Como sigo sin entender la guerra en Siria, promovida por un Premio Nobel de La Paz y en alianza con su archienemigo Al Qaeda, consulté el informe sobre las Tendencias en la transferencia internacional de armas, del Instituto de Investigaciones de la Paz Internacional de Estocolmo (Sipri).
El informe, similar a la Organización Mundial del Comercio pero del comercio de armas, presenta a los seis más grandes exportadores de armas: EEUU con un 31% de las exportaciones mundiales, seguido de Rusia con el 26%, por eso ambos pulsean en Siria. Tercero está Alemania con el 7%; seguido de la Francia (6%) de Hollande, quien está muy interesado en Siria; quinto China, el nuevo exportador mundial, con el 5%; y sexto el Reino Unido con 4%. Lo más interesante es que si se excluye a Alemania, estos principales exportadores de armas son los cinco países miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, que tiene la responsabilidad primordial de “mantener la paz y la seguridad internacional”. También encontraremos que si se excluye a China, estos países son miembros del G8 (Grupo de los países más adelantados).
Entre los principales países de destino, es decir importadores de esas armas, están India con el 12% de las compras mundiales, seguida de China (6%), Pakistán (5%), Corea del Sur (5%) y Singapur con el 4% del total importado. El principal proveedor de los dos primeros, India y China, es Rusia. A Pakistán, donde estaba escondido Bin Laden, le abastece China, seguido de EEUU. El proveedor de Corea del Sur es EEUU y, finalmente, al país más competitivo del mundo, Singapur, le abastecen EEUU, Francia y Alemania.
Pero si uno amplía el análisis a los 20 importadores mundiales se va a encontrar en que los actuales aliados de EEUU como Emiratos Árabes, Arabia Saudita, Turquía, Irak y Afganistán, en total demandan el 13% de las armas mundiales; y con razón parece que el comercio del petróleo, en el marco del comercio justo, se compensa con el comercio de armas. De esta forma parece aclararse el rompecabezas de la intervención pasada a Irak, sin haber encontrado armas químicas; a Libia y ahora a Siria, que casi no tiene petróleo pero es cabecera de playa a Irán; así como también la financiación desinteresada de Arabia Saudita.
Pero el problema no termina aquí, más bien empieza. El Sipri señala que las ventas de armas y de servicios militares realizadas por las mayores empresas exportadoras de armas, las TOP 100, alcanzan $us 410.000 millones en 2011. ¿Pero quiénes son las principales empresas exportadoras? En primer lugar está Lockheed Martin, empresa de aviones, electrónica, misiles y aeroespacial, con $us 2.655 millones de utilidades en 2011. La segunda es Boeing, en el mismo campo y con $us 4.000 millones de utilidades, ambas empresas estadounidenses, que muestran que el negocio de la guerra no es tan malo. En el puesto 17 está Rolls Royce, experta en motores y General Electric.
Parece que el rompecabezas de la guerra ya está armado: Estados-petróleo-armas y grandes empresas. ¿Y las armas químicas? Los datos que tenemos son de armas convencionales y no hay de las “no convencionales”; aunque para el New York Times, las químicas son “armas demasiado horribles”, como si la guerra no fuera en sí un hecho demasiado horrible. Se dice que las químicas son de uso masivo, pero las bombas nucleares también lo son. ¿Entonces, por qué no prohibimos de una vez todas las armas?
Es ex-presidente del Banco Central de Bolivia (BCB).
En el país desde hace más de un año, febrero de 2023, se dejaron de publicar en el Banco Central de Bolivia varios datos de interés económico para el país.
Las estadísticas semanales relativas a operaciones con el exterior (las reservas internacionales, transferencias bancarias con el exterior), información monetaria (agregados monetarios) operaciones de mercado abierto y financiamiento del BCB, operaciones del sistema financiero, deuda interna del BCB, índice del tipo de cambio real, precios y tasa de interés se dejaron de publicar en el Banco Central de Bolivia desde febrero del año pasado.
