Voces

Monday 18 Mar 2024 | Actualizado a 19:10 PM

El MAS que conocí

/ 23 de octubre de 2020 / 03:34

Cuando se consumó el golpe de Estado de 2019, hasta el más optimista dentro del MAS-IPSP consideraba la posibilidad de que su partido tardaría más de una década en volver a levantarse, si lograba sobrevivir hasta las siguientes elecciones. Tiempo después, cuando quedaba patente el terco afecto del mundo popular por el partido azul, todavía primero en las encuestas electorales a mediados de este año, hasta el más pesimista de los masistas pensaba que era posible una victoria, pero nunca como efectivamente se dio el domingo pasado. No es posible predecir Bolivia; sí, tal vez, explicarla, quizá comprenderla.

Lo que sí podemos hacer con seguridad es reflexionar y adoptar una posición frente al mundo que se presenta ante nosotros, ejercitando nuestras capacidades valorativas permitidas por la razón. En ese sentido, me gustaría destacar lo que considero es rescatable en el MAS, y también señalar aquello que debería, a mi juicio, descartarse y superarse. Más allá de caudillos y mesías, éstas son las razones por las que creo que este partido es el único capaz de resolver los persistentes traumas colectivos de nuestro país.

Primero, intenta comprender y valora la identidad indígena boliviana que las clases privilegiadas del país rechazan visceralmente; segundo, entiende y se resiste, al menos en discurso, a perpetuar un orden internacional donde la división internacional del trabajo condena a Bolivia a producir materias primas y subordinarse a potencias extranjeras; y tercero, ensaya formas de distribución social de la riqueza en favor de los más pobres, a partir de la propiedad y control soberano de los recursos naturales y una decidida intervención estatal sobre la economía. Inclusión política, soberanía nacional y redistribución de la riqueza son, en suma, elementos que nos inclinan a muchos a favor del MAS, al menos el MAS que conocí.

Pero también debo indicar, negativamente, que este partido no pudo superar críticas deficiencias que hicieron posible la sedición “pitita” de noviembre pasado, tutelada por policías y militares: primero, no pudo articular las diferentes corrientes ideológicas que cohabitaban en su interior en una doctrina coherente capaz de ser transmitida y aplicada; segundo, permitió que las organizaciones sociales que posibilitaban su existencia fueran desplazadas en su conducción del Proceso de Cambio por clases medias que muchas veces justificaban su primacía en el manejo del Estado a partir de los excluyentes criterios del capital cultural y educativo; y tercero, concentró demasiado poder de decisión en un líder, Evo Morales, que tampoco trató de contrarrestar los nocivos efectos del culto a la personalidad, que de hecho fomentó.

Todo esto, lo bueno y lo malo, hizo que, durante 14 años de gobierno, contrastaran en Bolivia incipientes procesos de democratización socioeconómica e inclusión social frente a instituciones políticas informales como el clientelismo, el patrimonialismo y la corrupción, que fueron minando el respaldo popular al mencionado Proceso de Cambio. Un estancamiento que inadvertidamente se tornó en decadencia, y luego, en aparente extinción.

No sé si el MAS que describí y juzgué acá sigue existiendo. Tal vez es ya otro partido, mejor, peor, solo el tiempo y la calidad de sus líderes lo dirá. Más del 50% del electorado boliviano considera que merece otra oportunidad. Yo creo que la política es la solución colectiva a los problemas que enfrentamos como sociedad, y ésta no es posible sin ideas ni principios. He tratado de señalar algunos.

Carlos Moldiz es politólogo.

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Principio de autoridad

El hecho es que el narcotráfico comienza a adquirir cada vez más gravitación no solo en Bolivia sino en casi toda Latinoamérica

Carlos Moldiz Castillo

/ 5 de diciembre de 2023 / 10:24

Hace un tiempo sostuve que el narcotráfico era más un problema de salud pública que de seguridad, tesis sobre la cual sigo convencido. No obstante, también creo que uno de los problemas más persistentes de Bolivia a lo largo de su historia, y en un grado mayor del que sufren otras sociedades subdesarrolladas, es el de su baja densidad estatal y la crónica debilidad de sus instituciones. Algo que la escuela liberal suele atribuir acríticamente a un supuesto déficit de cultura democrática, y que en última instancia nos deriva a posiciones incluso racistas, que sugerirían la inviabilidad de nuestro país por la ascendencia indígena de nuestro pueblo. Desde otro enfoque, sin embargo, resulta natural que una economía subdesarrollada repercuta, de una forma u otra, en una institucionalidad estatal atrofiada, aunque nuestro caso es, admitámoslo, algo vergonzoso.

