Inundaciones extremas
Sorprende que existan gobiernos que aún prefieren postergar la lucha contra el calentamiento global.
Luego de seis días de intensas lluvias provocadas por la tormenta Harvey, la cuarta ciudad en importancia de Estados Unidos (Huston) quedó completamente anegada. Se trata de la mayor inundación jamás sufrida hasta ahora por esa urbe, que ha causado al menos 31 muertes y obligó a más de 30.000 personas a abandonar sus hogares.
Además de Huston, otros 54 condados fueron declarados zona de desastre, es decir, un 41% del estado de Texas, donde residen 27,9 millones de personas. Las imágenes que han circulado en internet permiten dimensionar parcialmente la inmensidad de esta tragedia, cuyo coste para la economía estadounidense se estima en al menos $us 160.000 millones, equivalentes a la suma de los daños materiales provocados por los huracanes Katrina (2005) y Sandy (2012), según estimaciones de la empresa de meteorología AccuWeather.
Y si estos impactos parecen exorbitantes, quedan pequeños frente a los sufridos durante las últimas semanas en India, Bangladesh y Nepal. En aquellos países la temporada de lluvias, que comienza en junio y dura hasta finales de septiembre, ha provocado inundaciones calificadas como las peores en décadas, las cuales han causado al menos 1.200 fallecidos y 40 millones de damnificados, de acuerdo con la Cruz Roja. Se trata de un desastre de grandes proporciones que a diferencia de lo ocurrido en Estados Unidos no ha suscitado el interés de los medios internacionales.
En cualquier caso, en el mundo científico existe la certeza de que ambas catástrofes no son más que consecuencias del calentamiento global, que está generando puntos de inflexión climáticos cada vez más descontrolados. Por ejemplo, con las subidas de temperatura se derrite el hielo del océano Ártico, destruyendo el gigantesco “espejo blanco” que devuelve parte del calor hacia el espacio mediante su reflejo. Esto lleva a un mayor calentamiento del océano, que a su vez derrite más hielo, y así sucesivamente hacia una espiral desenfrenada. De allí que en los últimos años las sequías, los tornados y las tormentas hayan alcanzado niveles históricos.
Y a pesar de estas contundentes evidencias de las catástrofes extremas provocadas por la actividad humana, sorprende que todavía existan gobiernos como el de Trump o el de Temer, entre varios otros, que prefieren postergar la lucha contra el calentamiento global en nombre del progreso, subsidiando por ejemplo los carburantes o la expansión agrícola sin ningún tipo de control, en vez de proteger los bosques, esenciales para mitigar la expansión de los gases de efecto invernadero así como también para preservar la salud del planeta.
Y lo propio ocurre a nivel personal, pues aún son muchos los que se niegan a realizar “sacrificios” que podrían contribuir en la lucha contra el calentamiento tan sencillos como evitar chequeos, cuidar el agua, mantener en buen estado los vehículos o apagar las luces que no están siendo utilizadas.