En ese mes empezaron a manifestarse los problemas relativos con la “insuficiencia de divisas” y los comunicados que señalaban que el BCB iba a atender los requerimientos de moneda extranjera del público y de la banca, puesto que era un problema de liquidez transitoria. Pasaron 18 meses y el problema se acentuó, así como las marchas y bloqueos gremiales y del transporte pesado por demanda de dólares y las redes sociales empezaron a hablar de 13 tipos de cambio distintos, incluso las propias autoridades han mencionado alguna cotización del dólar en el mercado “paralelo”, “negro” “blue” o lo que quiera denominarse.
En los medios de comunicación se busca la explicación de esa “insuficiencia” de divisas y se hecha la culpa al modelo, a la especulación y, en medios oficiales, se dice que se debe a la crisis internacional que ha golpeado al país, a las exportaciones, y a los aumentos de las tasas de interés internacionales, a la crisis climatológica y también a los bloqueos internos de carreteras y de la propia Asamblea que no aprueba los créditos externos.
Me había jurado no participar en los temas de coyuntura, en las discusiones diarias, que en lugar de orientar creo confunden más a la gente, hasta que tuve que preparar unas clases a mis alumnos sobre el mercado de divisas y debía hacer una referencia obligada al país.
RÉGIMEN.
Empecé por caracterizar el Régimen Cambiario en Bolivia, que según el FMI (2022): “El régimen cambiario de jure es una “paridad deslizante” con el dólar estadounidense y se caracteriza por pequeños movimientos del tipo de cambio que no se anuncian con antelación. El BCB determina el precio mínimo para el mercado de divisas competitivo diario vía subasta (Bolsín)”. La Ley 1670 estipulaba en su Artículo 19 que el BCB establecerá el régimen cambiario y ejecutará la política cambiaria.
La base del régimen cambiario es el Artículo 1 del DS 21060 del 29 de agosto de 1985, que cumple 39 años de vigencia, que a la letra dice: “Se establece un régimen de tipo de cambio único, real y flexible del peso boliviano con relación al dólar de los Estados Unidos de América, el mismo que se denominará cambio oficial”.
El FMI hace una distinción entre el régimen de jure, lo que dice explícitamente la norma, y el régimen de facto que se refiere a la norma que funciona de hecho en la práctica. Así señala que: “Debido a que el boliviano se estabilizó frente al dólar estadounidense desde noviembre de 2011, el régimen cambiario de facto se clasifica como un arreglo estabilizado. Las autoridades consideran que la política oficial de un crawling peg o reptante no ha cambiado. El mecanismo permite que la velocidad de deslizamiento se ajuste a 0 sin considerar si los fundamentos económicos subyacentes lo justifican”.
Sin embargo, la Nueva Constitución Política del Estado dispone que: El Estado, a través del Órgano Ejecutivo, determinará los objetivos de política monetaria y cambiaria del país en coordinación con el BCB (Art 326). Estipula que: es función del BCB mantener la estabilidad del poder adquisitivo interno de la moneda, para contribuir al desarrollo económico y social (Art 327) y que entre sus funciones está: ejecutar la política cambiaria (Art. 328).
MERCADO.
El mercado de divisas, al igual que cualquier otro mercado, es el lugar no necesariamente físico donde concurren oferentes y demandantes de divisas. Los participantes de este mercado, además del BCB, son operadores de cambios, bancarios y no bancarios, particulares y empresas que realizan transacciones comerciales y de inversión, además de especuladores.
La interacción del BCB con entidades financieras es a través del Bolsín: licita una cantidad de divisas a un precio determinado y no debería actuar directamente con el público. En el mercado de cambios participan adicionalmente los bancos (mercado interbancario), 170 oficinas de cambio y 7 oficinas de giros y remesas, según datos del FMI (2022).
No existe la entrega obligatoria de divisas que fue establecida desde 1938, puesto que el 31 de julio de 1997 mediante el DS 24756, durante el primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (Goni), se eliminó la entrega obligatoria de divisas al Banco Central de Bolivia.
