, Tomas Camus, Luis Bredow, Julio Kempff, Romy Paz, Miguel Mostajo, Malena Arauz Queirolo, Mariana Bredow, Carlos Ureña, Daniela Ochoa, Melina Terceros, Alejandro Amores, Lauro Cardozo, Caro Tv, Mariana Reckeweg, Pedro Alvarez, Robert Rodríguez, Genesis Gil, Jorge Valenzuela, Nathalya Santana, Sergio Mier, Agustina Issa Sierra, Luciana Cabruja, Sofía Caballero, Valentín Sueldo, María Leslie Ascarrunz, Mariana Peña, Paola Mercado – BOLIVIA, COLOMBIA, USA, CHILE, ARGENTINA MÉXICO/2024

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Elogio del silpancho (y del trancapecho)

El silpancho logró encumbrarse desde orígenes humildes hasta ser un ícono de la comida popular.

/ 7 de septiembre de 2024 / 20:17

Cochabamba, una ciudad que se enorgullece de su rica tradición culinaria, ha regalado al mundo un platillo que, por su sabor y su historia, se ha convertido en un emblema de la gastronomía boliviana: el silpancho. Este plato, nacido en la mitad del siglo XX, ha sido un testigo fiel de la evolución de la cocina popular en Bolivia, uniendo generaciones y traspasando fronteras gracias a su inconfundible mezcla de ingredientes. Pero, junto a él, ha surgido un descendiente que ha tomado su lugar como una variante más accesible y callejera: el trancapecho. Ambos, representan el ingenio y la creatividad que surge desde la necesidad.

El silpancho es más que un simple plato. Es la expresión de una cocina que, partiendo de la humildad, ha logrado crear algo grandioso. Su nombre proviene del quechua y significa «plano y delgado», reflejando a la perfección la forma en que la carne es aplanada antes de ser cocinada. Según la historia, el silpancho tal como lo conocemos hoy fue creado hace aproximadamente 80 años por Celia Lafuente, una dama cochabambina que vendía su creación en un fogón en la puerta de una casa en las calles Lanza y Ecuador de Cochabamba. Al principio, el plato no llevaba arroz ni huevo; esos ingredientes se añadieron más tarde para satisfacer a una clientela cada vez más exigente.

Evolución del silpancho

Uno de los aspectos más fascinantes del silpancho es cómo ha evolucionado con el tiempo. Al principio, solo consistía en una lonja de carne de res apanada y frita, acompañada de papas fritas y una sencilla ensalada de cebolla, tomate y locoto. Sin embargo, a medida que Celia Lafuente continuaba perfeccionando su receta, empezó a añadir arroz para hacer el plato más sustancioso. Los clientes, satisfechos con la adición, comenzaron a llevar huevos para que ella los friera y los incorporara al plato. Así, el silpancho se convirtió en lo que es hoy: una deliciosa combinación de arroz, papas cocidas y fritas, carne de res apanada, huevo frito y una ensalada fresca.

El silpancho ha llegado a ser una de las comidas más populares en Bolivia y su impacto no se limita solo al país. Su fama ha cruzado fronteras, conquistando a aquellos que buscan una comida reconfortante y nutritiva. Sin embargo, no podemos hablar del silpancho sin mencionar a su hijo, el trancapecho. Este sándwich, creado en el barrio cochabambino de Caracota, toma todos los elementos del silpancho y los convierte en un alimento portátil, ideal para ser disfrutado en cualquier momento y lugar.

Ramón Rocha Monroy, destacado escritor boliviano, describe al trancapecho como «el hijo pobre del silpancho, que ya era pobre». Este invento, nacido de la necesidad de crear un alimento sustancioso y económico, es un reflejo de la cultura de la pobreza que ha dado lugar a algunos de los platos más icónicos de la gastronomía boliviana.

Su hijo, el trancapcho

Rocha Monroy destaca cómo las bravas cochabambinas, en su ingenio, decidieron globalizar el silpancho, transformándolo en un avatar del sándwich de Lord Montague. «Abrieron entonces el vientre de un buen pan de toco y lo rellenaron con esa milanesa venida a menos que es la delgadísima carne apanada y frita del silpancho», señala,

Añade que “le agregaron el consabido huevo estrellado y la sarsa de tomate, cebolla y locoto picados en cubitos milimétricos. Hasta ahí no habían innovado prácticamente nada, pero entonces se manifestó el espíritu faústico de la región y le agregó el toque inconcebible y final: el arroz y la papa cocida y frita. Listo: nació una nueva criatura alimenticia que, como todo recién nacido, no tenía nombre; y entonces el pueblo aquilató su consistencia de hormigón armado y lo bautizó con el pagano nombre de Trancapecho”.

