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Wednesday 22 May 2024 | Actualizado a 20:09 PM

San Francisco

Los políticos y técnicos de turno han ensayado todo tipo de armatostes en la plaza de San Francisco

/ 22 de julio de 2014 / 04:29

Si existe un lugar en la ciudad de La Paz que exprese los avatares de la modernidad ese es, sin duda alguna, la plaza de San Francisco. Ombligo urbano, arena política o gran teatro urbano, este espacio público ha reunido, estoicamente, las paradojas que conllevan las ansias de “modernidad y desarrollo” que tanto gustan e ilusionan a las sociedades tercermundistas y periféricas como la nuestra. Es, por ello, un modelo muy didáctico de lo que no debemos construir en nuestra ciudad.

En ese espacio tan emblemático para todos los políticos y técnicos de turno han ensayado todo tipo de armatostes con el rótulo de “desarrollo urbano y progreso” que los repasaremos someramente. Al inicio del siglo XX, la plaza de San Francisco no recibía aglomeraciones y existía como un espacio público privilegiado en su simbólica. Fue durante tres centurias el punto de reunión de la ciudad de indios con la ciudad de los españoles y criollos. Para ello, se construyeron puentes sobre el río Choqueyapu que relacionaron ambas ciudades y ambas sociedades. Ese importante rol estaba galardonado por el conjunto conventual más importante de todo nuestro patrimonio arquitectónico, con un soberbio templo barroco mestizo, un atrio ajardinado y tres bellos claustros en casi un manzano de incalculable valor histórico.

Después vino, in crescendo, el desastre. Ganamos el derecho de ser sede de gobierno y decidimos “modernizarnos”. El río fue embovedado, se abrió la Mariscal Santa Cruz y damos rienda suelta al automóvil, a la acumulación urbana y, por ende, al desequilibrio social y medioambiental. Como ejemplo, una perlita: para festejar el cuarto aniversario de 1948, el alcalde de turno demolió casi en su totalidad el más bello claustro de piedra tallada de San Francisco que, para colmo de colmos, era el más grande que tenía la ciudad. Nuevas avenidas se abrían a los tiempos de la modernidad y arrasaban con todo a su paso.

Y así se fueron sumando los nobles propósitos y sus desastrosos resultados. Los mismos franciscanos edificaron un pastiche de piedra al lado del templo (proyecto de un argentino) y al lado un adefesio de vidrio (proyecto de un tarijeño). A principios del siglo XXI, rematamos los horrores con un enorme mamotreto de cemento que tiene una tripita que la llamamos pasarela. Por ahí, ahora, se relacionan ambas ciudades. Qué paradoja de nuestra modernidad bananera: pasamos siglos tratando de vencer un río de agua para relacionarnos y lo reemplazamos por un río de automóviles para, nuevamente, separarnos.

Se acercan dos fechas trascendentales (2025 y 2048). Los políticos en plena campaña alistan sus carpetas con “obras estrella” pletóricas de “modernidad y desarrollo”. Que Francisco, el santo ecologista, los ilumine.
 

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Bloqueos urbanos

Carlos Villagómez

/ 3 de mayo de 2024 / 07:30

Hace décadas que nuestra pequeña ciudad padece de bloqueitis aguda por marchas y desfiles de todo tipo. Esta enfermedad llegó con la sede de gobierno, y estamos al borde del colapso. Una ciudad de infinitas callejuelas y pocas avenidas puede bloquearse muy fácilmente. Aparte de la razón estructural de esa gimnasia callejera de la política (jodemos por la incapacidad centenaria de no consolidar un Estado pleno), los efectos nocivos a los ciudadanos son alarmantes y debemos conocerlos.

