Inequidad laboral
En promedio, las mujeres trabajan cinco semanas más al año que los varones
A propósito del Día Internacional de la Mujer, que se celebró el martes, se difundieron algunos estudios que dan cuenta no solamente de la inequidad de género que aún impera en los mercados laborales del país y del resto del mundo, sino también del imprescindible aporte de las mujeres en favor de sus hogares en particular y para la economía en general.
Por caso, de acuerdo con una investigación realizada en 66 países por el Instituto británico de Desarrollo Overseas (ODI), si se combinan las responsabilidades remuneradas y las no remuneradas, las mujeres trabajan una media de cinco semanas más al año que los varones. Esto porque (no es de extrañar, aunque debería) el tiempo que emplea la población femenina respecto de la masculina en labores no remuneradas es en promedio 3,3 veces más.
El estudio enfatiza además que esta inequidad laboral repercute no solo en el bienestar de las mujeres, sino también en el de sus hijos, pues para poder garantizar su sustento muchas madres se ven obligadas a trabajar dentro y fuera del hogar, en empleos formales y/o informales, e incluso deciden migrar en busca de mejores oportunidades si hace falta.
Entre los diversos casos que ejemplifican esta realidad rescatados por la investigación sobresale el de Elizabeth López, una mujer paceña que en 2004 tomó la difícil decisión de dejar a sus cinco hijos bajo el cuidado de su pareja, un hombre alcohólico y violento, para buscar un trabajo en Europa que le permitiese darles un mejor futuro a sus pequeños. “Vine (a España) para poder mandarles dinero. Vivíamos en una vereda de tierra, junto a un barranco y cuando llovía, se inundaba”, recuerda Elizabeth en una entrevista recabada por el diario El País.
Luego de un primer intento fallido en Francia, en el que acabó en un centro de internamiento y luego fue deportada, llegó a Madrid, donde consiguió trabajar como empleada doméstica en varios hogares. Y a pesar de que nunca ha ganado más de $us 550 al mes, sagradamente les manda una parte importante de su salario a sus hijos, quienes gracias a este esfuerzo (finalmente su padre los abandonó) lograron cambiarse de casa y dos de ellos, costearse sus estudios universitarios. “La mayor estudió Farmacia y el chico está estudiando Medicina”, explica.
De todas maneras su sacrificio ha sido descomunal, por cuanto no ha vuelto a verlos desde que dejó La Paz hace más de diez años, y no ha pasado un solo día en el que haya dejado de pensar en ellos: “Les llamaba todos los días y les cantaba canciones. Les despertaba y les decía que se fueran a la escuela. Pero han pasado muchas cosas malas y yo no estaba allí. Tengo 43 años, no tengo amigas y no puedo sonreír. Me siento culpable”, comenta entre sollozos. Un testimonio ciertamente conmovedor que pone en evidencia uno de los principales motores del desarrollo de los países: el amor de una madre.