Agua nuestra de cada día
Para proteger el clima hay que proteger los ciclos de la naturaleza, centrándonos en los bosques.
Muchos expertos ya anuncian que el agua potable será el oro del futuro. Y ningún ciudadano de la zona Sur de La Paz pone en duda la afirmación. El hecho de carecer del preciado elemento por cerca de una semana nos ha convertido —súbitamente— en preocupados habitantes de un planeta que se enfrenta al cambio climático que (hemos descubierto) aparece no solo como problema en la Tv, sino que también toca a nuestras lindas casitas de clase media.
Y es que la sequía y la inundación como eventos extremos del calentamiento global afectan hace mucho a conciudadanos de diversos lugares, pero nunca antes había ocupado tantos titulares de prensa, ni había atareado a tantos políticos de diversos frentes. Hoy mismo, en el Chaco boliviano se sufre una de las sequías más duras de los últimos 20 años, con pérdidas de hasta el 80% de la producción agrícola. En zonas de Santa Cruz los productores están denunciando la pérdida de 255.000 hectáreas de cultivos por la escasez de agua, lo que provoca una pérdida estimada de $us 100 millones. El río Pilcomayo está en estado de desastre ambiental; y ciudades como Cochabamba, Oruro y Cobija ya han aprendido a vivir con racionamientos permanentes. Y es que la sequía, como dicen los expertos, es una crisis humanitaria silenciosa que ya hace varias décadas amenaza el planeta; pero como ahora en Bolivia la escasez se vive en 94 barrios de la sede de gobierno, el problema logra ocupar la agenda pública.
Según el Censo de Población y Vivienda de 2012, 2 millones de personas en Bolivia no acceden al agua potable. Y a pesar de los esfuerzos de Mi Agua y la inversión de cerca de Bs 8.000 millones, algunos departamentos como Cochabamba (69%), Beni (52%) y Pando (46%) todavía no alcanzan metas de cobertura aceptables.
El calentamiento global ya está alterando las condiciones de vida del planeta y si se sigue con esa tendencia, las consecuencias serán muy graves para todos los seres vivos. Por todo ello, es un error que en Bolivia al hablar de la escasez del agua nos limitemos a culpar a EPSAS, al desperdicio del Carnaval o a Dios, que no nos envía lluvias. Tenemos necesariamente que incluir en el análisis la responsabilidad en los desmontes, los chaqueos, las quemas y sobre todo al uso indiscriminado del agua por parte de la minería.
Recordemos que, según datos recogidos por el INE en el Censo Agropecuario, un 40% del agua que abastece a las comunidades rurales del país está afectada por contaminación. Este problema obedece a varios factores, entre los que destacan la basura doméstica, las aguas servidas, los productos agroquímicos, los desechos industriales y los relaves de la minería.
Por otro lado, el proceso de deforestación en Bolivia durante los últimos 20 años se ha triplicado, con un promedio de pérdida de más de 100.000 hectáreas anuales. La deforestación es sin duda la causa principal del calentamiento global y su incremento hace que se produzcan cambios en el ciclo del agua y aumente la sequía. Según los medioambientalistas, para proteger el clima hay que proteger los ciclos de la naturaleza centrándonos en los bosques, ya que éstos generan un microclima que ayuda a conservar las estaciones.
La crisis ambiental nos debería hacer entender que, más allá de nacionalidades o identidades de clase o regionales, somos una comunidad humana que es interdependiente ecológicamente. Lo que contamina uno de nosotros afecta a todos. Como ya se dijo desde la cumbre de Tiquipaya, las consecuencias del cambio climático afectan a todo el planeta sin importar fronteras, pero, irónicamente, son las naciones más pobres las que sufren los efectos más devastadores. Pensemos en todo esto mientras esperamos que EPSAS nos proporcione unas horas de agua esta semana.