Revise: Las musarañas de Malasia

¿Qué genera la congestión vehicular en el organismo de un chofer de taxi o del usuario que está en posición chullpa en un minibús? Pues, lo siguiente: El tráfico vehicular está estrechamente relacionado con el aumento de las enfermedades respiratorias. La exposición continua a los contaminantes del tráfico, como el dióxido de nitrógeno (NO2) y las partículas finas, puede provocar el desarrollo o empeoramiento de enfermedades como el asma, la bronquitis crónica y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). Además, la exposición a largo plazo a estos contaminantes puede aumentar el riesgo de padecer cáncer de pulmón. El dióxido de nitrógeno (NO2) y las partículas finas, por ejemplo, pueden penetrar en el sistema respiratorio y causar enfermedades respiratorias como el asma, la bronquitis crónica y la reducción de la función pulmonar. Además, la exposición a los óxidos de nitrógeno puede contribuir al desarrollo de enfermedades cardiovasculares, como la hipertensión arterial y problemas del corazón. Es imperativo acotar: como vivimos en alturas andinas donde escasea el oxigeno, todo lo anterior se potencia al máximo.

Aparte de esa descripción científica de los efectos nocivos a nuestros organismos, tenemos otros en la psiquis: la congestión vehicular es una de las principales causas del  estrés, y contribuye significativamente al trastorno psíquico llamado burn out (estar fundido). Pero, la palabra estrés tampoco parece intimidarnos. Los bloqueos por marchas, desfiles y farándulas no solo afectan el tiempo de viaje, también generan frustración, agresividad, ansiedad y agotamiento mental; efectos tremebundos que nos resbalan porque creemos que somos tan indestructibles como los monolitos.

Pero, lo más triste, es que los bloqueos tienen una secuela: La Paz ha perdido calidad de vida y su futuro es incierto. Las tensiones de la política nacional que se manifiestan perversamente en nuestra pequeña ciudad han calado muy profundo y las heridas no paran de sangrar diariamente.

¿Existen soluciones a corto plazo? Los entusiastas candidatos y candidatas tienen  como respuesta las recetas de siempre. Mis arrugas dicen que no hay soluciones inmediatas.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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Las musarañas de Malasia

Carlos Villagómez

/ 19 de abril de 2024 / 07:07

Existe una especie que resiste la embriaguez tanto como los seres humanos: la musaraña de Malasia. Este un pequeño mamífero —de mirada turbia que te recuerda a muchos— vive y se desarrolla en su hábitat natural, el néctar de una palmera fermentada que sería lo más parecido al velado espacio de las tabernas. Todas estas historias vienen en el texto Breve historia de la embriaguez del inglés Mark Forsyth, que en un lenguaje entretenido nos brinda una visión sobre el impacto de la embriaguez en la historia.

También revise: Cae el patrimonio

El autor explora los conceptos médicos y sociales asociados a la embriaguez, destacando la vinculación del consumo del alcohol, como alterador del estado de conciencia. Como los antropólogos que dividen las sociedades en húmedas o secas, Mark Forsyth resalta la relevancia histórica que ha tenido la embriaguez en todas las culturas. El joven autor nos muestra cómo la embriaguez ha estado presente en rituales religiosos, y en ceremonias como escape de la realidad y forma de sociabilidad. Es así que en Göbekli Tepe (10.000 a.C.), se edificó una monumental espacio dedicado para la libación mucho antes que la misma agricultura. Posteriormente, “los sumerios la vieron como pura alegría colectiva, los egipcios como un deporte extremo y los griegos dieron un paso atrás, acariciaron sus barbas y reflexionaron”. Sin embargo el autor menciona que “Platón decía que emborracharse era como ir al gimnasio: la primera vez te sientes realmente mal y adolorido, pero la práctica hace al maestro”. En sus referencias bíblicas nos recuerda que Noé lo primero que hizo al desembarcar —podrido de ver tanta agua— fue plantar viñas. Y sin remilgos, Forsyth declara que “Jesús comenzó su carrera con una lluvia de alcohol en las bodas de Caná”. Pasa después al pulque azteca, el agua miel del agave, tan lleno de nutrientes que casi es carne, tan carnosa como la diosa Mayahuel y sus 400 senos para igual número de conejitos ebrios. Y del mundo anglosajón, campeón del APV, el etimólogo inglés afirma que fueron deportados los borrachos de Gran Bretaña para hacer Estados Unidos y Australia.

