Voces

Saturday 22 Mar 2025 | Actualizado a 18:30 PM

Quiero ser tu hija

/ 8 de marzo de 2023 / 01:46

El visitante, el cuarto largometraje de Martín Boulocq, arranca con un plano fijo, como lo hacía Eugenia (2018); es una marca de la casa. El personaje principal sube una cuesta; va a tener que trepar toda la película. Y nosotros, con él. Un padre (exalcohólico) sale de la cárcel y quiere comenzar una nueva vida. Lo primero (y único) que desea es recuperar a su hija en manos de su “familia” de pastores evangélicos uruguayos.

La cámara de Boulocq es un personaje más (otra marca de la casa). El cineasta cochabambino la coloca siempre a una respetuosa distancia, salpicada de escasos/primeros planos. El gran personaje es el silencio, los silencios. Fruto de un guion trabajado con el escritor (también cochala) Rodrigo Tico Hasbún, el ascetismo de los diálogos llega para ahondar en una estética particular. Pero lo que no dicen las palabras, lo dice la música. El título de esta crítica suena en los créditos finales en una cumbia cristiana sutilmente premonitoria.

Boulocq eligió primero una voz; esa voz (como instrumento) es la del protagonista, Humberto (Lobito para los cuates); es “el que se gana la vida cantando a los muertitos”. Humberto, cantante de velorios, es el tenor Enrique Aráoz, un actor no profesional (marca de la casa) nacido para hacer el cine de Boulocq/Hasbún. Aráoz —de un parecido con Pavarotti que asusta— compone un personaje convincente, capaz de transmitir todo con sus miradas y sus arias sobrecogedoras.

Aráoz es un “girasol”; resucitará como lo hicieron las flores amarillas en el cortometraje de Boulocq Los girasoles (2015). El Lobo experimenta un viaje interior (otra marca de la casa); atraviesa un bosque inmenso y oscuro hasta llegar a su renacimiento. Y con él, nosotros.

“Los árboles son verdes, la tierra es verde, nosotros somos verdes”. El Lobo quiere que las cosas sean de otro color. Boulocq le deja hacer y no se deja tentar por un final pesimista aunque no tire cohetes como en el happy end de cocina/harina de Los viejos (2011).

Lo que no cambian son las metáforas del universo fílmico del cochabambino: el árbol como conexión a los ancestros, el agua (que me recuerda a su obra de 2007 Estudios sobre movimiento), el viento en forma de turbinas eólicas en medio de la nada. La paleta de color (esta vez saturada en luces y sombras barrocas) es producto del esmerado laburo fotográfico del uruguayo Germán Nocella y la dirección de arte de Andrea Camponovo.

El visitante llega con un perdedor entrañable; uno de esos que tanto nos ha regalado la historia del cine boliviano. Lobito la pelea, Lobito no agacha la cabeza (como le aconseja su abogado de quinta), Lobito apenas habla; Lobito trabaja en silencio, recompone con ternura de hombre grandote la relación rota con la hija; se salva.

El visitante es una película sobre la paternidad, sobre las madres ausentes (la salud mental es otro tema que sobrevuela). Y por supuesto es una obra sobre el rol de las iglesias protestantes en nuestros barrios y comunidades (las imploraciones/rezos se hacen en castellano y quechua en una táctica calculada). El visitante es un ataque perspicaz a la línea de la flotación de la hipocresía religiosa/evangélica, sección “iglesias” cristianas neopentecostales (¡qué nombrecitos, válgame dios!). El verdadero demonio (“el que se mueve por el mundo haciendo que la gente haga cosas feas”) es el antihéroe, el pastor, interpretado por el uruguayo César Troncoso, digno representante de la cantera rioplatense. Te van a excomulgar, Martín.