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Al mismo tiempo, una de las conclusiones más polémicas a las que llega Peter Andreas en su libro cuyo título podría traducirse a Dosis letal: la historia de la guerra en seis drogas, es que el comercio de ciertas sustancias ilegales suele estar más relacionado con la construcción de estatalidad que con su subversión. ¿Cómo puede ser aquello posible? Depende de la experiencia de cada Estado, pero en líneas generales, aquello sucede cuando el Estado logra incrementar su recaudación fiscal gravando no solo la actividad ilícita directamente, sino sus ramas adyacentes (alguna vez fue necesario contar con papel higiénico para producir cocaína), cuando aumenta el tamaño y la eficiencia de su aparato de seguridad, y cuando fortalece su control sobre territorios, fronteras y población, tanto normativa como coercitivamente. Como él mismo admite en una conferencia, pensemos en la famosa tesis de Charles Tilly que sentencia: los Estados hacen la guerra y la guerra hace a los Estados.

El hecho es que el narcotráfico comienza a adquirir cada vez más gravitación no solo en Bolivia sino en casi toda Latinoamérica, con actores no estatales, los emprendedores de lo ilícito (como ironizó perspicazmente nuestro querido Al Azar, respecto al trato que se le dio a Marset en los medios), acumulando cada vez más medios de influencia y coerción que los propios gobiernos, al punto de dejar de ser un problema de salud pública o seguridad, sino de algo todavía peor: legitimidad. Ya es preocupante de por sí que un narcotraficante pueda tener mejores armas que nuestro ejército, y mucho más que los medios de comunicación le permitan intervenir políticamente a través de una entrevista. La hipocresía de quienes acusaban al Gobierno de promover un narco-Estado pero ahora vitorean al fugitivo Marset, no es un problema tan irrelevante como creen algunos, con una tolerancia que ya raya la permisibilidad irresponsable. Sus admiradores son, hasta cierto punto, cómplices del delito de su nuevo ícono.

Ahora bien, aunque el gobierno de Evo Morales impulsó ciertas iniciativas para fortalecer la presencia del Estado a lo largo de su territorio, como la modernización logística de las Fuerzas Armadas o la creación de la Ademaf, debe admitirse que todavía queda mucho por hacer en este sentido, tomando en cuenta que la densidad estatal, como llaman algunos a la capacidad del Estado para tener presencia efectiva en la vida de sus ciudadanos, depende menos de armas y patrullas que de servicios públicos, como saneamiento básico, salud, justicia y educación. Algo se puede hacer, sin embargo, aprovechando la actual coyuntura protagonizada por empresarios clandestinos, y lo diré sin vueltas: comprar mejores armas y equipos de control fronterizo (como drones), cobrar más impuestos a toda actividad sospechosa de coludir con actividades ilícitas y endurecer las leyes, sancionando particularmente toda forma de apología del crimen y mucho más si ésta también llama a la desestabilización de un gobierno constitucionalmente elegido.

Donde manda capitán no manda marinero, principio de autoridad.

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo

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Intelectuales

La batalla de las ideas hoy se ha democratizado más que nunca gracias a las bondades de la tecnología

Carlos Moldiz Castillo

/ 21 de noviembre de 2023 / 09:03

¿Qué intelectuales?, de Ariel Petruccelli, es un escrito corto, ¿ensayo?, que reflexiona en torno a la eterna problemática del deber intelectual en las condiciones del siglo XXI, donde impera la superficialidad, la parcialidad y la emocionalidad.