De esta manera Goni derogó varios de los artículos del DS21060 (2, 4, 5, 7, 8, 9, 10, 13, 14, 16 17, 19.20 y 22), porque Víctor Paz Estenssoro había preservado la entrega obligatoria de divisas, sin la cual no hubiera estabilizado la economía boliviana ni funcionado el Bolsín. Por tanto, el BCB no es el único ofertante de divisas y en los últimos años las exportaciones del sector público en el total exportado se desplomaron de una participación del 47,3% en 2014 a un 23,7% en 2023, mientras que en cambio las privadas subieron su incidencia de un 52,7% a un 76,3% en 2023.
DÓLARES.
¿Por qué hay insuficiencia de dólares? Simplemente porque la demanda de divisas es mayor que la oferta de divisas y si el tipo de cambio se mantiene inamovible o fijo, el exceso de demanda “no satisfecha” a ese tipo de cambio tratará de satisfacerse buscando un nuevo tipo de cambio. Como no hay estimaciones de la magnitud del mercado de cambios en Bolivia utilizo como proxi, la balanza cambiaria que registra el BCB, para darnos una idea del comportamiento de la oferta de divisas y la demanda de divisas.
La explicación de fondo es que, en 2015, Bolivia sufrió el shock externo, donde el ingreso de divisas, que registra el BCB, cayó en 45% (de $us 8.179,3 millones a $us 4.434,4 millones), mientras que la demanda de divisas declinó menos (25%) en torno a $us 7.540,6 millones, generando un saldo negativo en el flujo de divisas de $us 3.100 millones, que se expresó en una caída de las reservas internacionales en la misma magnitud (Gráfico 2).
Desde ese año, el país ha experimentado unas salidas netas de divisas consecutivas en ocho años y, al no mover el tipo de cambio, el ajuste externo se realizó vía pérdida de divisas. Por tanto, la insuficiencia de divisas está asociada al hecho de que las reservas internacionales en moneda extranjera casi se agotaron cubriendo las salidas netas de divisas, como producto de que la demanda de divisas fue persistentemente mayor a la oferta de divisas, donde solo el sector público, YPFB, tiene la obligación de entregar (Gráfico 1).
Adicionalmente, se puede ir un poco más lejos y señalar que parte de la escasez de divisas está asociada a que la balanza cambiaria de YPFB, que mide sus ingresos de divisas por concepto de exportaciones, y sus egresos de divisas por concepto de sus importaciones, principalmente combustibles, también revirtió sus saldos favorables a saldos negativos, como se observa en el Gráfico 3.
Los ingresos de divisas provenientes de YPFB comenzaron a caer desde 2014, asociado a la inicialmente caída del precio del petróleo WTI desde $us 93,1 a $us 43,2 el barril en 2016, un shock de precios del 53,6%. Se expresó en una caída de ingresos de divisas de $us 5.000 millones en 2014 a $us 1.500 millones en 2016, es decir $us 3.500 millones, que explicaron la caída de reservas internacionales del país. Desde 2016, pese a la recuperación de los precios, debido a disminución de los volúmenes de producción y de exportación de YPFB, hecho que recién hoy en día parecen darse cuenta, los ingresos de divisas subieron a $us 2.800 millones en 2022 para bajar a $us 1.800 millones en 2023. La caída del ingreso de divisas se debe a la caída de las exportaciones totales y en especial del sector público, es decir de las exportaciones de YPFB, puesto que es el único sector que tiene obligación de entrega de divisas.
Como consecuencia del aumento de precios internacionales, las importaciones de combustibles de YPFB subieron de $us 417,1 millones en 2016 a $us 2.682 millones en 2023, generando por tanto una salida neta de divisas en 2023 de $us 814,2 millones. La demanda de YPFB por importaciones en promedio fue de 15% de la demanda de divisas, con un máximo de 38,1% en 2023. YPFB se convirtió de exportador neto de divisas a importador neto.