La película está salpicada de rituales y de guiños cinéfilos a la obra de Boulocq: el que más me gusta es ese auto clásico del cuate que me hace recuerdo al viejo Volkswagen del 69 de la “opera prima” de Martín, Lo más bonito y mis mejores años (2005). La dirección de actores (otra marca de la casa) logra que los diálogos no suenen impostados; brillan las charlas a cargo de la dupla Rodrigo Troy Lizárraga y Juan Pablo Milán, actores fetiche recuperados. Y el papel interpretado por la joven Svet Mena (en el rol de Aleida, la hija/niña madura) sorprende por su naturalidad innata.

Boulocq retrata las dos Cochabambas: la jailona de los condominios privados y la popular sobre las laderas; es una Cochabamba desde las alturas, de noche, alejada de las postales turísticas. Es un grito silencioso con ese clasismo que rima siempre con racismo. Boulocq ha regresado por la puerta grande, llega a su cuarto “largo” en plena madurez creativa, alejado de modas, fiel a sí mismo, despojado de lo autobiográfico; emocionando con historias universales. Su estilo intimista/poético gira en esta ocasión a un cine (aún más) político, ideológico y contestatario; siempre anti-autoritario. Es una voz diáfana en medio de tanto ruido y confusión. Y eso es de agradecer.

Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.

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Boicot a La Paz

/ 12 de febrero de 2025 / 06:00

Bolivia ha organizado dos veces la Copa América (la gloriosa del 63 y la del 97). Van 48 ediciones desde la primera en 1916. El país que más veces ha acogido el torneo de selecciones más antiguo del mundo es Argentina, con nueve veces; seguido de Chile y Uruguay, con siete; y Brasil y Perú, con seis ediciones.

En 1940 el fútbol boliviano hizo el segundo intento de organizar lo que por entonces se llamaba el Campeonato Sudamericano, a pedido expreso de la Confederación Sudamericana de FootBall. La fecha elegida fue septiembre. No se lograría, como en el primer intento en 1929, aquel año fue por falta de estadio.

La Federación Boliviana de Football, a través de su representante en La Paz, Germán Monrroy Block, pidió al Comité Nacional de Deportes del gobierno del presidente Carlos Quintanilla una subvención de cuatro millones de bolivianos. Y lanzó una idea para recaudar ese dinero: un impuesto especial a cigarrillos, fósforos y bebidas alcohólicas y el mecenazgo de las principales empresas del país: Casa Hochschild, Patiño Mines, Aramayo Mines, Grace y Cía y la Bolivian Power. Los ricachones del país, los tres barones del estaño, en particular, dieron la espalda a la idea.

El presidente de la Federación, el cochabambino Luis Castel Quiroga, con casi 20 años en el ente federativo, llegó a la sede de gobierno para acelerar los preparativos. Junto a él, el nuevo secretario permanente, don Carlos D’Avis. Castel Quiroga venía de ser dos veces alcalde de Cochabamba y de ser un pionero promotor del tenis, el fútbol y el boxeo en la Llajta. Moriría tres años después.

La organización corrió por cuenta de Monrroy Block y Juan Luis Gutiérrez Granier, como representantes del Consejo Superior de la Federación Boliviana de Football. El equipo Bolivia era entrenado por el uruguayo Julio Borelli Viterito; bajo su dirección, disputó varios amistosos (con camiseta roja) con este “eleven” tipo: Navarro; Durandal-Achá; Balderama-Ferrel-Nicolás Terrazas; Montoya-Ogaya-Noguera-Serapio Vega-Faustino Terrazas.

En agosto de 1940 Chile anunció que mandaría a Colo Colo (reforzado) a participar en el Sudamericano de Bolivia. El primer país que se bajó fue la vigente campeona, Perú, al no ser atendidas sus demandas económicas. Uruguay y Paraguay también declinaron la invitación.

Argentina —que no logró (por la oposición de los principales clubes) armar una selección potente— pidió más dinero para llegar y comenzó a hablar (mal) del “clima” (en referencia a la altura) de La Paz. Todas las selecciones habían confirmado en un inicio su llegada a Bolivia (solo Colombia había declinado por problemas económicos).