Nos invita a distinguir el concepto de intelectual desde tres enfoques: antropológico, sociológico y político. El primero, siendo general a toda la especie (no hay un ser humano que no sea intelectual en comparación a una abeja); el segundo, más acotado a los seres humanos en su condición específica dentro de la economía capitalista (un profesor es intelectual, un investigador también, pero el sentido común tiende a diferenciarlos); y el tercero, centrado más en el rol público de aquel que piensa (una cosa es un académico que escribe para sus pares y sobre temas especializados, y otra un intelectual que se dirige al espacio público).

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El ensayo es rico en reflexiones, particularmente las referentes al campo político, donde queda claro que el fascismo demanda, de hecho, la supresión de la intelectualidad, siendo más simplista, emocional y poco reflexivo; mientras que la izquierda es pensante, crítica y racional por naturaleza. Basta con apreciar el esquizofrénico discurso de Milei para darse cuenta la decadencia cada vez más indisimulable de la derecha latinoamericana.

Pero tal vez la idea más bonita de todo el ensayo, la más interpeladora, es la que llama a los intelectuales a superar el academicismo, la especialización extrema (ojo, no critica toda forma de especialización ni la cualidad de la misma) hasta el punto en que ésta deja de tener relevancia social alguna. Nos llama, en sus palabras, a dejar de ser académicos por el día y militantes por la noche, uniendo estas facetas en nuevos formatos, como el ensayo.

La batalla de las ideas hoy se ha democratizado más que nunca gracias a las bondades de la tecnología, que nos devuelven a los tiempos en que la discusión ideológica estaba a la orden del día. La vieja y vetusta solemnidad de las aulas universitarias hoy es interrumpida por el apasionante boxeo filosófico donde no se trata solo de hablar con sofisticación, sino también con verdad. 

Vengo de una generación que vio nacer la era del conocimiento, en tiempos que nuestras aulas solo derramaban gotas de información que hoy es tan abundante que intoxica. Entre tanta maraña y palabrería, sin embargo, logré encontrar novedad y entusiasmo, sin guía docente que me limite. Millones, como yo, ahora dejan de ver la política como un asunto ajeno a nuestra vida privada, sino como un campo de batalla en la lucha de clases donde el papel del dirigente no ha caducado, pero que debe adecuarse al formato del convencimiento directo y sin pretensiones, que seguramente Lenin hubiera querido tener a su alcance.

Se podrá estar equivocado, pero ya no será tan fácil ser mentiroso.

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo

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Cínicos, crueles y cobardes

Si algo caracteriza a esta mediocre intelectualidad elitista es su cobardía y su miedo al debate

Carlos Moldiz Castillo

/ 7 de noviembre de 2023 / 10:48

La bancarrota moral de la intelectualidad de nuestras élites es indisimulable, aunque tampoco es como si se esforzarán mucho para encubrir su penosa situación. Octubre nos brinda una oportunidad para apreciar esto, con varios ejemplos de perversidad expuestos por sus columnistas y líderes de opinión. Así, mientras Hugo Marcelo Balderrama y Emilio Martínez publicaban libros para hacer una apología del genocidio perpetrado por el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003, supuestos expertos (no sé en qué) como Franklin Pareja y Agustín Echalar se lamentaban por la posición de la diplomacia boliviana en relación a uno de los peores actos de barbarie cometidos en nuestro siglo: el exterminio del pueblo palestino.

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Es sugerente cómo se esfuerzan estos señores para justificar crímenes de lesa humanidad, haciendo gala de su pleitesía con el gobierno de los EEUU y lo que ellos consideran como “el Occidente”, ignorando lo que es tal vez uno de los sellos más rescatables de lo que podría llamarse su filosofía política: la reivindicación de la dignidad humana. A diferencia de lo que algunos pensadores de nuestra izquierda rechazan de la Modernidad, creo que es justamente la defensa de la libertad individual lo que debe destacarse de entre todas las ideas que vinieron de Europa. La derecha boliviana, por otro lado, no parece ser capaz de entender nada fuera de lo que le permita su inexplicable lealtad hacia el mentiroso sueño americano. Carecen incluso del pragmatismo instrumentalista que usualmente gustan presumir. Quedan como nada más que unos tristes lamebotas de un imperio que, por otro lado, los desprecia como una periferia semicolonial.