Por tanto, el motor de desarrollo del modelo vigente desde 2006, YPFB, perdió fuerza, aunque no se agotó todavía y, adicionalmente, uno de los eslabones débiles del modelo, como es el subsidio fiscal creciente a los combustibles necesarios para la estabilidad de los precios internos, contribuyó al aumento de la demanda de divisas y al déficit fiscal. A su vez, el sector privado exportador no fue capaz de atender tampoco los requerimientos del mercado de divisas. En una próxima entrega analizaremos otros componentes de los ingresos y egresos de divisas de la balanza cambiaria, un instrumento poco conocido y aplicado por los analistas e incluso por algunas autoridades oficiales.
A más de un mes de iniciado el conflicto de Gaza, los análisis son cautos sobre los posibles efectos en la economía mundial o a nivel países. El problema es que no se sabe la profundidad, duración y extensión del conflicto israelí-palestino.
Analistas políticos señalan que es una crisis geopolítica más profunda que la guerra de Ucrania y que constituye una disrupción de las relaciones de Israel con el mundo árabe. Si el conflicto se extiende regionalmente al Medio Oriente, la guerra de Ucrania aparecería como un conflicto local, la Unión Europea no tiene una posición unánime, Estados Unidos pone en el mismo paquete la ayuda militar a Ucrania e Israel y China ha mostrado apoyo por Palestina. Para Naciones Unidas no solo es una crisis humanitaria sino una crisis de la humanidad y ha demandado el cese del fuego ya.
Los mercados reaccionaron inicialmente, pero después se fueron moderando. Las bolsas de valores bajaron al principio y se recuperaron, como el Dow Jones a su nivel de abril de 2023 pero por debajo del máximo. Los precios del petróleo inicialmente subieron de $us 83 el barril a $us 93 para después bajar en torno a $us 83. La cotización del WTI, que interesa al país, está por debajo de media o promedio móvil de 200 días, que es una señal de debilidad, según Bloomberg Línea.
El problema es que ha aumentado la incertidumbre política y económica debido a que los acontecimientos pueden derivar en la expansión del conflicto hacia la Cisjordania ocupada, incluido Jerusalén oriental, el Líbano, Siria, Irak y Yemen. Por tanto, los efectos económicos y en particular en los precios de los commodities estarán en función de la extensión del conflicto. Bolivia es un exportador de commodities, un 94% de sus exportaciones totales, que son productos primarios estandarizados que se cotizan en las bolsas internacionales (Gráfico 1).
Concluye el Banco Mundial que es probable que los efectos del conflicto sean limitados, suponiendo que no se amplíe, bajo ese supuesto, el pronóstico de referencia prevé que los precios de las materias primas, después de la fuerte caída en 2023, disminuyan ligeramente en los próximos dos años (Gráfico 2).
Así, en su informe sobre las Perspectivas del mercado de productos básicos si no hay una escalada del conflicto, el petróleo después de llegar a $us 90 en el último trimestre del 2023 bajará a un promedio de $us 81 en 2024. Estima los efectos de las pequeñas, moderadas y grandes interrupciones en el suministro mundial de petróleo. Así, por ejemplo, en un escenario de interrupción media, el precio del petróleo estaría entre $us 109 y $us 121, pero en un escenario donde es considerable la interrupción, el petróleo llegaría a costar entre $us 140 y $us 157.
Antes, en los buenos tiempos, cuando subía el precio del petróleo nos alegrábamos puesto que aumentaba el volumen y el valor de las exportaciones de gas, lo que implicaba mayores ingresos fiscales, mayor renta de hidrocarburos para repartir y el aumento de financiamiento para la inversión pública. Ahora, en los tiempos actuales de vacas flacas, con la producción declinante y también del volumen de las exportaciones, el gas natural ha caído al segundo lugar de importancia de las exportaciones y el país ha pasado de ser un exportador neto de combustibles a un importador neto de combustibles (Gráfico 3).
Con datos del INE, la balanza comercial de combustibles muestra un superávit entre enero-agosto de 2022 de $us 243 millones debido a que las exportaciones ($us 2.037,3 millones) apenas ya superaban a las importaciones ($us 1.797 millones), mientras que ahora, entre enero y agosto de 2023, se revirtió la situación puesto que las importaciones se mantienen altas ($us 1.774,6) ya superaron a las exportaciones que declinaron ($us 1.403 millones). Sin querer ser agorero ni falso analista, se puede inferir que si se mantiene la tendencia cerraremos el año 2023 con un déficit comercial en los combustibles (Gráfico 3).