Brasil confirmó que llegaría a mediados de septiembre, algo que nunca sucedió. La Federación Boliviana insistió (ante las acusaciones) que no había destinado suma adicional (en pasajes, estadía y viáticos diarios) a ningún equipo al margen de lo que disponía el reglamento de la Confederación.

Ante el boicot, la Federación, colaborada por el Comité Organizador y bajos los auspicios del Comité Nacional de Deportes, suspendió a mediados de agosto de 1940 el XIV Campeonato Sudamericano de Fútbol por las “anti-reglamentarias desmedidas exigencias de última hora” de Argentina (ésta incluso exigió premio extra en metálico si salía campeona), de Uruguay y de Perú.

“Lamentamos que el espíritu americanista se vea privado de estrechar en nuestras canchas sus vínculos fraternales”, aseguró un comunicado de prensa de la Federación. Castel Quiroga calificó de “dolorosa” la suspensión; “lo hicimos con hondo sentimiento de amargura”.

¿Se podría haber celebrado el torneo con Bolivia, Chile, Brasil y Ecuador (la única que no exigió viáticos extra), como se habían organizado otros campeonatos en ediciones anteriores sin la participación de todos los inscritos/invitados en la Confederación? Probablemente sí. El sueño del campeonato estuvo vivo después de sepultado por peticiones de reconsiderar la suspensión que llegaron de países/selecciones como la chilena.

El torneo lo acabó albergando Chile con carácter extraordinario (sin trofeo en juego) en febrero y marzo de 1941. Bolivia, Brasil, Colombia y Paraguay no asistieron. En la edición de 1942 —con sede en Montevideo— Bolivia —en señal de protesta— tampoco acudió a pesar de ser la edición con más participantes.

El escaso número de Copas América que hemos organizado (dos) se debe al boicot, a los sempiternos problemas económicos y de infraestructura y especialmente a la dejadez de los presidentes federativos que una y otra vez no hicieron respetar nuestro turno. A casi 30 años del último torneo, ¿no habrá llegado la hora de una tercera Copa América en Bolivia?

Ricardo Bajo es historiador amateur

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La silenciosa guerra de Juana Mendoza

/ 29 de enero de 2025 / 06:00

Juana fue a la guerra, como Mambrú. Con ella fueron tres amigas enfermeras voluntarias de Roboré (Santa Cruz): Pablita, Estefanía y Margarita. Las cuatro volvieron del Chaco. O tal vez no. Tal vez sus “ajayus” se quedaron en el puesto militar avanzado del Fortín El Palmar o en el Pozo del Tigre, entre el río Parapetí y el Monte Lindo.

Mientras gran parte de las mujeres de las clases alta/media integraron organizaciones benéficas/deportivas que “ayudaban” desde las ciudades, las mujeres de las clases populares pusieron el cuerpo y formaron el gran núcleo de enfermería de la Sanidad Militar.

En todas las guerras pasa lo mismo: asisten/combaten/mueren los pobres (obreros e indígenas en el caso boliviano del 32). No habría tantas guerras si se alistaran/falleciesen los hijos de los ricos.

Juana Mendoza Pedraza, cochabambina de nacimiento y roboreña de corazón, estudió enfermería en Corumbá (Brasil) con el esfuerzo titánico de su padre y de su madre. Cuando los políticos y los militares llamaron a todos al frente, menos a los suyos, Juana se apuntó, rebosante de idealismo: quería ir a las cañadas para salvar vidas, no para matar. Y así lo hizo.

Confeccionó mosquiteros, repartió cientos de paquetes de cigarrillos/revistas que la Cruz Roja mandaba a los fortines, cosió heridas con pelo de cola de caballo, aplacó fiebres, detuvo infecciones, se ayudó con plantas medicinales de los “hombres transparentes”, los auténticos dueños del Chaco Boreal, los verdaderos olvidados de este lío.