Forsyth desarrolla su pesquisa eludiendo el carácter poliédrico de la embriaguez, no analiza sus facetas oscuras, ni las implicancias nefastas del alcohol en las sociedades. A pesar de ello, asocia con justeza —como un buen cóctel— la influencia de los brebajes en las organizaciones sociales, culturales y religiosas. Y de las facetas jubilosas de la embriaguez, admito que me enternecen mis “musarañas de Malasia” que en espacios brumosos comparten su amistad porque, como decía Bryce Echenique, “desconfío de los que no toman”, recordando luego que Hitler era abstemio.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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Cae el patrimonio

Carlos Villagómez

/ 5 de abril de 2024 / 10:10

Hace décadas que nuestro patrimonio arquitectónico va cayendo. Durante los gobiernos municipales de la democracia pactada ya se atentaba contra esa historia edificada. Recordemos también, cómo un primer mandatario destruía a picotazos casas patrimoniales para edificar los monumentos arquitectónicos de este tiempo histórico ubicados en la Plaza Murillo. En la Batalla de las Ideas políticas, también son muy importantes los símbolos edificados; y, por esa historia política, podemos explicar por qué la protección del patrimonio arquitectónico —para preservar la cultura y la identidad de nuestra ciudad— no prosperó ni caló hondo en el pensamiento colectivo.

Lea también: Puente sobre aguas tumultuosas

Las leyes y regulaciones específicas que buscaban conservar y salvaguardar estos bienes no fueron suficientes ante nuestras prácticas políticas. Tampoco funcionaron las medidas de conservación y restauración, ni la legislación para garantizar su protección y preservación, ni las normativas y leyes municipales que rigen los criterios y requisitos que deben cumplirse para llevar a cabo modificaciones en las obras arquitectónicas, o su restauración. Las sanciones y penalidades tampoco fueron suficientes para hacer cumplir las normativas establecidas para el respeto y la conservación del patrimonio arquitectónico; ergo: no podemos contener la dejadez planificada para la caída de muros y cubiertas históricas porque no existe conciencia ciudadana como un solo objetivo colectivo. Tampoco nuestras instituciones, municipales y estatales, trabajan en estrecha colaboración con expertos en patrimonio ni con otras entidades especializadas para determinar la importancia de las edificaciones históricas; y lo peor de todo: no se fomenta la conciencia ciudadana sobre la importancia y el valor del patrimonio edificado. En este nuevo siglo, la ciudadanía en su mayoría aprueba la demolición de esas “casas viejas” porque “no son modernas y dan mal aspecto”; y tampoco son moneda de cambio en nuestra lógica mercantil del espacio urbano.

Sin conciencia ciudadana no se protegerá el patrimonio edificado. Los ciudadanos juegan un rol fundamental en la preservación del patrimonio. Para ello, es imprescindible que la sociedad tome conciencia de la importancia histórica, cultural y estética de esas construcciones, valorando su significado y reconociendo su contribución a nuestra historia urbana. Pero pregunto: ¿queremos implementar programas educativos y campañas de difusión para involucrar al ciudadano en la protección y conservación del patrimonio urbano para promover su sentido de apropiación y responsabilidad ante esa historia edificada? ¿O francamente esa “historia de q’aras” no interesa?

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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Puente sobre aguas tumultuosas

Carlos Villagómez

/ 22 de marzo de 2024 / 09:46

Una bella canción nos recuerda que ante el sufrimiento de los otros uno debe ser un puente sobre esas aguas tumultuosas. No pudimos ser ni pasarelas. Vivimos días de terror y nuestros puentes, físicos y sentimentales, colapsaron por la brutal fuerza de la naturaleza.

Cientos de voces clamaban ayuda; muchos culpaban a la gestión municipal; otros acusaban a los que edificaron al borde del río; los letrados repetían las viejas recetas para “solucionar” todo (planificación urbana, normativas, metropolización, control de cabeceras, etc.); y todos, eludimos nuestras responsabilidades. Lo cierto es que vimos absortos cómo las aguas tumultuosas se llevaban vidas humanas, viviendas y nuestra precaria infraestructura urbana.