Por suerte, los efectos no son todos adversos puesto que, si aumenta la incertidumbre financiera, en un entorno de altas tasa de interés, se beneficia el oro y algunos minerales como la plata como está pasando actualmente. El oro está rondando los $us 2.000 la onza troy fina y la plata en $us 22 la onza troy. Las exportaciones de oro ocupan el primer lugar en el ranking de productos de exportación con un 24,3%, mientras que la plata ocupa el quinto lugar con un 8,9% (Cuadro 1). Los precios de los minerales y metales según el Banco Mundial en 2023 caerán en 11,8% y en 2024 seguirán disminuyendo en 4,7%.
El efecto en los alimentos es más complicado, dependiendo de sus características de oferta y demanda. En 2023 el Banco Mundial estima una caída en los precios de 7,1% y que para 2024 se estabilizarían. El problema es que la crisis de alimentos acompaña la crisis energética como sucedió la primera mitad de 2022 y los precios de los alimentos al consumidor suben especulativamente. Las exportaciones de soya y sus derivados, sumadas la exportación de girasol y derivados ya están por alcanzar las exportaciones de gas natural: $us 1.323 millones frente a 1.410 millones (Cuadro 1).
Entre enero y agosto de 2023 la balanza comercial acumulada registra un déficit de $us 47,3 millones frente al superávit de 2.226,1 millones entre enero y agosto de 2022. Lo que significa a estas alturas del año que estaremos lejos del récord histórico comercial de 2022, situación que debería hacernos reflexionar y preocupar.
El país cuenta con una canasta relativamente diversificada de productos básicos: minerales y metales 53%, hidrocarburos 19%, agropecuarios y alimentos 22%, mientras que las manufacturas propiamente tan solo un 6%. Así como se pone excesivo énfasis en la sustitución de importaciones deberíamos tener una estrategia de aumento y diversificación de las exportaciones a corto y mediano plazo.
El producto que apareció como sustituto del gas es el oro con todos sus efectos ambientales, pero es el producto que por lo menos contribuye estadísticamente a que suban las exportaciones. Fue una exportación no programada, por suerte, al estilo del capitalismo salvaje y del país campamento que siempre quisimos superar, por lo menos como consigna. Pero el oro no es el gas, no da una renta como los hidrocarburos, sino que los cooperativistas son simples rentistas que tratan de maximizar como sea sus ganancias a costa de sus propios trabajadores y de la naturaleza. El litio es un proyecto desde 2010 y que sigue en proyecto. Las exportaciones de urea y carbonato de litio apenas superan los $us 50 millones hasta agosto de 2023. No esperemos un producto que nos salve, sino salvemos las exportaciones.
La situación de “iliquidez” por la que atraviesa el mercado cambiario en Bolivia preocupa tanto a la población, a los agentes económicos, analistas, a las calificadoras de riesgo y a los medios de comunicación nacional e internacional.
La versión oficial es que es una situación transitoria, agravada por comentarios especulativos que han impulsado una demanda de divisas más alta que en los tiempos normales. Así, el Banco Central ha señalado que ha tomado las medidas correctivas para facilitar el acceso a la moneda extranjera, dar una mayor liquidez a las reservas internacionales con la conversión de la Tenencias Oficiales de Derechos Especiales de Giro (DEG) a divisas, apurar los créditos externos que están en trámite en la Asamblea y acelerar la aprobación de la “ley del oro”, que permitiría fortalecer las reservas internacionales.
El indicador de desequilibrio externo es la disminución persistente del nivel de las reservas internacionales netas del Banco Central (RIN), que desde un nivel en enero de 2020, antes de la crisis del COVID-19, de $us 6.374 millones, equivalente a un 14% del PIB (considerado un nivel normal de adecuación de reservas), bajó en febrero de 2023 a $us 3.538 millones, un 8,6% del PIB.
