Campeones saturados
Los futbolistas de alta competición llegan necesariamente al cansancio
Sería bueno que en la final de la Copa Confederaciones, que se disputará el domingo en el estadio Maracaná, la estrella brasileña Neymar pueda romper el guion de su propio cuerpo técnico y que, al mismo tiempo, se acabe la aplanadora eficaz del juego colectivo español de la que destaca un extraordinario cuerpo de baile, en el que asoma tímidamente, de a ratos, como solista, el cerebral Andrés Iniesta.
Desde esta columna habíamos cantado hace siete días la final a jugarse el domingo, aunque por la forma en que cada ganador de semifinales llega, debe quedarnos sabor a poco debido a la saturación de una frenética temporada 2012-2013, advertida especialmente en los campeones del mundo que debieron llegar al extremo definitorio de los penales luego de 120 minutos de improductividad goleadora.
Pues bien, en un partido que para mi gusto fue desesperante por lo monocorde y previsible de las propuestas de juego definidas por Vicente del Bosque y Cesare Prandelli, las calles y plazas brasileñas siguen encendidas por la convulsión social que ya tiene muertos y los conflictos parecen no encontrar mitigación ni siquiera con los ofrecimientos de reformas de la presidenta Dilma Rousseff. Eso de patear para adelante, para ser consecuentes con el argot futbolero, en política deja de servir cuando la credibilidad ha sido puesta en entredicho.
Pero el cansancio de la calle, por la pobreza, la exclusión, los deficientes y encarecidos servicios más el estrés, nada tiene que ver con las muy refrescadas clases medias-altas con capacidad de compra que están asistiendo a cada uno de los campos en que se juega esta Copa Confederaciones que nos ha mostrado a un campeón del mundo extenuado de tanto controlar la pelota y buscar el ataque masivo con marcadores centrales y laterales incluidos que iban mandando sus disparos por los cielos como para que quedara en evidencia que en los últimos metros, las grandes confrontaciones necesitan de esos jugadores distintos que pueden dirimir las confrontaciones exasperantemente equilibradas como la protagonizada por españoles e italianos en Fortaleza ayer.
Solamente cuando se ha jugado más de la mitad de un minitorneo como éste —sucederá lo mismo el próximo año con la Copa del Mundo— caemos en cuenta de que los futbolistas de alta competición, por más que estén cuidadosamente formateados para rendir durante 60-70 partidos por temporada, llegan necesariamente al momento del cansancio, a la necesidad de hacer un alto en el camino como le está sucediendo a Lionel Messi que ha encontrado tiempo y espacio para arreglar sus cuentas con el fisco español, el resto de las figuras de élite veraneando lo más lejos posible de donde habitualmente residen y juegan, y otros aterrizando en los hábitats de sus nuevos desafíos como Pep Guardiola que ya dirige la pretemporada del Bayern Munich y Carlo Angelotti ingresando de lleno, parece que sin siquiera advertirlo, en ese estado de ansiedad tan característico del Real Madrid, hablando de buscar la décima Champions, cuando todos los demás, o no dicen nada, o solamente anuncian reglamentariamente los inicios de sus tareas de cara a la competiciones que se vienen.
Desde la óptica local, los verde amarillos festejan su llegada a la final mientras el pueblo —esencia del fútbol— vive la indignación traducida en vandalismo y violencia sin límites, y lo hacen sin que importe mucho la manera en que lo han conseguido, esto es, sometidos en los treinta minutos iniciales a la iniciativa uruguaya y bendecidos por la pata chueca de Diego Forlán que tenía en su experimentada presencia la posibilidad de imprimirle otro transcurso a ese partido en el que un rebote en Muslera luego de remate a cargo de Neymar, le abrió la ruta de manera poco ortodoxa a Fred para inaugurar el marcador y emprender el camino hacia el Maracaná el domingo 30, cuando los más campeones de toda la historia deban enfrentar a los mejores campeones de la última década.
Dicen los amantes de las consignas y los lugares comunes que a fuerza de repetirse adquieren estatus de verdad, que el juego bonito lo practica España y el Brasil de Luiz Felipe Scolari-Carlos Alberto Parreira es de un pragmatismo certificado con los cetros obtenidos en USA 94 y en Japón/Corea del Sur 2002, con fórmulas que utilizaron la inspiración y la fantasía de los Romarios y Ronaldos como puntada final, pero que basaron sus andaduras en un tacticismo que castra la espontaneidad y la liviandad característicamente brasileña. Dejémonos de historietas, los únicos grandes equipos que han practicado sin reservas, con absoluta convicción y sin medir las consecuencias, el llamado juego bonito, han sido el Brasil de México 70, Holanda del 74 y el Barcelona con transferencia ideológica holandesa primero, el tercer ojo de Pep más tarde y la conjunción de unos virtuosos para manejar la pelota a placer durante cinco años continuos. Hay otros, ciertamente, con características y variantes distintas en función de sus identidades, pero los nombrados son los que se han distinguido nítidamente por hacer del fútbol, un deporte emparentado con el arte y la estética.
Así que a no hacerse más ilusiones de las que informan sus desempeños, Brasil entrará a jugar con el férreo libreto de Scolari, lo más ordenado posible desde atrás, cometiendo las faltas tácticas que sean necesarias para romper la fluidez característica principal del adversario y España decidirá seguramente muy pocas horas antes del partido, si hay un hombre de área para acometer las tareas a realizarse frente a la portería rival, las mismas que en la semifinal contra Italia acabaron en todas partes menos sacudiendo las mallas, o si más bien se opta por la vía del juego ofensivo en bloque sin un delantero con la explícita misión de anotar sí o sí.
El único ingrediente atractivo quedará evidenciado cuando veamos si efectivamente Neymar puede ponerse a la altura del desafío, por encima de las expectativas de su cuerpo técnico, y logra constituirse en pieza clave para generarle a Iker Casillas, la peor temporada de la que pueda tener memoria en su impecable carrera de portero e ícono del fútbol español o si las asistencias desconcertantes de Andrés Iniesta, en la penúltima jugada, encuentran mejor destino frente a la portería de Julio César.