K’ara K’ara, otra vez
Más de 15.000 habitantes —la mayoría jóvenes y niños— que viven cerca del botadero sufren los efectos nocivos para su salud
Yuri Torrez
El olor penetraba hasta lo más recóndito de mi cuerpo. Era un olor irreconocible. A los pocos momentos sentí un dolor de cabeza. Mi sensación olfativa no estaba acostumbrada a esa pestilencia. Ni siquiera el barbijo tan común en estos tiempos de pandemia impidió la penetración de ese olor maloliente en mi nariz. Era un olor irreconocible. Estaba en el botadero de K’ara K’ara.
Algún vecino, a modo de atenuar mi malestar olfativo, me advirtió: “Más bien a esta hora de la mañana no es tan terrible, como al atardecer cuando el olor es insoportable que tenemos que cerrar cualquier rendija de las ventanas y las puertas para evitar ese mal olor.” Y añadió: “A las siete de la tarde ya no puedes caminar porque si viene un viento ya no puedes soportar, te llega un olor feo, a las cuatro de la mañana ese olor sigue, entra a los cuartos”. El hedor espantoso del botadero convierte a K’ara K’ara en un averno.
Más de 15.000 habitantes —la mayoría jóvenes y niños— que viven cerca del botadero sufren los efectos nocivos para su salud provocados por inhalar cotidianamente esas pestilencias producidas por el vertedero municipal. Al ser afectados esos dos modos de vida, el agua y el suelo, K’ara K’ara se convirtió en una zona de emergencia sanitaria constante. Los principales problemas de salud que sufre la población son gastroestomacales y pulmonares. Los que viven a cinco metros del botadero son los más afectados.
Cansados de soportar esta hecatombe sanitaria, en 2010, los vecinos del lugar lograron ganar una acción popular en la Justicia, que dispuso el cierre definitivo del botadero por razones de salud y medioambientales. Trece años después no pasa nada o, mejor dicho, empeoró la situación que obliga recurrentemente a los k`araqueños a movilizarse. El cierre del botadero es la principal estrategia. Aquí comienza la otra historia. Al no ingresar las 400 toneladas de basura que diariamente produce la ciudad, Cochabamba se convirtió en una pocilga que genera un malestar en los otros vecinos, generando inclusive expresiones con tintes raciales.
Hace una semana atrás, después que la ciudad se inundó de basura, el Comité Cívico de Cochabamba, como si fuera ave fénix, irrumpió en la escena pública logrando otra acción popular en la Justicia que dispone: a partir de ahora nadie podrá bloquear el botadero de K’ara K’ara. Esta medida fue elogiada por alguna prensa como “histórica”.
Las autoridades, como siempre prometen zanjar de raíz el tema. Esta vez con la construcción de un relleno sanitario industrializado. Mientras tanto, niños y niñas del lugar, al igual que sus padres, siguen con dolores de cabeza y diarreas producidos por inhalar esos olores nauseabundos provenientes del botadero, considerado entre los peores administrados del mundo.
Esa segunda acción popular produjo un alivio en los vecinos que viven alejados del botadero y son indiferentes a la hecatombe sanitaria que soportan los lugareños de K’ara K’ara. Aquellos siguen en su voraz consumismo: en 1959 había un auto para cada 30 personas, hoy existe un auto para cada cuatro personas. A principios del otoño de 2017, se produjo un incendio de neumáticos inservibles en el botadero. Este incendio feroz produjo efectos nocivos para el medioambiente y la salud de los vecinos de K’ara K’ara. Antes de la presencia de la pandemia, merced a este incendio, los lugareños de esta zona ya usaban barbijos para mitigar las consecuencias de esta quema, inclusive los techos, especialmente de calaminas, cinco años después, están manchados con negro y convertidos en vestigios de ese fuego causado por el hollín.