El gran problema de los economistas es determinar si el desequilibrio externo es transitorio, de tal manera que se restituirá a la situación anterior una vez que haya pasado el shock externo, o si más bien es de carácter estructural y está relacionado con los fundamentos económicos.
Indudablemente, el shock externo ha estado relacionado con la “pluricrisis” mundial caracterizada por la simultaneidad de efectos adversos de la guerra de Rusia y Ucrania, la fragmentación económica mundial, la subida del precio de los combustibles y alimentos y en especial con el alza abrupta y considerable de las tasas de interés que ha contribuido a una mayor inflación, a una recesión económica mundial, a una posible crisis de deuda y ha gatillado la crisis bancaria en EEUU.
En el caso de Bolivia, si se mide el desequilibrio externo por la Balanza de Pagos en Cuenta Corriente se observa que en 2020 tenía un déficit de -0,5% del PIB, en 2021 registró un superávit de 2,5% del PIB y hasta el tercer trimestre de 2022 todavía tenía un superávit de 0,9% del PIB, es decir, no había presentado un deterioro de balanza de pagos propio de un desequilibrio externo.
Sin embargo, Bolivia, que había registrado superávit comercial en 2021 de $us 1.500 millones equivalente a un 3,7% del PIB, terminó el año con un superávit de 1,4% del PIB. El problema de fondo es que a partir de agosto de 2022 empezó a registrar déficits mensuales en su balanza comercial y hasta febrero de 2023 serán ocho meses de déficit consecutivos. Esta es la señal de alarma que las autoridades deberían haber detectado oportunamente (Gráfico 1).
Adicionalmente, la subida de las tasas de interés internacional a partir de septiembre de 2021, que ha significado cuatro puntos porcentuales de incremento en promedio, habría posiblemente gatillado una probable salida de capitales atraída por mayores rendimientos frente a bajas tasas en moneda extranjera en el sistema financiero boliviano. De hecho, las transferencias financieras al exterior a través del Banco Central aumentaron en un 50%, desde $us 1.407,7 millones en 2021 hasta $us 2.145 millones en diciembre de 2022, según la última Información Estadística Semanal del BCB al 8 de febrero de 2023.
Asimismo, el alza de las tasas de interés internacionales subió los costos del servicio de la deuda externa para los países de la región y aumentó el riesgo financiero en medio de las turbulencias financieras con la ampliación del spread de los bonos de los países de la región frente a los bonos del Tesoro de EEUU.
Es así que el tipo de manejo de la política económica en Bolivia había podido enfrentar la crisis pos COVID-19, pero empezó a tener problemas especialmente a mediados de 2022 con la guerra, la subida del precio de los alimentos y combustibles, y especialmente la elevada alza de las tasas de interés internacionales. Y el problema es que la pluricrisis continuará por lo menos en todo 2023.
Sin embargo, el problema de fondo es que Bolivia había generado un nivel de reservas internacionales récord equivalente al 45,5% del PIB en 2014 y que a partir de la caída de los precios del petróleo empezó a bajar significativamente. Además, los ingresos fiscales se alimentaban en gran medida de la Renta de Hidrocarburos que le permitía subvencionar los combustibles y los alimentos. El problema es que ahora Bolivia es un importador neto, importa más de lo que exporta y tiene un déficit comercial de combustibles al 2022 de $us 1.276,6 millones, equivalente a 2,9% del PIB.
Podemos concluir entonces que el déficit comercial de combustibles explica los ocho meses de déficit comercial mensuales consecutivos y lo que antes era el pilar del sector externo y fiscal se ha convertido en el talón de Aquiles de la política actual del Gobierno.
Por otra parte, la renta de hidrocarburos había contribuido a financiamiento interno de las inversiones públicas, las cuales antes de 2006 se financiaban tres cuartas partes con recursos externos y que en los últimos años se revirtió hasta alcanzar el financiamiento interno un 75% de la inversión pública.
