‘El robo’: el futuro está aquí
El filme de César Andrade fue producido por la Comisión Especial de Investigación de la Capitalización y Privatización de la Asamblea Legislativa Plurinacional.
Las dos imágenes más poderosas que se quedan en la retina después de ver el documental El robo (estreno mañana lunes en la Cinemateca, 19.00, gratis) son éstas: unos señores de guante blanco se llevan en cinco segundos bolsos y bolsos repletos de dólares de las bóvedas del Banco Central de Bolivia antes de la huida de Gonzalo Sánchez de Lozada. Es la mañana del 16 de octubre de 2003. La otra imagen es un desafío: don Carlos Mesa habla mirando de frente a la cámara tras un escritorio y se dirige a don Evo Morales para decirle que es muy cómodo bloquear, que lo difícil es gobernar. “Venga a gobernar”, añade. Ya saben lo que pasó después.
El robo: cuando las leyes se escribían en inglés, del mexicano César Andrade (con montaje y guion de Pablo Valdés V. Boullosa y la producción de Karina Herrera), arranca con tres preguntas inquietantes: ¿cómo pasó? ¿cómo lo hicieron? ¿cómo un puñado de empresarios y políticos neoliberales vendió todo un país? Para Bolivia fue una gran tragedia, resumida en una cifra espeluznante: 21.500 millones de dólares.
La historia del documental (producto de la Comisión Especial de Investigación de la Capitalización y Privatización de la Asamblea Legislativa Plurinacional) comienza en 1985 con una nación estancada y un “mesías”: Víctor Paz y la democracia pactada y la repartija del poder en cuotas. “Bolivia se nos muere” fue la frase lapidaria que todavía hoy resuena como karma en el cementerio de los muertos vivientes. La patria estaba al borde del abismo y ellos dieron dos pasos al frente (para robárselo todo), como diría El Papirri.
Las imágenes de archivo de las manifestaciones multitudinarias de los mineros, de los relocalizados, los soldados en Patacamaya listos para reprimir la Marcha por la vida y el cerco militar en Kalamarca nos trasladan a un pasado lejano y cercano, cercano y lejano. Los infaltables drones nos devuelven a un presente diferente.
El robo juega con el tiempo, con los sabores (del agrio al dulce y viceversa). Te lleva desde la oscuridad y el pesimismo conformista del pasado hacia la esperanza del futuro.
La derrota de aquella marcha trajo la mayor privatización imaginable. Las empresas gringas contratadas para maquillar, engañar y manipular van a recomendar no usar la maldita palabra. Se hablará entonces de “reordenamiento de las empresas públicas”. Los señores y señoras del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional son (auto)elegidos “ministros” para “rediseñar” nuestra economía. Los eufemismos pasan a formar parte de nuestros nueve mandamientos: alguien borra el “no robarás”. Las 10 reglas del Consenso de Washington nos meten en la boca del lobo. La fórmula ya ha funcionado a las mil maravillas en el Chile de Pinochet Ugarte. Bolivia va a ser el segundo “conejillo de Indias”.
La enajenación arranca con Jaime Paz Zamora y su doble fórmula: privatización (venta directa de pequeñas y medianas empresas); y capitalización (supuesta inversión en empresas públicas). Samuel Doria Medina, en un arranque inédito de originalidad y creatividad, bautiza al monstruo de las mil cabezas: “técnica Bonsái”. Y hace una promesa al Club de París: “en dos años no habrá una empresa pública en Bolivia”. Acabar con la pobreza matando a los pobres.
El documental enumera la larga lista de caídos en combate: El Puente (Tarija), Fancesa (Chuquisaca), Línea Aérea Imperial LAI (Potosí), Semapa (Cochabamba), Hilancruz (Santa Cruz, costaba 70 millones de dólares y la vendieron a precio de gallina muerta, 4 millones), Fábrica de Cerámica Roja (Pando), Empresa Nacional de la Castaña (Beni), Fábrica Nacional de Vidrio Plano (El Alto)… Ni la terminal de buses con su hotel en Oruro se salvaron. Tarija perdió 13 empresas, Santa Cruz 12, Beni 8, La Paz y Oruro 6, Cochabamba y Chuquisaca 5, Pando 4 y Potosí, una, la citada línea aérea (vendieron dos aviones comprados en 12 millones de dólares en apenas 600.000).
El parte de guerra no tuvo fin, como la tristeza. Fue la leche. Goni regaló la PIL de Cochabamba a una gran empresa peruana en 8 millones y las consecuencias afectaron a miles de pequeños productores de leche por todo el país, arruinados por la llegada de leche en polvo desde Perú. Los spots seguían bombardeando eufemismos, mentiras, fake news. No había memes ni redes sociales. “El futuro está aquí”, repetían como mantra mentiroso un presidente tras otro: Víctor Paz, Jaime Paz, Sánchez de Lozada, Banzer, Quiroga, Sánchez de Lozada, Mesa.
La segunda fase de la enajenación atacó a las grandes empresas, el gran motín en un pentágono: Entel, Ende, Enfe, Yacimientos y el LAB (su valor alcanzaba los 120 millones de dólares, fue rematada en 23 millones). Vinto valía 41 millones de dólares, se vendió en 14. Entre 1985 y 2005 fueron privatizadas y capitalizadas 362 empresas del Estado. Otras muchas fueron cerradas.
Hasta que se perdió el miedo, hasta que el pueblo cochabambino se dio cuenta de que no estaban solos. Era la Bolivia donde si no pagabas dos facturas de agua, te remataban la casa. El documental El robo, conducido por un personaje interpretado por la joven actriz Raiza Ortiz, nos lleva de la mano a través de paisajes desoladores, desiertos, saqueos, redes… mientras la indignación y la bronca se apoderan del espectador: ¿Cómo pasó, cómo lo hicieron?. Y tú te preguntas la peor de todas: ¿cómo y por qué lo permitimos?
Entonces, el “león dormido” (el fotoperiodista Pata Quintana dixit) despertó definitivamente en La Paz y El Alto. Y la historia infame del saqueo terminó. Entre las cenizas, los nombres y apellidos se repetían como mantra: los mismos empresarios y políticos, los mismos parientes. Los Kuljis, los Revollo, los Doria, los Garafulic, los Ardaya, los Cárdenas, los Salazar, los Ossío Sanjinés, los Kempff… los dueños y señores de todo, de las radios, de las televisiones, de los periódicos, de los cuerpos, de los espíritus, de las conciencias.
El robo —de una factura técnica impecable y un enfoque dirigido expresamente a la juventud— arranca con esas tres preguntas mencionadas y cierra con dos interrogantes más: ¿cuánto perdimos realmente? ¿cuál es el precio de un país? La lección sobre nuestro pasado está sobre la mesa. Ahora hay que trabajar la memoria, proyectarla hacia el futuro. No cometer los mismos errores, contar este cuento macabro e infame a las nuevas generaciones, de Bolivia y de toda América Latina. Quisieron borrar la historia, quisieron envenenar la memoria colectiva. No pudieron. Solo tuvieron razón en una cosa: el futuro está aquí.