Retrocesos
La decisión del Tribunal Supremo de los Estados Unidos de revocar la protección federal al derecho del aborto es otra demostración de que ningún avance social está escrito en piedra. Son siempre posibles retrocesos significativos en los derechos que se fueron conquistando durante decenios, dependiendo de los contextos, que son naturalmente cambiantes, y la capacidad de los actores políticos para influir sobre ellos.
Se suele decir que en política toda victoria es relativa y toda derrota es transitoria para recordarnos que cualquier proyecto o decisión pública estará siempre sometida a las aleas de la contingencia. Esta es, de igual modo, una advertencia contra la comodidad y el engreimiento que, a veces, se instalan entre las dirigencias y militancias que sienten que ya lograron sus objetivos y que éstos son y serán incuestionables hasta el fin de los tiempos.
Ya se sabía que la expansión de los derechos de las personas para que puedan ejercer su autonomía y libertad suele ser siempre un combate con resultado incierto, ahora sabemos también que la preservación de lo logrado exige similar nivel de preocupación, atención y movimiento.
Durante el primer decenio de este siglo se instaló cierto sentimiento, errado, de que el avance hacia una sociedad más igualitaria, tolerante y respetuosa de las diferencias era casi una cuestión de tiempo. Sus detractores eran, desde esa perspectiva, personajes a la defensiva, resabios de un mundo que estaba destinado a una paulatina desaparición, incapaces de conectar con una sociedad que casi obviamente iba a ser más progresista.
Pero ese fin de la historia nunca llegó, al contrario, las visiones conservadoras y reaccionarias no solo ganaron fuerza, sino renovaron sus discursos, instrumentos y capacidades de hacer política. Aún peor, muchas de ellas son ahora capaces de conectar de manera efectiva con las emociones y pasiones de grandes segmentos de la sociedad, en tiempos de grandes turbulencias, miedos e incertidumbres. En muchos países, la dinámica y la iniciativa política están del lado de los populismos de derecha.
El retroceso del tribunal supremo estadounidense no es, por tanto, un accidente, es el resultado de un sistemático trabajo político de largo aliento de las fuerzas neoconservadoras de ese país que se inició a fines del siglo pasado y que reconfiguró no únicamente la correlación de fuerzas en esa instancia, sino en el ámbito partidario, comunicacional y sobre todo social de ese gran país. Hoy las posiciones reaccionarias sobre los derechos de las mujeres o de las diversidades sexuales cuentan con sólidos apoyos sociales y electorales en los EEUU, mucho más transversales de los que se desea a veces admitir desde las visiones ancladas en un “deber ser” irrealista.
Y tampoco creamos que esa ofensiva ahora victoriosa se detendrá ahí y en las fronteras de ese país, tendrá impactos en todo el planeta, incentivando estrategias, alianzas y movilizaciones políticas con esas mismas orientaciones que nos seguirán sorprendiendo, buscando revertir legislaciones y decisiones favorables a los derechos de mujeres, diversidades sexuales y minorías donde ya fueron aprobadas, o detenerlas allá donde están en consideración.
Así pues, el movimiento en favor de los derechos de las mujeres y las diversidades está ante un enorme reto político, por si fuera necesario recordarlo. Se trata de (re)construir mayorías sociales y político-electorales que protejan y amplíen esos derechos. Tarea, por las razones anteriormente mencionadas, nada obvia en contextos donde sus adversarios renovaron sus discursos, instrumentos y estrategias.
La cuestión, me parece, no consiste únicamente en reforzar el compromiso y el militantismo de los segmentos más convencidos, lo más desafiante es ampliar las fronteras, volver a hablar a las mayorías, entender a sus contradictores, que cambiaron mucho, para luego rebatirlos, explicar, persuadir y tomar en cuenta la propia diversidad del campo progresista, abandonar la ilusión de que sus causas deben ser entendidas y asumidas por todos y todas sin discusiones.
En suma, menos sectarismo, más política democrática. La lucha por los derechos será siempre un combate, no hay que olvidarlo ni bajar la guardia. Urge, porque el retroceso no se puede descartar en ningún caso.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.