Extrajo metralla, salvó muñones, armó camastros, corrió en medio de la balacera para rescatar heridos, escuchó las macabras amenazas/promesas de viles vejaciones de los francotiradores paraguayos. Pasó frío en la noche chaqueña, pasó calor en el sofoco del “infierno verde”; arena y sueños de agua.

Algunos maltrechos eran de su querido Roboré, como los hermanos Ramírez, pobres los siete hermanos igual que la enfermera Juana. Consoló moribundos, sanó almas, escuchó las últimas palabras de cientos de soldados. Se pegó a Radio Nacional para saber de padre y de madre. Leyó cartas que llegaban del oriente.

Luchó con pinza y bisturí y venció en cuerpos ajenos a la septicemia, al tétanos, a la gangrena y al tifus. Luchó con navaja y trozos de tul y perdió ante el paludismo, las miocarditis, las disenterías y las diarreas con sangre imparable. Su cuerpo fue víctima de la sed, arma más letal que la bala.

Escuchó el sonido de las bombas hasta el último día de su larga/nonagenaria vida. Vio morir a demasiados bolivianos. Así fue la silenciosa guerra de Juana Mendoza.

Los hospitales de sangre en el Chaco Boreal tenían poco de hospitales y mucho de sangre derramada de la forma más absurda. Quizás por eso se quiso olvidar la guerra; por arrepentimiento, por culpa, por remordimiento.

El hedor de la muerte y el olor a pólvora, azufre y carne quemada quedaron impregnados para siempre en las enfermeras, los médicos, los soldados/niños, los indígenas capturados/obligados, los obreros sacrificados, los estudiantes engañados.

El ruido de los camiones con muertos y moribundos llegando a las famélicas postas sanitarias y el zumbido de los trimotores despertarían a Juana por el resto de sus noches; la batalla seguía cada día. De esas pesadillas de tragedia y pérdida, nunca pudo despertar.

Así lo contó el colega/amigo Mauricio ‘Choco’ Carrasco en un excelente reportaje premiado en 2002; así lo cuenta ahora magistral y emotivamente en su libro Cada día, una batalla (editado de forma autodidacta en diciembre de 2024 y presentado el pasado 20 de enero en la Escuela de Gestión Pública Plurinacional).

Juana fue a la guerra, no sé supo nunca cuando volvió. Tal vez no regresó de aquella carnicería sin sentido, de aquella guerra inútil entre Bolivia y Paraguay, fogoneada por dos transnacionales petroleras (la Standard Oil norteamericana y la Royal Dutch Shell anglo-holandesa). Hilda Mundi/Laura Villanueva pintó así aquella estupidez: “Eran dos pigmeos alimentados por los residuos de la Europa Occidental que se desafiaron a muerte”.

Hace unos años, el corazón de Juana mandó a parar. Hasta la última noche se preguntó cómo pudo soportar tanto dolor. Arriba de su tumba hoy, sus anhelos idealistas descansan convertidos en ceniza. Es el fuego del olvido, un olvido que no se puede enterrar.

Su nombre, como los nombres de todas las enfermeras de todas las guerras, es solo un recuerdo; acaso un libro, apenas un titular de columna de periódico. Juana, Pablita, Estefanía y Margarita fueron olvidadas tras el armisticio. Nadie curó sus heridas. Bolivia quería/quiere olvidar pero todavía no lo consigue.

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Tigre, ¿de quién es la culpa?

Ricardo Bajo

Por Ricardo Bajo

/ 25 de noviembre de 2024 / 00:23

Introducción: el Tigre visita a Aurora -el tercero- en el “Capriles” sabiendo que Bolívar ha cumplido goleando en casa. Rescalvo mete cuatro cambios con respecto al último partido, amén del regreso de Viscarra al arco. Los cuatro son: Roca, Jusino (capitán), Ursino y Chura. La dupla de ataque (que no se entiende) es Guerrero y Triverio. Falta un mes y medio para que todo termine y el técnico español sigue probando arriba.

