Fuertes, una buena película (o no)
La cinta boliviana, dirigida por Óscar Salazar Crespo, se inspira en hechos de la Guerra del Chaco

El cine boliviano viene de una mala racha de estrenos. La hinchada cinéfila coloca las esperanzas en tres fichas, por orden de estreno: Fuertes de Óscar Salazar Crespo, Santa Clara de Pedro Antonio Gutiérrez (un “western” beniano que llegará en noviembre) y Mi socio 2 de Paolo Agazzi (en diciembre). Ahora ha entrado en cancha la esperada película sobre la Guerra del Chaco y el club The Strongest.
Goles a favor:
Uno: Fuertes es un cruce de filme romántico (una historia de amor que roza la cursilería) y película épica de guerra con espíritu nacionalista. Apuesta por la sencillez, por la mirada hegemónica y por eso que algunos llaman “industria”. Tendrá, sin duda, una buena respuesta del gran público, ávido de reconciliarse con el cine boliviano y sus historias encaminadas a levantar la autoestima.
Dos: Fuertes es también una cinta de época. Pocas veces en el cine boliviano hemos podido ver una obra tan cuidada en lo formal y en lo técnico con el objetivo (logrado, al fin) de reconstruir el pasado, en este caso los tumultuosos años 30 del siglo XX. Es un acierto de la dirección rodearse de connotados especialistas en sus rubros. Gustavo Soto regala una fotografía mimada que pasa de las tonalidades brillantes y coloridas de la preguerra a la paleta desgastada y polvorienta del Chaco en la segunda parte bélica del filme. Pilar Groux, la productora por excelencia de nuestro cine, demuestra otra vez su trabajo avalado a nivel internacional. Serapio
Tola en la dirección de arte y Melany Zuazo en la dirección de vestuario colocan a Fuertes a la altura de películas históricas de cinematografías potentes de factura extranjera. Los efectos especiales de los enfrentamientos también son un punto alto. La banda sonora del oscarizado chileno Juan Cristóbal Meza, grabada por la Orquesta Sinfónica de Bratislava (Eslovaquia) aporta momentos de gran emotividad y grandielocuencia, propios del género, aunque por momentos la música se engolosina y abusa del espectador.
Tres: Fuertes tiene momentos altamente emotivos por su carácter épico y su potencial emotivo. Destacan dos escenas que ponen nudos en la garganta: la escena final y el discurso del presidente del club, Víctor Zalles Guerra (dos de sus hermanos murieron en los fortines y cañadas) cuando compromete la participación de todos los jugadores, dirigentes, socios y simpatizantes stronguistas al Ejército. Luigi Antezana, actor y fiel gualdinegro, se emociona y emociona.
Cuatro: Fuertes sabe cerrar (se); mérito no menor en nuestro cine donde los finales son un hándicap. Aunque, hay que decirlo, le sobran 20 minutos.
Goles en contra:
Uno: Fuertes, que se presenta como un relato de ficción “inspirado” en hechos y personajes históricos, descuida detalles de la historia. En aras de contentar y atraer a la mayor cantidad de espectadores, omite verdades.
Cuando la Guerra del Chaco estalló y The Strongest se retiró del torneo para acudir como club al frente de batalla, el campeonato de La Paz Football Association no se interrumpió, como asegura la película. Continuó, y sin los gualdinegros en cancha; el club Bolívar salió campeón en el primer título de su historia desde que jugaba al fútbol en 1927. El apodo del club no era “Tigre”, como es ahora. La denominación de “tigres” fue acuñada una década después, en los años 40. Juan Lechín Oquendo no era jugador stronguista (aún), antes de la guerra era parte del equipo de la fábrica Said&Yarur por el origen palestino de su padre (Lezín) y los dueños de la empresa que confeccionó los uniformes del Ejército boliviano. El capitán del team no era José Rosendo Bullaín (que había dejado, por cierto The Strongest para jugar en Huracán de Viacha por imperativos militares), sino Renato “Choco” Sainz (retratado en la película bastante más moreno de lo que era).
La lista de inexactitudes históricas es larga aunque ésta no afecta a la verosimilitud del filme. Lo que sí molesta es el sesgo clasista. The Strongest nunca fue un club elitista de la clase alta y adinerada de la sociedad paceña, como es retratado en el filme. Estaba formado por la incipiente clase media profesional y trabajadora. Fuertes presenta una ciudad de La Paz (rodada en Sucre, por cierto) irreal, colonial, carente del sustrato popular que siempre alimentó a la urbe y al club del oro y el negro. El extremo cuidado en lo técnico es abandonado a su suerte en el empaque histórico-sociológico del filme. Una pena, la labor se quedó a medias.
Dos: Fuertes tiene un gran reparto, disparejo a ratos, que tropieza especialmente en su pareja protagonista. El director hizo la apuesta riesgosa de elegir como protagonista masculino (Christian Martínez es Mariano) a un exjugador juvenil de fútbol, no a un actor. Con esta elección, la película gana en las escenas futboleras (“bien jugadas”) pero pierde en peso actoral. Elegir como protagonista femenina (Claudia Arce es Matilde) a una expresentadora de televisión sin apenas carrera interpretativa es menos entendible. La interpretación de Fernando Arze —en el rol de José Rosendo Bullaín, caído en combate en Cañada Strongest en mayo de 1934— está raramente contenida, cuando esta vez no tocaba y hace extrañar un mayor trabajo de interiorización en el personaje.
Tres: la ausencia de la música popular de la época es otra falencia. Es un pecado capital (producto de una pobre investigación histórica) que no suene la mítica Cacharpaya del soldado del maestro Alberto Ruiz Lavadenz. Los soldados stronguistas no cantaban —como en la peli— tonadas de tribuna o adaptaciones de melodías religiosas sino letras como “Negra zamba, por qué tienes que llorar / negra linda, tu llanto debes calmar. Si el Chaco es boliviano / nadie nos puede quitar.
Uka jinchu q’añu patapila / lawampi churtañani pek’e pata / alis nuquñani Chacu pata / Ukat mantañani utaparu patapila lapakumu”. Por cierto, los soldados paraguayos hablan en guaraní mientras el quechua, aymara y el propio guaraní están ausentes en nuestras filas, otro “descuido” (in)consciente.
Cuatro: la historia bélica deja sabor a poco. La gigantesca y heroica batalla de Cañada Strongest es reducida a una caricaturesca escaramuza. La historia de amor cojea por falta de química, por desprolija, por balbuceante. La dirección de actores brilla por su ausencia y da por resultado a un elenco abandonado a su suerte, en el que cada uno rema a su propio ritmo.
Arce, a contra ruta del espíritu de la película, llegó a decir en la “premiere” el pasado lunes en La Paz que “los bolivianos, para no variar, perdimos la Guerra del Chaco”. Otra vez el lamento de la derrota contra el que pretende luchar el filme de Salazar. Alguien debió explicarle a la ex Miss Bolivia que tenemos gas y petróleo porque vencimos en la toma de Boquerón, en las cañadas y especialmente en la última gran batalla de la guerra, la de Villa Montes. Recordarle, en fin, que los bolivianos y bolivianas somos Fuertes.