El Papa de la paz (y de la libertad)
Diría que el Papa ha hecho más por la libertad que cualquier otro dirigente político de la historia moderna, pero no lo haré, porque estas cosas no pueden medirse con rigor científico. En cualquier caso, sí que está haciendo mucho, a pesar de lo que afirma la derecha “libertaria”. Ello aun cuando Francisco no se haya propuesto como objetivo prioritario afianzar la libertad en particular, sino servir a Dios y a los hombres, es decir, en hacer el bien. Pero hacer el bien, más allá de las incoherencias que normalmente tenemos los humanos, implica todo el bien y eso incluye, de manera necesaria, a la libertad con la que Dios nos creó. Libertad que, en rigor, es lo mismo que la paz, ya que supone la inexistencia de violencia que coaccione contra la voluntad de la persona. De hecho, la ciencia (en particular lo aristotélico-tomista) define a la violencia como la coacción contra el desarrollo armónico del ordenamiento natural de las cosas.
La derecha cree que el Papa no trabaja para la libertad basada en dos errores. Primero, en creer —incoherentemente— que se puede hacer el mal para defender el bien, lo de Maquiavelo, que el bien justifica los medios. Y, segundo, que al mundo lo mueven las ideas —el discurso— cuando en realidad lo mueven las “efectividades conducentes”, mientras que el discurso es inocuo, salvo cuando explica estas “efectividades”. Al cosmos lo mueve un ordenamiento natural (el sol sale todos los días) que se dirige al bien, a la vida. Aunque fuera por descarte, es decir, lo que no está dirigido a la vida, terminará muriendo. Así, solo las acciones ordenadas hacia el bien “existen”, mientras que las otras morirán.
Durante su visita a EEUU, Francisco tuvo actitudes y discursos sugestivos. Prefirió a las personas antes que a los políticos que son, precisamente, quienes crean las leyes contra la libertad. Prefirió almorzar con los “sin techo” (debido a las leyes de los políticos) en San Patricio antes que con destacados líderes del Congreso, y en las Naciones Unidas criticó las “segundas intenciones” y abogó por el fin de las guerras. Tanto abogó por la paz que recordó a la fundadora del Movimiento de Trabajadores Católicos, Dorothy Day, cuya oposición a la Segunda Guerra Mundial le significó la persecución del FBI, y su oposición a los ejercicios nucleares la llevó a la cárcel. Y, como decía al principio, el maquiavelismo de la derecha los lleva a afirmar que la Segunda Guerra Mundial fue “libertaria”.
¿Cómo puede ser libertaria cuando supuso la máxima quita de libertad (homicidio) de más de 60 millones de personas, el reclutamiento de ciudadanos, el aumento de impuestos y muchísimas otras acciones contra las libertades individuales y que no solo no terminó con las tiranías liberticidas —porque la realidad es coherente aunque nosotros no lo seamos—sino que instaló a la stalinista, que fue peor y que exportó la guerrilla. Diría que sin la Segunda Guerra Mundial y sin el “embargo” (otra actitud antiliberal que el Papa condena) la dictadura castrista no existiría.
Francisco se opuso, además, al “exceso de las prisiones” (de falta de libertad, por ponerlo de alguna manera) repletas de personas que han cometido delitos, como los narcotraficantes inventados por el gobierno cuando “prohíbe” algunas drogas muy dañinas, aunque menos mortíferas que el alcohol y el tabaco. Para remate, aboga por la libertad de los inmigrantes que algunos gobiernos quieren prohibir.