Rescalvo es reincidente: no solo en sus constantes fugas, consentidas por un presidente interino/ilegítimo, sino en sus planteamientos/oncenos que no funcionan, con jugadores fuera de sitio/fuera de forma. La presencia de hinchas gualdinegros en la Llajta no se negocia. El equipo celeste del uruguayo/paraguayo Sergio Órteman va a leer mejor lo que pide el partido. Y se va a poner a tres puntos del Tigre en la tabla.

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Los desvaríos de Rescalvo

Nudo: la primera parte es de ida y vuelta. Está para cualquiera, aunque el Tigre tiene más la pelota y por momentos hace presión alta. Los problemas en la zaga no han desaparecido. Y las obstinaciones de Rescalvo, tampoco: Chura por derecha es menos (¿por qué no juega por izquierda y Amoroso por derecha?); Ortega se esconde por el medio; y Guerrero no cae a la banda. El costado zurdo queda para un buen Roca (no importa: en la segunda es sustituido).

Los contragolpes no son liderados por el colombiano sino por Chura, que también se mete al medio porque está incómodo por derecha. Rescalvo es el máximo responsable de este desorden crónico/absoluto.

Desenlace: en la segunda parte el Tigre desaparece. ¿De verdad quiere pelear el campeonato o ha decidido regalar el título a su máximo rival? El gol tempranero del ecuatoriano Simisterra agarra dormidos a los stronguistas. En 45 minutos los de Rescalvo son incapaces de crear una sola chance clara de gol. La lesión de Triverio obliga a probar varias duplas de ataque: Guerrero y Miranda, Miranda y Sotomayor.

El español, terco y reincidente, coloca de nuevo a Chura en el lateral zurdo. Y cuando entran Ramallo y Arrascaita no saben ni donde jugar. Ortega opta por borrarse otra vez: y ni siquiera patea las faltas que debe patear un diez. El único recurso son los pelotazos para un nueve que no existe: la línea de cinco de Aurora saca todo porque quiere ganar. El Tigre hace mucho rato que no juega bien.

Desenlace: el estado de descomposición de The Strongest es progresivo. ¿Tiene toda la culpa Rescalvo? No. ¿Tienen toda la culpa los jugadores que han bajado los brazos, colectiva e individualmente? No. ¿Tiene toda la culpa un presidente que lleva casi un año en el cargo cuando llegó solo para convocar elecciones? No. Es la mezcla de todo eso y algo más.

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La prehistoria de la Verde

/ 20 de noviembre de 2024 / 06:00

Estamos en abril de 1918. Hace cuatro años que se juega fútbol en La Paz bajo los auspicios de una asociación de balompié. Faltan todavía siete años para que nazca la Federación Boliviana de Fútbol y ocho para que debute de manera oficial nuestra selección nacional. Pero un equipo bajo el nombre de Bolivia va a jugar su primer “match”.

La Cruz Roja de los países aliados de la I Guerra Mundial (1914-1918) organiza junto a La Paz Foot-Ball Association un partido para recaudar fondos. Se va a enfrentar un combinado de jugadores de equipos paceños (Nimbles, The Strongest y Nacional, en su mayoría) versus los “players” extranjeros de la ciudad (españoles, ingleses, irlandeses y chilenos, en su mayoría). Es Bolivia versus Mundo.

El equipo nacional —con uniforme listado amarillo y negro— enfrenta a los foráneos que visten de blanco. Bolivia forma con Adrián Deheza en el arco; Ramón y Donato González de “backs”; Víctor Franco, Ángel Guzmán Achá y Alberto Martínez Ocampo, de medios; y en la delantera: Agustín Montes, Hugo Alípaz, Arturo Cuéllar, Julio La Mar e Isaac Saravia. El partido se juega en el “field” de la avenida 12 de Diciembre, recientemente bautizada como avenida Arce.