El problema que surge es que a partir de 2014, el balance fiscal empezó a registrar déficits en forma consecutiva y creciente hasta alcanzar en 2020 un récord de 12,7% del PIB para disminuir en 2022 a un 7,2% del PIB. El problema es que el Gobierno ha logrado prácticamente eliminar el déficit corriente, de un 6,1% a un -0,3% del PIB en 2022 y, por lo tanto, el déficit que registra actualmente es el de la cuenta capital, es decir, debido a las inversiones públicas, con nivel del 7% del PIB. La política económica vigente se centró en el motor de las inversiones públicas, pero actualmente ya no cuenta con los ingresos fiscales de antes y debe recurrir al déficit fiscal.
En conclusión, si se analizan los fundamentos económicos se observa la alta relación entre pérdida de reservas internacionales y el déficit del sector público (Gráfico 2).
Lo paradójico de esta historia es que en 2022 estamos volviendo al punto de partida del cambio de la política económica en 2006, es decir, a la situación de vulnerabilidad que se tenía en 2002 con un alto déficit fiscal (8,8%) y un déficit en cuenta corriente (-4,4%) y un nivel de reservas internacionales (6,8%), con la diferencia que la economía era dolarizada y las RIN representaban una cuarta parte de los depósitos en dólares en el sistema financiero. Parece que hemos retrocedido 20 años a la crisis en los tiempos del neoliberalismo.
El Instituto Nacional de Estadística (INE) entregó recientemente, de un solo golpe, los datos mensuales hasta diciembre de 2015 del Índice Global de Actividad Económica (IGAE), del PIB trimestral y del PIB anual, todos los cuales señalan que la tasa de crecimiento de la economía del país fue de 4,85% en 2015.
No obstante la meritoria labor que está realizando el Director del INE, lo recomendable es que para un adecuado seguimiento de la economía, sobre todo para determinar los efectos del shock externo que nos está afectando, esa información nos sirva según la periodicidad para la cual fue establecida, es decir, tener lo antes posible el indicador mensual (IGAE), puesto que el último dato publicado era el correspondiente a agosto; y disponer del indicador del PIB al tercer trimestre antes del dato del PIB de todo el año.
Lo importante es que la economía boliviana ha seguido creciendo, es decir, registra tasas positivas. Pero falta agregar, como les comento a mis alumnos cuando analizan el comportamiento de las variables económicas, que cuando preguntan “cómo está tu mujer”, siempre contesto: ¿comparada con quién?, con la vecina, con las Magníficas o con la reina del Gran Poder.
Así, la tasa de crecimiento del 4,85% del PIB boliviano ha sido la más alta de los países de América del Sur y solamente Panamá nos gana, con ayuda de sus “papers” del paraíso fiscal, con una tasa de crecimiento del 5,8%, la más alta entre los países de América Latina. Ahora, si comparamos la tasa de la economía boliviana con la de las economías de mercados emergentes y en desarrollo, que crecieron en 4%, también les ganamos, pero no así a los países emergentes del Asia, que en promedio crecieron en 6,6%.
El mismo ejercicio podemos hacer al interior de nuestra propia evolución económica reciente. La tasa del PIB en 2015 ha sido menor a la registrada el año pasado, que fue de 5,5%; y menor a la tasa de crecimiento promedio de los últimos cuatro años, es decir del periodo 2011-2014, que fue de 5,7%. Ahora, si la comparamos, con la tasa del modelito neoliberal, como a algunos les gusta, durante 1989-2005 que fue de 3,6%, la tasa del 4,85% es más alta, aunque inferior al récord del gobierno de Jaime Paz de 5,3% en 1991, y a los dos años del boom de la capitalización en 1997 (4,95%) y en 1998 (5,03%), durante el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Pero en lugar de realizar comparaciones que resultan odiosas, es más importante identificar un primer efecto del shock externo en la actividad económica, como son las tasas negativas de crecimiento de los hidrocarburos (petróleo y gas) y los minerales, de -1,4% en 2015, correspondientes al sector de la industria extractiva. Para alegría de los antiextractivistas, este sector ha disminuido su participación en el PIB de 13,2% en 2014 al 10% en 2015, pero ha tenido una incidencia negativa de -0,2% en la tasa de crecimiento del PIB, con lo cual se hubiera superado la meta del 5%, comparada con la incidencia positiva cercana al 1% que tuvo este sector en 2014.
