Messi y el carro lleno
Argentina Lionel Messi juega en su selección con una presión brutal. Está obligado a ganar o se lo van a devorar. La tribu le exige todo.
El domingo 19 de marzo, tras el festejado triunfo por 4-2 del Barcelona sobre el Valencia con dos goles y estupenda actuación de Lionel Messi, en la zona de palcos del Camp Nou uno de los hermanos de Leo pasaba de la alegría a la preocupación y le confiaba a una gloria del fútbol: “Uuuffff, ahora tiene que ir para allá, donde los periodistas y el ambiente lo vuelven loco…” Se refería, claro, a que debía viajar para cumplir con la doble jornada de eliminatorias de Argentina versus Chile y Bolivia. Y, con ello, enfrentar a la runfla de hostigadores profesionales y amateurs que lo están esperando con el hacha de la intolerancia y la sinrazón. Lo entendemos: para Messi salir de Barcelona y venir a Argentina es como cambiar Disneylandia por Siria. Antes de aterrizar ya se oyen las bombas. Luego debe bajar esquivando misiles.
Es el insólito destino que le ha deparado a este maravilloso futbolista el haber elegido representar a la camiseta albiceleste. Y hacerlo en el peor momento de su historia por dirigentes, entrenadores, futbolistas… y periodistas. No hubo antes un escenario peor. No obstante, Messi es reincidente: igual viene, juega, gana, hace el gol y es la figura. No sirve; el ejército de antropófagos nunca se lo reconocerá. Tampoco le retirará el pringoso rótulo de sospechoso. Nadie ha querido entender que es un solo hombre, no once. No se le puede reclamar el trabajo eficaz de los 10 restantes. Aunque todos saben que, sin Messi, Argentina directamente no existe, es cero. Hasta Bauza lo tiene claro. Argentina se preocupa ahora por Messi porque ve que sin él se queda sin Mundial.
En ese contexto de animadversión hacia un jugador que ha dado tanto, Messi juega con una presión brutal. Está obligado a ganar o se lo devorarán. Y deberá clasificar al Mundial o lo crucificarán. Y luego tendrá que traer el título o le estamparán en el pasaporte el sello de apátrida.
No importa que la AFA esté acéfala, que la cancha de River sea un chiquero, no importa la incompetencia del entrenador y de compañeros que nunca le dan un pase o fallan goles solos o defienden mal y juegan todas las pelotas hacia atrás… La tribu le exige todo. Y Messi, calladamente, cumple. Pero ante Chile todo ese sistema perverso le despresurizó la cabina. Un error del línea (le habían hecho falta a él pero sancionó al revés) fue el detonante. Y lo mandó a donde todos sabemos. Fue claro e indesmentible. Messi, que ve que todo se hace mal, que la propuesta futbolística del DT es un espanto, que nadie puede hacer una jugada decente, perdió el control, su actitud monacal y estalló en ira. Claro, en lugar de insultar a los periodistas argentinos, a Bauza, a Di María, a Higuaín, a Agüero, a Rojo, a Biglia, al canchero de River, insultó a Emerson Augusto de Carvalho. Y el bueno de Emerson hizo como que no vio ni escuchó para no complicarle más la vida.
Pero afuera sacaron cuentas: una fuerte sanción a Messi equivale casi a la eliminación de Argentina. ¡Bingo…! Una ocasión imperdible. Como fue una ocasión imperdible sacarle unos puntos a Bolivia. Y ahí comenzó a jugarse otro partido, uno subterráneo. “Confiamos en que Argentina sea castigada con la misma energía que Chile”, declaró Sebastián Moreno, secretario general de la federación chilena. Se refería a los deplorables silbidos al himno chileno. Luego aclaró sobre el tema Messi: “Chile no pidió nada”. Ahí ya oscureció.
Alguien envió a Zúrich, en secreto, los pormenores del caso, obviamente desde Sudamérica.