Anoticiado del evento, la Asociación Uruguaya de Football invita a la selección Bolivia a participar en el tercer Campeonato Sudamericano de Selecciones, a celebrarse en Río de Janeiro a mediados de año.

El presidente de La Paz Foot-Ball Association, Henry de Genst, y el secretario general, Agustín Vélez Ocampo, contactan con sus pares de las asociaciones/ligas de Oruro, Sucre, Potosí y Cochabamba.

Cuando el equipo está a punto de conformarse, el campeonato sudamericano —donde van a participar los cuatros equipos de las dos primeras ediciones: Argentina, Uruguay, Brasil y Chile— se suspende por causa mayor.

Ha estallado la pandemia de la “gripe española” que va a matar en apenas dos años a más de 50 millones de personas. En La Paz mueren al mes más de 600 personas. El fútbol y el mundo pueden esperar. Bolivia, también.

Estamos ahora en 1922 y se viene el Sexto Campeonato Sudamericano de Selecciones. La sede es Río de Janeiro, por segunda vez: Paraguay se ha unido a las cuatro selecciones de las ediciones anteriores. El directorio del club The Strongest recibe una invitación de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) para participar en el Sudamericano a celebrarse entre septiembre y octubre. La invitación queda en eso, una invitación pues no se logra el consenso para enviar un combinado nacional.

El embrión de la Federación ha nacido en julio de 1920 bajo el nombre de Federación Deportiva Nacional presidida por el coronel cochabambino Carlos Blanco Galindo (futuro presidente del país) y por el vicepresidente Víctor Bravo. No hay que olvidar que la mismísima CBF nace en 1914 bajo el nombre de Federación Brasileña de Deportes. 

Lo primero que organiza la Federación Deportiva Nacional (FDN) es un partido de “baseball” (para conmemorar el 4 de Julio estadounidense) y un “match” de fútbol entre The Strongest y el Colegio Militar. Sus siguientes labores se centran en seleccionar atletas para los VII Juegos Olímpicos de Amberes y los campeonatos departamentales de balompié, amén de amistosos y copas por doquier.

En 1921 se suman como socios de la FDN el impulsor inglés del tenis en La Paz, Emanuel J. Bolloten y el arquitecto del futuro estadio Hernando Siles, don Emilio Villanueva Peñaranda.

Por aquellos años, la Federación Deportiva Nacional ocupa el vacío dejado por La Paz Foot-Ball Association y sus campeonatos aplazados durante tres años consecutivos: 1919-1920-1921. Los problemas entre determinados clubes de la clase media paceña y los incipientes y aguerridos clubes obreros provocan la suspensión de los torneos oficiales después de violentos partidos de fútbol. La discriminación clasista de los dirigentes de la asociación posterga el balompié en la sede de gobierno.

¿Nació verdaderamente la Federación Boliviana de Fútbol en 1920, cinco años antes de su nacimiento oficial en 1925? Yo diría que sí.

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Trump, oda a un idiota (peligroso)

La “peli” dirigida por el iraní/danés Ali Abbasi es una hagiografía. Y esto tampoco es una casualidad. Es una operación de limpieza, de glamourización de un personaje patético/siniestro. El expresidente es retratado como un audaz y visionario empresario capaz de todo, incluso de salvar a su país del “infierno totalitario”.

/ 6 de noviembre de 2024 / 06:01

En la recta final de las elecciones gringas se estrenó —a nivel mundial— una película biográfica de Donald Trump. El filme The Apprentice-El Aprendiz ha pasado sin pena ni gloria por nuestra cartelera. ¿Fue esto una casualidad? En política, nada lo es. El Aprendiz narra la carrera de Trump como exitoso/tramposo empresario inmobiliario en las décadas del 70 y 80 del siglo pasado.

