Un monumental robo
Entre los cientos de comentarios y repercusiones del escándalo de los contratos con “fantasmas” en Santa Cruz, hay algunos aspectos que me llaman particularmente la atención.
El primero de ellos es el aspecto pasional de la denuncia inicial y la forma en que ha sido cubierta en medios y discutida en redes. Que sea un matrimonio roto y una disputa de divorcio la que haya destapado la olla ilumina algunos aspectos idiosincráticos al centro del escándalo. Para empezar, la disputa económica entre el principal acusado y su exesposa tiene siete años de retraso. Según las declaraciones de ambos, su divorcio se produjo en 2014, pero recién este año se caldeó la repartición de bienes y gastos. ¿Será porque recién este año el grupo de poder al que pertenecía Parada dejó la Alcaldía de Santa Cruz? ¿Será porque fue este año que él dejó de tener cargos en reparticiones públicas que le permitían cubrir sus exacerbadas obligaciones pecuniarias? No hay que olvidar que en la gestión de Jeanine Áñez, Antonio Parada fue contratado en la Caja Nacional de Salud en La Paz, donde repitió el mismo modus operandi en el área de Recursos Humanos.
Es además sintomático que la condena desatada en las redes sociales contra Parada no se enfoque en el monumental robo a la ciudadanía cruceña, sino a su incapacidad de mantener callada a su expareja. En Santa Cruz, la existencia de una corrupción generalizada en la Alcaldía no era secreto para nadie: era vox populi. Pocos lo encontraban escandaloso, se asumía como un hecho natural, una falla en el sistema que había que ignorar para no enturbiar las aguas y, si se daba la ocasión, de la que había que aprovecharse. Pero, ¿que una mujer despechada abra la boca y denuncie el asunto por plata? Esa es una afrenta al sistema patriarcal que no puede perdonarse.
Un segundo aspecto que llama la atención es la actitud de quienes se ven implicados en el robo, la forma en que descartan el asunto como si se tratara de una bagatela sin importancia. Me recuerda a la actitud del yerno presidencial Mostajo: “Yo en Estados Unidos tengo avión privado y millones de dólares”, decía. “Trabajar en Bolivia por el sueldito que me ofrecen es un favor que les hago”. Del mismo modo justificaba el exgerente de Entel Elio Montes las millonarias indemnizaciones a sus amigotes por trabajar algunos meses, los vuelos chárter cada fin de semana y el alquiler de suites en hoteles de cinco estrellas. Afirmaba que tanto él como su equipo habían dejado carreras en ascenso en la empresa privada para “hacernos el favor” de trabajar en una empresa pública. Por tanto, debían tener las condiciones laborales que “se merecían” por su nivel y alcurnia. Me parece escuchar esos mismos argumentos de labios de los ladrones del municipio cruceño: Con los suelditos de mala muerte que nos paga la función pública, no queda otra que buscar “soluciones imaginativas” para poder cobrar como se debe mi trabajo, mi formación y mi imagen.
Un último aspecto que llama la atención de este caso son los miles de “pinches” que pusieron su nombre y documentos a disposición de la red de corrupción, a cambio de recibir unos cuantos pesos mensuales por no hacer nada. Aunque estén al final de la cadena alimenticia, estos peces chicos tienen tanta culpabilidad como los peces grandes. El que paga la coima es tan corrupto como el que la cobra. El que se beneficia de un botín es tan ladrón como el que roba. El que mira a otro lado y no denuncia es tan criminal como el que comete el crimen. Este robo monumental en la Alcaldía de Santa Cruz solo fue posible porque hubo un pacto de silencio que se extendió por décadas. Y para que esto pase los cómplices e implicados deben contarse por miles. ¿Habrá suficiente cárcel para tantos criminales?
Verónica Córdova es cineasta.