El trancapecho, al igual que el silpancho, ha encontrado un lugar especial en el corazón de los cochabambinos y, cada vez más, en el de todos los bolivianos. Su versatilidad y la manera en que encapsula los sabores del silpancho en un formato más sencillo lo han convertido en un antojito popular entre jóvenes y adultos. Para algunos, elegir entre un silpancho y un trancapecho es una cuestión de estatus, como lo ilustra Rocha Monroy al recordar cómo un «morenazo» en su Mitsubishi respondió indignado cuando una casera le preguntó si quería un trancapecho, mostrando que hasta en la comida, las percepciones sociales juegan un papel importante.

Tanto el silpancho como el trancapecho ocupan un lugar particular en la culinario y el imaginario boliviano. Son símbolos de la capacidad de Cochabamba para transformar la sencillez en algo extraordinario, y representan el orgullo de una ciudad que ha sabido hacer de su cocina un arte. Ya sea en un plato o en un pan, el sabor del silpancho y del trancapecho perdura, recordándonos que, en la gastronomía, como en la vida, lo humilde puede convertirse en grande.

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Mario Conde ¿Y la exposición?

El artista paceño presenta la exposición ‘Opera Summa’ en la galería Altamira de La Paz

Por Ariel Mustafá R

/ 1 de septiembre de 2024 / 06:17

Una parte fundamental del mundo de las artes plásticas es la publicación de libros que acompañen la producción creativa de los artistas. Huelgan los ejemplos de todos los museos del mundo y las grandes editoriales dedicadas casi exclusivamente a este fin. Nuestro país no es ajeno a ello, aunque a decir verdad la producción editorial vinculada a las artes plásticas es altamente limitada. Son contadas las publicaciones referenciales de arte en Bolivia, este motivo nos llevó, el año 2020, a publicar el libro Arte contemporáneo en Bolivia.

Sin embargo, la publicación de obras monográficas tiene una producción más intensa. Tal es así que de autores como Raúl Lara, Alfredo La Placa, Enrique Arnal, María Luis Pacheco, María Esther Ballivián, por citar algunos, hay libros publicados en los que se da a conocer al

artista y a su obra. Un común denominador entre todos ellos es que normalmente se realiza de artistas que ya no están entre nosotros. Esto tiene algunas explicaciones válidas, pero creemos que no debería ser necesariamente una norma. Por ello, en pocos días presentaremos el libro monográfico de un artista vivo, probablemente el artista en activo más importante de este momento en el país, nos referimos al maestro Mario Conde Cruz.

Trabajando en una sola técnica: la acuarela, Mario Conde despliega en técnica y contenido una maravillosa propuesta que despierta la admiración tanto en los grupos que defienden como en los que defenestran el arte moderno. Con un trabajo realista y surrealista al mismo tiempo, y su pensamiento anarquista con obras cargadas de ironía y sabiduría hacen sorna de la política —independientemente de la ideología— los manierismos del folclore, las instituciones sociales y su devenir en nuestro tiempo.

Dueño de un gran sentido del humor, su influencia entre los artistas, tanto nóveles como con trayectoria, es innegable y todos lo consideran un Maestro en el campo de las artes; pues en estos tiempos de cambios en las premisas del arte y con artistas conceptuales que pugnan por ganar protagonismo en las esferas del movimiento artístico con instalaciones, performances y propuestas innovadoras, la presencia de Conde y la admiración que se le profesa lo convierten en la bisagra que une el arte moderno con el arte contemporáneo.

Son tantos los motivos que justifican la publicación de este libro, que utilizamos este espacio dedicado a su exposición para promoverlo.

Por cierto, ¿y la exposición?, fantástica, como siempre. Irreverente, desafiante, provocadora. Opera Summa se exhibirá hasta en la galería Altamira (calle José María Zalles Nº834 – bloque M-4, San Miguel).

Mario Conde: maestro acuarelero.

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Perfil

Mario Conde Cruz  nació en La Paz, en 1956, ciudad en la que reside. Estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes Hernando Siles, institución que actualmente lo cobija como docente, donde obtuvo la especialidad en pintura y grabado, decantándose por la acuarela. Es considerado un gran maestro en esta especialidad. Comenzó exponiendo sus obrasa en la plaza Humboldt de la ciudad de La Paz.

Texto: Ariel Mustafá R.

Fotos: Mario Conde

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