La otra forma de medir el impacto del shock externo es por el lado de los componentes del gasto del PIB, como son las exportaciones de bienes y servicios. En términos de volumen, es decir sin considerar el efecto de los precios, la demanda externa tuvo una incidencia negativa de 2% en la tasa del PIB de 4,85%. De no haber ocurrido el shock externo, hubiéramos alcanzado una tasa de crecimiento del 6,8%, como la registrada en 2013. Por tanto, los datos del INE, aunque retrasados, confirman los efectos del shock externo en el sector real de la economía boliviana.
El área del euro, o eurozona como también se la conoce, mostró un anémico crecimiento de 0,3% del PIB en el último trimestre de 2015 respecto al trimestre anterior; y aunque uno esperaría que Alemania, como lo ha hecho políticamente, esté liderando su recuperación, curiosamente registró igual tasa de incremento del PIB. Este magro crecimiento promedio esconde las recesiones de Grecia, de Finlandia y posiblemente de Dinamarca, con dos trimestres continuos de crecimiento negativo.
Adicionalmente, a una situación prácticamente de estancamiento económico (con tasas cercanas a cero), le acompaña una inflación también cercana a cero, como la tasa anualizada a enero de 2016 de 0,4%. Y la cereza que redondea este panorama desolador del área del euro fue la tasa de desempleo del 10,4% a diciembre de 2015, que esconde una Alemania casi de pleno empleo con 4,5% y una Grecia y España por encima del 20%.
La buena noticia es que la eurozona registró en 2015 un récord en su superávit comercial de € 246.000 millones ($us 274.000 millones) debido a un buen crecimiento de sus exportaciones de 5%, mientras que sus importaciones crecieron en 2%. Y tal vez la explicación que estaríamos buscando de por qué a Alemania se le considera el motorcito del área del euro es porque ha alcanzado un superávit superior a la eurozona de € 252.000 millones ($us 280.000 millones). Sin embargo, el superávit de la zona encubre a los países deficitarios como España, Francia, Grecia y Portugal; en cambio Italia, que formaba parte de los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España), es el país con el tercer superávit más alto después de Holanda.
El problema de fondo es que un área monetaria común, con el euro como moneda, no significa que los países tienen que tener un superávit ni un déficit comercial común. Empero, como los países individualmente no pueden mover su tasa de cambio, no pueden realizar su ajuste externo incentivando exportaciones y contrayendo importaciones. Sin embargo, el euro, desde junio de 2014 (cuando la Reserva Federal de Estados Unidos amenazó con subir su tasa de interés, que terminó con una mini subida en diciembre de 2015) se depreció de $us 1,4 a $us 1,10 por un euro a fines de 2015, reflejando una devaluación del 20%. Y el impacto de esta devaluación en la balanza comercial de cada país de la eurozona fue diferenciado, puesto que las exportaciones crecieron a distinta velocidad en la mayoría de los países, con excepción de Grecia y Finlandia, cuyas ventas al exterior cayeron en 5% y 4%, respectivamente.
El mito de que Alemania se aprovecha de la eurozona para beneficiarse a sí misma parece que no es tan claro en materia del comercio de bienes. Casi dos tercios del superávit comercial de Alemania en 2015 fueron logrados con los países europeos ajenos a la Unión Europea o del resto del mundo.
Por tanto, los países de la eurozona tienen potencialidades y limitaciones que van más allá de la excusa de la camisa de fuerza del euro, es decir, un problema de productividad. De no tener una moneda común, cada país, como lo hicieron en Sudamérica los bancos centrales periféricos, hubiera depreciado su moneda en un juego muy lejos del fair play y que recuerda a las devaluaciones competitivas después de la gran depresión de 1929 y la crisis financiera de 2008.
Además, como bien dijo el Ministro de Finanzas de Finlandia al The New York Times: “La devaluación es como el dopaje”, caricaturizando que los beneficios que ofrecería serían apenas temporales. Bolivia debería acusar a la FIFA el doping cambiario de algunos países vecinos.
Es ex-presidente del Banco Central de Bolivia (BCB).