La “peli” dirigida por el iraní/danés Ali Abbasi es una hagiografía. Y esto tampoco es una casualidad. Es una operación de limpieza, de glamourización de un personaje patético/siniestro. El expresidente es retratado como un audaz y visionario empresario capaz de todo, incluso de salvar a su país del “infierno totalitario”. Trump cree fervientemente en los genes y el destino; cree que ha nacido para una misión.

El Aprendiz no se ruboriza en pintar al personaje como misógino, homófobo y racista; como esperpento. Eso da votos. Y si no, miren a Milei. No se averguenza en exhibir su ideario resumido en tres reglas: ataca, ataca, ataca; no admitas nada/niega todo; nunca jamás aceptes una derrota/afirma tu victoria. La verdad es lo que uno/Trump dice.

Estas “simples” creencias —dignas de novelas distópicas de Orwell y de la propaganda nazi de Goebbels— son transmitidas por el otro gran personaje del filme: el abogado anticomunista y homófobo Roy Cohn, el verdadero padre político de Trump. Nota mental: Cohn murió de sida en 1986.

Por la hagiografía también pululan secundarios como su padre Fred que cree que no es racista porque tiene un chofer negro; su hermano, abandonado por todos por ser un piloto “looser”; su esposa Melania, víctima de abusos sexuales y violencia; y un Andy Warhol convertido al “trumpismo” soltando aquello de “ganar dinero es un arte”. El filme (y su vida) es una oda a la corrupción; un canto a la avaricia/codicia.

El Aprendiz es también un brutal retrato de una sociedad y un país podrido, de un imperio que se cae a pedazos. “Somos una nación de hombres, no de leyes, no existe ni el bien ni el mal; somos una ficción, una construcción; no hay moral, solo sirve ganar, ganar, ganar”. No son palabras de Trump, son palabras de Roy Cohn, que el ¿próximo? presidente de Estados Unidos hace suyas.

Trump se ve a sí mismo como un purasangre amoral. Crea su propia realidad. Se hace amigo del empresario mediático Murdoch y de él roba (otra vez) una frase: “Hay que mantener siempre tu nombre en los medios”. Inspira/provoca miedo. Para Trump existe dos tipos de personas en el mundo: los “killers” (asesinos) y los perdedores. Para Trump, asesino es sinónimo de ganador.

La película dibuja también sus obsesiones personales: la apariencia física y la vejez. En eso se parece a otros millonarios, como Marcelo Claure. “Envejecer apesta” llega a decir. Las operaciones de cirugía estética y otras técnicas carísimas para parecer “eternamente joven” atraviesan el modo de vida de una elite de opulentos consumida por esa paranoia/neura. Pobrecitos.

“Todos quieren ser ricos y que se la chupen”, llega a decir, el personaje Trump “¿Te imaginas tener sexo oral en el Air Force One?”. Así es y así gusta de ser retratado el (posiblemente) próximo presidente del país que lidera el “mundo libre”.

The Apprentice no es una comedia ni una farsa. Está rodada/pensada como un documental; de ahí su peligrosidad. Como cine, es una película/producto mediocre y decepcionante; repleto de caricaturas narcisistas cuyo fin/objetivo político es algo más elevado/sutil. Es definitivamente cine menor.

Solo se salvan las dos salvajes interpretaciones actorales de Sebastian Stan y Jeremy Strong (como Trump y su “abogado del diablo” en duelo actoral). El segundo es candidato seguro para el Óscar a actor secundario. En eso (la brillante dupla interpretativa), la película se parece a Mano Propia.

The Apprentice exhibe un descaro ambivalente (juega a ser imparcial y/o crítico pero su evidente efecto banalizante del mal lo tapa todo). Es una oda a un idiota. Un idiota peligroso, como todos los idiotas.

*Ricardo Bajo hace crítica de cine y teatro

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