El problema de Palestina va más allá de la disputa entre “Occidente” y el resto del mundo. Es en esencia una cuestión espiritual en el mejor sentido de la palabra, es decir, atañe a la calidad de nuestras almas como seres humanos capaces de sentir empatía por su propia especie. En las últimas semanas, casi 10.000 civiles han sido asesinados en sus hogares y hospitales convertidos de alguna forma en campos de batalla. Hablamos de mujeres y niños, no de combatientes. ¿Dónde está su proclamado amor por la democracia y los derechos humanos? “Bolivia no está en la línea de Occidente”, dice Pareja. “¿Puede el mundo occidental permitirse la desaparición de Israel? Creo que no, por varios factores históricos y morales”, dice Echalar. Alguien podría explicarle a este desubicado, por favor, que el que está en riesgo de desaparición no es el Estado de Israel sino el pueblo palestino.

Pero caerle bien a sus patrocinadores gringos es más importante para estos fantoches que tener algo de coherencia con su esforzado discurso sobre la democracia. Por favor, señores, hasta Obama y nada menos que George W. Busch llamaron a detener la limpieza étnica que el sionismo de Israel pretende consumar. Biden es el único presidente de los EEUU que apoya directamente la carnicería contra mujeres y niños. Por favor, Pareja y Echalar, tengan algo de consecuencia con los ideales de la Ilustración que tanto les gusta exponer en sus aburridas clases universitarias. Su prepotente desprecio por la diplomacia plebeya de Bolivia desconoce con soberbia ignorancia que la última asamblea general de la ONU, e incluso de su Consejo de Seguridad, votaron casi en consenso por parar el genocidio del pueblo palestino, con excepción del Estado fascista de Israel, su titiritero gringo y sus 14 lacayos. 120 pueblos del mundo llaman a parar esta matanza.

No guardo esperanza alguna de que estas palabras lleguen a quienes critican. Si algo caracteriza a esta mediocre intelectualidad elitista es su cobardía y su miedo al debate: Ayo nunca responderá a mis detracciones, como tampoco lo hará Pareja o Archondo. Tengo el infortunio, sin embargo, de que los dos primeros fueron parte de mi defensa de tesis de licenciatura, que premiaron con nota de excelencia solo porque era algo crítica con la gestión política del MAS en Pando. Por cierto, preparé las diapositivas para esa exposición con media botella de ron la noche anterior, para que quede constancia del bajo nivel de nuestra academia universitaria. Lo único rescatable de esa tesis es la dedicatoria que le hice a mis perros en su primera página.

No obstante, es mi deber y de todo aquel que tenga voz, recordarles a estos cínicos, crueles y cobardes su vergonzosa posición frente a problemas que no necesitan de haber leído a Marx para entender. Su problema, señores, es que no tienen humanidad.

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo

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La superación de la forma caudillo

Significaría la inauguración de una etapa enteramente novedosa de lo nacional popular en Bolivia

Carlos Moldiz Castillo

/ 24 de octubre de 2023 / 09:37

La respuesta del cabildo de El Alto al congreso de Lauca Ñ es un desafío que puede resumirse en la célebre frase por la cual titula un libro coordinado por Fernando García Yapur: No somos del MAS, el MAS es nuestro. Algunos creían que la disputa por el poder al interior del oficialismo se resolvería con la creación de una nueva sigla para respaldar la candidatura de Luis Arce, sin considerar aquella relación de pertenencia que las organizaciones sociales tienen con, justamente, su instrumento político, y del cual pretende apropiarse Evo Morales, en un acto que podría calificarse como la privatización de un esfuerzo colectivo.

El manifiesto que se presentó en la ciudad aymara tiene un punto central que definirá las condiciones de la nueva coyuntura que se avecina, en la que se podría dar una transformación cualitativa de lo nacional popular en Bolivia, sobre lo cual reflexionábamos en un pasado artículo a partir de un ensayo de Luis Tapia. Me refiero al punto 3 del documento proclamado la anterior semana, que ordena la conformación de una comisión política transitoria para la elaboración de una tesis política que defina el horizonte de nuestro país. De cumplirse, significaría la inauguración de una etapa enteramente novedosa de lo nacional popular en Bolivia.