Y entró en acción la impoluta FIFA de la neutral Suiza. Como el informe del árbitro y los asistentes, así como los del veedor del partido (Óscar Astudillo), no consignaban ninguna anomalía, algún comisario político de FIFA los llamó uno por uno para persuadirlos: “¿Seguro que no vio nada de lo acontecido con Messi…?” Al ratificar que no hubo nada anormal, la Comisión Disciplinaria actuó de oficio. Le dio al suceso un carácter de juicio sumarísimo que envidiarían los implacables Tribunales Revolucionarios bolcheviques de 1917. En alrededor de 18 horas avisaron que había un “Caso Messi”, enviaron un ultimátum para elevar el descargo y lo suspendieron por 4 fechas. Justo a tiempo para impedirle actuar ante Bolivia. Messi se enteró en el vestuario del Hernando Siles, ahí vio el partido por televisión.
Messi estuvo mal y que lo sancionen está bien, que lo fusilen no. Las cuatro fechas y sobre todo la forma tienen un estilo mafioso. Parece un ajuste de cuentas, un pase de factura por tantos años de soportar el despotismo grondoniano. Pero esa factura que la pague el fútbol argentino, no Messi. No se tuvieron en cuenta los antecedentes del jugador, un deportista que le ha dado tanto al fútbol, que una sola vez ha sido expulsado (y por error) en 711 partidos, que ha recibido miles de patadas y nunca ha reaccionado, que ha contribuido enormemente a la popularidad del fútbol, a la fascinación por el juego, que nunca salió a pegar, especular o ensuciar un partido. La FIFA ha sido rigurosísima y le aplicó —de oficio— la sanción máxima para este tipo de conducta. La ímproba, la nueva y estricta FIFA nos muestra su honestidad sin par ajusticiando a Messi. Pero es fácil pegarle a Messi; no habla, no se desacata. No es Maradona, que lanza llamaradas con la lengua. Por si acaso, Infantino lo nombró Leyenda FIFA y está a salvo del dragón.
El mundialista exárbitro inglés Graham Poll escribió en un artículo en el Daily Mail que la sanción no tiene base legal. “A pesar de sus airadas protestas, no fue sancionado en su momento. Sin embargo, el Comité Disciplinario de la FIFA descubrió evidencias en el video del partido e impuso la sanción, lo que creo va en contra de las reglas del juego… El incidente ocurrió a plena vista del asistente que sufrió los insultos, así que la decisión de los árbitros oficiales debería mantenerse… Si un jugador golpea a un rival fuera de la visión de todos los árbitros oficiales, entonces sí se podría imponer una sanción retrospectiva”. Poll apunta al mal precedente: según el criterio utilizado, días después de un partido podría cambiarse de oficio una decisión ya tomada por el árbitro, siendo que el juez es la máxima autoridad del juego. Con esto, deja de serlo. Es la Comisión Disciplinaria de la FIFA.
Además de los defensores rudos, de la picana constante de la prensa madrileña, del canibalismo que sufre en su país, Messi encuentra ahora un nuevo foco del que cuidarse: la FIFA, el Politburó. ¿Hasta dónde aguanta la cabeza de una persona que está obligada a ganar todos los partidos que disputa, hacer los goles y ser la figura o, caso contrario, sufrir la Inquisición…? Aún la cabeza de Messi no explotó. El otro día tuvo apenas una filtración, como un géiser verbal contra los asistentes.
No obstante, estas eliminatorias han servido para demostrar que Messi solo no puede ganar un Mundial. La selección argentina, quedó visto, marcharía octava o novena sin Messi. Él ha hecho la proeza, solo, de llegar a la final de un Mundial y de dos Copa América en este contexto de mediocridad absoluta, dirigencial, técnica y futbolística. Es un fenómeno: en medio de este caos llevó a la Argentina a la final del mundo. Quizás valga más ese subcampeonato que el Mundial de Maradona y los tres títulos de Pelé, por el grado de adversidad que ha tenido Messi. Y por los compañeros que tiene. Un pequeño héroe silencioso tirando de un carro en el que hay subidos 45 millones de tipos, muchos de los cuales van pegándole latigazos. Y si no les da gloria, lo llaman pecho frío.
Es surrealista, pero así es.