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Este siglo viene con enormes desafíos para todos. Uno de ellos son los desastres naturales de la crisis climática originada por el hombre. En territorios y ciudades del planeta se vaticinan inundaciones, sequías, incendios, tornados, etc. Ante semejante panorama, organismos internacionales como la ONU Habitat estimaron: “Durante esta última década, los desastres naturales han afectado a más de 220 millones de personas y han causado un daño económico de 100 mil millones de dólares cada año”. Para esta década se predice un incremento exponencial de esas cifras. Es decir, estamos frente a  desafíos urbanos gigantescos sin haber controlado, ni resuelto, los del siglo XX: un modelo de desarrollo urbano capitalista dependiente; una población carente de educación, polarizada y racializada; y un territorio geotécnicamente inestable, con ríos y riachuelos en pendiente, etc. Ergo: somos una bomba de tiempo.

Nuestra precaria infraestructura urbana data del siglo pasado y debe ser renovada en todos sus sistemas (canalizaciones, embovedados, estabilización de farallones, redes de alcantarillado sanitario y pluvial, manejo de cuencas, puentes, viaductos, etc.); es decir: necesitamos una millonada exorbitante para estabilizar la ciudad. En 2012, en un programa de televisión que anunciaba la construcción del teleférico, me opuse a ese gasto aparatoso y pedí que esos $us 750 millones (otros dicen cerca de 1.000 millones) se destinen a infraestructura urbana. Nadie escuchó mi sugerencia de invertir en lo razonablemente más importante.

En 2020, el Banco Mundial prestó $us 70 millones a las ciudades de La Paz y Santa Cruz para “reducir las vulnerabilidades ante los riesgos climáticos”, una pequeña suma al lado del sistema de transporte construido para alegrar a los turistas nacionales e internacionales. Esas decisiones, conocidas como “obras estrella”, son las aguas tumultuosas y erráticas de nuestra política.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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Genoma

Carlos Villagómez

/ 8 de marzo de 2024 / 09:46

Trataré —con pinzas— el tema de la raza, la identidad, las etnias desde el punto de la genómica; es decir, desde el desarrollo científico y no desde la especulación política o coloquial. La racialización del discurso cotidiano y político en nuestra sociedad se ha polarizado en extremo; por ello, van tres apuntes.

1) Solicitar estudios de identidad genética se ha vuelto una moda global. Empresas multinacionales ofrecen estudios completos de tu ascendencia (ancestría) genética y, colateralmente, los lazos de parentesco con otras personas de otras latitudes geográficas. En la medida que crecen los datos de estas empresas podrás encontrar parientes en latitudes inimaginables como Tanganica u Oceanía. Estos estudios científicos son una ayuda inconmensurable para personas que buscan a sus padres biológicos, o son también motivo para múltiples juicios o escándalos familiares, por una paternidad no respaldada científicamente. Es decir, es el catálogo más grande de la especie humana que va creciendo día a día; es el árbol genealógico universal que no da para especulaciones nobiliarias ni para blasones. Es ciencia pura.

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2) En algunos países latinoamericanos se llevan a cabo estos estudios, pero se acaba de anunciar el más grande de todos que reunirá a científicos de España y México en el llamado “Proyecto mestizaje, a 500 year chronicle”, de la Universidad de Burgos y expertos del INAH y la UNAM. Trabajarán varios años para desentrañar la marca genética, social y cultural, entre ambos países; será una investigación interdisciplinaria entre ciencia y sociedad, y desentrañarán las marcas genéticas naturales como también las huellas culturales. Un tema apasionante.

3) Dato 1: En algunos círculos paceños buscan “la pureza de sangre”, y piden estudios de identidad genética para vanagloriarse de “cero genética indígena”. Una verdadera bobería. Todos los grupos étnico/raciales continentales están mezclados en mayor o menor grado. La especie humana es, genéticamente hablando, 99,9% idéntica y los estudios científicos mencionados se enfocan al 0,1% restante, ergo: somos prácticamente iguales. Sin embargo, estas constataciones científicas se complejizan con la llamada coevolucion genético/cultural, una rama que estudia los fenómenos evolutivos resultados de la interacción de la genética natural y la cultural (en nuestro caso, ese 0,1% es un verdadero zafarrancho plurimulti). Dato 2: Para su conocimiento, tengo, a mucha honra, 66,6% de identidad genética aymara y quechua, mayoría científicamente comprobada.

Pregunta de cierre: ¿qué tipo de adaptación genética seremos con la interacción de la actual cultura tecnológica y la sempiterna práctica de la politiquería?

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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