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Me explico. Tapia señala que lo nacional popular en Bolivia operó históricamente bajo determinadas formas: la comunidad, el sindicato, el partido y la multitud. Partiendo de ello, podríamos decir que desde 2005, el pueblo se organizó bajo la forma caudillo, donde todo el poder estaba concentrado en un solo individuo, cuyos márgenes de discrecionalidad eran tan amplios que le permitían actuar incluso de maneras bastante arbitrarias. Con dolo o sin él, se fortaleció tal tendencia explotando dos elementos enraizados en la cultura política boliviana: el carisma y la prebenda. El resultado no fue otro que la sustitución del pueblo por un simple individuo fetichizado hasta el mesianismo.

Empero, si la intención expuesta en el mencionado manifiesto alteño es genuina y no simplemente una argucia electoralista (lo cual no debe descartarse), se podría pasar de aquella forma caudillo a la forma partido, pero no en el sentido tradicional, sino, y odio sonar como mi padre, revolucionaria. La elaboración de la tesis política propuesta podría dar paso a una nueva forma de organización del Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos con programa, cuadros dirigentes y una militancia disciplinada y doctrinalmente preparada.

En otras palabras, una reforma moral e intelectual de la sociedad boliviana. Una superación en la forma de operar de lo nacional popular, ya no en rebelión contra el Estado sino en su apropiación efectiva. Esta trasformación tendría consecuencias de largo alcance, que incluso podría dar paso al reemplazo de las clases medias profesionales por miembros de las clases populares en la conducción del Estado. Algo a lo que Jorge Viaña suele referirse como la desmonopolización del poder político por parte del Estado en beneficio de la sociedad civil o, en términos zavaletianos, la reconfiguración de la relación Estado-sociedad civil hasta alcanzar un óptimo social.

Tal perspectiva podría llevarnos a formas más auténticas de democracia, donde el poder, la discusión de los asuntos públicos, los problemas de nuestra sociedad, se darían en el seno de las organizaciones populares con cada vez menos dependencia de sus representantes políticos. Algo que nos vendría bien a todos, considerando el vergonzoso comportamiento de nuestros legisladores actuales, enfrascados en las más indecibles mezquindades.

Por ello, interpretar la respuesta que se dio en El Alto, que es un sujeto histórico por derecho propio, como una simple manifestación de antievismo es improcedente. Ya no se trata de Evo, ni siquiera marginalmente, sino del futuro de un proceso político que hasta el momento ha costado cientos de vidas para las clases populares. La historia la hacen los pueblos, no los individuos.

Esta tesis política debe ser algo más que un documento de gabinete, sino el resultado de un verdadero debate al interior de nuestras organizaciones sociales, aun considerando la cultura carismática y prebendal de sus dirigentes. La política se hace con seres humanos, y los seres humanos son luz y sombra al mismo tiempo. Nuestro error, y me incluyo por el cómodo silencio que guardé hasta 2019, consistió en no confiar en la capacidad de nuestro pueblo y depositar todas nuestras esperanzas en liderazgos visionarios que hasta ahora demostraron no dar la talla para enfrentar los desafíos de nuestro país

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo

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Ciclos y estructuras de rebelión

Lo nacional-popular no tiene en el partido su fundamento original, sino su conclusión

Carlos Moldiz Castillo

/ 10 de octubre de 2023 / 09:43

Apropósito del desconcierto provocado por la fáctica ruptura que se ha dado en las cúpulas del MAS de forma vistosa durante las últimas semanas, presento a continuación un pequeño resumen que hice hace años sobre un texto de Luis Tapia por el cual nombro esta columna.

Tapia inicia adelantando, muy enrevesadamente, que las mismas organizaciones que cohesionan y ordenan políticamente la sociedad, también pueden convertirse en un factor de desorganización temporal del mismo orden político. Anotación importante: los clivajes, fuera de la obvia consecuencia de separar a las personas, tienen la función de organizar relaciones de explotación y desigualdad, al mismo tiempo que relaciones de opresión y dominación.

Hay diferentes tipos de clivajes, que van desde la relación gobernantes y gobernados, que se da bajo diferentes formas, en lo que llamaríamos hoy un régimen político, que es cómo las sociedades establecen las reglas de acceso y ejercicio del poder. En este orden de cosas que Tapia llama el orden general del país, existen espacios de participación (y elección) que pueden usarse también como lugares de rebelión o resistencia.

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Tapia parece sugerir que lo nacional-popular es el resultado de la articulación de varios núcleos clasistas entre trabajadores rurales y urbanos, a veces con clases medias, y con identidades indígenas. La movilización de estos sectores se realiza a partir de sindicatos y sus redes regionales y nacionales. Los sindicatos, en particular, tienen una forma de organizar sus relaciones de autoridad a través de espacios deliberativos como asambleas, en las cuales se puede designar o remover representantes, aunque omite el hecho de que tales relaciones también pueden darse bajo formas perversas, como las que caracterizan a muchos liderazgos clientelares.

Según Tapia, lo nacional-popular se sirve de dos elementos importantes: la memoria y el proyecto político. La primera es el conjunto de experiencias que le dan forma a lo nacional-popular como identidad, mientras que lo segundo sucede solo cuando se ha pasado de los reclamos particulares a los generales.

En la segunda parte de su texto, Tapia señala que lo nacional-popular en Bolivia se ha dado a través de rebeliones indígenas y obreras. Las primeras se dieron durante siglos y a través de intervalos largos, mientras que las segundas son un fenómeno del siglo XX. Las rebeliones indígenas tienen como forma primordial de organización a la comunidad, mientras que las rebeliones obreras la tienen en el sindicato, y solo secundariamente a través del partido. En las segundas, advierte, sin embargo, están incorporadas las primeras, aunque no explica de qué forma.

Tres momentos le sirven para reflexionar sobre lo nacional-popular en Bolivia: la Revolución del 52, la rebelión del 79 contra Natusch Busch, y las rebeliones de la década del 2000. A lo largo de todos estos procesos, Tapia parece concentrarse en dos conceptos: clivajes y la forma bajo la cual opera lo nacional-popular. Así, los clivajes pueden ser nación/antinación; terratenientes/servidumbre; burgueses/proletarios; blancos/indios, etc. Dichos clivajes se expresan, a la vez, en programas como tierras para el campesino y minas para el Estado, como el de Marof, actualizado por el MNR, o la modificación de la Ley INRA y la distribución de la tierra.

Por otro lado, la forma bajo la cual opera lo nacional-popular puede ir desde la comunidad, el sindicato, el sindicato agrario, la organización gremial o el partido, siendo el último quizá la forma más débil de organización de lo nacional-popular. A esto Tapia incluye a la masa, como la confluencia de todas estas formas. En lo esencial, lo nacional-popular se expresa en la rebelión en contra del Estado. Las capas medias, por otro lado, y las altas, no recurren a la rebelión, pues al ser minoritarias optan por el golpe de Estado. Recuerden jailones, ustedes nunca tendrán el poder de forma legítima, sino violenta.

Es importante anotar en esto que lo nacional-popular se expresa a lo largo del tiempo y a través de múltiples rebeliones, por lo que su emergencia en este siglo no puede resumirse a la “guerra del agua o del gas”, pues se dieron más rebeliones, como en 2001, entre otras. Al mismo tiempo, hay que notar que además de las formas clásicas, en 2003 también están las juntas vecinales, lo que lleva a Tapia a decir que su forma por excelencia en aquel tiempo es la masa.

¿Cómo podemos actualizar esta reflexión a nuestros tiempos? Partamos de lo obvio: lo nacional-popular no tiene en el partido su fundamento original, sino su conclusión. Ergo: si las dirigencias no están a la altura del horizonte popular, el ocaso y el alba llegarán de todos modos, solo que ustedes no podrán atestiguarlos. Ni frentes amplios de oportunismo como el que reveló vergonzosamente el exviceministro Bobarín (afortunadamente desmentido a tiempo por el presidente Arce), ni caudillismos mesiánicos que pretenden reemplazar al pueblo por un individuo (y aquello debe resaltarse: solo una persona).

El pueblo seguirá marchando, cuídense de no ser más que una resaca.

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo

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